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Follaje entre la nieve

en Confesiones

FOLLAJE EN LA NIEVE 2

La voz resonó en su oído

-- Te deseo otra vez. Ahora Brianna se despertó de su agotado sueño mientras la gruesa verga de Ivan la empujaba desde atrás — Lo hicimos cuatro veces anoche, Ivan. Estoy cansada— protestó, aun cuando al mismo tiempo su cuerpo despertaba a la pasión que el apetito de él provocaba dentro de ella.

Los dientes de él mordieron tiernamente la blanda carne entre su cuello y el hombro. Parecía disfrutar mordiéndola, y a ella ciertamente le gustaba también. Ella se humedeció aún más, y luego terminó por mojarse, mientras él le levantaba una pierna y la ponía por sobre sus caderas. Esto la abrió completamente para él, y la cabeza de su verga resbaló en ella.

-- Puedes descansar más tarde. Te necesito ahora. Sus palabras fueron rudas como si luchase por controlarse. Sabía que ella probablemente estaba demasiado delicada luego de haber hecho tantas veces el amor la noche anterior, pero su control se le iba escapando cada vez más, y no podría contenerse a sí mismo por más tiempo.

La semana anterior habían pasado los días y noches el uno en los brazos del otro. Habían explorado sus deseos más profundos y más oscuros y se habían alimentado el uno al otro como dos glotones. En cualquier momento en que ella se le acercaba, su verga se ponía dura como el mármol y su corazón corría a mil por hora. Él sabía que era lo mismo para ella, que estaba tan hambrienta como él.

Sus oscuros ojos llameaban y se calentaban en cualquier momento en que estaba junto a ella. Cuando no hacían el amor pasaban su tiempo hablando y aprendiendo el uno acerca del otro. Mientras más aprendía Ivan acerca de Brianna, más crecía su amor por ella.

Amor, era una descripción demasiado pálida para la emoción que sentía por ella. Ella se preocupaba por las mismas cosas que él, le gustaba la misma música y compartían muchas de las mismas aficiones. Era inteligente, amable, y apasionada. Era su compañera, la mujer de sus sueños. Su pareja en todos los aspectos. Algunas veces encontraba difícil compartir con ella todos los secretos que había guardado durante toda su vida.

Pero lentamente se los había ido revelando, preparándola para el conocimiento de lo que sabía que debía conocer (más que conocer, debía aceptar) para que pudieran estar realmente emparejados. No quedaba mucho más tiempo para introducirla en el conocimiento o en la aceptación, pero iba tanteándola con cada nueva revelación compartida entre ellos. No era como otros hombres.

Esperaba que ella lo pudiese aceptar, y pudiese ser capaz de amarle por ello y no a pesar de ello. Al sentir su húmedo calor rodeando la cabeza de su verga, empujó en ella, deteniéndose en la entrada de su vagina. Trató de calmar su respiración, para enfriar su ardor, pero fue inútil. Ella era una tentación demasiado grande, y él pronto se encontró empujando dentro y fuera de ella, con firmes embestidas.

—¿ Te estoy lastimando, pequeña?— le preguntó dulcemente.

Él dio un suspiro de alivio cuando ella le aseguró que no lo hacía. Gimió bajo él, y él no pudo detener un gruñido de satisfacción. Ivan se chupó el pulgar y el dedo índice, usando la humedad en su pezón, que se puso tan duro como un diamante bajo su atención. Empujó en su interior, sintiendo como su humedad los empapaba a ambos. Sabiendo que estaba próximo a su orgasmo, su mano se movió contra el pezón de Brianna.

Movió su mano más abajo, y encontró su empapado clítoris, y comenzó a masajearlo de la forma en que sabía que a ella más le gustaba. Sintió los pequeños y débiles temblores del clímax de ella y permitió que su control de hierro se hiciera trizas. Brianna sentía su cuerpo inflamado de pasión y necesidad. No importaba cuán a menudo o cuán a fondo se amaran, todo se sentía totalmente novedoso y excitante cada vez.

Gimió mientras su mano deambulaba sobre ella con un toque genial. La tocaba como si ella fuese un instrumento, sabiendo exactamente cuando presionar y cuando retirarse para hacer que sus nervios cantasen de placer. Su verga la llenó y la hizo estirarse. En los últimos días, se había sentido vacía y privada si él no estaba en su interior. Su cuerpo se sentía separado, como funcionando con piloto automático, únicamente feliz cuando estaban el uno en los brazos del otro.

Ella no le podría haber negado ninguna cosa. Era tan atemorizante como mágico. Mientras sus dedos apretaban y masajeaban su clítoris, se corrió, apretando como con abrazaderas su verga mientras él bombeaba su semilla en su interior. Ivan gritó, un sonido roto, desigual, que la conmocionó aun mientras ella gritaba al unísono. Después de algunos momentos sus respiraciones se habían calmado.

-- Duérmete, mi niña. Haré algo para que desayunemos— dijo dándole un beso en la oreja. Ella lo sintió levantarse de la cama y una idea la golpeó.

-- No será otra vez carne de venado, ¿verdad? No creo que mi estómago pueda soportar más carne de venado, no importa cómo la prepares — dijo con una sonrisa, recordando todos los platos diferentes que él había preparado con carne de venado como el ingrediente principal.

Él le sonrió.

—¿ Qué me dices acerca de liebre salvaje, entonces?

—¿ Por qué todo debe ser carne?¿ Por qué no huevos o cereal? Demonios, comería harina de avena y yo detesto la harina de avena— se rió.

Los huevos no nos mantendrán por mucho tiempo, y no puedo tener pollos en la casa. Hay lobos, en caso de que no te hayas dado cuenta. — Su amplia sonrisa fue positivamente fiera.

Además, éste es el mejor tiempo del mes para cazar, justo antes de la luna llena.

— Uh. Supongo que te has dado cuenta de que hablas como una mujer con Síndrome Premenstrual, mencionando las fases de la luna y tonterías a cada rato— se rió, pero él permaneció extrañamente quieto y silencioso.

Ella lo ignoró, no gustándole la desagradable sospecha de que si intentaba explorar la cuestión con mayor profundidad sería como abrir la mítica caja de Pandora.

—¿ Por qué no me das una sorpresa, entonces?— le preguntó con una gran sonrisa.

— Creo que puedo ingeniármelas con eso— le dijo con una sonrisa tan amplia como la de ella, y se vistió con una bata gruesa que él dejaba para la cocina. Con una risa y un chillido propio de una chiquilla ella se escondió bajo los cobertores.

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