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Incestos históricos (2)

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INCESTOS HISTÓRICOS – 2 –

Calígula y Drusila.

 

 

 

Calígula, sucesor de Tiberio, tuvo tres hermanas, Julia Agripina, Julia Drusila y Julia

Menemea. Con las tres tuvo relaciones sexuales bastante prolongadas.

Tra su última enfermadad que parecía iba a ser definitiva y con un fatal desenlace, Calígula nombró como heredera a su misma adorada hermana y esposan Drusila. Justificaba esta atípica relación en que, en las dinastías de los Ptolomeos, en su adorado Egipto, esto —la unión de dos hermanos— era considerado una relación incluso sagrada.

Su amor hacia Drusila le llevó a sentarla junto a él en el Olimpo que había creado con su misma persona como dios principal, divinizándola también. Cuando ella murió, Calígula no tuvo consuelo, y muy afectado, ordenó e impuso un luto general, dictando durísimos castigos para los que, en ese período de duelo, se bañaran, se rieran aunque fuese poco o, en fin, hubieran comido en familia de forma distendida o agradable.

A continuación huyó de Roma y no paré hasta Siracusa. A su regreso, volvió desaliñado, con los cabellos enredados y obligando a que, en adelante, todos juraran por la divinidad de la difunta Julia Drusila. Desde el primer momento imprimió a su reinado de una pompa desconocida, asumiendo de hecho una teocracia en lo externo, deudora de lo helenístico-oriental entre lo que incluyó actos como el de acostarse, además de con la rubia Drusila —que siempre sería su preferida—, con sus otras hermanas, las cuales, después de yacer en el lecho del emperador, fueron entregadas por éste a varios amigos como auténticas prostitutas que estos podían utilizar y explotar a su antojo.

En otra ocasión, habiendo sido invitado a la boda de un patricio llamado Pisón, durante el banquete decidió robarle la esposa (Livia Orestila) al atónito flamante marido, llevándosela a sus aposentos y poseyéndola. Justificó este rapto y posesión en que, realmente, Livia era su esposa, y amenazó a Pisón si tenía la audacia de tocar a su mujer. Y es que las caricias impacientes de los desposados habían enardecido a Calígula, que quiso adelantarse al marido en el disfrute de la todavía virgen esposa.

Esta conducta indigna del Emperador no era excepcional, ya que en los banquetes solía examinar detenidamente a las damas asistentes, y no evitaba levantarles los vestidos y comparar sus intimidades, escogiendo a alguna y retirándose para gozarla, como hiciera con la desgraciada Livia Orestila. Después regresaba con evidencias del encuentro y se deleitaba ante los asistentes con confidencias sexuales sobre la arrebatada de turno. Fue también amante de Enia Nevia, esposa de Macron, y entre las cortesanas, su favorita fue Piralis.

Asimismo, se divertía mucho divorciando, en ausencia de sus maridos, a damas de alta alcurnia, con las que también se acostaba. No obstante, y por medios legales, Calígula tuvo otras esposas: Junia Claudila (que falleció tras su primer parto), la misma esposa de Pisón, Livia Orestila, Lolia Paulin y Cesonia. Esta última fue la que más le duró, al parecer por sus artes libertinas, que excitaban al Emperador de manera especial y lo hacían deudor de sus caricias. La pasión por Cesonia y la manera cómo la consiguió, son dignas del carácter del Emperador.

Era Cesonia una bella matrona llena de sabiduría a quien Calígula conoció el mismo día que ella paría en palacio (de donde era habitante como una mas de las muchas personhs al servicio del emperador) una hermosa niña.

Encariñado desde ese momento con la madre y con la niña, puso a ésta el nombre de Drusila, en honor de su hermana y amante, y se proclamó padre de la criatura. Y, puesto que era el padre por su propia decisión, automáticamente obligó a que se le reconociera también como esposo de la madre, Cesonia. Momentáneamente metamorfoseado en ilusionado padre de familia, condujo a su esposa e hija a todos los templos de Roma, presentando a la pequeña a la diosa Minerva para que le insuflara saber y discreción.

Sin embargo Cesonia ya había parido tres hijos de su matrimonio anterior con un funcionario de palacio, además era una mujer con la juventud ya perdida y no excesivamente hermosa. Por lo que se rumoreaba que aquella locura de Calígula por ella se debía a que Cesonia le había dado algún brebaje afrodisíaco, como por ejemplo, uno muy conocido extraído del sexo de las yeguas.

Perdido el norte, Calígula empezó a practicar toda una serie de conductas absurdas y crueles como, por ejemplo, entre las primeras, el nombrar cónsul a su caballo favorito, Incitatus (Impetuoso), al que puso un pesebre de marfil y dotó de abundante servidumbre a su disposición. Y, entre las segundas, su deseo, expresado a gritos, de que «el pueblo sólo tuviera una cabeza para cortársela de un solo tajo», producto de una rabieta imperial al oponerse el público del circo a la muerte de un gladiador contra lo decidido por Calígula.

También se distraía llevando sus cuentas personalmente, unas cuentas consistentes en redactar la lista de los prisioneros que, cada diez días, debían ser ejecutados.

Otra contabilidad llevada personalmente fue la de su propio gran prostíbulo, que había hecho construir dentro del recinto de su palacio y que resultó un negocio redondo. En otro orden de cosas, y para producir aún más terror, todas estas distracciones las vivía disfrazándose y maquillándose de forma que sus actos, de por sí ya terribles, contaran con el añadido de lo siniestro, de manera que sus caprichos resultaran implacables haciendo temblar a sus víctimas aún más.

Las ejecuciones eran tan numerosas que, a veces, no había una razón medianamente comprensiva para tan definitivo castigo, como en el caso del poeta Aletto, que fue quemado vivo porque el Emperador creyó toparse con cierta falta retórica en unos versos compuestos, precisamente, a la mayor gloria de Calígula, por el desgraciado vate. La crueldad de Calígula podría resumirse en una frase que se trataba, en realidad, de una orden dada a sus matarifes respecto a cómo tenían que acabar con sus víctimas. Era ésta: «Heridlos de tal forma que se den cuenta de que mueren».

La lista de sus desafueros sería interminable. A modo de muestreo, podemos decir que el Emperador, imbuido muy pronto de su carácter divino, hizo traer de Grecia algunas estatuas, entre ellas la de Júpiter Olímpico, escultura a la que ordenó arrancar la cabeza y sustituirla por una suya, y desde ese momento rebautizada como Júpiter Lacial (él mismo, transformado en el dios de dioses del Lacio).

El siguiente paso será la elevación de un templo en honor de ese nuevo dios y la presencia en el mismo de otra escultura, ésta de oro, y que cada día era vestida como el propio Calígula, en una especie de simbiosis y travestismo entre aquel artista llamado Pigmalión y su modelo, y que evidenciara de manera inequívoca, la naturaleza celestial del Emperador.

También, y sin duda todavía en las alturas de su particular Olimpo, invitaba a la Luna (Selene) en su plenilunio, a que se acostara con él. Ya en terrenos más próximos a lo cotidiano, y en su afán por complicarle la vida a sus súbditos, se divertía, por ejemplo, regalando localidades a la plebe que, en principio, estaban destinadas a la aristocracia. Lo divertido para Calígula venía cuando, estos últimos, al encontrar ocupadas sus localidades, iniciaban un altercado con la chusma, espectáculo este mucho más divertido para Calígula que las propias representaciones teatrales.

Calígula había sido un emperador que siempre había sorprendido y puesto a prueba a la gente. Como se quejara amargamente de que su reinado transcurría sin grandes cataclismos y, por tanto —según él—, su nombre y su tiempo apenas serían recordados por los historiadores, intentó suplir esta falta de terremotos, inundaciones, pestes o guerras auténticas, con la puesta en escena de batallas de ficción. Así, en una de sus incursiones por Germania y ante la nula presencia real de escaramuzas, decidió que parte de sus legiones pasaran al otro lado del río Rhin, desde donde se encontraban, e hiciesen como si pertenecieran a un ejército bárbaro. Una vez en la otra ribera, Calígula cayó sobre el enemigo con sus soldados, a los que venció sin paliativos.

Escribió, entonces, a Roma anunciando su triunfo al tiempo que se quejaba de que, mientras él exponía su preciosa existencia luchando, en la metrópoli el pueblo y los senadores se divertían en inacabable holganza. También humilló a sus legiones en las Galias obligando a los soldados a recoger, en el transcurso de jornadas agotadoras, toda clase de moluscos y otras especies de productos marinos. Tras agotar el tesoro imperial en su favor y mandar asesinar (como ya queda dicho) a destacados miembros de la aristocracia para quitarles el dinero, acabó siendo asesinado en una estancia de su palacio por el jefe de los pretorianos, Casio Quereas, en el pasillo que comunicaba aquél con el circo, al que volvía el Emperador tras un descanso en uno de los espectáculos de los Juegos Palatinos. Se vengaba así, de camino, Quereas del trato vejatorio que siempre le infligió el Emperador, tratándole de afeminado e impotente.

Ahora había llegado su hora, y ya pudo empezar a alegrarse con la primera herida producida en el cuerpo de un Calígula medroso (un hachazo en el imperial cuello), que, sin embargo, no lo mató inmediatamente, aunque sí provocara en el sádico personaje gritos de dolor y desesperación. Inmediatamente acudieron el resto de los conjurados (hasta treinta de ellos con sus espadas desenvainadas) quienes, tras una estocada en el pecho propiciada por Cornelio Sabino, se ensañaron en la faena de acabar, definitivamente, con la vida del Emperador, su esposa Cesonia e, incluso, con la hija de ambos, una niña que fue estrellada sin piedad contra un muro.

Se ponía fin, con la misma violencia sufrida, al sangriento y violento reinado de un loco que había torturado a su pueblo durante tres años y diez meses de pesadilla.

Crudelísimo incluso después de su muerte, se encontraron abundantes listas de nombres destinados a ser ejecutados. Incluso, junto a estas, fueron hallados gran cantidad de venenos destinados a cumplir de ejecutores de aquéllos, tan abundantes que, al ser arrojados al mar, envenenaron las aguas marinas, que devolvieron a las playas miles de peces muertos.

Calígula (que contaba 29 años al morir) fue borrado por el Senado de la lista de los emperadores de Roma. Había sido un hombre tan malvado y despiadado con los demás como cobarde él mismo. Por ejemplo, en vida sentía un terror patológico por las tormentas, que le arrastraba debajo de las camas cuando empezaban los relámpagos.

Murió, como ya se ha dicho, muy joven, y nadie sabría nunca lo que hubiera podido ser su reinado de vivir más años. Como en el caso de tantos personajes polémicos o indeseables, el cine no lo dejaría escapar, siendo uno de los films más conocidos uno seudo porno del escandaloso director Tinto Brass titulado Calígula.

El reinado de Calígula es un buen ejemplo. Déspota, cruel, necio… ha sido recordado como un gran loco, un asesino despiadado; uno de los peores emperadores de la historia de Roma.

‘Que me odien, con tal de que me teman’, ésta era la máxima del emperador. Hablaba con los dioses, y al mismo Júpiter le decía: ‘súbeme, o te hundiré’. También hablaba con la Luna, incluso le daba consejos. Su nombre era Cayo Julio César, aunque ha pasado a la historia como Calígula.

Con sólo tres años, su padre, un gran general germano, se acompañaba del pequeño Cayo para pasar revista a las tropas. Hizo un traje igual que el suyo para el niño, un pequeño traje de general romano para un infante de tres años. Calígula es el diminutivo de las sandalias romanas, las que llevaba el pequeño Cayo César cuando estaba con las tropas.

Era un hombre feo, débil, lánguido, alto y muy delgado, con todo el cuerpo peludo y además aquejado por la calvicie. Era receloso con todo el mundo y estaba avergonzado de sus defectos físicos. De hecho, 'César' significa 'cabellera'. Calígula odiaba su aspecto físico, y no sólo eso, odiaba a toda la humanidad.

Ya de joven se vestía como el populacho y era un habitual visitante de los prostíbulos. Le daba igual acompañarse con hombres o con mujeres, lo realmente importante para él era disfrutar del sexo con violencia; agrediendo, torturando… mostraba fielmente lo que sería su reinado. El dolor ajeno le causaba placer, disfrutaba con el sufrimiento de los demás. Siendo emperador, cuando torturaba a sus enemigos, siempre se dirigía al verdugo diciendo: ‘hiérele, hiérele y haz sentir la muerte en él’.

Se casó 5 veces, una de ellas en secreto con su propia hermana Drusila. Dos de sus esposas fueron inmediatamente repudiadas y otra murió durante un parto. La cuarta esposa, Milona, se casó con él estando embarazada de ocho meses, y su hija no era de Calígula. Sin embargo, él la trató como si fuese suya. Le encantó esa niña al observar que la pequeña disfrutaba arañando los ojos de los otros bebés. De inmediato la quiso como suya.

Con 23 años Calígula fue nombrado emperador, y así empezó un período de 3 años, 10 meses y 8 días conocidos como ‘El imperio del terror’. Borracho de poder, creyó ser Dios. Todos los césares habían sido nombrados dioses tras su muerte, pero él quiso serlo en vida. Sin duda iba a tratarse de un Dios cruel y nefasto para los ciudadanos de Roma.

Aunque el inicio de su reinado fue bastante tranquilo, algunos meses más tarde, sin saber por qué, entró en una grave crisis. Terribles temblores, mirada fijada en el infinito completamente desenfocada, espuma saliendo a borbotones de la boca… Calígula sufría epilepsia, una enfermedad bastante incomprendida en su época.

Muchos creían que el joven emperador estaba a punto de morir. Hasta ese momento su gobierno no era desastroso, incluso había gobernado bien. Se baraja la opción de la encefalitis, de la esquizofrenia y sobre todo de la epilepsia lóbulo temporal. Los síntomas de esta última son similares a la esquizofrenia, y la sufrió de por vida. Tras cada ataque era más cruel. No dormía, sólo a veces 3 horas al día en las que su fanática mente no creaba más que terribles pesadillas. Sólo veía monstruosos seres que le pedían que siguiera matando.

Calígula envidiaba por su fealdad y su calvicie a todos aquellos hombres que tuvieran una poblada melena. Cuando se cruzaba a alguno por la calle ordenaba inmediatamente que lo rapasen. Prohibió bajo pena de muerte la palabra ‘cabra’, porque creía que se parecía a ellas. Peludas y patilargas… si alguien pronunciaba la palabra cabra en su presencia era ejecutado de inmediato.

Gastó todo el tesoro de Roma en un solo año. Hasta tres mil millones de sestercios. Sus excesos eran increíbles; mandó construir un barco con incrustaciones de piedras preciosas para sus paseos. Uno de sus vicios era ingerir perlas. Las disolvía en vinagre y se las bebía.

Para su caballo Incitatus ordenó construir un establo de mármol con un pesebre de marfil. El animal también fue dotado de grandes joyas. Lo nombró senador en un arranque de locura. Esta es una de las excentricidades más conocidas de Calígula, pero no es de las mayores.

Al quedarse sin dinero hizo que las prostitutas pagasen impuestos, pero fue más allá. Creó un prostíbulo en palacio, así que no cobraba impuestos porque él era el dueño del negocio.

En su locura, cada vez que alguien se enriquecía más de lo normal, cada vez que detectaba una gran fortuna, Calígula ordenaba al millonario que lo nombrase su heredero. Cuando alguien nombraba heredero al emperador, no vivía muchos días más desde ese nombramiento, de hecho todos morían de forma inusualmente rápida. Calígula los mandaba asesinar y así todas las fortunas de Roma fueron a parar a sus bolsillos. En Roma el pánico invadía la ciudad, nadie sabía hasta dónde llegaría el demente imperator.

Para comer sus grandes manjares, traía presos sucios y hambrientos para poder reírse de ellos mientras él devoraba exquisiteces. Pero disfrutaba más con otros métodos... Eran muy comunes las decapitaciones durante las comidas, de hecho se producían casi a diario para júbilo del loco dictador. En una ocasión, mientras comía, hizo cortar las manos de un recluso, y con ellas mandó fabricar con la mayor rapidez una especie de collar o colgante para el mismo preso. Lo hizo pasear ante su mesa mientras se desangraba hasta la muerte.

Pero no sólo disfrutaba durante las comidas. Como ya he dicho, Calígula disfrutaba con el sexo. Le gustaba especialmente practicarlo delante del verdugo y el torturado. También le encantaba deshacer bodas. El día del enlace aparecía de repente y se apropiaba de la mujer. Así ocurrió en la boda de Lípido Fabio casado con una de las mujeres más bellas de Roma. Cuando Calígula la vio le indicó al marido que por deferencia a tan hermosa mujer, el Dios Calígula la fornicaría en su presencia y así ocurrió pese a las protestas de la dama. Si durante un banquete se fijaba en la mujer de algún invitado, la señalaba y se iba a sus aposentos con ella donde permanecía fornicándola tanto tiempo como ella le proporcionara placer. Si no le complacía lo suficiente ordenaba que se divorciase inmediatamente de su marido.

Calígula se fijó en su hermana Drusila y concibió un hijo con ella. De hecho, Calígula cometió incesto con sus tres hermanas. Con Agripina, la hermana mayor, el día que se declaró Dios se acostó con ella durante tres días seguidos con sus noches. Después, al levantarse del lecho casi extenuado por sus excesos amatorios dijo que si no fuera Dios no podría fornicarla tantas veces durante tanto tiempo.

Con Julia, su hermana más joven, se la llevó a sus habitaciones el día de la boda y su marido, Cayo Flavio Deméter, tuvo que permaneces ante el lecho durante toda la noche, mientras el Dios Calígula la poseía en todas la posiciones que se le ocurrieron.

A dos de ellas, Agripina y Julia, las aprisionó, pero se enamoró de Drusila y se casó mediante el rito Tolemaico egipcio, el único que permitía el incesto y tenía una aceptación elevada entre el pueblo romano.

Y nuevamente la locura de Calígula fue demasiado fuerte. Además de epilepsia, sufría importantes ataques de ansiedad. En uno de esos ataques, loco por saber cómo sería su hijo, abrió el vientre de su hermana, embarazada de ocho meses y extrajo el feto de su hijo. Así fue el fin de Drusila y su hijo. Definitivamente la cordura había abandonado al emperador.

Quienes más lo sufrieron fueron sus propios familiares. Calígula no quería que nadie pudiese hacerle sombra, no estaba dispuesto a permitir que algún posible sucesor o candidato al trono pudiese conspirar contra él, así que se dedicó a eliminar a todos los miembros de su familia que considerase potencialmente peligrosos.

Era costumbre en Roma saludar al emperador diciendo: ‘yo por ti, emperador, daría mi vida en el circo’. Hasta aquel momento no era más que una cuestión de educación y protocolo, lo que llmaríamos una fórmula de cortesía, pero con Calígula dejó de serlo, porque en muchas ocasiones Calígula tomaba la palabra y enviaba al circo a quien le dijese esa frase. Nobles, generales, aristócratas… acababan en la arena del circo por este motivo. Y es que Calígula disfrutaba enviando a las personalidades del Imperio a las minas, al circo, a construir calzadas… era todo un divertimento para él.

Una de sus distracciones en el circo era, con la llegada del verano y los días más calurosos, la retirada del toldo que protegía al público del Sol. Así se deleitaba viendo las insolaciones e incluso cómo algunos cuerpos desmayados caían a la arena. También se divertía tirando joyas al público para provocar avalanchas que acababan con decenas de muertos. Especialmente las tiraba entre los senadores, para que la masa humana los devorase y muriesen aplastados.

Ordenó erigir una gran estatua en su honor y mandó que la vistiesen cada día del mismo modo que él bajo pena de muerte para los obreros si no cumplían sus órdenes a la perfección. Cada día el emperador se cercioraba de que efectivamente se cumpliera su mandato.

En la inauguración de un puente invitó a las personalidades más relevantes de la ciudad a subir a su barco. Cuando estaba en mitad del río, ordenó a los soldados que los lanzasen al agua. Muchos murieron ahogados, y Calígula ordenó que golpeasen con los remos a quienes intentasen volver a subir. Cientos de personas murieron, la mayor parte de ellas altos cargos políticos. Durante sus 46 meses de reinado fueron asesinadas miles y miles de personas.

Su única campaña militar fue un teatro. No tuvo valor para combatir a los germanos y britanos. Capturó algunos galos y los disfrazó como germanos. El hijo del gran general Germánico era un desastre, una vergüenza. Volvió con más odio que nunca, ejecutando y torturando en tal medida que la guardia pretoriana no pudo soportarlo más. La propia guardia que debía protegerle se conjuró contra él.

Con 28 años y decenas de miles de víctimas a sus espaldas, Calígula fue asesinado. Hasta 30 veces fue apuñalado por la guardia pretoriana. Todos gritaron ‘dale una vez más’, una de las frases favoritas de Calígula en el circo.

Finalmente Calígula murió, y acto seguido los pretorianos mataron a su última mujer y su hijo. No quedando sucesores claros, la guardia pretoriana buscó a un sucesor, y el mejor de todos fue Claudio, el tío de Calígula. Lo hallaron llorando escondido en un rincón, intentando salvar su vida. No sólo la salvó, sino que se convirtió en el hombre más poderoso del planeta y en uno de los mejores emperadores de la historia.

¿Y por qué Claudio? Si Calígula había exterminado a cualquiera que pudiese sucederle, ¿por qué Claudio, siendo su tío, se mantenía con vida? De toda la dinastía Julia-Claudia era el único superviviente, y estaba vivo porque divertía a Calígula. Era continuamente humillado porque era feo, cojo, medio sordo, tartamudo, tenía tics, continuamente se le caía la baba sin que pudiese evitarlo… a Calígula le encantaba reírse de él a carcajadas, y por ese motivo Claudio se mantuvo con vida en el infierno romano creado por el nefasto y cruel Calígula.

Durante más de tres años Claudio fue humillado casi a diario por Calígula, quien disfrutaba enormemente al sentirse físicamente superior. El infierno para Claudio dejó paso al reinado más glorioso que jamás hubiese podido imaginar.

Por lo que respecta a su vida privada, su biografía está plagada de episodios propios de un enfermo degenerado, incluso según los cánones sociales de aquella época.

Tuvo comercio incestuoso y continuo con todas sus hermanas, y las hacía sentar consigo a la mesa en el mismo lecho, mientras su esposa ocupaba otro. Se dice que llevaba aún la pretexta cuando arrebató la virginidad a Drusila. Un día le sorprendió en sus brazos su abuela Antonia, en cuya casa se educaban los dos. Casáronla en seguida con el consular Lucio Casio Longino, pero Cayo se la quitó y la trató públicamente como a su esposa legítima. En cierta enfermedad que padeció la instituyo heredera de sus bienes y del Imperio. Cuando murió ella, hizo suspender todos los negocios, y durante algún tiempo fue delito capital haber reído, haberse bañado, haber comido con los parientes o con la esposa y los hijos.

Como enloquecido por el dolor, se fugó una noche de Roma, atravesó sin detenerse la Campania y llegó a Siracusa, de donde volvió tan bruscamente como fue, con la barba y los cabellos desmesuradamente crecidos. A partir de entonces, no juró mas que por la divinidad de Drusila, hasta en las circunstancias más solemnes y hablando al pueblo y a los soldados. No profesó a sus otras hermanas igual pasión ni les guardó las mismas consideraciones; y hasta las prostituyó a sus compañeros de disipación; en el proceso de Emilio Lépido, no vaciló en hacerlas condenar como adúlteras y cómplices de aquel conspirador. No sólo mostró cartas de su mano, que por fraude y medios infames le había entregado, sino que incluso consagró a Marte vengador, con una inscripción, tres espadas preparadas para matarle.

 

 

 

Calígula tendrá, en el futuro, un lugar de dudoso honor en la sangrienta lista de los emperadores romanos, sin que esto quiera decir que fue intrínsecamente peor que otros. Y es que la fama de algunos malvados de la Historia suele depender de un cúmulo de circunstancias presentes y futuras a partir de las cuales, los historiadores hacen su trabajo.

En el caso de Cayo César Germánico llovía sobre mojado tras su antecesor, el impresentable Tiberio. Con su mandato, el Imperio Romano alcanzará su plenitud tras la época puente del Principado que había iniciado Augusto y proseguido Tiberio, ya con el título de Imperio.

Calígula añadiría a la nueva simbología imperial elementos helenístico-orientales que intentarían embellecer lo que, bajo su reinado, no sería otra cosa que una durísima monarquía teocrática a merced de sus caprichos.

Sobrino y sucesor de Tiberio (quien lo había adoptado), hijo de Germánico y de Agripina, y tercer Emperador romano, nació en Antium (hoy Porto D’Anzio).

Será conocido como Calígula (diminutivo de caliga, sandalia militar). Antes de ser elevado al trono, debió dar señales alarmantes, ya que el propio Tiberio, a quien acompañaba en su retiro de la isla de Capri, comentó: «Educo una serpiente para el Imperio». La serpiente lanzó muy pronto el veneno, pues con ocasión de la muerte de Tiberio, y cuando todos creyeron que el viejo crápula había dejado de vivir, con el cuerpo aún caliente, Calígula arrancó el anillo del dedo del Emperador, y se lo puso para hacerse proclamar por los presentes nuevo César.

No obstante, en pleno juramento, Tiberio, el pretendido cadáver, pidió un vaso de agua, y el terror se enseñoreó de todos, y muy en especial de Calígula, que lucía ya el anillo imperial y se relamía de gusto ante la perspectiva inmediata de asumir el poder. Aunque Macro, allí presente, ante lo violento y peligroso de la situación, se abalanzó sobre el moribundo y, con su propia almohada, lo asfixió. Calígula, el nuevo Emperador, por fin pudo respirar tranquilo.

Calígula era un hombre sin atractivos, de aspecto aterrador que acentuaba con su costumbre de ensayar continuamente las más diversas muecas con las que deseaba asustar, aún más, a los que le rodeaban. Su escasa cabellera era muy encrespada, lo que le acomplejaba doblemente. Muy pronto haría prácticas de sadismo en especial sobre las mujeres que tenía más próximas, con las que se ensañaba, según contaba Séneca.

Este sadismo, según el filósofo cordobés, además de por la utilización de castigos y martirios físicos, se presentaba bajo otras formas de tortura provocadas por el mismo emperador, exactamente a través de sus ojos, cuya mirada nadie era capaz de resistir sin empezar a temblar. Bien lo sabía el filósofo cordobés pues, odiado por el emperador, a punto estuvo de perecer por orden de Calígula. Fue salvado in extremis por una concubina del tirano, y no por humanidad sino porque, sabedor de que Séneca sufría una grave tuberculosis, pensó que no valía la pena adelantar por poco tiempo un final que parecía próximo.

En el día a día de Calígula todo valía para llevar a la realidad uno de sus más pregonados deseos: «Que me odien, mientras me teman». No obstante, y llegado el momento, parece ser que Calígula era consciente de su patología mental, o sea, esquizoide, de origen genético.

Tanto es así que, consciente de su inestabilidad psíquica, pensó seriamente en retirarse del poder imperial y ponerse en manos de quienes pudieran curarlo, pues su enfermedad no era original, sino consecuencia de unas altísimas fiebres que padeció en sus primeros años. Un defenestrado (quitado de la circulación) y asustado Séneca, por ejemplo, no dudó en dar salida a su odio hacia Calígula escribiendo (aunque, por supuesto, sin publicarlo entonces) un libro titulado De la cólera, que era un ataque en toda regla, y sin perdón, hacia el odiado personaje que dirigía el Imperio.

Con ocasión de su acceso al trono a los 23 años, Calígula sacrificó 160.000 animales como acción de gracias por tan importante suceso, e inició desde aquel momento, su ascensión imparable hacia el poder máximo y caprichoso que culminará en su inclusión en la no muy ejemplar historia de los emperadores romanos en un destacado primerísimo puesto de crueldad y arbitrariedad, a pesar de que, sorprendentemente, inauguró su reinado ejerciendo una política de tolerancia como reacción al despotismo y maldad de su antecesor, su protector Tiberio. Incluso suspendió los odiosos procesos por lesa majestad de su antecesor, además de volver a los comicios en los que se elegía a los magistrados (con Tiberio lo había hecho el Senado). Además, nadie le negó su amor por los desfavorecidos y su odio por los ricos, conducta esta última que, al final, sería su perdición.

En correspondencia, en estos primeros tiempos el pueblo romano lo adoraba, quizá por ver en él al hijo de aquel Germánico desgraciado y bueno y deduciendo, erróneamente, que sería como su progenitor. Todo empezó a torcerse cuando, en apenas un año, gastó todo el tesoro que había heredado de Tiberio, unos 2.700 millones de sestercios, teniendo que tapar aquel enorme agujero con nuevos y gravosos impuestos de los que no se salvaba nadie. Por ejemplo, impuso un canon a los alimentos, otro por los juicios, a los mozos de cuerda, a las cortesanas e incluso a todos los que tenían la feliz idea de contraer matrimonio.

Pero todo este atraco no era suficiente y, tras insistir una y otra vez en esta actitud de pedigüeño, en el transcurso de sus muchos delirios, aseguraría sentirse en la más absoluta ruina, llegando en su sicopatía a pedir limosna en las calles romanas además de obligar a testar en su benefició a sectores de la población bastante ricos, poniéndose muy nervioso si éstos, los llamados a cederles sus riquezas, no se morían pronto. Durante esta fiebre de miseria más o menos imaginaria, pero no menos obsesiva, llegó a confiscar las posesiones de sus propias hermanas, Julia y Agripina, con las que ya había tenido relaciones sexuales reiteradas vces, y acusarlas de conspirar contra él.

Pero volviendo atrás, en los primeros tiempos de su poder absoluto, aquellas primeras bondades del inicio de su reinado las olvidó Calígula apenas medio año más tarde, superando enseguida las atrocidades de su predecesor, acaso por sufrir un conjunto de enfermedades mentales que le provocaban noches interminables presididas por el insomnio, además de sufrir de continuo espantosos ataques de epilepsia, que nunca le abandonaron.

Precisamente sería tras un agravamiento de sus enfermedades, y después de una inesperada recuperación cuando todos le daban por perdido, cuando se evidenciaría aún más toda su crueldad, puede que como secuela de su enfermedad anterior. Según se levantara de un humor que siempre era variable y caprichoso, demostraba manía persecutoria, delirios y quimeras relacionadas, de nuevo, con el dinero como, por ejemplo, la necesidad que tenía de pisar físicamente un montón de monedas de oro con sus pies descalzos. También formaba parte de su esquizofrenia su desinterés, convertido en odio, por los más famosos autores contemporáneos, ordenando la destrucción (aunque, a la postre, no lo consiguió) de todas las obras de Homero, Virgilio, Tito Livio y otros.

Tuvo una pasión incestuosa por una de sus hermanas, Julia Drusila. Muy jóvenes ambos, Calígula la había poseído por primera vez, siendo sorprendidos los dos adolescentes en el lecho por la abuela Antonia, en cuya casa vivían. Pese a los gritos y vituperios de la anciana, Calígula no se dio por enterado hasta que eyaculó. Sólo entonces abandonó a la hermana que había desvirgado aquel día.

Nunca renunciaría a ella, sino que, años después, y a pesar de que la habían casado con un tal Lucio Casio Longino, Calígula la compartió y fue Drusila, al mismo tiempo, esposa legítima de su hermano al morir Longino en extrañas circunstancias.

 

BIBLIOGRAFIA:

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Plutarco: Vidas Paralelas. Tomo III

Jack Goody: El incesto.

La Biblia.

Historia de las Civilizaciones. Tomo II.

Historia de la Humanidad. Toma IV.

Estrabon. Historia de los Emperadores Romanos.

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Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (5A)

Un grave encoñamiento (4)

Orgasmos garantizados

Un grave encoñamiento (5)

El sexo a través de la historia (3)

El sexo a través de la historia (2)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (3A)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

Un grave encoñamiento (1)

Un grave encoñamiento (2)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

Incestos históricos (3)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incestos históricos (1)

Incesto por fatalidad (5)

Incesto por fatalidad (6)

El dandy

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (4)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (3)

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

Como acelerar el orgasmo femenino

La máquina de follar

Sola

Placer de dioses (2)

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (1)

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

Olfato de perro (4)

Olfato de perro (5)

No sirvió de nada, Mei

Cuando hierve la sangre (2)

Cuando hierve la sangre (1)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Olfato de perro (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Olfato de perro (3)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

La hazaña del Comandante Prien

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (3)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

Misterios sin resolver (2)

Mal genio

Misterios sin resolver (3)

Tanto monta, monta tanto

El asesino del tren

Crónica de la ciudad sin ley (9)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

¿Son todos los penes iguales?

Crónica de la ciudad sin ley (8)

El timo (2 - 1)

Testosterona, Chandalismo y...

El canibalismo en familia

Ana

Código de amor del siglo XII

El canibal de Milwoke

El canibal japones.

El canibal alemán

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (7)

Crónica de la ciudad sin ley (6)

El 2º en el ranking mundial

El bandido generoso

El vuelo 515 (3)

El timo (2)

El petiso orejudo

Don Juan Tenorio con Internet

La sociedad de los horrores

El vuelo 515 (1)

El buey suelto

El vuelo 515 (2)

El Arriopero anaspérmico

El carnicero de Hannover

Andrei chikatilo

El carnicero de Plainfield

Barba azul

Los sicarios de satán

El timo (1)

The night stalker

Hasta que la muerte os separe.

¿Serás sólo mía?

¿Quién pierde aceite?

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

Captalesia

El sexólogo (4)

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El barco fantasma

El sexólogo (3)

El mundo del delito (8)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (2)

La sexóloga (3)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

Marisa (11)

El cipote de Archidona

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

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Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

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Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

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La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

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Sonetos del placer

La extraña familia (4)

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Neurosis (2)

El invento del siglo

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Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

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El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

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Un buen amigo

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Servando Callosa

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Meigas y brujas

La Pasajera

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Adivinen la Verdad

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