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Olfato de perro (3)

en Confesiones

Deseo de macho 3

Capítulo 3º

 

En su cama, sola, bajo la seguridad de las colchas, Lena aún sentía la intensidad sexual del abrazo furioso que Julián le había dado. Se sentía salvaje, con su útero tenso y lista para abalanzarse sobre él al menor aviso. Sus pechos se sentían pesados, sus pezones duros y sentía el hormigueo de la excitación. Su vagina estaba hinchada y húmeda latiendo con el flujo de su sangre, todos y cada uno de los latidos de su pulso generando un bombardeo exquisito de presión en sus ingles. Todavía podía saborear su beso en su boca. Todavía sentía la textura de sus labios y su lengua en ella.

Su perfume todavía la envolvía, más pesada, y en cierta forma mucho más real que el algodón que la cubría ahora. Apretando sus piernas, sintió una serie de explosiones a todo lo largo de su cuerpo.¿ Habría tenido que dejarle acabar lo que había comenzado y luego haberlo dejado Salir? Sí. Un sonoro sí.

Lena dejó que su mano vagara hacia abajo a su sexo, bajo la cinta sedosa de sus bragas. Estaba tan mojada. Tan aletargada por el deseo. Su otra mano se movió bajo su camisa de dormir y acarició sus endurecidos pezones, que parecía hechos de duro diamante, con largas caricias con sus dedos. Quería que él la tocara ahí. Que la besara ahí. Su vagina tembló. Su clítoris se inflamó como un frágil brote que lloriqueaba de necesidad.

Frotó círculos diminutos con dos de sus dedos, presionando con fuerza y luego ligeramente, su aliento entrando en rápidos jadeos. Lena quería que él la lamiera entre las piernas. Quería que él la lamiera entre las piernas. Quería que él mordisqueara y chupara su clítoris como una fruta. Quería que él la inclinara y la penetrara con un golpe largo, con fuerza en la vagina. En el trasero. Quería que él la hendiera con sus empujes.

Quería que él la mordiera una y otra vez, mientras sus pelotas chocaban contra trasero con cada empuje Sus pezones se hincharon aun más. Su clítoris se sentía cerca de explotar, tan apretado, pesado y exigente bajo sus dedos, los que se movían cada vez más rápido. Su vagina se sentía tan vacía. Habría dado lo que fuera por tenerlo allí ahora, encima de ella llenándola, con sus dedos o su mano o su lengua o, sobre todo, su pene.

Lamió sus labios resecos y lo saboreó otra vez, y era como si él realmente estuviera allí con ella. Lo sentía, grueso, duro y caliente en la apertura de su vagina. Sentía la auténtica realidad de su peso abrumándola, inclinando sus caderas sobre ella Sentía el canal mojado, inundado en toda su extensión, listo para acomodar su grueso pene cuando entrase en ella.

Con un estremecimiento que sacudió la cama, se fragmentó en mil pedazos. Su vagina apretada alrededor de la fantasía de su pene llenándola, estirándola, aporreándola hasta que vio estrellas. Su propia y dulce humedad inundó su mano y su gemido hizo eco a todo lo largo de las solitarias habitaciones. Lena se prometió que la próxima vez sentiría la liberación, mientras el pene grueso y duro de Julián la llenaba de verdad. No más fantasías para ella, sólo algo verdadero la satisfaría ahora.

 

Con un gemido comprendió que se había olvidado traer ropa al baño. No quería volver a ponerse su camisa arruinada y los pantalones vaqueros, así que envolvió una segunda toalla alrededor de su cuerpo y esperó que Julián tampoco se preocupara al verla mientras se dirigía desde el vestíbulo

Cuando abrió la puerta, casi tropezó con él. Estaba sentado en el vestíbulo, esperando verla aparecer.

—¿ Qué demonios haces aquí?

— Asegurándome de que no te resbalaras y te desplomaras en la tina— le mintió descaradamente, mirándola con lascivia de arriba abajo.

Sal de aquí— le dio puntapiés en el muslo con su pie desnudo.

Él la tomó antes de que pudiera apartarse, haciéndole cosquillas con sus dedos en el arco de la planta del pie. Ella intentó darle una patada pero perdió el equilibrio y cayó encima de él. Él se rió, apoyándose hacia atrás para que ellos quedaran apoyados juntos sobre el suelo.

Sal de encima… pervertido.

Él acarició con la nariz la curva de su cuello y hombro, sosteniendo sus caderas contra él y retorciéndose sugestivamente, juguetonamente.

No — murmuró, rozando su piel. Lena se rió a pesar suyo.

Él estaba haciéndole cosquillas, respirando en su oreja, lamiendo su garganta.

Sí.

No— le repitió y rápidamente quitó la toalla de su cuerpo, arrojándola más allá de alcance. Él gruñó, mientras pasaba sus manos de arriba abajo por su trasero, gozando de la percepción de su piel que se puso de carne de gallina, y no era porque tuviera frío.

Sí — respiró ella, olvidándose de lo que realmente estaban diciendo. Suspiró.

No— Julián puso un beso en su mandíbula, bajó sus manos a sus muslos, y extendió sus piernas para que ella pudiera montar sobre sus caderas.

Sus dedos probaron el cojín de su trasero, mientras le apretaba las nalgas. Separándolas para que el aire la hiciera cosquillas deliciosamente. Lena buscó sus labios por voluntad propia, lamiendo las comisuras de su boca hasta que él la abrió y encontró su lengua con la de él. Julián fastidió la hendidura de su ano con los dedos, ahondando, y acariciándolo cada vez más profundamente. Ella se removió, lo golpeó con su mano con fuerza en un intento de alejarlo y levantarse.

Detente—jadeó. — Eres una amenaza.

Él se puso de pie con ella en brazos, levantándola. Lena chilló y corrió lejos de él, hacia el vestíbulo. Su risa oscura la siguió a la alcoba un segundo a la alcoba un segundo antes de que él lo hiciera. Ella intentó cerrarle la puerta. Él ni siquiera lo notó, ingresando como si fuera el dueño del lugar. Como si la poseyera.

Te deseo— le dijo innecesariamente.

Márchate— No había querido decirlo. Nunca se había sentido así, tan excitada y mojada, en toda su vida.

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