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La virgen de la inocencia (2)

en Confesiones

LA VIRGEN DE LA INOCENCIA 2

 

La madre se fue. La sentimos cerrar la puerta y caminar por el pasillo hasta la cocina. Sentimos como cerraba la puerta de la calle y no esperé más.

¿Seguimos? – pregunté mirándola ansioso.

¿Debajo de la mesa?

Claro, desde aquí tendremos tiempo de oír quién entra.

Bueno.

Cuando estuvimos debajo de la mesa le pregunté:

¿Quieres que te la meta?

¿Con esa tranca? Me partirías en dos, no estoy loca, además... me romperías el virgo.

Te prometo que no – aseguré muy convencido metiéndole una mano entre los muslos para estrujarle el coñito.

Tú eres tonto. Con ese tarugo de caballo que tienes además de partirme en dos me desvirgarías sin remedio.

No será para tanto, pero por lo menos déjame que te lo chupe.

Hizo un mohín, pero tardó un segundo en meterse debajo de la mesa.

Se cogió a la verga con las dos manos en cuanto estuvo encima de mí y no pudo abarcarla entera... dijo... Uf, pero de nuevo tuve su coñito en mi boca repasándolo de arriba abajo con la lengua antes de abrirlo con los dedos. Le abrí la vagina mirando donde coño podía estar el virgo, pero por más que miré solo vi un orificio brillante y colorado.

Pero ¿qué haces? – preguntó soltando la verga.

Mirar tu virgo. No lo veo.

Tu no eres médico, como lo vas a ver, tonto.

Podías dejarme que te metiera la punta nada más. Así no se rompería.

Se quedó sentada encima de mí dándome la espalda, pero agarrando la polla con las dos manos. Seguramente estaba pensando si valía la pena meterse aquel leño entre las piernas. Se levantó dándose la vuelta y sentándose a horcajadas sobre la tiesa barra.

Solo la cabeza ¿De acuerdo? – me indicó muy seria.

De acuerdo – respondí tan serio como ella.

Si la metes más, le diré a mi madre que me has desvirgado a la fuerza.

No, no, cariño. Hazlo tu, así te metes lo que quieras.

Esparrancada y aguantando la verga con los dedos se dejó caer despacio sobre la dura y congestionada polla hasta que noté que el glande se hundía con bastante dificultad en su coñito. Allí se detuvo.

— ¿Te gusta? – le pregunté.

Si, pero me canso de aguantarme sobre las piernas.

¿Quieres ponerte debajo?

Vale – y se levantó para tumbarse de espaldas con las piernas estiradas y los muslos abiertos

Vete con cuidado y mete sólo la cabeza.

Que sí, cariño, sólo la cabeza. Pero tendrás que separar más los muslos.

Se abrió como un libro y yo le abrí el coño con los dedos apuntando el grueso capullo a la entra de la morada de Venus. Empujé suavemente con las caderas y el capullo se hundió hasta el reborde y allí me detuve, inclinándome sobre ella para besarla. Se dejó hacer. De verdad que el capullo estaba apretado, pero no más de lo que estuvo cuando le metí la polla Doña Nuria y pensé que ésta era incluso más estrecha que la jovencita virgen que tenía debajo. Moví el culo para sacárselo, tocándole el clítoris con los dedos para excitarla y volví a quedarme quieto, besándola y chupándole la lengua con sabor a mermelada de fresa.

¿Te gusta? – volví a preguntar.

No me contestó pero levantó el culo y el capullo su hundió lentamente un par de centímetros.

Uf – resopló – menuda tranca.

Pero ¿Te gusta o no?

¿Y a ti?

Para mí es delicioso. ¿Por qué no te la metes un poco más?

Ves, ya sabía yo que querías desvirgarme.

Te aseguro que no. Si quieres te la saco.

Ahora ya no vale la pena. Quizá ya me has desvirgado.

Seguro que no.

¿Cómo lo sabes?

Me sostuve sobre los brazos y miré hacia abajo mirando si sangraba. Ni gota. Respondí:

Porque no sangras.

Uy que listo – comentó mordiéndose los labios - hay virgos que no sangran.

<< Sí, me dije, y muertos que juegan al tute.>>

Se la saqué un poco y se la metí de nuevo pero sin pasar de donde estaba. Fue ella quien levantó de nuevo las caderas y de un golpe seco y estudiado se tragó media polla como quien se traga un pastel. Volví a sacársela y a metérsela varias veces sin pasar de la mitad hasta donde ella la había metido. Me puso las manos en las nalgas y comenzó a apretar mientras levantaba el culo.

Te la vas a meter toda si continuas así y luego dirás que fue culpa mía.

No, sigue hundiéndola, pero despacio.

¿Seguro?

Sí, seguro.

Fui clavándosela tan despacio que vi como cerraba los ojos y se mordía los labios. La estaba disfrutando de verdad y me paré antes de hundírsela hasta que mi capullo tropezó con algo suave y tierno que me acariciaba la punta como una húmeda lengua.

Me haces daño, no aprietes mas. Pesas mucho. Date la vuelta – dijo con una mueca de su preciosa boca.

Hice lo que me pedía y sosteniéndola por las duras cachas, la puse encima. Casi de inmediato comenzó a apretar las nalgas hacia abajo hasta que tuvo toda la verga dentro de ella. La gruesa punta del nabo pensé que le llegaría al ombligo. ¡Qué coño! ¡Cada vez se apretaba más contra mi verga! Se la había tragado entera hasta rozarle el útero con el glande y aún seguía apretando. Su pubis, con una ligera pelusilla dorada parecida a la piel de un melocotón y su vulva totalmente dilatada se pegaba a mi carne como un sello de correos a un sobre. Comenzó a levantar la grupa y a bajarla con una cadencia cada vez mayor y llegó un momento que me pareció una furia desatada. Se corrió justo en el momento en que yo empezaba y como otras muchas veces me había pasado, me quedé con la miel en los labios al oír abrirse la puerta de la calle.

Cuando nos sentamos, bastante sofocados por cierto, ya los pasos se oían por el pasillo, pero, afortunadamente, nadie entró en el gabinete. Sentí que me mojaba los muslos de un liquido pegajoso. Chorreaba mientras yo temblaba de miedo sin saber que hacer. No sabía que acababa de eyacular por primera vez en mi vida. Tenía trece años y medio. Ella me miraba con una sonrisa burlona.

A día siguiente, durante las dos horas que pasábamos en el gabinete haciendo los deberes, me preguntó en voz baja:

Ayer te mojaste los calzoncillos ¿verdad?

¿Cómo lo sabes? – pregunté sorprendido.

Lo sé y basta y, además, también sé que es la primera vez que te sale ¿verdad?

— Eres muy lista. ¿Y qué?

Pues que nos hemos salvado de milagro.

¿Por qué?

Porque tengo la regla desde hace dos meses. ¿Te imaginas lo que hubiera pasado si llegas a dejarme embarazada?

Uf – exclamé – pero ¿Si sólo tienes doce años?

Me falta un mes para cumplir trece, tonto.

Casi no me lo puedo creer – comenté con la cabeza hirviéndome de ideas encontradas y sin saber darles explicación.

¿El qué? – quiso saber mirándome con su angelical sonrisa.

Pareces más inocente que un bebé, ¿cómo es posible que sepas tantas cosas?

Y tú pareces tonto. Me interesa que lo crean así. Además, las mujeres siempre sabemos más que los hombres. Por algo os traemos al mundo.

Pero tú ya lo habías hecho antes, no mientas.

Eso no importa. Lo que importa es que ya no podremos hacerlo más sino te pones un condón.

Claro, como que a mí me iban a vender un condón en la farmacia en cuanto lo pidiera. Estás tu lista.

Tú te lo pierdes – respondió tan fresca.

¿Es que tampoco te lo podré chupar más? – pregunté ansioso.

¡Ah! Si te conformas con eso.

Menos es nada – respondí con tristeza.

Debió de hacerle gracia la respuesta y mi cara de pena porque comenzó a reírse a carcajadas y tuvo que contenerse con las manos en la boca para que no la oyeran desde las habitaciones. Movió la cabeza y sus largas trenzas rubias se le cayeron sobre las ya bien formadas tetitas y con un nuevo movimiento de cabeza se las echó de nuevo a la espalda, mirándome tan provocativa como nunca lo había hecho hasta entonces.

— Ahora mismo podía caérseme un lápiz al suelo – informé esperanzado.

Mejor que no. Están todas en casa.

Las sentiremos llegar.

No quiero sorpresas. Ya te avisaré.

¿Cuándo?

Cuando yo te lo diga. ¿De acuerdo?

Y, sin darme tiempo a responder ni la oyéramos llegar, se abrió la puerta de golpe y entró mi tía Chelo para decirnos que teníamos la merienda en la cocina. Nos levantamos al mismo tiempo. La mirada que me dirigió la nena era todo un poema. Tenía toda la razón. No me quedaba más remedio que tener paciencia y barajar.

No se presentaban muchas ocasiones de quedarnos solos en casa. Un día, o como mucho dos días a la semana, coincidía que todos tenían algo que hacer en la calle. Entonces me hartaba de comerle el coño. Tenía una leche tan espesa como el engrudo y tan blanca como el armiño. Yo me la tragaba ardiendo de pasión y deseo, pero ella paraba de chuparme justo en el momento en que se corría y yo, como suele decirse, me quedaba a la luna de Valencia. Otras veces, la muy lagarta, si veía que yo me adelantaba, me cortaba el orgasmo en seco apretándome los testículos hasta hacerme daño.

Oye – le dije en cierta ocasión – yo me trago tu leche muy gustoso. No me da ningún asco ¿Es que a ti te da asco la mía?

No sé, no la he probado nunca.

La próxima vez, cuando yo me trague la tuya ¿harás tú lo mismo con la mía?

Veremos – fue todo lo que pude conseguir que prometiera.

Cuando la ocasión se presentó volví a insistir. Ella no dijo nada, se metió la polla en la boca y yo le comí el coño hasta que la sentí gozar. Aspiré con fuerza su vagina esperando sentir el dolor de su apretón en los testículos, pero no, saltó el primer borbotón en su boca y la sentí tragar haciendo un esfuerzo, y el segundo, casi seguido, le produjo bascas, pero siguió tragando hasta dejarme seco y, al final, aspiró la polla hasta sacarme de los testículos toda la leche que restaba. Al sentir deslizarse por el canal los últimos restos de leche, el placer fue tan agudo que casi pierdo el sentido.

Se sentó encima de mi estómago, se inclinó sobre mí con un chorrete de esperma cayéndole por la comisura de los labios y me besó metiéndome la lengua hasta la garganta. Era una putita aquel angelito del cielo. Luego, pasándose la lengua por el chorrete para limpiárselo me preguntó con una sonrisa pícara:

— ¿A que te sabe la mía?

A caviar y es tan salada como la mía - respondí acabando de limpiarle la boca con la lengua.

Nos interrumpieron cuando volvíamos a empezar de nuevo. Mala suerte.

Mala suerte porque de metérsela nada de nada. Ni siquiera la puntita. O condón, o no había manera de volver a follarla.

Tuve que ingeniármelas para agenciarme un condón de un chico mayor, medio amigo, que antes de dármelo quería saber con quien lo iba a usar. Tuve que decirle que pensaba ir de putas. No sé si me creyó, pero me dio uno y me lo guardé en mi pequeña cartera. Cuando se lo dije a Marisa me preguntó:

¿No estará usado?

No, es nuevo – le dije enseñándoselo.

Lo miró de un lado y del otro. Movió la cabeza afirmativamente y dijo:

Vale.

Tuvimos que esperar toda la semana antes de poder utilizarlo. Cuando estuvimos debajo de la mesa, rompimos el envoltorio y se empeñó en ponérmelo. Me apretaba como un demonio y cuando al final se desenrolló del todo faltaban más de tres dedos para que llegara hasta la raíz. Lo estiró un poco y lo único qué consiguió fue romperlo y que la roja cabeza quedara al descubierto.

¡Maldita sea! Pero ¿por qué tienes que tenerla tan grande? – comentó enojada – Mira lo que ha pasado.

Si no lo hubieras estirado...

Eso, so memo, para que se me quede dentro con leche y todo, ¡serás borrico!

Bueno, no te enfades – comenté acariciándole el coñito – Te la sacaré antes de correrme.

Ni hablar. Sin condón, nada de nada.

No hubo manera de convencerla. Pero mi caricia en su coño la había puesto caliente y nos chupamos hasta quedarnos secos. ¡Menos era nada!

Continuará

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