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Un grave encoñamiento (6A)

en Grandes Relatos

UN GRAVE ENCOÑAMIENTO – 6 A –

 

Cuando regresaba, los Porquera se marchaban. Le dije a la viuda que se quedara porque tenía que hablar con ella. Luis y su madre se despidieron sin hacer ningún comentario. En realidad casi no habían abierto la boca durante toda la reunión. Una vez de regreso al despacho había pensado entregar a Concha las llaves de mi piso de Claudio Coello indicándole que dentro encontraría todas las joyas que me había regalado, los trajes, camisas y demás obsequios. Lo pensé mejor y volví a repetirse pero no le entregué las llaves indicándole que ya se las entregaría el notario cuando la citara para la firma. Empezó a llorar, pero así como no soporto las lágrimas de ninguna mujer, las de ella me dejaron indiferente; sabía que era lágrimas de cocodrilo, no lloraba por el difunto, lloraba porque se le había acabado la buena vida.

Le pedí las llaves del piso de La Castellana y del Chalet. Dejó de llorar para decirme que se las había dejado en el piso y le indique a Yeya que llamara por teléfono a Margarita la cocinera y a Asunción la doncella, para que bajaran al laboratorio con las llaves del piso y del chalet. Entonces apuntó que iría ella a buscarlas porque las chicas del servicio no sabían en donde las guardaban. Dio media vuelta y salió taconeando muy decidida dispuesta a marcharse. Pero no le di tiempo a cruzar la puerta.

-- Tú te sientas en el despacho hasta que baje el personal de servicio.

-- ¿Es que me vas a secuestrar?

-- Puedes avisar a la policía en cuanto acabe de hablar Yeya por teléfono.

-- Pues lo haré, no te quepa duda – respondió desafiante sentándose muy cabreada.

En cuanto Yeya colgó el teléfono se levantó como un rayo, levantó el teléfono marcó esperando que contestaran, mirándome con un odio feroz, estoy seguro que si hubiera tenido una pistola en la mano me descerraja cuatro tiros. Le dije a Yeya que llamara por el interfono a Pedro, el aprendiz. Entró al cabo de dos minutos y al verlo, la desconsolada viuda, colgó el teléfono.

-- Muchacho, tu amante y tú, podéis marcharos en cuanto me hagan entrega de las llaves que le he pedido y que tiene la obligación de entregarme. Podéis vivir en el piso que le he regalado y no tendréis que esconderos en moteles de mala muerte.

-- Pero a mí se me deben dos meses de sueldo – comentó el muchacho.

-- No, Pedro – rectificó Yeya – se te debe uno como a todo el mundo. La nómina de Junio la tienes cobrada y firmada.

-- No es cierto, señorita Yeya, yo no firmé nada. Le aseguro que me deben dos meses.

-- Llama a Maldonado y que traiga las nóminas del mes de Junio de Pedro Gómez y del resto del personal. Quiero saber si alguien más ha dejado de cobrar el mes de Junio.

-- Ahí vienen Margarita y Asunción – comentó Yeya después de colgar el interfono.

-- Buenos días – comentaron las dos a dúo. Margarita preguntó – ¿A quién tengo que entregarle las llaves?

-- A la señorita Yeya – comenté observando que mi hermana las metía rápidamente en el bolso.

-- ¿Vosotras estáis al corriente de pago? – pregunté mirando a una y a otra. También ellas se miraron antes de que Asunción preguntara:

-- ¿A qué hora es el funeral?

-- Esta tarde a las seis – respondió la viuda llevándose un pañuelo a los ojos. Vi que Margarita, la cocinera me miraba y elevaba los ojos al cielo. Luego comentó:

-- Ni Asunción ni yo hemos cobrado desde hace tres meses. Qué tenemos que hacer, ¿marcharnos al pueblo sin cobrar?

-- No, mujer, vosotras cobraréis como todos los que no han cobrado, pero después del funeral.

-- ¿La empresa se cierra o no se cierra? – volvió a preguntar.

-- No se cierra – respondí, aclarando – porque yo voy a hacerme cargo de pagar todas las deudas, Pero los Laboratorios Cuesta, serán a partir de ahora Laboratorios Noreña.

-- Entonces, tú eres el nuevo dueño ¿o no?

-- Si, por supuesto. Por lo que respecta a vuestro trabajo en el domicilio de los Cuesta ha finalizado. Después de cobrar podéis marcharos. Y una pregunta: ¿El piso está como estaba?

Las dos se rieron al mismo tiempo y Margarita respondió:

El piso es lo único que no se han llevado, de lo que había dentro queda el rollo del wáter, el felpudo de la puerta y las dos camas de nuestra habitación. Pero esto ya lo sabe Doña Concha.

-- ¿Y sabes si del chalet de Las Rozas también se han llevado cosas?

-- No, eso no lo sé, pero no me extrañaría por la prisa que tenía el hermano menor de la señora, diría que aún le quedaba trabajo por hacer y eso que eran las dos de la madrugada. El capitoné que cargaron era de Mudanzas Europa, lo vi desde la ventana.

-- Vale, muchas gracias, Margarita. ¿Tenéis dinero para comer?

-- Lo que tenemos es el estómago cuajado. Con tanto disgusto ni hambre tenemos.

-- ¿Y vuestro equipaje?

-- En casa de Marta, la vecina, ya sabes.

-- Yeya – le dije a mi hermana – Iros las tres al despacho del jefe, que te digan cuanto se les debe, y extiéndeles un cheque. El Banco no cierra hasta las dos, faltan dos horas.

Tenía que hacer esfuerzos para mantener la calma. Que no cobren los Bancos, ni Hacienda, ni los Proveedores lo podía tragar, pero que no pagaran a los trabajadores me sulfuraba. No había derecho, tal y como yo lo veía era una canallada. Con toda la calma que pude aparentar iba a dirigirme a boquita de rape cuando sonó el teléfono. Era Yeya para comunicarme que las chicas le habían dicho que ganaban cuarenta mil al mes y el jornal base era de sesenta mil, quería saber cuánto les pagaba.

-- El jornal base – respondí mirando a boquita de rape que hablaba en voz baja con su jovencito y nuevo amante. Colgué.

-- Bueno, Doña Concha – le dije a la que había sido mi jefa – de lo dicho no hay nada.

-- ¿A qué te refieres? – pregunta la muy zorra.

-- Me refiero a que como ya te has llevado lo que te corresponde del piso y seguramente del chalet, pues que no hay ningún regalo para ti puesto que ya te lo has cobrado.

-- ¿Te lo dije? – preguntó girándose hacia el chaval – Es un mal nacido.

-- ¡Fuera de aquí los dos! – bramé iracundo, levantándome de golpe, y no me lo hicieron repetir

Como dije, dejé a Maldonado a cargo de los nuevos Laboratorios Noreña, una vez todos los débitos fueron cancelados. Él debía encargarse de todo, incluida la formación de una mayor red comercial y la expansión de la empresa al ámbito internacional. Yo sólo quería saber los resultados de los ejercicios anuales, así que, para obtener beneficios de los que tendría una participación del 10%, les daba un plazo de dos años a todos los trabajadores. Si al cabo de dos años no había beneficios cerraba la empresa y todos a la calle. Como fondo de maniobra le dejé siete millones de los diez que había obtenido de beneficios de mi cesta de valores.

Por otra parte, dado que era la época del Ministro socialista de Hacienda Carlos Solchaga que aseguraba que España era el país de Occidente donde más rápidamente se hacía uno rico, decidimos que nosotros aún no éramos suficientemente acaudalados. Como consecuencia de aquellas declaraciones surgió la época del pelotazo que aproveché para invertir en terrenos recalificables; en menos de seis meses multiplicamos el capital invertido en un 600%, haciéndonos con un patrimonio que ascendió a 40 mil millones de pesetas a fecha de inventario.

Yeya se encargó de invertir la mitad de ese dinero en la Costa del Sol y, sobre todo en la localidad de Marbella. Fue una inversión aún mejor que la del semestre anterior. El dinero llovía por todas partes hasta el punto de que al final del ejercicio superábamos ampliamente un patrimonio valorado en más de cien mil millones de pesetas. Yeya se olvidó por completo de su deseo de constituir una Asesoría Empresarial, lanzándose de lleno a invertir en el ramo de la construcción y a colocar capital en acciones de las mayores empresas constructoras del país, sin olvidarse de fundar nuestra propia empresa; Constructoras Noreña SAU.

Cuando alcanzamos el ranking de las diez mayores empresas del país y echamos la vista atrás, resulta que habíamos logrado todo aquello en un período de cinco años. Es bien cierto, le dije, que cuesta más trabajo ganar la primera peseta que el segundo millón. Estuvo de acuerdo y me recordó que el dinero llamaba al dinero. Cierto es que durante aquellos años trabajábamos doce y catorce horas diarias y aún así teníamos tiempo para follar cinco o seis veces diarias.

Con veintinueve años yo y con veintisiete ella, decidimos de común acuerdo tener un hijo. Casi no tuvimos tiempo de pensarlo cuando una noche, la doncella de nuestra madre llamó a la puerta muy urgida, para decirnos que la señora no se encontraba bien y que deseaba que la llevaran al médico. Cuando entramos en su habitación la encontramos reclinada en un sofá con una toalla llena de sangre tapándose la nariz.

Llamé a Urgencias y vino una ambulancia cagando leches y cagando leches entraron a mi madre en la Clínica Puerta de Hierro donde, por fin, pudieron detenerle la hemorragia nasal. Tenía que quedar hospitalizada ya que los análisis demostraron que padecía de uremia en un grado muy elevado. Debía permanecer, por lo menos el primer mes, en diálisis. Yeya y yo nos turnábamos para no apartarnos de su lado. Pasó el mes y mi madre no mejoraba, al contrario, cada día la veía más desmejorada.

Hice venir de Barcelona al mejor urólogo de España, Gil Vernet, para tener una segunda opinión de un especialista al que acudían personalidades de todo el mundo. Su diagnóstico fue… dos meses de vida.

No se equivocó ni de una semana. Tenía cincuenta y cuatro años cuando murió y sólo entonces supimos cuánto la queríamos y cuánto la habíamos hecho sufrir con nuestra incestuosa pasión.

Está enterrada en el cementerio de la Almudena, en una tumba que visito de tarde en tarde porque cada vez que voy a verla se me forma un nudo en la garganta que soy incapaz de controlar y tengo que esconderme para poderlo deshacer. No puedo flaquear. Soy un tipo duro.

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