La prostituta y su enamorado
En 1846 el abogado Rufus Choate utilizó por primera vez el sonambulismo como
argumento de una defensa. Fue en el juicio contra Albert Tirrell, que había
matado en Boston a Maria Ann Bickford, una prostituta de la que estaba
enamorado.
Albert era un mujeriego, casado y con dos hijas, que había mantenido en diversas ocasiones relaciones sexuales con la chica. Maria también estaba casada, aunque había cambiado a su marido por la vida del burdel que resultaba mucho más rentable para una joven agraciada. Él quería que dejara la profesión para dedicarle exclusividad, pero la mujer ya tenía planeada su retirada con un viejo amante que la iba a llevar a vivir a Nueva York.
En octubre de 1845 Tirrell entró por la noche en la habitación del burdel en la
que dormía María y le cortó la yugular, después prendió fuego al dormitorio y
huyó. Alquiló un caballo y un carro y se fue a Canadá. Se embarcó con destino a
Liverpool, pero el barco regresó a puerto por mal tiempo.
Tomó otra embarcación para ir a Nueva Orleans en diciembre de
1845 y antes de atracar le detuvo la policía de Louisiana.
Durante los dos meses que duró su fuga, los periódicos publicaron poemas y artículos sentimentales sobre la pobrecita prostituta, cuya inocencia se había perdido en manos de depravados.
Las historias despertaron las simpatías de los bostonianos hacia la cándida víctima y estaban indignados por la pasividad de las autoridades, que tardaron varios días en ofrecer una recompensa por la captura del pérfido criminal.
La cosa cambió cuando entró en juego el abogado de Tirrell Choate se enteró de
que el acusado era sonámbulo y decidió usar el trastorno en su defensa.
Melodramáticas fueron las conclusiones del letrado. Según él, Maria era una
mujer de puñales y cuchillos, como una mujer hispana, ordinaria, fuerte y
masculina, que se había intentado suicidar en varias ocasiones, y el acusado
estaba profundamente enamorado de ella.
La víctima se suicidó y Tirrell se medio despertó por el olor de la sangre y cogió en brazos a su amada, ensangrentada, para darle el último beso de amor. Entonces le rompió la ropa y se fue al jardín a llorar, todo ello estando sonámbulo. El jurado le declaró no culpable.
Días después un juez le condenó a tres años de cárcel por
adulterio.
Tras el juicio de Tirrell, y durante un tiempo, se puso de moda el sonambulismo entre delincuentes norteamericanos de todos los estados. Todos los criminales y psicópatas de la nación alegaban sonambulismo durante sus crímenes, y algunos tuvieron suerte, hasta que se cambió la legislación y se les acabó el chollo.