LA SÚCUBO 3
MEIGAS Y BRUJAS.
¿Ustedes han visto alguna vez la Santa Compaña? ¿No? Pues yo sí. Ahora que me acuerdo, ustedes no pueden verla porque no son gallegos y la Santa Compaña es una procesión de ánimas del Purgatorio exclusivamente gallegas. Es una comitiva temible y, aunque no es nacionalista, causa espanto verla.
Se pasean entre los pinos ululantes en noches de vendaval, lóbregas y lluviosas; producen escalofríos de pánico con sus sábanas blancas que ni la lluvia se atreve a mojar; llevan luces con llamas como los Fuegos de San Telmo a las que ni el mismo Eolo conseguiría apagar por mucho que soplara; chirrían sus cadenas de gruesos eslabones al arrastrarlas por la corredoiras como si estuvieran oxidadas; las cadenas, no las corredoiras. En verdad que es una visión dantesca. La Divina Comedia me hace pensar que algún afilador de Orense debió explicarle la pavorosa visión a Dante Alighieri.
Lo mejor, cuando las ves, es llevar un crucifijo, pero si no lo llevas debes hacer la cruz con dos dedos y besarlos mientras murmuras tres veces: "Arrenégoche demo" (Reniego de ti demonio) pero sin que te oigan porque te expones a que te den un golpe con los gruesos eslabones de las cadenas y pueden dejarte en el sitio tan muerto como a mi amigo Necho al que le abrieron la cabeza hasta las cervicales de un solo golpe. Los incrédulos dicen que se cayó de un pino y se dio contra una piedra. Yo no lo creo, Necho, caída la noche, nunca iba a buscar nidos para hacerse una tortilla porque no veía los huevitos. Era muy trabajador Necho, pero ganaba tan poquito como si trabajara limpiando las deposiciones del pajarito de un reloj de cuco. De ahí su afición a los nidos.
Si tienes la mala suerte de que alguna alma en pena te mire por los agujeros negros de la sábana, puede ocurrirte una desgracia horrible como caérsete la paletilla y luego, una meiga, tiene que quitarte el mal de ojo sentado en el suelo, los brazos alzados y las palmas unidas hasta que los dedos medios marcan la diferencia de la paletilla caída, entonces, de un fuerte y seco tirón hacia arriba pueden colocarte en su sitio el omóplato desplazado. Terrible, créanme. La meiga que no sabe hacerlo puede dejarte tullido. Y eso es lo más suave que te puede ocurrir.
Claro que las meigas son todas buenas y en muy raras ocasiones se equivocan, no como las brujas que son todas malas como la que yo tengo en casa que es una peste de arpía que sólo yo puedo ver. El día que logre cazarla se va a enterar de lo que vale un exorcismo. Estas malas brujas pueden aparecerse en diversas formas. A veces como un ectoplasma difuso, otras como un espíritu invisible y maligno y las más de las veces como un insecto repugnante imposible de matar ni con el insecticida más potente. Y siempre se aparecen a las personas que odian. Sabido es que los mosquitos no pican, son las mosquitas las que te chupan la sangre y aunque no me molesta que me la chupen, si me molesta que me hagan ronchas y me den la tabarra continuamente como si estuvieran perdidamente enamoradas de mí. De verdad, son una plaga.
Yo tengo una teoría respecto a las mosquitas. Creo que son hembras muy feas a las que nadie es capaz de hacerles un favor metiéndoles una buena verga en el coño, aunque esté más necesitado que un anacoreta con diez años de soledad, porque no hay mosquito que se acerque a ellas y, por lo tanto, su insatisfecha sexualidad las convierte en seres rabiosos peores que las mantis religiosas que ya es decir. Sobre todo, no te dejan en paz si como yo, eres guapo, tienes buena planta y encima eres muy inteligente que era lo que decían a dúo mis dos abuelas; si lo decían ellas que tenían mucha experiencia por algo sería, vamos, digo yo.
Por suerte tengo a Lina en casa que es una encantadora meiguiña buena (de momento) y la bruja no se atreve a hablarme mientras ella está a mi lado pero, como ya dije en mi relato anterior, nos hace toda clase de perrerías para molestarnos. Sin ir más lejos, ayer noche mientras mi muñequita y yo hablábamos en la cama cara a cara sobre el sexo de los ángeles procurando darnos todo el gusto que tal discusión requería, se encendió la luz de repente. A mí la luz no me molesta, al contrario, me encanta ver a mi princesita porque es una preciosidad, pero a Lina sí.
-- ¿Por qué enciendes la luz? me preguntó, escondiendo sus bellas facciones en mi cuello Ya sabes que no me gusta, cariño.
Yo no podía decirle que no había sido yo, que la había encendido el maldito ectoplasma porque ya me dirán ustedes como le digo que tengo una bruja en casa, le puede dar un soponcio, es muy miedosa.
-- Nena le dije pensando a toda velocidad, atrayendo sus nalgas con fuerza hacia mí esa luz se apaga con el calor y tú y yo estamos sudando.
Y de repente se apagó la luz.
-- ¿Cómo lo has hecho, si tienes las dos manos ocupadas? me susurró al oído, apretando su sexo contra el mío hasta enterrarlo entero -- ¿Qué clase de truco utilizas?
-- No es ningún truco, amor y vuelta a pensar a toda velocidad, mientras la verga le rozaba el útero es culpa de la sinergia.
-- ¿Quién es esa Sinergia? Y no me mientas, cariño.
-- No te miento, mi amor, la sinergia no es una mujer.
-- ¿Ah, no? ¿Entonces quien enciende y apagada la luz?
-- Verás, la sinergia es una función que realizan dos órganos...
-- Mira, cariño, déjate de fisiología que te conozco y eres capaz de tener otra bajo la cama.
Entonces no me quedó más remedio que exclamar en voz alta:
-- ¡¡Sinergia, haz el favor de presentarte aquí ahora mismo!!
Increíble, oigan, la muy pendeja de la bruja va y enciende la luz otra vez. Lo que faltaba pensé cabreado, pero no hay mal que por bien no venga, porque mi princesita se abrazó a mí temblando como una vara verde y al notar como temblaba también me entró a mí el tembleque. Noté su orgasmo acariciándome el glande y no pude resistirlo y la inundé con violentos borbotones. La luz se apagó y se encendió furiosamente un montón de veces. Pese a estar muy ocupado recuerdo que pensé: Como me fundas las halógenas te machaco, desgraciada.
Total, que a la maldita bruja le salió el tiro por la culata y mi nena y yo nos fuimos a la ducha a refrescarnos. Miren si son desconfiadas las muchachas que antes de salir de la habitación miró debajo de la cama. Al comprobar que no estaba la Sinergia, me echó los brazos al cuello para besarme muy apasionada, clavándome los firmes pitones en el tórax. No hay torero que haya recibido dos pitonazos con más valentía y arrojo que yo. Que le voy a hacer si uno ha nacido así de intrépido.
Pero no es tan fácil deshacerse de una bruja. Pese a que eché el cerrojo, la canallesca ectoplasma entró en el baño igual que las sanciones de Hacienda cuando no estás en casa, por debajo de la puerta. No supe que se había infiltrado hasta media hora más tarde al romperse la mampara de plástico de la ducha cuando más entretenido estaba comprobando el sabor del templo de Venus y las esculturales columnas que lo sostienen. Otra canallada que no le voy a perdonar en la vida. Lina cree que fue ella la causante del estropicio al estirar de golpe las piernas porque le entró un hormigueo tan descomunal que la dobló hacia atrás como una contorsionista y tuve que tragar rápido porque fue muy abundante. De todas formas, mejor que lo crea, así me evito tener que explicarle que vivimos con una fantasma en casa.
Cuando regresamos al dormitorio tomé la precaución de tapar la parte inferior de la puerta con las toallas de baño. Como estaban húmedas imaginé que le sería imposible filtrase. Pero ¡¡qué va!! A esta bandarra no hay careta antigás que la detenga. Nos tapamos hasta las coronillas para no hacerle caso por mucho que intentara molestarnos.
-- Vamos a sudar la gota, cariño me dijo, sofocada a los dos minutos acariciándome la barra de gimnasia y puede salirnos el sarampión.
-- Yo ya lo he tenido ¿Tú no?
-- Si, también respondió, introduciendo la barra hasta la mitad del templo -- ¿Pero por qué nos tapamos tanto?
-- Para que la sinergia no nos moleste, amorcito.
-- Estas tú hecho una buena sinergia, cariño, me estás ahogando.
Y, de pronto, oímos un ruido tremendo en el comedor, como si el vecino del piso superior, que es muy gordo, se hubiera venido abajo.
-- ¡¡Dios mío!! exclamó asustada, sepultando hasta la raíz a mi hermanito pequeño -- ¿Qué ha sido eso?
-- No sé respondí, rizándole un pezón para infundirle ánimos -- no hagas caso, ya nos dirán algo.
-- Tengo miedo, cariño.
-- Pues no lo tengas que estoy yo aquí y además estamos bien tapados.
-- ¿Y si ha entrado un ladrón, cielo?
-- No te preocupes, nena, mañana compraré una pistola a un traficante amigo mío.
-- Pero ¿es que no piensas hacer nada?
-- ¿Y qué quieres que haga, además de lo que te hago?
-- Mirar a ver que ha ocurrido, puede ser algo grave.
-- Lo que haya ocurrido podemos verlo mañana, mi vida, ahora puede apagarse la luz y tampoco vería nada ¿no lo comprendes? Anda, sigue moviéndote.
-- Pero ¿tú qué crees que ha pasado? volvió a preguntar sin hacerme caso.
-- Seguramente respondí paciente -- ha cedido el piso y el señor Ramón ha caído dentro de nuestro comedor, ya sabes lo gordo que es.
-- Si hubiera sido eso estaría gritando.
-- Puede haberse matado, mujer, por eso no grita.
-- Pues yo, cariño, no podré disfrutarlo con un muerto en el comedor.
Ustedes ya saben lo tozudas que son las mujeres. Al final, mi hermanito tuvo que salir de su escondite y yo de la cama, coger el cuchillo más grande de la cocina y acercarme al comedor sigilosamente. Estaba dispuesto a traspasar de parte a parte al ectoplasma si me la encontraba. Llegué al comedor de puntillas, abrí de golpe la puerta lanzando cuchilladas a diestra y siniestra con tanta ferocidad que a poco más me degüello. Encendí la luz y comprobé que el carillón se había venido a tierra; todas sus tripas metálicas estaban esparcidas por el suelo, hasta los legionarios romanos habían saltado de la esfera. ¡¡Maldita bruja!! ¿Dónde demonios te metes? ¡¡Da la cara si te atreves, canalla!!. No se atrevió.
Dejé el cuchillo y regresé al lado de mí adorada muñeca.
-- ¿Qué ha pasado, cariño?
-- Nada, nena respondí, escondiendo a mi hermanito otra vez - se ha caído el carillón del comedor.
-- ¿El que has comprado esta tarde?
-- Sí, nena, el mismo, ya ves.
-- Ya te dije que al cáncamo había que ponerle un taco porque el reloj pesa demasiado, pero tú con tal de llevarme la contraria...
Tuve que cerrarle la boca con un beso porque no podía decirle que lo había derribado la bruja para darme la noche. La luz volvió a apagarse sola. Lina, temerosa, se apretó contra mí hermanito que se le hundió hasta la matriz. Se hizo un silencio sofocado, se oyeron suaves gemidos, y, a poco, mi princesita empezó a runrunear de nuevo como una gatita de lomo suave y sedoso. Les aseguro por mi vida que era sedoso como la seda o más.
Estoy decidido a iniciarme en las artes del vudú espiritual a ver si logro acabar con la maldita bruja de una vez. Ya les informaré de lo que ocurra.