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Memorias de un orate (5)

en Confesiones

HE DORMIDO CASI SEIS HORAS, lo cual es poco usual en mí que acostumbro a dormir cuatro todo lo más. Los meteorólogos por esta vez tuvieron razón. La tormenta no sólo apagó el fuego de los incendios, sino que se llevó el humo. El aire de la ciudad esta ionizado y se respira una atmósfera limpia y pura que ensancha los pulmones.

Poco después de levantarme sonó el timbre de la puerta y, por la mirilla, comprobé que eran dos tíos que no conocía de nada, pero que tenían una pinta de pertenecer a la pasma que tumbaban de espaldas. Los estuve observado un buen rato hasta que se cansaron de llamar y se fueron. Mirando tras los visillos pude comprobar que subían a un coche de la policía lo cual da fe mi buen olfato para distinguir a los maderos. La madre que los parió, son todos unos sinvergüenzas que, al menor descuido, te meten en el frenopático sin que te des cuenta. Soy perro viejo para dejarme apiolar tan fácilmente, y aunque no tenga nada que temer de esos guripas, sé muy bien que son capaces de fabricar pruebas falsas con tal de encontrar al culpable que andan buscando y que supongo será ese asesino en serie que anda suelto por toda la nación. No soy tan tonto como para dejarme trincar así como así, y menos, siendo inocente. Tendré que buscarme otro domicilio, aunque pienso que lo mejor sería cambiar de ciudad. Como soy de natural alegre y confiado, me puse una peluca, unas gafas de sol, un sombrero de ala ancha y salí por la puerta del garaje para ir al kiosco a comprar el periódico. Tenía que leer los anuncios por palabras y regresé a casa a toda pastilla, cuidando de no dejar ninguna luz encendida y menos la televisión. Encontré cinco anuncios de mujeres tan solitarias como yo. Estaba harto de vivir solo, el hombre necesita compañía y si encuentro una señorita de buena familia, educada, amable y guapa que le guste hacer el amor a todas horas, no me importaría darle de comer si también sabe cocinar, incluso podía comprarle algún regalo de cuando en cuando para que estuviera contenta. El primer anuncio al que llamé era el de un corazón solitario que buscaba un caballero amable y educado no mayor de cincuenta años para compartir la vida en común. Marqué el número:

-- ¿Diga?

-- ¿Eres corazón solitario, la del anuncio? – pregunté muy amable.

-- Si, yo soy ¿y tú?

-- Me llamo Casimiro – mentí, por prudencia -- ¿Y tú?

-- Josefina, ¿Cuántos años tienes?

-- Cuarenta ¿Y tu?

-- También cuarenta, pero, según dicen, soy muy guapa, y estoy muy bien conservada. Además cocino muy bien, sé coser y bordar y soy muy casera.

-- ¿Cómo la gaseosa? – pregunté irónico.

-- ¡Uy qué gracioso! – exclamó riendo

-- ¿Eres soltera?

-- No, soy viuda desde hace diez años.

-- Me gustaría preguntarte algo. Si no quieres no contestes.

-- No te preocupes, pregunta lo que quieras, Casimiro.

-- ¿Cuándo fue la última vez que te follaron?

-- Vete a la mierda, mal educado.

-- A la mierda te vas tú – respondí, pero ya había colgado.

Comprendí que Josefina no me servía, era una gilipollas y seguramente una beata que follaba con los curas, que son las peores. Además, había demostrado muy mala educación, así que taché su anunció para no equivocarme y volver a llamarla. Marqué el número de la siguiente:

-- ¿Diga? – la voz sonaba como una lima del cuatro contra el canto de un cristal.

-- Quiero hablar con el corazón solitario que puso el anuncio en el periódico.

-- ¡Ah, sí! Soy yo. Dime una cosa ¿Cuántos años tienes?

-- Pero tú, ¿eres hombre o mujer? – pregunté con la mosca en la oreja.

-- Mujer, claro.

-- Joder, pues tienes la misma voz que Hitler.

-- Ja ja, que simpático, es que estoy operada de las cuerdas bucales.

-- ¿Qué pasa, que te las han puesto de hierro colado?

-- Jaja, jaja, jaja, eres muy chistoso, lo que pasa es que estoy un poco acatarrada. Pero se me pasará en siete días.

-- Bueno, pues te llamo dentro de una semana.

-- Chico, como eres, tampoco es para tanto. Además, soy muy cariñosa, y lo pasarás muy bien conmigo. Soy muy buena cocinera y muy buena amante. Te voy a hacer...

-- Una mamada – corté, apartando el teléfono para conservar entero el tímpano.

-- Lo que tu quieras, cariño, ya verás que bien lo vas a pasar ¿quieres venir a mi casa y lo probamos?

-- Hoy no puedo, tengo que ir a La Habana a bailar una pavana. Adiós.

Y colgué tachando el anuncio, esperando que el siguiente no fuera de nuevo un tío disfrazado. Tardaron un tiempo en responder y casi cuando iba a colgar, una voz de mujer preguntó:

-- ¿Quién es?

-- Soy yo, Casimiro.

-- ¿Casimiro? No conozco a ningún Casimiro.

-- Has puesto un anuncio en la sección de Corazones Solitarios, ¿o no eres tú quien lo ha puesto?

-- Haber empezado por ahí, chico perdona.

-- Nada que perdonar. ¿Cuántos años tienes?

-- Cuarenta y cinco, ¿y tu?

-- Cuarenta y seis. ¿Vives sola o tienes familia?

-- Vivo sola, aunque tengo un hijo en Canarias, pero casi no nos vemos desde que murió su padre, ¿sabes? Vivir sola no es agradable, tú debes saberlo, si no, no hubieras llamado ¿o me equivoco? ¿Eres rubio o moreno?

-- Moreno, arriba y abajo.

-- ¿Cómo abajo...? ¡Ah, ya!

-- ¿Y tu eres rubia o morena?

-- Rubia con los ojos verdes y muy buen tipo.

-- ¿Abajo también eres rubia?

-- No, abajo soy morena.

-- Entonces eres rubia de frasco

-- No creo que eso sea importante.

-- No, no lo es, pero soy muy curioso.

-- Ya. ¿Tienes hijos?

-- No, soy soltero.

-- Si permaneces soltero a los cuarenta y seis años es que debes ser muy feo y a mi los hombres feos no me gustan.

-- No soy feo, mujer, pero aunque lo fuera tengo una tranca de caballo preciosa. Te gustará.

-- No sé que es eso de una tranca de caballo. No me gustan los caballos.

-- No te gustan los hombres feos, no te gustan los caballos, y follar ¿te gusta?

-- Eres un cerdo y un sinvergüenza, esa no es forma de hablarle a una señora.

-- Perdona, ¿te gusta hacer el amor?

-- Hacer el amor no es lo más importante. Lo importante es el amor, amor romántico, sin más. Cuando hay amor todo lo demás viene por añadidura. Eso deberías saberlo, pero creo que además de ser feo eres un hombre poco o nada romántico y para mi el romanticismo es la base misma del amor verdadero y si...

-- Para el carro, has de saber que el amor verdadero entra por el meadero.

-- ¡Qué guarro eres! No me extraña que sigas soltero a tu edad.

-- Y tú, ¿has estado casada?

-- Dos veces y los dos eran muy románticos.

-- ¿Y nunca te dieron por el culo? Eso es muy romántico también.

Colgó.

Nada, no tenía suerte. Eso de los Corazones Solitarios me estaba pareciendo una engañifa quizá porque, las mujeres, son muy difíciles de entender. Les gusta que se las cepillen, que les hagan toda clase de experimentos en la cama, pero siempre a oscuras, haciéndose las estrechas, hablando muy fino y cogiéndotela con papel de fumar. Las que son menos hipócritas, más sinceras y van con la verdad por delante trabajan todas en la vida horizontal. Decidí no llamar a nadie más. Sin embargo, como sólo me faltaban dos, decidí probar suerte y llamé a la siguiente:

-- Si. – la voz también de mujer

-- ¿Eres corazón solitario?

-- Si.

-- ¿Tienes ganas de follar?

-- Si.

-- ¿Ahora mismo?

-- Si.

Creí que íbamos por buen camino y pregunté:

-- ¿Cuántos años tienes?

-- Sesenta y ocho.

-- ¡Ay que pena!

-- ¿Por qué?

-- Porque te falta uno para el sesenta y nueve que es el que me gusta. Te llamo el año que viene ¿Vale?

-- Vale.

Nada tampoco. Mejor era dejarlo, los corazones solitarios son una mierda, pero por una que me faltaba, decidí probar a ver:

.- Diga – la voz era agradable y joven.

-- ¿Corazón solitario?

-- Espera un momento que avise a mi madre

-- No, no – atajé rápido antes de que soltara el teléfono – primero quiero hablar contigo.

-- ¿Ah, sí? Pues tú dirás.

-- ¿Cuántos años tienes?

-- Veintitrés ¿por qué?

-- ¿Estás casada?

-- Divorciada, pero ¿no querías hablar con mi madre?

-- Bueno, verás, creo que tu me interesas más, porque supongo que tu madre tendrá más años que tu y estará más usada.

Se rió antes de responderme:

-- Claro, pero es ella la que busca compañía, y a mi me harías un favor sí te la llevaras de casa.

-- Todo puede arreglarse, mujer, ¿Cómo te llamas?

-- Pepita – respondió, preguntando seguidamente --¿Cómo puede arreglarse?

-- Muy sencillo, Pepita, si tú entras en el paquete, me llevo a las dos.

Volvió a reírse a carcajadas y preguntó risueña:

-- ¿Envueltas para regalo? Por cierto, aún no me has dicho como te llamas.

-- Miguel Estrogolfo.

-- ¿El correo del Zar? – rió de nuevo.

-- Eres muy simpática, Pepita. Me gustas.

-- Tu también me gustas, Golfo.

-- ¿Te gusta follar? – pregunté sin más, porque esa era la pregunta clave.

-- Mucho, y a ti supongo que no es necesario preguntártelo.

-- Desde luego que no, por mucho que te guste a ti, a mí aún me gusta más.

-- Me alegra saberlo, pero los hombres habláis mucho de boquilla y luego sois como los cohetes de feria, un estampido y se acabó la juerga.

-- No, no soy un cohete, soy una traca.

-- Anda ya, traca, déjate de presumir, menos lobos.

-- Si no te fías, puedes probar.

-- No eres tonto, no.

-- Para empezar podríamos tener una cita ¿Qué te parece?

-- Me parece que eres muy lanzado, colega. ¿Aviso a mi madre o no?

-- Si os venís las dos a vivir conmigo, sí, si no, no. A mi quien me gusta eres tú.

-- Ni siquiera me has visto y a lo mejor te llevas un desengaño.

-- Estoy seguro de que no me equivoco, tienes una voz preciosa, eres muy simpática y tienes que ser muy guapa y estar muy bien confeccionada.

-- Gracias por los piropos- rió de nuevo -- pero dime ¿Cuántos años tienes?

-- Diez más que tu, nena – mentí para no asustarla -- ¿Demasiados para ti?

-- No, la edad de Cristo es una buena edad.

-- ¿Qué te parece si nos vemos dentro de un rato en la Cafetería Cholito?

-- Vale, dentro de una hora, llevaré un clavel rojo en el pelo.

-- No, en el pelo ni hablar – respondí acordándome de Remigia – ponte una rosa roja, yo llevaré un lirio de agua en la mano.

Por lo visto lo del lirio le hizo mucha gracia porque se rió a carcajadas. Luego me dijo que mejor sería que llevara también una rosa roja y la esperara en la barra al lado del teléfono, lo cual me demostró que ya conocía la Cafetería Cholito, pese a estar situada en pleno Barrio Chino. Claro que eso no quería decir que fuera una mujer de la vida horizontal y aunque lo fuera, si la nena merecía la pena, a mi me importaba un carajo. Me duché, me puse mi traje de Armani, zapatos italianos, corbata y camisa de seda, el reloj de oro Longines y saqué del escondite unos miles de duros. Pasé por el lavadero para dejar mi Volvo 840 limpio y reluciente como un espejo y me dirigí a la cafetería hecho un brazo de mar. Tuve la suerte de encontrar aparcamiento frente a la puerta y entré con la rosa roja dándole vueltas al rabo al que previamente había despojado de espinas. Me había retrasado diez minutos pese a lo cual no vi entre los pocos clientes que había ninguna chica con una rosa roja. Apoyado en la barra al lado del teléfono pedí un Chivas con hielo bebiendo despacio. Casi cuando lo estaba acabando oí detrás de mí la voz de Pepita:

-- Tú tienes que ser Miguel.

Me giré en el taburete. Una chavala bastante guapa con una rosa roja en la solapa de su traje sastre, cuya minifalda dejaba ver unos muslos macanudos, me miraba sonriente cogida del brazo de una señora muy elegante que vestía traje chaqueta gris a cuadros, minifalda tan corta como la de la hija y de muslos muy apetecibles, un turbante blanco en la cabeza y una blusa china de seda, abierta dejando ver el canal de Silvio hasta el ombligo. No estaba nada mal y no tendría mucho más de cincuenta años, aunque aparentaba diez menos, pese a las patas de gallo.

-- Hola, Pepita, ¿Qué tal? – pregunté mirando las desafiantes tetas de la madre.

-- Nos hemos retrasado un poco porque nos cogió un atasco impresionante en la Avenida del Callo.

-- No tiene importancia.

-- Miguel, te presento a Cristina, mi madre.

-- Encantado, Cristina. Has tenido mucho gusto haciendo a tu hija, es una muchacha preciosa, claro que tu también eres una mujer muy guapa – comenté besándole la mano.

-- Gracias, Miguel, muy amable.

Nos sentamos en una mesa. El camarero les sirvió unos martinis y otro Chivas para mi. Aunque Cristina bien merecía unos cuantos revolcones, quería dejar bien sentado de buen principio lo que me interesaba, de modo que comenté:

-- Ya lo he hablado con tu hija y me parece bien que te vengas a vivir con nosotros.

-- Ya te dije, mamá, que Miguel es un hombre muy expeditivo, como puedes comprobar – comentó sonriendo Pepita.

-- Ya lo veo – sonrió la madre – pero nosotras ya tenemos piso y bien grande.

-- ¡Ah, pues nada! – exclamé sonriendo también – entonces seré yo quien viva con vosotras y si la cama es ancha, podemos dormir los tres juntos. Lo pasaremos muy bien.

Cristina dejó de sonreír y quiso levantarse, pero la hija la sujetó por un brazo comentando risueña:

-- No te enfades, son bromas de Miguel.

-- No, no, nada de bromas – corté rápido -- yo tengo para las dos y si no lo creéis, podemos probarlo ahora mismo.

-- Pero hija – comentó la madre escandalizada – este tipo no es que sea expeditivo, es que está como una cabra y, además, es un maleducado.

-- Vamos a dejarnos de hipocresías, Cristina – comenté amablemente acariciándole el dorso de la mano con la yema de los dedos -- Tu has puesto un anuncio en "Corazones Solitarios" para encontrar un hombre, según decía el anuncio, amable y cariñoso. Supongo que no lo buscarás para que te ponga la lavadora en marcha y te haga la colada. Si lo buscas amable y cariñoso es porque deseas, como todo el mundo, follar y cuanto más mejor, ¿O es que me vas a decir que sólo lo quieres para rezar el rosario?

-- No es eso, pero eres muy bruto hablando. Lo menos que se pide de un hombre...

-- Lo menos que se pide de un hombre – corté rápido – es que sepa follar, o si prefieres que te lo diga más finamente, que sepa hacer el amor, te lleve de viaje para echarte media docena de casquetes en diferentes habitaciones de Hotel, o en el campo, debajo de un pino que son polvos muy bucólicos, o te lleve a bailar tangos hasta que te pongas bien cachonda y te haga un cunilinguo durante media hora que te provoque un ataque de epilepsia ¿Si no, a santo de qué quieres tener a tu lado un tío que ronca, eructa, echa pedos malolientes y se limpia los zapatos con la colcha de la cama?

-- ¡Jesús, María y José! Que atrocidades dice este muchacho – exclamó remilgada, mientras la hija sofocaba la risa con las manos.

-- ¿Atrocidades? ¿Es que a ti nunca te ha comido el coño tu marido?

-- No hables de mi difunto esposo, era todo un caballero y no decía las barbaridades que tu dices – respondió pudibunda.

-- Pero ¿te lo comía o no te lo comía? Dime la verdad.

-- A ti no te importa mi intimidad de mujer casada, eres peor que un salvaje – respondió con las mejillas como cerezas maduras y comprendí que pese a sus remilgos se estaba poniendo cachonda con aquella conversación.

- ¿Cuánto tiempo hace que eres viuda?

-- Ocho años, ¿por qué?

-- Porque necesitas a alguien como yo urgentemente, así que vámonos a comer y ya hablaremos durante el almuerzo. ¿Qué os parece si nos acercamos a Casa Cándido a degustar cochinillo asado? Tú que dices, Pepita.

-- Por mi encantada.

-- Y a ti, Cristina, ¿te parece bien?

-- Lo que vosotros digáis – comentó, mirándome con hambre atrasada.

-- Así me gusta. Creo que nos llevaremos muy bien los tres.

Con la remilgada Cristina detrás y la hija a mi lado, emprendimos camino de Segovia. Durante el trayecto la madre no apartó los ojos del espejo retrovisor mirándome famélica mientras hablábamos de lo muy caras que estaban las alcachofas. Si levantaba un poco la cabeza para mirarla por el espejo, podía verle los mulos, magníficos pese a sus años, que tenía tan separados que hasta podía contemplarle las bragas de encaje y, aunque se dio cuenta de que se las miraba con insistencia, no por ello cerró los mulos, lo cual me demostró que pese a sus remilgos de mujer finolis se encontraba tan fascinada por mi apostura como la hija. Mi primera impresión de que tenía más ganas de verga que hambre el perro de un gitano, era la acertada. No dejaba de pensar en lo que me había dicho Pepita por teléfono de hacerle un favor llevándome a su madre de casa, pero era lógico pensar también que la dueña del piso era la madre y no la hija y eso tenía que tenerlo en cuenta porque un piso grande situado en un barrio tan lujoso como el que me indicaron, valía varias decenas de millones. Consecuente con mi deducción a quien debía trabajarme con todo mi poder de seducción era a Cristina, dejándola tan satisfecha de placer como ella necesitaba.

Comimos opíparamente un cochinillo asado, crujiente y tierno, regándolo con un Vega Sicilia

de tan exquisito paladar que nos bebimos dos botellas entre los tres y eso acabó de ponerle las mejillas a Cristina como la sangre de un toro. Se le notaba más caliente que el horno de un panadero y tuvo que despojarse de la chaqueta. Después de los postres, los cafés y los licores, se desabrochó la blusa hasta el estómago dejándome ver unos pechos opulentos sujetos por unos sostenes de Cristian Dior tan blancos como las bragas cuyo encaje hacía juego. Pepita, que en cuanto a colorido por ahí se iba con la madre, se reía a carcajadas de mis comentarios y finalmente, le pregunté a Cristina:

-- Vamos a ver, Cristina, ¿Vas a decirme la verdad o no?

-- ¿La verdad de qué? – preguntó a su vez haciéndose la tontita.

-- De si te lo comía tu marido.

-- ¡Mira que eres descarado! ¿Por qué quieres saberlo?

-- Para saber si te gusta o no.

-- Pues no te lo voy a decir, hala, por preguntón.

-- ¿Tu qué crees? – le pregunté a Pepita – Le gusta que se le coman o no.

-- Supongo que sí, aunque no se lo he preguntado nunca, pero como a todas nos gusta, no creo que ella sea una excepción.

-- ¡Hija, no seas descarada! – exclamó la madre simulando indignación – Ya te has contagiado de este sinvergüenza.

-- Vamos, mamá, no seas ridícula. No me digas que no te gustaría que Miguel te lo comiera durante un buen rato

-- ¡Ay, por Dios, hija mía! – volvió a exclamar en el mismo tono hipócrita – Miguel va a pensar que somos dos pelanduscas.

-- Te equivocas, Cristina, no pienso nada de eso, te lo aseguro.

-- ¡Tú que vas a decir!

-- Digo lo que pienso, no tengo por qué mentir. Si lo pensara igual te lo diría, ya sabes que no tengo pelos en la lengua. Parece que tienes la idea de que el sexo es algo sucio y no hay nada de eso. Es muy natural que las mujeres sientan las mismas necesidades fisiológicas, si no más, que los hombres. No seas antigua, Cristina, que aún eres muy joven y estás muy apetecible.

-- No digo que no tengas razón, pero ¿qué quieres? Nuestra generación no piensa igual que la vuestra, que estáis todos desmadrados.

-- Pues vive a tenor de los tiempos, mujer, y disfrutarás más de la vida.

-- Tiene razón Miguel, mamá, déjate de remilgos y aprovecha todo lo que puedas, porque por mucho que te empecines no vas a salir viva de este mundo.

-- Si ya lo sé, hija, pero yo no soy tan lanzada.

-- Pues lo que tienes que hacer es pedirle a Miguel que viva contigo en nuestro piso. Yo puedo decirle a Eduardo que se venga a vivir conmigo. Creo que esa sería una solución muy adecuada, tanto para mí como para ti.

-- Ya sabía yo que eso es lo que andabas buscando, por eso me hiciste poner el anuncio. Con tal de meter a tu novio en casa no sabes que hacer.

-- ¿Y qué mal hay en ello? – pregunté barruntando lo que podía beneficiarme todo aquello.

Al final comprendí todo el tejemaneje que se traía Pepita entre manos. No me había dicho que tenía novio, al contrario, me había dado la impresión que yo también le interesaba, aunque bien pudiera ser que la hija deseara era tener a dos hombres en casa para saltar de uno al otro cuando le apeteciera, porque también era indudable que estaba fascinada por mi don de gentes, mi elegancia y mi palmito. No se puede ser guapo.

Regresamos a la capital sin prisas, parándonos a tomar dos cubatas por el camino para que no decayera la fiesta. Seguimos hablando en tono más que subido de lo mucho que lo íbamos a disfrutar. Y así fue. Llegamos al piso del barrio de Salamanca cuando anochecía y mientras yo me encerraba con la madre en su habitación, Pepita llamó a su novio para darle la buena nueva de qué, por fin, su madre había encontrado al hombre de su vida y él, Eduardo, que así se llamaba el mancebo, podía hacer las maletas y entrar en casa para dormir con ella todas las noches que no tuviera guardia, porque, efectivamente, era un Policía Nacional. Cuando me enteré, los pelos se me pusieron como escarpias porque soy alérgico a los maderos, pero pronto comprendí que era al revés de cómo yo imaginaba. Claro que todo esto lo supe al día siguiente, porque la noche la pasé muy ocupado haciendo bramar de placer a Cristina que estaba más cachonda y necesitada de lo que yo había imaginado. También la hija se había sacado su parte a juzgar por lo gemidos que se oían desde nuestra habitación. En fin, que ya tengo instalado el ordenador y mañana acabaré de hacer el traslado. Como tienen dos plazas de parking, hasta mi Volvo se encontrará tan protegido como yo, ya que Eduardo tiene una pistola que parece un cañón.

Mañana seguiré con mis memorias. Estoy bastante cansado de tanto trabajo como he tenido esta noche y hasta tengo tortícolis.

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La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)