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Incesto por fatalidad (5)

en Hetero: General

INCESTO POR FATALIDAD – 5 –

 

Podría decirse que Irene pasó las pruebas de fotogenia y sonido "Cum Laude", no sólo porque lo hizo muy bien sino porque, la femenina belleza de sus facciones y de su cuerpo resaltaba aún más en la pantalla grande, sobre todo cuando la acompañaba el delicioso sonido de su encantadora y dulce voz.

El director escénico, Raúl Losada y el camarógrafo, Ramón Vergara, estaban encantados con la muchacha e inmediatamente de acabar la prueba, el director le dio un libreto con un Cd. para estudiar una escena erótica, que debía representar al día siguiente en compañía de su "esposo" Tony que también pasó las mismas pruebas sin que pudiera ponérsele ningún reparo, y, asimismo, recibió el libreto de la parte masculina de la escena.

Cuando se despidieron de la señorita Laura y Tony le dio un par de besos en las mejillas, Irene observó que, además de ruborizarse como una colegiala lo que la dejó pasmada en una mujer de su edad y con su trabajo, se le dilataron de nuevo las aletas de la nariz, como si deseara impregnarse del olor del macho. Bajando en el ascensor hasta el primer piso para cobrar el cheque le comentó al que ya consideraba más como su marido que como su hermano:

-- ¿Te has fijado en Laura cuando la has besado?

-- No, ¿por qué?

-- Se ha puesto colorada como una adolescente.

-- ¡Vaya! – exclamó sorprendido -- ¿Estás segura?

-- Segurísima.

-- ¡Pero si puede ser nuestra madre, nena!

-- No tanto, no seas exagerado, Tony. No pasa de cuarenta años aunque aparente treinta. No está mal la chica, tiene buen tipo y es atractiva.

-- Y muy amable – comentó el marido acariciándole una teta con una mano mientras con la otra le amasaba el sexo con fuerza.

-- Caballero, me está usted haciendo daño.

-- Perdón, señora – se disculpó el incestuoso marido besándola en la punta de la nariz

Al cobrar el cheque en la caja del primer piso tal como les había indicado Laura,

Tony hizo cambiar uno de los cuatro billetes de quinientos euros por diez de cincuenta, comentándole a Irene al salir a la calle:

-- Si te parece bien, ahora que tenemos dinero suficiente podríamos pagar los cinco plazos que faltan de un solo golpe y así nos quitaríamos del medio la maldita hipoteca.

-- Son casi mil euros, cielo – comentó la incestuosa esposa – y tenemos que pasar todo el mes con los otros mil, aunque supongo que tendremos suficiente.

-- Mil seiscientos, cariño, te olvidas que dentro de tres días tengo que cobrar el paro.

-- ¡Es cierto! - exclamó jubilosa – Ya ni me acordaba. Pues, entonces, cariñito, podías invitarme a cenar ¿No te parece?

-- No sé si podré, preciosa.

-- ¿El qué no podrás, tacaño?

-- Aguantarme las ganas de follarte. Me sale la leche por los oídos.

-- Pues yo no la veo – respondió irónica, parándose para mirarle la oreja – Además, te está bien empleado por no hacerme el amor antes de venir y eso que te lo pedí, pero no te preocupes, amor mío, como hasta mañana por la tarde no tenemos la primera prueba, podrás estar dentro de mi toda la noche.

--Dentro de una hora ya será de noche, así que tendrá que ser una cena rápida porque no quiero perder ni una hora.

-- Pues tendrás que perder todas las que yo quiera, o no me penetrarás esta noche. Yo soy la dueña del estuche y no te dejaré que lo abras hasta que me dé la gana.

-- Vale, tú mandas. Pero hablando en serio, no me gusta nada llevar tanto dinero encima y menos de noche.

-- Eso si que es cierto. Cojamos un taxi que nos lleve a Casa Roca. Está en calle Urgell, cerca de donde vivimos. ¿Te parece bien o sería demasiado lujo para mí?

-- Nena, no me hagas enfadar. Para ti no hay lujo suficiente en toda Barcelona.

-- Gracias, mi amor. Además, ten en cuenta que si nos atracaran a punta de pistola lo perderíamos todo.

Los diez minutos de taxi, y sin cuidarse poco ni mucho de lo que pudiera pensar el taxista, se los pasó el marido besando a la esposa, metiéndole la lengua hasta la garganta, y los dedos en la vagina hasta los nudillos mientras su dedo pulgar le masajeaba el clítoris según tenía por costumbre cuando deseaba que se corriera y a fe que ella se corrió muy placenteramente antes de llegar a Casa Roca. Al ayudarla a bajar del taxi cerró de golpe e hizo como si se hubiera pillado los dedos con la puerta. Ella se asustó y quiso que se los enseñara. Al mirarlos comprobó que los tenía cubiertos con chorretes blanquecinos de su orgasmo. Exclamo enfurruñada dándole con el puño en el brazo:

-- ¡Serás bandido! Me has dado un susto horrible.

-- ¡Qué aperitivos más deliciosos tienen en Casa Roca! – exclamó él chupándose los chorretes blancos de los dedos uno a uno – Son fantásticos, cariño. ¿Crees que podrás invitarme a otro aperitivo como éste al volver a casa?

-- Si tú me invitas a chuparme los tuyos, sí, sino, no. – respondió al sentarse en la mesa del restaurante, ya medio lleno de comensales.

-- Ya estamos. Las esposas no se la chupan a sus maridos ni se tragan su leche.

-- No te hagas el puritano, cariño, que no te va. Déjate de chorradas y mira la carta a ver que cenamos.

-- ¿A ti que te apetece, nena?

-- No sé ¿Carne o pescado?

-- Si la carne fuera tan tierna y rosada como la que tienes en el coño, me tomaría la carne.

-- Pues solomillo, que es la más tierna… ¿Te gusta al Roquefort o a la Pimienta?

-- A la Pimienta ¿y tú?

-- Igual, pero antes me apetecería un platito de jamón ibérico bellota.

-- Bien y ¿para beber?

-- Tu eres el entendido, cielo.

-- Muy bien, pues un vino de aguja blanco suave. Lo del tinto para la carne ya resulta una horterada.

La cena fue espléndida pues, según aseguraba Tony, al jamón se le notaba que era de bellota y estaba delicioso y la carne resultó ser tan tierna como el de la góndola de Irene, aunque no era tan sabrosa. Después de los cafés, un coñac Cardenal Mendoza para Tony y un anisete Marie Brizar para Irene, consideró ella que debía explorar el terreno para exponerle a su marido el asunto de Laura. Como no sabía por donde entrarle, decidió agarrar al toro por los cuernos, aunque en éste caso los cuernos se los iba a poner él a ella con su pleno consentimiento, lo cual su marido podía considerarlo una ofensa. Así que comentó:

-- Desde luego no sé como le pagaremos a Laura el favor que nos ha hecho.

-- Verdaderamente – observó él – el favor no tiene precio.

-- Si que lo tiene – comentó ella como al desgaire.

-- ¿Es que te ha dicho algo?

-- Si, algo me ha dicho – respondió acariciándole con la yema de los dedos el dorso de la fuerte mano, sin añadir nada más. Cuando él se cansó de esperar, acabó preguntando:

-- Bueno ¿Y qué te ha dicho?

-- Que si te parece bien, desearía probar tu miembro porque es el más gordo que ha visto en su vida.

-- ¡No jodas! ¿Eso te ha dicho? No me estarás tomando el pelo ¿Verdad?

-- No, cariño – respondió muy seria – Tratándose de Laura ni trompa perdida se me ocurriría bromear.

-- ¡Joder, joder, joder!... ¿Y tú que le has respondido?

-- Que te lo consultaría y ya le diría algo.

-- ¡Pero bueno! ¿Es que te crees que yo estoy hueco como San Canuto?

-- ¿Por qué dices eso?

-- Coño, mi amor, ¿tú que dirías si te tiraran la pelota a tu tejado?

-- Bueno, pues hablarlo, debatirlo, en fin, lo que hacen las personas civilizadas para llegar a un acuerdo.

-- Vamos a ver, cariño, ¿tú eres mi esposa o no eres mi esposa?

-- Claro que soy tu esposa, ¿Qué te crees, que a mi me hace mucha gracia? Pues a ver si te enteras, no me hace ninguna. Si fuera otra mujer y no Laura, la hubiera enviado a que la follara un pez que tiene la picha fresca.

El se quedó pensativo unos segundos antes de preguntar:

-- Dime la verdad, Irene, tú quieres que me la folle ¿Sí, o no?

-- Me lo ha pedido, y le dije que si tú querías pues yo, por una vez y tratándose de ella, haría la vista gorda. ¿Es que tú te hubieras negado?

-- Sin consultarlo contigo no me la hubiera follado. Eso seguro. Ahora, como ya tengo tu permiso, pues me la follaré cuando tú me digas.

-- Yo no sé cuando quiere que te la cepilles, mi amor. Ya me lo dirá por teléfono.

-- Pues si tienes su teléfono, llámala y pregúntaselo. Mi móvil esta sin carga.

-- Y el mío, también, ya lo sabes.

-- Si, lo sé, pero puedes llamarla desde aquí. Tienen cabina al lado de los servicios. Son las nueve de la noche y ya estará en casa.

-- ¿Y qué le digo?

-- ¡Ahivalaostia! – exclamó atónito -- ¿Tengo que ser yo el que te diga lo que tienes que decirle, cariño? Lo que si quiero que sepas es que deseo follarte a ti bien follada, antes de follarla a ella.

-- De acuerdo, cielo, acábate el coñac y vamos a casa a hacer el amor. Ya la llamaré desde allí.

-- Andando que es gerundio, y, aunque estamos cerca de casa, ponte el bolso en bandolera por si acaso – comentó el acabándose el coñac y levantándose para tomarla del brazo.

Llegaron sin novedad, se ducharon juntos y mientras los dos se limpiaban los dientes, él le metió la verga en el coño por detrás tan profundamente que ella se quejó porque la verga oprimió la cérvix de su útero con demasiada fuerza, pese a lo cual, los dos se corrieron con un profundo y prolongado clímax tan abundante que ella tuvo que volver a lavarse los espesos chorretes de los mezclados zumos que le chorreaban de la vagina bajándole por los muslos casi hasta la rodilla.

Fue luego cuando sentada ella sobre él a horcajadas con la verga encajada en su coño hasta las bolas en el sofá del comedor, Irene llamó a Laura. Tardó tanto en contestar que estaba dispuesta a colgar el teléfono cuando al otro extremo del hilo telefónico se oyó la voz de Laura, preguntando:

-- ¿Diga?

-- ¿Ya dormías?

-- No, son las diez, demasiado temprano para mi; estaba acabando de ducharme.

-- Soy Irene.

-- Te he reconocido, dime ¿Qué te ha dicho?

-- Que sí es por una sola vez, pues que vale. Que me digas cuando y a que hora.

-- ¡Ah!, por cierto, me he olvidado entregaros la ropa que tenéis que poneros mañana para interpretar la prueba erótica. ¿Por qué no me envías a Tony a buscarla?

-- Espera un momento, Laura – respondió con voz sofocada por el placer que le estaba proporcionando la gran verga de su incestuoso marido moviéndose suavemente dentro de su estuche mientras le succionaba un pezón.

Irene tapó el micrófono para hablar con Tony. El marido, soltando el delicioso y ya enhiesto y duro pezón, después de escucharla le indicó a la esposa:

-- Menuda lagarta. Lo de la ropa lo ha hecho a propósito. Pregúntale cuanto tiempo necesita para entregarme la ropa.

-- Oye, Laura, ¿cuánto tiempo lo necesitas?

-- Tú misma, Irene, dale el tiempo que creas necesario.

-- ¿Qué te parecen dos horas?

-- Muy bien, nena. Pues dos horas.

-- Hasta mañana, Laura.

-- Hasta mañana y muchas gracias Irene.

Quizá el hecho de que Tony tenía que metérsela a otra mujer hizo que Irene se corriera abundantemente y, por las mismas causas, pensando que dentro de poco tendría que follarse el coño de Laura, volvió a correrse a su compás.. Después de sacársela ella comentó con tono ligeramente enojado:

-- Ni un minuto más de dos horas, Tony, te lo advierto.

-- Oye, cariño, no te enfades conmigo. Yo no tengo la culpa de la situación.

-- No estoy enfadada contigo, mi amor, pero es que aún tenemos que ensayar la escena erótica de mañana.

-- Vale, dentro de dos horas estaré aquí, ensayaremos y volveremos a follar ¿De acuerdo?

-- Sí, amor. Anda, vístete y vete.

Delante de la puerta del apartamento de Laura, después de llamar, Tony pudo comprobar que, por la mirilla, alguien le observaba. Fue la misma Laura quien le abrió la puerta. No se sorprendió mucho al verla completamente desnuda, pero si se impresionó ante el magnífico cuerpo de la mujer que incluso tenía el coño depilado. Laura estaba tan urgida que mientras se dirigían al dormitorio comenzó a desnudarlo dejando la ropa esparcida por el suelo. Al ver la verga erecta de Tony, la cogió con las dos manos mordiéndose los labios.

Continuará…

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