miprimita.com

El timo (2 - 1)

en Bisexuales

EL TIMO 2-1

Se quedó muy sorprendido cuando cierta tarde ella se despidió dándole un beso en la mejilla, costumbre más que arraigada en la sociedad del momento. La conquista era difícil – pensó alegremente – porque la plaza acabaría rindiéndose sin condiciones. A partir de entonces se despedían siempre besándose en las mejillas y él, convencido de que su táctica era la correcta, decidió que fuera ella quien tomara la iniciativa en todas las circunstancias. Llegaría el momento en que tanta paciencia tendría su recompensa.

Estuvo a punto de estropearlo todo cuando una tarde al despedirse con el consabido beso en las mejillas, sin poder contenerse, giró la cara y se besaron en los labios. Ella no protestó pero se apartó moviendo la cabeza negativamente, olvidándose de mostrarle los dos simpáticos hoyuelos de su blanca sonrisa de despedida. Tuvo la suficiente rapidez de reflejos para disculparse, asegurando que había movido la cabeza sin querer y ella sonrió, medio incrédula, pero contenta de la explicación.

Aquel año, al iniciarse la temporada de Ópera en la que Montserrat Caballé y Plácido Domingo encabezaban el primer estreno, la familia Banús invitó a todos los Duarte a su palco del Liceo. Para Mónica, que alguna vez había asistido con su padre al estreno de la temporada desde el patio de butacas, la perspectiva de contemplar desde un palco la representación y el magnífico Liceo la tenía muy ilusionada. Para tan solemne ocasión decidió comprarse un vestido largo y exclusivo, en una de las más renombradas boutiques de la capital. Escogió un modelito sobrio pero de exquisita elegancia, que demostraba una vez más su buen juicio y, por primera vez en su vida, utilizó una ligera sombra de maquillaje para los ojos y los labios. El resultado fue asombroso.

Mario se quedó embobado mirándola, sintiéndose más enamorado y feliz que nunca al pensar que aquella escultural criatura de belleza arrebatadora sería su esposa al acabar los estudios.

Al entrar en el vestíbulo del Liceo abarrotado de gente, Mónica Duarte acaparó la atención de manera tan expectante como si en vez de ser una simple estudiante de la Facultad de Derecho, fuera una de las actrices más cotizadas de Hollywood. Cogida del brazo de Mario, se ruborizó, molesta y nerviosa por tanta mirada indiscreta, preguntándose si se había pasado con el maquillaje, o si no había acertado en la elección del vestido.

En el pasillo de palcos, Don Mario Banús se encontró de frente con su hermana Leonor que asistía con su marido al estreno de la temporada. Mónica dejó de respirar mirando como hipnotizada al marido de la vieja señora. Sin poder explicárselo se encontró tan nerviosa que ni siquiera entendió su nombre cuando se hicieron las presentaciones.

Cuando él tomó su mano, envaró todo el cuerpo como si hubiera recibido una descarga eléctrica y al inclinar levemente la cabeza para besársela, sintió un trallazo en la espalda que la estremeció de arriba abajo cuando los labios masculinos se posaron en su piel.

Más alto que la mayoría de hombres que los rodeaban, moreno, con unos rasgados ojos negros como la noche y unas pestañas que parecían postizas, perdió por un momento la noción de la realidad, dejó de oír el runrún de las conversaciones y quedó prendida en la profundidad líquida de aquellos ojos inquisidores. Le parecía imposible que un hombre tan joven pudiera ser el marido de una mujer tan mayor. Vestía el smoking y el blanco foulard con la elegante despreocupación de un aristócrata y el hoyuelo de su barbilla y el esbozo irónico de su sonrisa parecían reírse de su azoramiento y de su belleza.

Tuvo que hacer un supremo esfuerzo de voluntad para apartar sus ojos de la penetrante y líquida mirada del hombre. Todo ocurrió en unos segundos, pero fueron suficientes para que la muchacha, por primera vez en su vida, se sintiera húmeda y excitada como si la fuerte mano varonil al tomar su mano se hubiera recreado también sobre su intimidad. No acertaba a explicarse lo que le ocurría, ni su confuso cerebro era capaz de explicarse sus encontrados sentimientos ni el motivo de su reacción física.

Se sentaron, naturalmente, en el palco de los Banús, las señoras delante y los caballeros detrás, y tuvo que hacer soberanos esfuerzos para no girarse a mirarlo. Ni siquiera la aparición de Montserrat y Plácido que arrancaron atronadores aplausos, ni la magnífica y extraordinaria interpretación de los divos en el primer acto, fue capaz de tranquilizarla. Sin embargo, él, ni siquiera en el entreacto le dirigió la palabra, aunque la verdad es que a nadie se la dirigía. Respondía si le hablaban con voz varonil bien modulada, pero creyó observar un ligero rictus despreciativo en sus educadas respuestas.

Desaparecía olímpicamente en los entreactos sin explicaciones, sin dirigirse a nadie y sin preocuparse de lo que pudieran pensar los demás de su comportamiento y regresaba segundos antes de comenzar la obra. Aplaudía sin estridencias y sin levantarse y dejaba de hacerlo mucho antes que todos los demás. Sólo una vez se giró en su silla, nerviosa y excitada para acomodarse, y lo miró. Los ojos negros se giraron perezosamente hacia ella con mirada insondable y profunda que la trastornó. Apartó la mirada rápidamente sintiendo que se le arrebolaban las mejillas. Al finalizar la función ya no estaba en el palco, esperaba a su mujer en el pasillo.

Se despidió educadamente y de nuevo besó su mano sin que una sola palabra amable saliera de su boca, pero de nuevo, al contacto de su mano y de sus labios sobre su piel, volvió a sentirse húmeda y excitada. Sabía que se estaba ruborizando nuevamente y procuró disimularlo cogiéndose del brazo de Mario.

Regresó a casa en completo silencio mientras Mario conducía despacio entre el intenso tráfico de las Ramblas, excitada todavía por la impresión que aquel hombre, diez o doce años mayor que ella, le había producido. Mario, como si presintiera su desasosiego, le fue explicando que aquel caballero tan arrogante no era más que un caza fortunas, un play-boy que se había casado con su tía por su dinero. Su tía Leonor y su padre no se trataban mucho desde la boda, pues Don Mario no podía tragar al muerto de hambre de su cuñado que se hacía llamar, como si fuera un aristócrata, Jaime de Orellana y Ayala cuando, en realidad, era un sinvergüenza, un pinchaúvas muerto de hambre que engañaba a su esposa con cuantas mujeres se le ponían por delante. Había sido una pura casualidad encontrarlos en la función del Liceo. Afortunadamente vivían en Madrid, aunque su tía Leonor tenía piso en San Gervasio, en donde pasaban algunas temporadas. Según se hablaba en la familia Banús – quizá era sólo deseos de los Banús, según pensó Mónica - acabarían divorciándose porque hacía tiempo que el matrimonio iba de mal en peor.

Para Mónica, aunque no hizo ningún comentario limitándose a escuchar en silencio, la diatriba de Mario contra Jaime de Orellana y Ayala le pareció excesiva y extemporánea. Se notaba demasiado que a la familia Banús les escocía, como un tiro de sal en el culo, la boda de Leonor con Jaime de Orellana por un solo motivo: El dinero. Leonor no había tenido hijos de su primer matrimonio, y, por lo tanto Mario, su único sobrino, podía perder casi toda la herencia si ella le dejaba al marido la mayor parte de su fortuna. Y, por otra parte – se dijo Mónica - si Jaime de Orellana y Ayala fuera tan caza fortunas, pinchaúvas y muerto de hambre como explicaba Mario, se guardaría mucho de divorciarse de una mujer que podía dejarlo otra vez bostezando de gazuza. Mario, – pensó la muchacha desilusionada - enfocaba la cuestión desde un punto de vista cicatero y mezquino.

Aquel encuentro de Jaime de Orellana con Mónica Duarte, tuvo insospechadas consecuencias para la muchacha, aunque ella, en el fondo, ignorara la causa. Mónica pareció cambiar de la noche a la mañana. Su carácter tranquilo y sosegado experimentó un profundo trastorno. Se mostraba nerviosa, desorientada, se enfadaba sin motivo, a veces con ella misma y a veces con los demás. Parecía haber perdido el rumbo, ya no sonreía con tanta facilidad y perdió el apetito, casi no comía, tenía frecuentes accesos de depresión y lloraba a solas por las noches sin comprender los motivos de su llanto. No entendía lo que le pasaba, no era capaz de comprenderlo, ni de saber lo que deseaba.

Soñaba por las noches con el hombre de la negra mirada, profunda e insondable, y en sus sueños la poseía con una furia demoníaca, martirizándola con sus caricias de sátiro, inconfesables incluso para ella misma. Aquellos sueños, la llevaban a despertarse en el momento álgido o cuando ya había experimentado un desaforado orgasmo, sintiéndose sucia y desconsolada sin comprender por qué soñaba siempre lo mismo.

De día se encontraba distraída, ajena por completo a cuanto la rodeaba, caminando como una zombi, esclava de confusos y laberínticos pensamientos que no lograba comprender. Dejó de comer casi por completo y, si lo hacía forzada por sus padres, vomitaba al cabo de pocos minutos. Adelgazó de manera tan alarmante que Don Jorge temió que acabara padeciendo de anorexia y se preocupó seriamente. La arrastró materialmente hasta un especialista que, después de un profundo reconocimiento y conversación, le recetó ansiolíticos, antidepresivos y un fármaco compuesto de zinc.

El tratamiento, unido al discurrir de los meses y a los estudios, pareció dar resultado. En la mente y el ánimo de Mónica, la imagen de Jaime de Orellana y la fuerte impresión que el hombre había causado en su psiquis se debilitaron, permitiéndole regresar a su vida normal. Recobró, paulatinamente su ecuanimidad, sosiego y tranquilidad habituales. Pero en el fondo inconsciente de su mente quedó un poso de angustia que jamás se borraría.

Sus relaciones con Mario, que durante un tiempo pasaron por una aguda crisis incompresible para todos, mejoraron, y los dos muchachos continuaron saliendo juntos para tranquilidad de las dos familias. Transcurrieron dos años más en perfecta armonía, y aunque ella no le daba ninguna clase de esperanzas, tanto el chico como las dos familias esperaban que al acabar la carrera acabarían casándose.

Dos años más tarde Mario comenzó a trabajar en el departamento de asesoría jurídica de uno de los bancos Banús. Ella, por el contrario, pudiendo trabajar como pasante en el despacho de su padre, prefirió hacerlo en un bufete de abogados de gran renombre en todo el país. Siempre estaban inundados de trabajo y eran famosos por su habilidad ante los tribunales. Los más importantes personajes, no sólo de Cataluña, sino del resto de la nación, eran clientes suyos y no se conocía ni un solo caso en que el bufete Urbanell no lo hubiera solventado a plena satisfacción de sus clientes. Famoso fue el caso de una popular tonadillera, casada por la iglesia, con veinte años de matrimonio a las costillas y dos hijos de dieciocho y veinte años, que solicitó la anulación del matrimonio eclesiástico y lo obtuvo gracias a que tenía suficiente dinero como para que el bufete Urbanell se hiciera cargo de presentar el caso ante los tribunales eclesiásticos de la Rota. Un año más tarde volvía a casarse por la iglesia, siendo ya abuela. Y como éste, que parecía imposible de resolver, los casos imposibles, resueltos por el bufete, se contaban por docenas.

El bufete Urbanell estaba dividido en secciones de producción como las empresas. Las primeras figuras de la abogacía figuraban al frente de cada negociado y disponía cada una de ellas de abogados especializados en divorcios, asuntos mercantiles en todas sus ramas, y abogados laboralistas, criminalistas y penalistas desarrollaban su actividad incluso en el ámbito internacional. No todos los abogados lograban ingresar en el bufete Urbanell. Mónica logró entrevistarse con Don Mariano Urbanell y Giner sin más recomendación que su impresionante curriculum universitario y su no menos impresionante belleza. Al cabo de una hora salía del despacho con el contrato firmado como pasante del negociado mercantil. Comenzó a trabajar al día siguiente para asombro y orgullo de Don Jorge Duarte Puig.

Sus compañeros la acogieron con los brazos abiertos, no sólo por ser hija de quien era, sino porque el viejo zorro que regentaba el bufete, Don Mariano Urbanell y Giner, imaginó desde el primer momento el mucho partido que podría sacársele a la bellísima letrada en los juzgados de la Ciudad Condal y de retruque en la nueva ordenanza judicial de juicios con jurado.

Tanto Mónica como Mario percibían un sueldo más que suficiente para contraer matrimonio, puesto que las familias habían decidido correr con todos los gastos de montar un piso a nombre del matrimonio en la zona de Barcelona que más les agradara.

Al cabo de seis meses ella ganaba más dinero que él, y al viejo Banús, no le quedó más remedio que autorizar, quizá por envidia, la equiparación de los emolumentos de su hijo con los de su futura nuera.

La sorpresa vino cuando Don Mario Banús padre solicitó para su hijo a Don Jorge Duarte la mano de su hija. El padre accedió inmediatamente, pero la "nena" no dijo ni que sí, ni que no. Diáfana como un cristal, explicó que Mario era un buen amigo al que apreciaba mucho, pero deseaba esperar algún tiempo para comprometerse en serio, porque no estaba segura que sus sentimientos fueran todavía los de una enamorada. Todos quedaron consternados, y Mario más que nadie. Fue la primera vez que Don Jorge se mostró severo con su hija y ésta le demostró que no era ya ninguna niña y que su vida tenía que vivirla ella y no él. Seguramente – le dijo por todo consuelo - acabaría casándose con Mario porque era el hombre, de todos los que conocía, que más le gustaba y con el que mejor se compenetraba. Con esta explicación sincera y honesta, tuvo que conformarse el ultra conservador Don Jorge Duarte Puig.

Al cabo de seis meses más, la familia Banús compró para los novios – en el entorno familiar se daba por hecho que eran novios – un piso en la Vía Augusta. Don Jorge se comprometió a amueblarlo a gusto del futuro matrimonio, pero le costó Dios y ayuda que Mónica participara con Mario en dicho menester. Al principio, demostró tanto interés por amueblarlo como por tirarse de cabeza desde el último piso de rascacielos de la plaza de Urquinaona, pero, de repente y sin dar explicaciones, cambió de parecer y se ilusionó con la idea. Salía con Mario las pocas horas libres de que disponía para mirar escaparates de tiendas especializadas, escogiendo con muy buen gusto, muebles, adornos, cortinas, cuadros, alfombras y chucherías que la mayor parte de las veces dejaban de tener significado alguno para ella misma a los pocos días.

Una vez amueblado el piso y mientras todos alababan el buen gusto demostrado por la futura esposa, ella pensaba, cada vez que entraba en el piso, que más le parecía un bazar turco del Cuerno de Oro que el nido de amor de unos enamorados. Con la misma prontitud con que apareció su interés volvió a desaparecer. No había manera de entenderla y Mario se desesperaba ante sus repentinos cambios de comportamiento.

El año de los Juegos Olímpicos fue particularmente atrafagado para Mónica Duarte, pues el bufete, como casi siempre, se encontraba desbordado de trabajo. La muchacha se pasaba diez y doce horas en el despacho trabajando a todo ritmo sin quejarse jamás por la cantidad de expedientes a resolver.

Al cumplir los veintitrés años, en abril del año siguiente, cuando ya había dado a regañadientes el sí para matrimoniar en septiembre del mismo año, se le antojó visitar París durante tres semanas, como parte de las vacaciones del año anterior que aún no había tenido tiempo de disfrutar. La acompañaba su amiga íntima y antigua compañera de estudios Marisa Berenguer, con bufete propio en la cercana localidad de Badalona de donde era originaria ella y toda su familia, y en donde ejercía, además, como abogada del Sindicato de la UGT.

Las dos se marcharon, alegres como unas castañuelas, en un vuelo chárter desde el aeropuerto de El Prat dispuestas a pasárselo en grande en la Ciudad Luz. Para Marisa Berenguer, que se enamoró en el recorrido de la ciudad del guía parisino de la expedición, las vacaciones fueron extraordinarias, pero para Mónica resultaron un fracaso pues no soportaba recorrer París en manada, como un rebaño de borregos.

Durante la primera semana se hartó de visitar monumentos: Notre Dame la encantó. Estuvo media hora ante el Arco del Triunfo y una hora ante la tumba de pórfido granate del emperador francés Napoleón El Grande, recordando emocionada la novela insuperable de la vida del Gran Corso. Visitó los jardines del Luxemburgo, el Instituto de Francia, el Museo de Historia Natural en donde se entretuvo cerca de dos horas y regresó al día siguiente para acabar de recorrerlo. En la Torre Eiffel, subió en el ascensor hasta el último piso, sintiendo el vértigo de la altura mitigado por el impresionante panorama del todo París que se perdía en el horizonte hasta Asinieres y Nanterre a su izquierda, y Saint-Denis y Bobogny a la derecha. Más hacia el Este Montreil, al Sur Boulogne Billancourt, Montrouge y hasta parte de Meudon logró distinguir.

Dos días más tarde visitaba sola el Palacio Borbón, la Ópera, la Plaza de la Bastilla, donde antiguamente estuvo la famosa prisión de Estado y con cuya toma, el 14 de Julio de 1.789, recordó había comenzado la Revolución más grande de la Historia. Al tercer día visitó la Sorbona y se desplazó hasta Vincennes para visitar el famoso Castillo en donde perdió todo el santo día, en una evocación retrospectiva del fusilamiento en sus fosos – que no pudo visitar – del semi inocente duque de Enghien, a instancias del maquiavélico Talleyrand, orden que se cumplió a rajatabla y precipitadamente por Renato Savary, duque de Rovigo, tan exacto cumplidor de las órdenes del emperador como inepto político.

Recordó que también había muerto en el castillo el famoso Cardenal Mazarino, Enrique V de Inglaterra y fue fusilada la no menos famosa espía alemana de origen holandés Mata Hari. También visitó en solitario, sintiéndose en un peculiar estado de ánimo, el Bosque de Boloña, el hipódromo de Longchamp y el parque público de los que fueron los jardines del palacio de las Tullerías.

Por alguna razón desconocida volvió a visitar el Arco del Triunfo de l’Étoile, mandado construir por Napoleón en 1.806, reconociendo nombres de batallas tan legendarias como Rívoli, Arcola, Lodi, Marengo, Austerlitz, Ulm, Wagram, y los de los mariscales del Primer Imperio tan famosos como Massena, Oudinot, Davout, Lannes, Augereau, Ney, Saint Cyr y otros muchos célebres militares franceses así como la tumba del soldado desconocido.

Y de allí, atraída como por un imán, volvió a los Inválidos. De nuevo la tumba en pórfido granate del genial capitán y estadista corso, por cuyo código civil se regían aún la mayor parte de las naciones europeas, la dejó absorta. La tumba del más genial capitán de todos los tiempos, situada casi a cinco metros de altura sobre su base de granito y rodeada de doce figuras que representan las doce batallas más importantes de las sesenta que libró victorioso, la dejó definitivamente fascinada y nostálgica de no sabía qué.

En la tarde del día siguiente, preparó sus maletas en un estado de ánimo deplorable para el que no encontraba explicación razonable. Se despidió de Marisa Berenguer, que de ninguna manera deseaba abandonar a su garañón parisino hasta finalizar las vacaciones, y reservó pasaje en el vuelo 601 de Iberia que, procedente de Berlín Tempelhof, salía del aeropuerto Charles de Gaul al día siguiente a las ocho y media de la mañana.

Aunque Marisa Berenguer no apareció en toda la noche. La muchacha durmió mal y descansó peor pese a que la cama y la habitación del París Penta Hotel eran tan cómodas y silenciosas como cabía espera de un establecimiento de cuatro estrellas.

Amanecía radiante la mañana del lunes 3 de mayo en París cuando Mónica se levantó, se duchó, se vistió y llegó al aeropuerto con una hora de antelación, recogió su reserva de vuelo en la oficina de Iberia y se sentó en una de las cafeterías para desayunar, mirando el ir y venir del enorme tráfico de la terminal Charles de Gaul que recogía en sus inmensas instalaciones el desmesurado maremagno de viajeros de varias terminales dependientes. Se entretuvo leyendo un artículo de Frederick Forsyth de una revista parisina hasta que oyó el anuncio de salida de su vuelo. Fue de las primeras en acercarse a la puerta de embarque y la azafata de puerta le acompañó hasta el asiento número once de primera clase. Faltaban diez minutos para el despegue, si no se retrasaba la salida. Siguió leyendo el artículo de Forsyth, no porque le interesa el tema sobre la construcción de aviones de guerra, sino porque conocía al escritor por su obra literaria, uno de cuyos libros, Los Perros de la Guerra, había leído encontrándola tan excitante como la película Chacal, basada en otra de sus obras. Cansada y falta de sueño, sus ojos fueron cerrándose y, sin darse cuenta, se quedó dormida.

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

La loba

Lo potencial y lo real

Una vida apasionante (3)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (4)

Arthur Shawcross

Bela kiss

Romasanta, el hombre lobro

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

La semana tráquea

Relatos breves y verídicos (1)

El parricida sonámbulo

Curvas Peligrosas

Un fallo lo tiene cualquiera

Mujer prevenida vale por dos

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Cómodo, el incómodo

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (2A)

Viene de antiguo

Viene de antiguo 2

El gentleman

Margarito y la virgen de Rosario

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (1)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (2)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

Incestos históricos (3)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Incestos históricos (2)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

Incestos históricos (1)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (3)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (4)

Como acelerar el orgasmo femenino

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

La máquina de follar

Sola

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (2)

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

Olfato de perro (4)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (5)

No sirvió de nada, Mei

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Olfato de perro (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (3)

Olfato de perro (1)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (3)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Mal genio

Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

El canibalismo en familia

Testosterona, Chandalismo y...

Crónica de la ciudad sin ley (8)

¿Son todos los penes iguales?

Código de amor del siglo XII

Ana

El canibal japones.

El canibal alemán

El canibal de Milwoke

El timo (2)

Crónica de la ciudad sin ley (6)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El anticristo Charles Manson

El bandido generoso

El vuelo 515 (3)

El petiso orejudo

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El buey suelto

Andrei chikatilo

Don Juan Tenorio con Internet

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

La sociedad de los horrores

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

Hasta que la muerte os separe.

¿Serás sólo mía?

¿Quién pierde aceite?

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

El barco fantasma

El sexólogo (4)

Encuesta sobre el orgasmo femenino

El mundo del delito (8)

Captalesia

El sotano

Virtudes Teologales

El sexólogo (3)

El mundo del delito (7)

The murderer

El signo del zorro

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (2)

La sexóloga (3)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

Un buen amigo

La cariátide (10)

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)