Tribulaciones de un marino en tierra.
Las páginas amarillas me proporcionaron en un santiamén el teléfono de los Laboratorios FARMASA. Los anoté con números góticos, invirtiendo más tiempo en dibujarlos que Picasso en pintar el Guernica. Los hombres temerarios como yo
podemos enfrentarnos audazmente contra los elementos desatados, pero sudamos de pavor para encararnos con una mujer hermosa.
Está en la guía me había dicho Leonor cuando le pedí el teléfono.
Lo lógico pensaba yo - hubiera sido darme una tarjeta con su número particular. No era esa su intención y, por lo tanto, me dejaba en la situación del que la llama para solicitarle un empleo, y tras pensarlo unos segundos me pregunté ¿Y por qué no?
A las seis de la tarde, recién duchado y afeitado, con mi mejor blazer azul marino de botones dorados, camisa Guzzi blanca de seda con chorreras en bocamangas y pechera, plastrón con perla auténtica sujetándola, bastón de ébano con empuñadura de oro, pantalón blanco de lanilla, zapatos de charol del mismo color, monóculo en el ojo derecho pegado con loctite y sombrero gris perla Wall-Street, salí a la calle encendiendo un cigarrillo observado de reojo a los viandantes por si alguno se desmayaba. Como no pasó nada, me encaminé directamente a Casa Mouriño.
Lo encontré limpiando una mesa, mesa que abandonó al momento, enderezándose como si le hubiera golpeado los glúteos con factura de gol el mismísimo Ronaldinho. Preguntó:
-- ¿Vas a la Ópera?
-- No comenté muy serio voy a pedir un empleo.
-- ¿De embajador o ?
-- Nada de embajador, como Inspector General de drogas de Laboratorios.
--¿Te lo ha ofrecido ella?
-- Todavía no, pero lo hará.
-- Así Dios me salve, rapaz, como tú no estás en tus cabales.
-- ¿Dónde está la locura?
-- No te hará ni caso respondió sonriendo malévolo.
--¿Qué te juegas? pregunté, pidiéndole café a Diego.
-- No me juego nada que igual lo pierdo, pero dime, ¿de verdad no estás borracho?
-- ¿Tengo cara de etílico? pregunté, colocando mi bastón bajo el brazo al estilo mariscal Montgomery.
-- No, si la pinta es inmejorable, pero
-- Pero ¿qué?
-- Ni con esa pinta la vas a impresionar.
-- ¿Tú no estás impresionado?
-- Ni pizca.
--Porque tú no eres mujer, si lo fueras quedarías extasiada.
Se giró hacia la cocina y gritó a todo pulmón:
-- ETHELVINA, VEN UN MOMENTO.
Etelvina llegó como siempre, refunfuñando y secándose las manos. Al verme sonrió, comentando:
-- Muy Elegante, Bau, Leonor va a caer rendida en tus brazos nada más verte; a ver si la espabilas de una vez chico, que falta le hace.
--¡Pero ¿qué dices, mujer? preguntó el marido asombrado -- ¿Tú que sabes de todo esto?
-- Yo sé más dormida que tu bien despierto respondió, dando media vuelta y regresando a sus perolas.
Salí del restaurante, entré en mi garaje y a lomos de mi reata de 210 caballos
que espoleé levemente, recorrí el polígono a paso fúnebre mirando atentamente a
derecha e izquierda en busca de los Laboratorios FARMA S.A. y en menos de una
hora aparqué la recua delante de la puerta principal en una posición bastante
decente, pese a lo cual el empleado norteafricano que guardaba el parking me
advirtió que el sitio que había escogido estaba reservado para los ejecutivos de
la empresa y, aunque le enseñé mi sombrero de copa, ni se inmutó; me indicó
donde podía aparcar debidamente y así lo hice. Soy fiel cumplidor de las normas
de aparcamiento de los Laboratorios.
Salí del carruaje, me enjareté el sombrero de copa y con el bastón bajo el brazo al estilo mariscal de campo, esperé a que me abriera la puerta algún mayordomo con librea. Pues nada, tuve que abrirla yo y una vez dentro del campo de fútbol del vestíbulo me dirigí a la portería Sur que defendía una cancerbera más potable como el agua de Lanjarón y que me saludó muy atenta:
-- Buenos tardes, Milord. ¿En qué puedo servirle?
-- Pues verás, jovencita, tengo una duda ¿Te llamas Soledad?
-- No, señor.
-- ¿De verdad no eres la presentadora del Telediario de las 9 de la noche de Antena 3?
Me dirigió una sonrisa encantadora:
-- No, aunque más de uno se ha confundido, pero no, no lo soy respondió sin dejar de mirarme con sus preciosos y risueños ojos color avellana.
-- Quizá seas su hermana gemela y no te has enterado.
Me concedió la melodía de su risa con tanta simpatía y gracia que a poco se me cae el monóculo.
-- Perdona, no había visto la tarjetita que luce tu cúpula izquierda... pues verás, Mónica, deseo hablar con la señorita Leonor.
-- ¿Está usted citado?
-- Alguna vez me han citado en el Juzgado, pero nada grave -- respondí modestamente.
-- Me refiero a si está citado con la señorita Leonor - comentó sin abandonar la sonrisa.
-- Seguramente lo estaré cuando hable con ella.
-- Tendré que consultar si puede recibirlo. Está muy ocupada y no recibe sin cita previa.
-- A mí si me recibirá, dile que está aquí el caballero Don Juan Bautista.
-- Un momento, por favor.
Tecleó un número, indicó lo que le había dicho y me preguntó tapando el micrófono:
-- ¿EL motivo de su visita?
-- Explicarle la fórmula secreta de un filtro amoroso
Soltó una cristalina carcajada que se sintió en la calle y miré con aprensión hacia la puerta de entrada por si el árabe aparecía con la gumía desenvainada; tuvo que sofocarla para comunicar la respuesta, escuchó unos segundos, colgó y con su eterna y preciosa sonrisa me comunicó que la señorita Leonor estaba muy ocupada y que pidiera hora y fecha para la entrevista.
¡¡No podía creerme lo que estaba oyendo!! ¿Yo? El hombre más elegante, más alto y más guapo que surca mares y océanos con mayor intrepidez que el teniente Fletcher tenía que pedirle una cita a una simple "biológica" como diría Ferrandis, pero ¿en donde se ha visto tal desfachatez ni tal desafuero? Como soy hombre de rápidas decisiones no lo dudé ni un momento y le pregunté:
-- ¿A ti te interesa conocer la fórmula?
Volví a oír la cristalina risa y su amable respuesta.
-- Me encantaría, ¿Por qué no me la escribe en un papel?
Saqué rápidamente mi bolígrafo de oro de cinco micras y escribí con mi mejor letra inglesa:
-- Como la fórmula es secreta, tendré que explicártela dónde sólo puedas oírla tú ¿Qué te parece a las ocho en mi nuevo carruaje de 210 caballos?
Lo leyó atentamente sonriendo y escribió:
-- Milord, lo siento, tendrá que ser a las ocho y media ¿Debo llevar vestido largo de fiesta?
Y yo escribí de nuev cuatro números y tres letras, pero como se me había acabado el papel, susurré inclinándome en plan conspiratorio: "Es de color gris perla y está aparcado a la izquierda de la entrada". Gracias a mis dotes de conspirador puede evitar que me oyera Amparo que apareció como los fantasmas, pero sin sábana, detrás de mí exclamando:
-- ¡¡Pero Bau, qué sorpresa!! ¿Qué haces tú por aquí y con monóculo? ¿Has venido a ver a Leonor?
Vosotros ya sabéis que yo reacciono rápido pero en aquel momento tuve que quitarme el sombrero de copa para inclinarme como si tuviera lumbago, momento que aprovechó el bastón para caerse al suelo, mientras le daba dos fraternales besos en las mejillas pensando a toda velocidad, así que respondí:
-- Si, he venido a ver a Leonor, pero como está muy ocupada y yo no tenía cita previa, se la estaba solicitando a Mónica.
-- ¡Bah, que tontería! exclamó Anda, ven conmigo Bau, le va a encantar verte de smoking, con monóculo, sombrero de copa y bastón de prestidigitador.
Creí entrever un ligero tinte de ironía y miré mi reloj con rapidez antes de comentar:
-- Lo siento, Amparo, pero tengo una cita ineludible dentro de unos minutos. Salúdala de mi parte. Ya volveré otro día con más tiempo.
Y era verdad, faltaban escasamente diez minutos para las ocho y media y yo tenía cita con Mónica, la hermana gemela de Soledad Arroyo, pero mucho más joven que ella. Así que nuevo sombrerazo a las dos, nuevos besitos a Amparo y muy digno y estirado después de recoger el bastón, salí al aparcamiento dirigiéndome a mi recién estrenado carruaje.
Incliné el asiento, me puse el sombrero sobre la cara porque soy hombre muy precavido y me dispuse a esperar. Consulté el reloj y seguí esperando. Unos golpecitos en la ventanilla derecha me despertaron y me giré a mirar. Le abrí la puerta y entró una jovencita no más alta que el bastón de Antonio Gala, cosa que atribuí a la somnolencia. Me preguntó:
-- ¿Nos vamos?
Estuve por preguntarle ¿Adónde? Pero muy educadamente le respondí, tirando el sombrero de copa en el asiento trasero donde ya descansaba el maldito bastón:
-- Enseguida, preciosidad.
Aunque parezca raro en un tipo como yo, me gustan las mujeres pequeñas. Pese a mis noventa kilos, eso sí, repartidos entre ciento noventa y dos centímetros de hueso y cartílagos, detesto a las Nicole Kidman, Sharon Stone y otras espingardas con su metro ochenta y dos y en verdad os digo que prefiero a las que, como Jodie Foster sólo miden metro cincuenta y cinco.
Muchas veces he pensado en esta anomalía de mi líbido e incluso he consultado algún que otro psiquiatra sobre el particular por si se trataba de una enfermedad sicosomática, pero no, el más inteligente de ellos me dijo que era debido a que no me gusta cargar peso porque prefiero manejar los paquetes a mi gusto. No le faltaba razón al hombre.
En fin, que lo que sigue os lo explicaré mañana, sin pelos ni señales.