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El Superdotado (04)

en Grandes Relatos

AÑO 1.926

Continué follándome y chupándole el coño a Nere todas las noches. Tenía tanta leche suya en el estómago que hasta engordé. Además, de repente, se me había despertado un apetito de lobo y hasta Nela, la garrida y fondona cocinera, estaba admirada de mi voracidad.

Nere decía que no podíamos continuar así, que me pondría enfermo porque todos los días nos disfrutábamos cuatro o cinco veces y otras tantas por la noche. Decía que ella podía soportarlo, pero que los hombres no éramos iguales que las mujeres. La convencí a fuerza de repetirle que no tenía ningún desgaste puesto que no eyaculaba; pareció quedar conforme con la explicación.

Cierto es que todos los excesos son perjudiciales, que si uno se empacha con un manjar, por muy exquisito que esté, procurará comer otra cosa, variar de condumio, cambiar de sabor, aunque siga apeteciéndote siempre tu plato preferido, y eso era lo que me pasaba a mi. Por supuesto que yo no estaba harto de Nere, ni mucho menos, al contrario, cada día estaba más enamorado de ella. El sólo hecho de desnudarla o de verle los muslos al subir las escaleras, de extrujarle el sexo a escondidas, me ponía el miembro como el remo de una trainera. Pero, al mismo tiempo, deseaba algo más, necesitaba variar. Nere me resultaba un suculento manjar como primer plato, pero a mí me faltaba el postre.

Megan estaba allí. Megan estaba cachondísima. Megan era muy guapa. Megan me apetecía de postre y, durante tres años, la había estado observando por arriba y por abajo. También ella observaba mis manejos aunque yo no me diera cuenta hasta que finalizó el proceso de acercamiento. Cada día me fijaba más en ella, en su belleza y en su espléndido cuerpo de ánfora romana. Notaba su excitante perfume cuando estaba a su lado, miraba sus esculturales piernas y aprovecha el menor descuido suyo para mirarle los muslos y las bragas. Se convirtió en un verdadero vicio mirar sus bragas e imaginar el sexo bajo la tela.

Este voyerismo mío que duraba ya casi tres años resultó fructífero cuando menos me lo esperaba. Fue durante una clase, mientras traducía de pie a su lado un texto francés directamente al español. Tenía el brazo tocándole una teta, redonda y dura como pomelos verdes, y se me estaba empinando la estaca con el roce.

No fui capaz de traducir bien la expresión francesa et aujuord’hui je fait la grass matinèe, que es un modismo del lenguaje que correctamente significa: y hoy se me han pegado las sábanas al cuerpo, pero que yo traduje casi literalmente. Me dijo que no, y, para asombro mío, recibí un pequeño pellizco en el culo. Giré la cabeza para mirarla y tenía la cara tan cerca de la mía que, sin poder evitarlo, la besé pasándole la lengua por los labios. No se apartó y durante unos segundos intenté meterle la lengua en la boca sin conseguirlo, porque mantuvo sus labios firmemente apretados.

Se levantó de repente frunciendo el entrecejo y creí que iba a darme una bofetada. Pero no, me envió a mi asiento indicándome que siguiera traduciendo el texto, y salió de la habitación. Resoplé, imaginando que iba a decírselo a Nere. También me equivoqué, volvió al poco rato con un libro bajo el brazo. La miré justo en el momento en que estaba de espaldas y cerraba la puerta con llave, cosa que nunca hacía. Recuerdo que pensé: << Algo estás tramando, si es lo que pienso no te defraudaré >>. Se sentó, enfrascándose en la lectura sin mirarme ni decirme media palabra.

Mirándola de reojo dejé caer el lápiz, como hago siempre que quiero verle las bragas, y mientras lo recogía, vi que se había dejado la faldilla por encima de las rodillas y tenía los muslos bastante separados. El corazón me saltó de emoción al comprobar que no llevaba bragas y no pude apartar los ojos de su rizado coño rubio oscuro. Aquello era una provocación y me demostraba que Megan hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de que los lápices no se caían al suelo por casualidad. Por lo tanto, había dejado que le mirara los muslos y las bragas siempre que me apetecía, y el objeto de su permisividad me lo ponía muy claro. Yo no necesitaba más que me dieran un dedo para llevarme todo el brazo. Por otra parte era lógico que una mujer joven como ella, sometida a abstinencia forzosa varios años, tenía que explotar alguna vez.

Levantó la cabeza y me miró muy seria, le sonreí con toda desvergüenza, pero no hizo ningún comentario ni cambió de postura. No sonrió, pero tampoco dio muestras de enfado. Mi verga estaba ya como palo de bauprés. Aquello me animó a seguir agachado mirándola abiertamente con todo descaro. Ninguna reacción por su parte, de modo que, a gatas como un niño chico, me fui aproximando en espera de ver qué hacía. Como no se movió, mi atrevimiento aumentó considerablemente, pues era imposible que no percibiera mis manejos aunque solo fuera de reojo.

Cuando estuve bajo la mesa, pude distinguir los gordezuelos labios de su coño cubiertos de rizos, y supe, sin lugar a dudas, que podía hacer lo que me apeteciera. No me equivoqué. Ni se movió cuando mis manos se posaron en sus magníficas rodillas y subieron acariciando los muslos hasta alcanzar su coño. Seguía impertérrita, como si yo no existiera.

Metí la cabeza entre la tibia carne nacarada de los muslos lamiéndolos descaradamente. Los lamí hasta la conjunción de las ingles con el precioso coño rubio, deteniéndome allí para mordisquearle los gordezuelos labios de la vulva, lamerle la ingle sintiendo el cosquilleo que sus rizos producían en mis labios. Siguió inmóvil, como si la íntima caricia de la boca no fuera con ella. Excitado, sin poder abrir su sexo, tuve que empujar con fuerza mi cara para conseguir que los separara.

Le abrí con los dedos el estuche y lo lamí de arriba abajo hasta tocar el tapizado del sillón. No podía llegar más abajo y seguí lamiendo lo que alcanzaba. Muy despacio se fue deslizando hacia delante, separando al tiempo los muslos de tal forma que todo su coño abierto por mis dedos quedó delante de mis ojos. Casi no tenía olor, mejor dicho, tenía un olor suave, de pinocha, y un sabor semidulce, como el cava más o menos. Chupé la jugosa y húmeda carne rosada, metí la lengua en la vagina lamiéndola por dentro, y volví sobre el congestionado botón del clítoris. Cuando lo sorbí con fuerza pasando la lengua sobre su dura carne, sus muslos tremolaron y oí su respiración agitada. Seguí chupándolo, aspirándolo con violencia y pasando la lengua por el duro botón congestionado, consiguiendo que sus muslos se estremecieran una y otra vez.

Seguí durante un buen rato lamiendo el precioso botón. Con mi barbilla hundida en su vagina noté cuando ésta comenzó a aletear con el orgasmo y entonces puse la boca en la entrada sorbiendo con fuerza el espeso licor de su clímax, oyéndola gemir mientras sus manos me oprimían la cabeza con furia contra su sexo palpitante. Cuando se calmó seguí lamiéndola, volviendo sobre el clítoris, pero ella me lo impidió, echando el sillón hacia atrás. Siguió sentada, esparrancada y mirándome. Me puse de pie. Vi que miraba mi abultada bragueta. Me cogió por la camisa tirando de mí y quedé entre sus muslos.

Sin decir palabra me desabrochó el cinturón y mi pantalón cayó arrugado a mis pies. También me bajó los calzoncillos y mi tieso mástil quedó ante sus ojos. La erección me llegaba al ombligo y entonces fue cuando comentó admirada:

-- Vaya... aún ha crecido más, no me extraña que tu hermana se encuentre tan satisfecha, se ve que lo disfruta a placer.

-- Eso es mentira – comenté, asombrado del comentario.

--¿Mentira? - preguntó sonriendo - ¿ Estás diciendo que miento? ¿ Y quién entra todas las noches en su habitación? Yo no, por supuesto.

-- Yo no... ella no... - me estaba enredando yo solo

Movió la cabeza despacio en sentido afirmativo. Sus bellos ojos azules no me perdían de vista. Y se levantó cogiéndome la verga con toda la mano y arrastrándome hasta el sofá de la biblioteca. Se tumbó de espaldas conmigo encima. Tenía unas ganas de follármela que no podía aguantarme. Se levantó la faldilla hasta la cintura y mi verga quedó aprisionada entre su vientre y el mío.

--¿No era esto lo que deseabas hace tanto tiempo? - preguntó acariciándome las nalgas.

-- Si, Megan, era esto - respondí besándola furiosamente y metiéndole la lengua en la boca hasta la garganta. Separó los muslos y mi verga rozó su vulva.

--¿Qué esperas, guapito?

Cogí la verga con la mano levantando las nalgas y le abrí la caliente vulva con el congestionado capullo. Ella se movió haciéndolo resbalar hasta la entrada de la vagina. El grueso glande se abrió paso quedando enterrado hasta el reborde de la vara. Me mordí los labios de placer. Hacía mucho tiempo que la deseaba, pero nunca hubiera imaginado que podría follármela tan fácilmente.

-- ¡Oh, Dios! - exclamé presionando la verga que se deslizó despacio hasta la mitad - que cachonda estás.

-- Oh, si... guapito... tu también lo estás... anda, sigue clavándola, guapito, ¿ o piensas quedarte así?

-- No, preciosa, te la meteré hasta los huevos, pero quiero saborearte con tiempo.

Comencé a clavársela despacio, haciéndole notar cada milímetro de polla que la penetraba, mientras ella me besaba y lamía la cara como si fuera un caramelo de feria. Finalmente me hundí dentro de ella hasta los testículos. Estaba caliente como un horno, tan caliente como el de Nere. Le rodeé el cuello con los brazos y la besé metiéndole la lengua en la boca. Me la chupó tan fuerte que me hizo daño. Luego se separó para comentar:

-- Tienes un pene que muchos hombres mayores quisieran tener, es un buen tronco, pero no te muevas, no quiero que te corras y me dejes en blanco.

-- Puedo follarte hasta que te canses - comenté muy ufano.

-- Vaya lenguaje, ¿ es el que te enseña tu hermana cuando lo hacéis?

-- No, ella dice hacer el amor - me hubiera cortado la lengua, pero ya no tenía remedio. Se rió de buena gana, y cerró su boca sobre la mía sorbiéndome los labios con tanta fuerza que de nuevo me hizo daño. Cómo logró meter su lengua dentro de mi boca no lo sé, pero experimenté un placer mayúsculo. Dejó de sorberme los labios.

-- Claro, entiendo que tu hermana te deje hacer lo que quieras, eres demasiado guapo y encima tienes un miembro como un caballo, querido mío ¿ Qué te pasa? - preguntó cuando comencé a temblar.

-- Me estoy corriendo... ahora... ahora... -- volví a meterle la lengua y ella me apretó las nalgas con tanta fuerza que los labios de su vulva se incrustaron en mi carne mojándola con su tibia humedad.

--¿Lo has disfrutado, eh?

-- Si - le susurré al oído.

-- Ya sabía yo que durarías poco, En fin...

-- No lo creas - corté rápido.

Comencé bombearla despacio, entrando y saliendo con toda la lentitud posible para que disfrutara como lo hacía Nere al notar en cada entrada la dureza de mi polla. Me chupó el lóbulo de la oreja tan suavemente que me hizo cosquillas.

-- Quien lo diría. ¿ Cuantas veces la haces disfrutar en una noche?

-- Seis o siete - susurré chupándole el lóbulo como ella me lo había hecho a mí.

-- ¡No es posible! - se asombró - estás de broma ¿ verdad, guapito?

-- Ya lo verás. ¿ Te gusta, eh? - comenté cuando empezó a temblar.

Notaba el temblor en sus muslos, que pronto pasaron a la vagina. Su coño me sorbía la verga hacia dentro como una ventosa, la aspiraba con fuerza como si temiera quedarse sin ella.

-- Más deprisa, más deprisa Toni, cariño, más fuerte, así, así, así, córrete, por favor, córrete dentro de mí, así, cariño, así, que sienta temblar tu hermosa polla, si, si, si...

Cuando se calentaba era tan mal hablada como yo. Me apretó contra ella como una loca cuando de nuevo notó los saltos de mi miembro dentro de su palpitante vaina. Acabé de correrme y ella aún seguía lanzando esperma sobre la punta de mi verga y esa caricia me resultaba tan deliciosa que aún se me puso más tiesa. Antes de que acabara de correrse ya estaba bombeándola de nuevo.

-- Para, para un momento, por favor - respiraba a bocanadas - Es increíble, hay que verlo para creerlo.

--¿Quieres que lo hagamos otra vez?

Miró su reloj antes de responder:

-- ¡Quién lo diría en un niño de ocho años!

Tuve que aguantarme durante un buen rato hasta que comenzó a gemir. Esta vez creí que me desmontaba. Me apretaba la verga con tal fuerza que a no tenerla tan grande y tan apretada en su coño, me la hubiera expulsado con la fuerza de sus músculos vaginales y eso, fue para mi una sorpresa. Me cogió la lengua aspirándola hasta la garganta, mientras sus manos apretaban mis nalgas con una fuerza descomunal. Estaba tan clavado en ella que toda su vulva la notaba en mi imberbe pubis como una deliciosa y húmeda ventosa. Se corrió a borbotones, bramando como una loca. Tuve que taparle la boca con la mía y comencé a correrme dentro de ella mientras le sacaba una preciosa teta para mamársela con frenesí.

-- Uf, que barbaridad de niño este - respiraba a bocanadas - lo necesitaba, créeme.

-- Si, se ve que lo necesitas, Megan - comenté besándola suavemente

-- Si querido, lo necesitaba y mucho.

--¿Quieres que volvamos a corrernos, preciosa?

--¿Es que nunca se te baja?

-- Claro que se me baja, pero aún falta mucho.

--¿Cuánto?

-- Por lo menos otras tres veces.

-- Eso habrá que verlo - comentó mirando de nuevo el reloj de pared

Cuando notó que iniciaba de nuevo el vaivén de metérsela y sacársela comentó.

-- No, se está haciendo tarde.

-- Pues déjame que te chupe el coño. Te haré disfrutar enseguida - y se la saqué metiendo la cabeza entre sus muslos sin esperar su autorización. Tenía casi una rosquilla de esperma blanquecina y espesa rodeando la entrada de su vagina, la sorbí aspirando toda la que le había quedado dentro. Cuando puse la boca sobre su clítoris y lo sorbí con fuerza, respingó agarrándose a mis cabellos. No tardó ni dos minutos en comenzar a correrse y de nuevo metí la lengua en su vagina aspirando con ansia toda su emisión, que fue muy abundante. Tenía un sabor parecido al de Nere, pero algo menos amargo. Gemía de placer mientras se retorcía bajo mis caricias y casi me ahogaba al presionar mi cabeza fuertemente contra su sexo rezumante.

-- Uf, niño, ¡es increíble! Pero no puedo más. Basta, basta, levántate por favor.

Me puse de pie, vistiéndome mientras comentaba:

-- Supongo que no se lo dirás a Nere.

-- Tienes miedo de que se lo diga, ¿ verdad?.

-- No, ninguno, sería una pena que lo hicieras, porque te despediría y ya no podríamos follar nunca más.

-- Eres muy astuto jovencito. No te preocupes por mí, eres tú el que tiene que mantener la boca cerrada si quieres que esto continúe.

-- Si que quiero. Mañana, durante las clases disponemos de tres horas, podemos corrernos cinco o seis veces.

--¿Y si aparece tú Nere?

-- Cerraremos la puerta.

-- Se me ocurre algo mejor.

--¿El qué?

-- Es una sorpresa. Ya lo sabrás, cariño.

-- ¿ De verdad soy tu cariño?

-- Claro, guapísimo. ¿ No soy el tuyo?

-- También. Estás cachondísima, Megan.

-- Hasta luego, granuja. No veremos a la hora de cenar.

-- Adiós.

Así acabó aquella tarde y me las prometí muy felices. En vez de una mujer tendría dos, una por la noche y otra por el día. No podía prever lo que iba a pasar y de haberlo previsto, no hubiera podido evitarlo. Cené entre las dos mujeres que me estaba follando. Megan, que es la única de la servidumbre que come en nuestra mesa, se comportaba como si nada hubiera ocurrido. Mi hermana todavía disimulaba mejor que ella. Con su carita de ángel y sus preciosos ojos verdes llenos de ingenuidad parecía la imagen de la inocencia y daba la impresión, para el que no estuviera en el ajo, de no haber roto nunca un plato. Yo, que sabía lo mucho que le gustaba follar y que le chupara el hirviente coñito, me reía interiormente pensando si estaría tan modosita si supiera lo ocurrido entre Megan y yo. Seguro que la despediría y no podría volver a follármela ni chuparle el coño y tragarme su delicioso licor. También yo debía disimular, pero no podía detener mis pensamientos por mucho que lo intentara.

Se me ocurrió una idea que casi hace desternillarme. Tuve que contenerme porque se hubieran podido enfadar tanto una como la otra, interpretando mal mi risa. Me imaginaba a mí mismo bajo la mesa, pasando de una a la otra después de lamerles el coño y hacerlas gemir de placer. A las dos les gustaba, aunque Megan, que tenía cuatro años más que Nere y quizá por eso su leche no era tan espesa, resultaba una nueva experiencia que no estaba dispuesto a perder.

Bueno, pensé, así no voy a rebajar mi erección. Temía por las preguntas de Nere a la hora del baño. Pero encontré la solución y dejé de preocuparme. Disimulaba la hinchada verga como siempre aprisionándola bajo el cinturón, era la forma en que menos se me notaba.

Cuando llegó la hora de retirarnos a nuestras habitaciones, nada más cerrar la puerta, puse en practica lo que había pensado. Le metí a Nere la mano por debajo de la falda. Tampoco llevaba bragas y le apreté el coño con fuerza, hundiendo un dedo en la húmeda y tierna carne de la vulva.

-- No, déjame, cariño. Ya habrá tiempo.

Y por Dios que lo hubo, porque antes de llegar al cuarto de baño ya la había desnudado sin ninguna oposición por su parte. Comencé a lamerle las tetas y los pezones mientras me desnudaba.

-- Estás ardoroso, ¿eh? - comentó cuando nos metimos en la bañera.

Ella misma se la metió dentro en la posición de siempre, mientras seguía lamiéndole los erguidos pezones. Su vagina empezó a ordeñarme mientras me rascaba suavemente la espalda con las uñas. Era una caricia que me ponía más caliente que los Altos Hornos de Vizcaya. Comenzó a gemir al notar como empezaba a saltar en su caliente coño mi verga congestionada. Se corrió con los ojos cerrados, mientras yo, juntándole las tetas con las manos, le chupaba los dos pezones al mismo tiempo. Tenía unas tetas divinas y sabrosísimas y eso me hizo pensar en las de Megan. Me corrí al instante al pensar en ella.

-- Dios mío... ha sido larguísimo, cariño. No puedo aguantarme, me corro cada vez que siento como te late dentro de mí. Creo que cada día te aumenta de tamaño.

-- Claro, cada día soy mayor ¿ o no?

No contestó, limitándose a besarme y meterme la lengua chupando la mía con ardor creciente, comenzaba a correrse y se detuvo, quería alargarlo.

-- Algún día te cansarás de mí - comentó de pronto mirándome con ojos lánguidos.

-- Eso no ocurrirá nunca - y le metí la lengua en la boca mientras pensaba " no ocurrirá mientras folles tan bien como ahora " - porque cada día te quiero más y te encuentro más hermosa y cachonda. ¿ Me dejas que te lo chupe ahora?

--¿Debajo del agua? Estás loco. Te ahogarías. No, no me la saques, quiero sentirte otra vez antes de irnos a la cama. Luego tendrás todo el tiempo que quieras.

Le lamí todo el contorno de las tetas despacio para ponerla a tono otra vez, acabando por succionarle una teta mientras le acariciaba la punta del otro pezón rizándolo con los dedos. Su vagina comenzó a muñirme otra vez la dura verga y supe que comenzaba a correrse cuando sentí como palpitaba la entrada de su vaina sobre la dura raíz de mi verga y hundía la dulzura de su lengua hasta lo más profundo de mi boca. No pude aguantarme y, de nuevo, nos corrimos juntos aunque, como siempre, a ella le duró más que a mí.

Como todas las noches se sentó desnuda delante del espejo de su tocador para cepillarse su larga cabellera rubia. La miraba desde la cama, con mi verga tiesa como un garrote y se me ocurrió que bien podía cepillárselo yo. Así que me levanté y me puse detrás de ella, con mi dura verga apoyada en su espalda. Me miró sonriendo cuando le quité el cepillo y comencé a cepillarla despacio de arriba abajo en lentas pasadas, haciendo tal y como ella lo hacía. De pronto se dio la vuelta y se metió en la boca toda la verga. Sentir sus labios sobre la piel de mi pubis y la punta del capullo dentro de su garganta me produjo un placer inmenso. Comenzó a lamer la barra de carne sacándola hasta el capullo y su lengua me hizo estremecer cuando acarició el frenillo del prepucio. Seguí peinándola aún más despacio, mientras ella seguía lamiéndola con fruición. Le gustaba sentir en la boca como me palpitaba cuando me corría. Quise contenerme para prolongar el deleite de la mamada, pero su sabia lengua y su mano acariciando mi escroto me arrastraron a un orgasmo incontenible.

Levantó los ojos risueños hacia mí cuando notó mi rígida picha latiendo incontenible dentro de su boca y comenzó a sorberla con tanta fuerza que tuve que apoyarme en su cabeza para poder aguantar de pie las sacudidas de gusto que me producía después de correrme. Como mi tranca seguía dura ella siguió mamándome sin querer soltarme. La caricia de su lengua me hacía temblar violentamente al presionarla arriba y abajo contra la base del frenillo mientras me sostenía contra ella con una mano en mi nalga y la otra acariciando el escroto. Aquella caricia tan prolongada después de haberme corrido acabó haciendo que casi perdiera el sentido derrumbándome sobre ella medio desmayado. Me abrazó por la cintura y, arrodillada en la moqueta, con la polla en su boca, me llevó hasta la cama. Me colocó boca abajo sobre ella con mi cabeza entre sus muslos y siguió mamándome con frenesí. Separó los muslos y le abrí el pequeño coño con los dedos para hundir mi boca en su tierna y húmeda carne rosada.

Me apoderé del clítoris, sorbiéndolo con todas mis fuerzas mientras lo rozaba violentamente con la lengua, gruñó de placer retorciéndose como una lagartija y adelantando su pelvis hacia mi cara, frotando todo su coño contra mi boca. Cuando comenzó a correrse hice lo que siempre hacía, tapé su vagina con mi boca abierta recibiendo en la lengua su espeso y caliente licor, hasta que dejó de salir, luego sorbí la vagina logrando extraer las últimas gotas de su prolongado orgasmo.

Y así seguimos más de dos horas, durante las cuales me corrí cuatro veces en su boca y ella me dio su abundante leche en seis ocasiones, hasta que se giró de espaldas diciéndome que ya no podía más. Seguía con la verga tiesa y se me ocurrió colocarla boca abajo sobre las sábanas separándole los muslos y obligándole a levantar su precioso culo. Se la metí en el coño hasta los huevos al estilo perro mientras mis manos le amasaban las tetas y le pellizcaba los pezones erguidos como pequeños champiñones. Supe que volvería a gozar en aquella posición, con la punta de la polla tan hundida en su coño que le rozaba la cérvix del útero. Yo quería correrme tantas veces como ella, pero cuando mi verga comenzó a palpitar violentamente dentro de su hirviente vaina, ella comenzó a culear con el principio de un nuevo orgasmo mientras los músculos de su estuche amasaban toda la barra de carne con violentas contracciones. Comencé a correrme cuando noté la algodonosa y húmeda caricia de su leche golpeando mi capullo.

Bramaba de placer y respirábamos los dos a bocanadas con la violencia del orgasmo. Cuando su coño dejó de palpitar se dejó caer sobre las sábanas con mi verga dentro de su vagina, respirando como yo a bocanadas. Nos dormimos en aquella posición, aunque amanecimos separados.

Y así acabó otro año. Tenía dos muchachas de lujo a mi disposición. Ya comprendo que relatar siempre lo mismo puede resultar reiterativo, pero es que por aquel entonces, y durante muchos años más, yo no pensaba más que en el sexo de las mujeres. No podía mirar a ninguna fémina de la casa sin imaginármela desnuda, con la vulva abierta, gimiendo de placer.

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Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

La cariátide (10)

Un buen amigo

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)