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Crónica de la ciudad sin ley (5)

en Confesiones

Varios días después de los hechos narrados, la misma y hermosa presentadora de TV Internacional, con un escote que dejaba ver casi los pezones de sus puntiagudas tetas, salmodiaba de nuevo con su bien modulada voz:

 

El sujeto habló de una organización de la que formaba parte y la investigación concluyó que ese grupo no existía y que él había mentido. Y si estos son los resultados con denuncias de confidentes que no se investigan sino que se silencian, pues para rato se resolverá la situación en ésa ciudad.

Según datos no oficiales, alrededor de 500 mujeres, en su mayoría jóvenes estudiantes o trabajadoras de industrias maquiladoras (de ensamblaje), han sido asesinadas impunemente, como ya hemos dicho.

Ante la gravedad de la situación, en dicho año se creó una Fiscalía especial para investigar los crímenes, y el presidente del país, anunció el lunes pasado que nombrará un comisionado ''para coordinar los esfuerzos del gobierno para solucionar este problema…

Un fiscal de la Ciudad dejó claro que el comisionado no podrá interferir en las indagaciones e hizo hincapié en que los fiscales tienen ''autonomía técnica''.

Todos los fiscales somos autónomos en las facultades de investigación, ni el presidente de la República, ni el de la Suprema Corte, ni el procurador general pueden ordenar al ministerio público qué hacer o no -- recalcó el fiscal

 

**********************

Felisa salió del colegio a las tres de la tarde. Su amigo Paquito, el de la lila como un lápiz, la esperaba ansioso. Hacía mucho tiempo que la muchacha ya no le hacía caso pero el chico no desmayaba en su intento por volver a meterle la pilila y tocarle el coñito. Aquella Felisa, antes tan fogosa, se mostraba ahora tan fría con él como un témpano de hielo; el chico no lograba entenderlo. Pero aquella tarde, de repente, ella se mostró dispuesta a complacerlo y se encaminaron hacia la arboleda donde siempre se habían escondido para realizar sus infantiles proezas amatorias.

Ella no deseaba que se la metiera de nuevo, se corría demasiado pronto y la dejaba en ascuas. Lo que deseaba era que le chupara el coñito y la hiciera disfrutar. Lo necesitaba, hacia un mes que se masturbaba todas las noches sin poder saciarse. Se le ocurrió la idea de que se lo chupara Paquito la noche anterior y aquella tarde él, como todas las tardes, le pidió lo mismo de siempre y aceptó con la condición de que tenía que hacerle lo que ella le pidiera, cosa que aceptó encantado.

Cuando casi estaban entrando en la arboleda ella vio al gigantesco Leo, caminado deprisa casi al final de la calle que acaban de abandonar. Sin despedirse, salió corriendo detrás de Leo a toda la velocidad que le permitían las piernas, pero cuando llegó al final de la avenida Leo había desaparecido. Dio varias vueltas por las calles adyacentes sin lograr descubrirlo. Desilusionada y cariacontecida regresó a casa con la cabeza gacha pensando en cómo podría descubrir el paradero de Leo. No se había marchado de la ciudad y aquello la animó. Seguramente – se dijo no sin cierto resquemor de celos – que Leo había estado violando a otras niñas y ya se habría olvidado de ella y de lo mucho que lo recordaba cuando se masturbaba. Sabía que era una obsesión, una fantasía de su cerebro, que nunca más volvería Leo a violarla ni la tendría de nuevo entre sus brazos de Hércules.

Pero aquella tarde que pensaba permitirle a Paquito que le comiera el coño, todas sus esperanzas renacieron de nuevo y regresó a casa con la mente confusa y preguntándose cómo podría ella encontrar a Leo en una ciudad tan grande y entre tantos cientos de miles de personas ¡¡ Imposible!! No sabía por donde comenzar a buscarlo.

Le había prometido a su madre no volver a hablarle de Leo, ni a comentar nunca más lo sucedido aquella tarde en que las violó y que a su mamá le parecía tan espantosa. Había cumplido su promesa a costa de mucho esfuerzo y, ahora, cuando ya casi se había olvidado del hombre que la desvirgó con tanto dolor y que le dio en compensación tanto placer continuado y tan delicioso como nunca imaginó que pudiera sentir su cuerpo, volvían a renacer sus ansias de él con la misma fuerza de los primeros días, cuando desapareció de su vida. El ansia de Leo dormía en su memoria y dormiría seguramente para siempre.

De detuvo de repente, levantando la cabeza y con los ojos fijos en la lejanía sin ver ni oír a la gente que circulaba a su alrededor se preguntó: ¿Y si aquel hombre alto no era en realidad Leo? ¿Le habría jugado su mente una mala pasada y sólo vio lo que quiso ver? Suspiró desalentada y abrió la puerta de su piso sacando las llaves de la mochila de los libros. No vio el carrito de la compra debajo de las escaleras y supo que su madre había salido al supermercado a realizar la compra. Fue a la cocina, bebió un vaso de zumo de naranja y mordisqueando una manzana, abrió la mochila sacando de su plumier un lápiz y del revistero el último crucigramero, pensado en la primera palabra que no había podido descifrar. En esas estaba cuando oyó la puerta de entrada y el taconeo de su madre por el pasillo.

-- Hola, nena.

-- Hola, ma, pareces muy sofocada. No funcionó el ascensor.

-- Si funcionó, Feli, pero el carrito pesa mucho. Tengo que rellenar la nevera.

Volvió al crucigrama oyendo a su madre trastear en la cocina.

-- ¿Hay alguna novedad en el Colegio? – preguntó su madre.

-- No, ¿Por qué?

-- Por nada, por saber si había ocurrido algo.

-- Puesto no ha ocurrido nada.

Poco rato más tarde su madre regresaba por el pasillo después de dejar el carrito debajo de la escalera del piso superior. La oyó subir las escaleras y supuso que iba a ducharse. Siguió con su crucigrama sin conseguir acabarlo, se cansó de no poder encontrar las palabras que le faltaban y empezó otro. Cuando ya iba por la mitad llegó su madre en bata y una toalla arrollada en la cabeza. Imaginó que, como siempre, debajo de la bata solo llevaría el sostén y la braguita. La estuvo mirando hasta que la vio recoger la vainica del bordador y siguió con su crucigrama durante bastante rato, hasta que su madre exclamó asustada:

-- ¡Oh, no, otra vez no! – la hija siguió la mirada de su madre y giró la cabeza hacia la puerta.

-- ¡Leo! – exclamó con voz alborozada corriendo hacia él que la levantó en vilo, mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos y la besaba apasionadamente.

La sostuvo en el aire con la palma de la mano en sus nalgas mientras con los dedos le acariciaba el coñito.

-- ¡Felisa! – gritó su madre con voz enojada.

-- No grites, vieja zorra, o te arrancaré la lengua, pendeja – ordenó el gigante con voz ronca -- anda explícale a tu hija en donde has estado desde hace dos horas.

-- Ha regresado hace un rato del supermercado, Leo – comentó la niña – yo he visto el carrito lleno de artículos.

-- Si, nena, lo que tu digas, preciosa. Vamos al dormitorio - comentó, arrancándole la bata a Carla de un fuerte tirón que la hizo trastabillar; quedó la madre en sostén y braga mirando furiosa al gigante.

-- ¡Maldito cabrón! – murmuró rabiosa, comenzando a desabrocharse el sostén.

Las tetas caprinas de la madre, de areolas morenas y pezones oscuros, quedaron al aire, hermosas, erguidas y desafiantes. Se inclinó para quitarse la tanga y quedó desnuda como una escultura de carne bajo la mirada apreciativa del gigante. Carla sabía que su cuerpo era perfecto, de carnes prietas color canela, un cuerpo, unas piernas y unos muslos que hacían girar la cabeza a los hombres cuando, con minifalda y tacón de aguja, caminaba por la calle, garbosa y erguida como una diosa pagana,

El mismo Leo acabó de desnudar a la hija y comentó seco:

-- Las dos de rodillas en la cama de frente una a otra y con los muslos bien separados.

Se desnudó rápidamente mientras ellas cumplían lo ordenado. Madre e hija quedaron frente a frente sin dejar de mirar ninguna de las dos al poderoso dios Príapo que se erguía desafiante y colosal desde el pubis hasta el ombligo del musculoso cuerpo. Los dos mujeres eran de la misma estatura y muy parecidas anatómicamente. El cuerpo rellenito y juvenil de la niña era incluso más apetitoso que el de la madre, pues sus formas curvadas y sus senos bien formados hubieran hecho babear de ansiedad a otro macho menos potente que el gigantesco Leo y, aún éste, la miraba con deseo mal disimulado.

Extendido con la boca bajo el coño de la niña y la polla bajo la madre, saliéndole la mitad de las piernas fuera del lecho, le ordenó a Carla que se metiera la polla en el coño y le mamara las tetas a la hija; quería hacerla gozar antes de follarla, tanto como merecía la jovencita a la que sujetó por la curvadas caderas para bajarla hasta su boca.

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Y así continúan las violaciones y muertes – repetía la voz de la presentadora -- en esta ciudad fronteriza donde muchas mujeres son utilizadas para realizar películas porno durísimo, donde, al final, la infeliz muchacha es asesinada realmente durante el orgasmo del actor siempre de espaldas a la cámara que graba. Esto se sabe y se denuncia pero las películas siguen saliendo al mercado, casi siempre gringo, para disfrute de los degenerados que gustan de dichas películas.

Esta es una historia de dos mujeres, madre e hija, que sufrieron en propia carne

uno de esos terribles abusos y que hoy se dan por satisfechas con haber salido vivas de tan terrible trauma. No quieren darse a conocer y nosotros respetamos su dolor y su decisión pues nuestra cadena no desea poner en peligro la vida de sus informantes y respeta sus decisiones. Naturalmente, yo, como reportera, no pongo la mano en el fuego por la veracidad de la increíble historia que nos han contado, pero conociendo a la Ciudad y a sus autoridades…

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