TANTO MONTA, MONTA TANTO.
Por lo que respecta a los Reyes Católicos,( no confundir con los Rayos Catódicos), Isabel y Fernando, el dicho de que "Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando", era relativamente cierto, aunque la Reina al principio, debido a las herencias, alianzas y carácter, montaba mucho más que su marido en lo referente al plano político. Pero, si tomamos la acepción de verbo montar en lenguaje popular figurado, el que montaba, y mucho, era el rey Fernando. De las correrías por los Montes de Venus no isabelinos, el que se lleva la palma y cazaba todos los conejos era Fernando.
El Rey Católico no fallaba un conejo.
La mayoría de las veces porque era el mismo conejo el que se ponía delante de la escopeta de Fernando y otras porque la tenacidad del rey en la caza del conejo, era proverbial. Hoy disponemos de gran cantidad de crónicas, relatos y descripciones históricas que nos dan cuenta de ello.
El primer vástago conocido de estás correrías reales por los Montes de Venus, fue el celebérrimo Alfonso de Aragón. Hijo de Fernando y Aldonza Roig; el bastardo llegó a ser Arzobispo de Zaragoza casi desde su infancia. Fue el padre de San Francisco de Borja y hombre con la misma afición por lo conejos que su padre del que se conocen múltiples amoríos e hijos legítimos e ilegítimos; nada extraño para la época que un Arzobispo tuviera hijos lícitos e ilícitos.
Un pariente del hijo del rey Fernando, Rodrigo de Borja, al que todos ustedes conocen como el Papa Alejandro VI, tuvo una muy activa vida amorosa. Dotado, al parecer, no sólo de relevantes dotes de espíritu, sino también de cuerpo, el cardenal Borgia, de refinadas maneras y seductora elocuencia, llevó una vida mundana y disoluta. Rodeado de todo tipo de lujos, galanteaba a las mujeres con éxito y desenvoltura. De una dama romana, Vanozza di Cattanei tuvo cuatro hijos, Juan, César, Jofre y Lucrecia, y algunos más, nacidos de otras amantes.
Cuando le nombraron Papa se instaló en el Vaticano con toda su familia y dicen que allí se celebró la boda de su hija Lucrecia, actuando de anfitriona su joven amante Julia Farnesio. No nos sorprende, por tanto, la pésima reputación con que ha pasado a la historia la casa nobiliaria de los Borgia, cuyo apellido evoca por sí solo los más abominables pecados, la más desenfrenada lujuria, y los crímenes más espantosos. Pero también a este Papa, muy amado de los pobres por su caridad cristiana, se le deben los millones de católicos que hoy pueblan el Nuevo Mundo pues alcanzó el papado en 1.492, una semana antes de que las carabelas de Colón salieran del puerto de Palos.
Claro que en la Italia depravada del Renacimiento no sorprendía nada de todo esto; según se lee en el diario de un elevado dignatario de la corte pontificia de finales del siglo XV: "Todos los eclesiásticos, desde el primero al último peldaño de la jerarquía, mantienen amantes y no tratan de ocultarlo"; a propósito de la vida licenciosa y criminal de Lucrecia Borgia, opina su biógrafo, el historiador Gregoroviu, que no la considera ni mejor ni peor que la de otras damas de aquel entonces.
"Los Borgia, dice, ni vivían ni obraban de manera distinta a la mayoría de los soberanos de aquella época, que recurrían sin rebozo alguno al veneno y al puñal cuando alguien se cruzaba en el camino de sus ambiciones y se vanagloriaban del éxito de sus diabólicas hazañas". Recordemos que precisamente de ese tiempo proceden los términos poco encomiásticos de maquiavélico y maquiavelismo por la famosa obra de "El príncipe" de Maquiavelo, inspirada en la figura de César Borgia.
Para no salirnos de la Iglesia recordemos asimismo al famoso Cardenal Mendoza, y no me refiero al excelente coñac jerezano, sino al Cardenal Don Pedro González de Mendoza a quien la reina Católica Isabel I de España dio legitimidad a los hijos habidos entre el Cardenal Mendoza y su amante Doña Mencia de Lemos, a los que llamaba "los bellos pecados del señor Cardenal"
Nada de extraño tiene pues que el Rey Católico en los tiempos en que se preparaba para la boda con Isabel de Castilla tuviera amores conejiles con una hermosa viuda catalana de Tárrega conocida como" la muchacha de la medianoche", pues era a esas horas cuando el rey solía visitarla. De esas visitas nació Doña Juana de Aragón que en la edad de merecer habría de casarse con el Duque de Frías. Muy conocidos fueron también sus cacerías nocturnas con una bella vizcaína y con una hermosa gallega que le otorgó la paternidad de dos hijas que, como era de prever para todas las hijas bastardas, terminaron profesando en un convento. De no ser por la incontinencia sexual de Fernando, incluso después de casado, quizá estas aventurillas podríamos considerarlas como las despedidas de soltero del Rey Católico, pero no es este el caso.
Pero mucho más antiguamente, en la época del imperio Romano, ya Suetonio nos explica que César Augusto, el célebre Imperator de la Pax Romana de los 40 años, sentía predilección por la mujeres vírgenes y a tal extremo llegó esa pasión que hasta su esposa Livia se las procuraba porque, aún a los cincuenta años, necesitaba una o dos todos los días.
El conocido historiador nos explica muy serio que, el emperador, era hombre libre de "todo vicio" y de muy probadas y buenas prendas. Naturalmente, no como hoy que la pobre Livia ni con el telescopio del Monte Palomares encontraría una, si ya no fuera en la cuna, como escribía nuestro clásico Góngora.
Además, en la antigua Roma, el hecho de violar a una virgen esclava, no se consideraba como delito y ni siquiera falta, y no como hoy que ya ni esclavas hay, y, encima, si violas a una, te envían al trullo por un motón de años y no te sirve como atenuante si ya la han violado anteriormente reiteradas veces.
Creo que será mejor empezar por el principio, pero como se me hace tarde lo dejaré para otro capítulo.