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La visita (4)

en Fantasías Eróticas

LA VISITA (IV)

A lo largo de la carretera por donde transitaba la carroza, Adán Genet observó que, de cuando en cuando, y a ambos lados de la misma, estaban situados unos templetes en el centro de los cuales unas estatuas de tamaño natural representaban las figuras de hombres atléticos ,desnudos y de enormes miembros viriles de un tamaño desproporcionado. Adán , recordando sus lecturas sobre la antigüa Roma , reconoció en estas estatuas la representación del dios Príapo. Los falos de las estatuas apenas eran visibles pues estaban ocultos por montones de coronas de flores colgadas de ellos, sin duda ofrendadas por creyentes agradecidos.

La carroza se detuvo junto a un edificio de dos plantas en cuyo frontal se leía el letrero de Posada. Bajó Fabio ágilmente y abrió la portezuela al viajero. Al entrar en la posada les recibió un hombre de no más de 35 años, de rasgos agraciados y cuerpo esbelto, que se presentó como el posadero. Ante la solicitud de Fabio de que el viajero quería el desayuno "especial" de la casa, condujo a ambos hasta una sala bastante amplia en cuyo centro había colocada una mesa redonda de grandes dimensiones. En los bordes de la misma cinco mullidos almohadones estaban colocados a 30 centímetros unos de otros . Delante de cada almohadón había una silla acolchada de aspecto muy cómodo.

El posadero dio tres palmadas y por una puerta lateral aparecieron cuatro hombres que, a una señal, se levantaron las cortas túnicas mostrando su generosa "mercancía ". El posadero les fue presentando en orden a su edad : el primero, un jovencito de unos 18 años recién cumplidos , de ensortijado cabello rubio y abierta sonrisa, fue presentado como su hijo. El posadero, mientras hablaba, levantaba con la mano izquierda los gordos testículos del chaval mientras con la derecha le pegaba una orgullosa palmada en las descubiertas nalgas. El siguiente , con unos rasgos parecidos al primero, fue presentado como su hijo mayor. Tendría alrededor de 20 años, algo más bajo que el primero ; pero con unos músculos mucho más desarrollados y una polla morcillona que hizo que el esfínter de Adán se estremeciese. El tercero era un criado de la casa : un negrito de unos veinticinco años, hermoso como una estatua de ébano, de gordas pelotas enmarcadas en unos muslos de ensueño. Y el cuarto hombre tendría unos 30 años, bello como un Apolo, cuerpo de atleta y generosos atributos viriles que destacaban bajo un pubis totalmente rasurado.

El cochero Fabio, le explicó al visitante que debía elegir a uno de los hombres para el "desayuno", que consistía en beberse el semen del seleccionado. Un semen especialmente delicioso debido al tipo de alimento que tomaban los varones de aquella posada, que hacía incrementar la cantidad y calidad del líquido eyaculado.

Ante las dudas del joven abogado para elegir, se optó finalmente por hacer la "cata" de todos ellos, incluido el posadero que también se incluyó en el lote.

Acomodados, pues , los cinco sobre los almohadones que había encima de la mesa, comenzó a girar ésta y fueron pasando de uno en uno ante los ojos admirados de Adán Genet, que se había sentado en una de las sillas ante la plataforma giratoria. Se detuvo ante él primeramente el más jovencito, arrodillado sobre el almohadón, con las nalgas apoyadas sobre sus talones , los muslos abiertos lo más posible y las caderas adelantadas para que el cliente pudiese apreciar en toda su belleza los atributos mostrados. Los nabos de los cinco mostraban en sus puntas gotitas transparentes de pre-cum, que brillaban a la luz de las antorchas. Ansioso, el visitante acercó goloso su boca al glande del muchachito y con la punta de la lengua lamió como un gato el preciado líquido. Notó el tenue suspiro que soltó el muchacho … pero no fue el elegido.

Giró la mesa y se detuvo frente a él el siguiente semental. Los gruesos cojones no le iban a la zaga a la gordísima polla que, aunque no muy larga, presentaba ya una hermosa erección. Aquí Adán se permitió algo más que lamer las gotitas. Abrió la boca y engulló todo el glande chupando con deleite el líquido transparente. El veinteañero lo miró a los ojos instándole a seguir con el chupeteo. Pero el joven abogado no se decidía… y pasó al siguiente.

El Adonis negro no le defraudó : su sabor era exquisito. Sus atléticos muslos tenían un tic nervioso como los alazanes de pura raza, y Adán no pudo reprimir el impulso de acariciarlos mientras chasqueaba la lengua como los catadores de vino.

El del pubis rasurado, que resultó ser hermano del posadero, adelantó las caderas todo lo que pudo para permitir que el cliente tragase toda su herramienta hasta las pelotas. El sabor que deleitó al viajero era parecido al del vino moscatel, dulce pero sin empalagar. Con el treintañero casi sucumbió Adán, cuyo estómago hambriento le estaba suplicando que se decidiese.

Y llegó el turno al posadero, cuyo cuerpo era un compendio de las virtudes de los otros cuatro. Como una fruta en sazón estaba ofrecido sobre el almohadón, de tal forma que Adán tenía ante sus ojos los órganos genitales y a la vez el ano del viril posadero. Preparó el terreno el visitante acariciando los muslos, el vientre y el pubis del macho. Luego huntó el índice de su mano derecha en el pre-cum que chorreaba el falo y acercándolo a la entrada del ano lo fue rotando suavemente hasta que lo metió en su totalidad, buscando el botón que pondría en marcha el mecanismo final. Atrapó en el aire con sus labios la cimbreante polla y la engulló hasta las profundidades de su garganta. Su cabeza comenzó un cadencioso vaivén subiendo y bajando sobre el glorioso rabo, a la vez que su índice derecho seguía hurgando con mucho cuidado en busca de la próstata deseada. Con la mano izquierda abarcaba los calientes testículos a los que daba ligerísimos apretones. El posadero dio señales de un próximo éxtasis. Arreció Adán con sus toqueteos testiculares, el buscador digital encontró la protuberante próstata y él la trató con mimo pero sin darle tregua. Sus labios, lengua y garganta pasaron de la caricia a la succión mas descarada … y llegó en premio en forma de unas estremecidas convulsiones y unos intermitentes chorros de esperma semi-espeso de los que no se desperdició ni una sola gota. Mamó el viajero ( en cuyo estómago no había entrado nada desde que la holandesita le había ofrecido su cremosa leche ) con fruición hasta que el posadero quedó vacío y su verga fláccida lo demostró.

Relamiéndose aún, Adán Genet fue conducido a una habitación del piso de arriba . Apenas se había desnudado, entró el cochero Fabio secando su musculoso cuerpo con una mullida toalla.

Fabio lo acompañó a un cuartito de baño que había en el pasillo. El joven abogado se acuclilló sobre una jofaina llena de agua tibia y el diligente cochero, tras sacarle con cuidado el largo consolador que había llevado metido durante toda la mañana, procedió a enjabonar las nalgas, vientre, ano, testículos y pene del viajero, de tal forma que al acabar el ligero baño una tremenda erección adornaba el bajo vientre de Adán. Trás secar a su cliente con un suave paño, el hermoso Fabio lo acompañó nuevamente a la habitación, en la cual los esperaba un artilugio parecido a un diván, mezcla de camilla ginecológica y cómodo lecho nupcial. Las manos de Adán se trasformaron en garras ansiosas al poder dar rienda suelta a su necesidad imperiosa de poseer al espectacular cochero. Sus dedos pinzaron los viriles pezones que se endurecieron rápidamente. Su mano derecha subió hasta la morena cabeza y siguiendo un rápido descenso, tecleó una a una todas las vértebras del muchacho hasta llegar a la rabadilla. Allí se demoró unos instantes apretando las sugerentes y velludas nalgas hasta caer en el deseado nido anal que lo esperaba ligeramente dilatado por las largas horas de llevar introducido el inevitable dildo. Su mano izquierda no permanecía ociosa, y se deleitaba agarrando el notable miembro y las suculentas pelotas del caliente mozo.

Cambiaron brevemente los papeles y fue ahora cuando Adán recibió las ardientes caricias que elevaron su líbido a cotas superlativas. Fabio demostró su habilidad en el trato boca a boca. Su lengua exploró la cavidad bucal de Adán hasta que quedaron sin respiración. Por último, agachándose ante él, procedió a darle una semi-mamada con la intención de llevar al máximo de su dureza el fierro del abogado.

Con agilidad digna de un contorsionista, Fabio saltó sobre la extraña cama, poniéndose con la espalda apoyada sobre ella y la parte inferior del cuerpo levantada de tal forma que prácticamente tenía las rodillas a ambos lados de su cabeza. En esta postura tan poco habitual, su gruesa polla quedaba al alcance de sus propios labios, a la par que su ano estaba totalmente expuesto a la vista de Adán. Por último, tras indicar al abogado que se acercase junto a él, movió una pequeña palanca y la plataforma bajó hasta que sus nalgas quedaron exactamente a la altura del bajo vientre de su cliente.

El ano del cochero aparecía ante Adán como una boquita sonrosada y él, sin poder resistirse, se inclinó un poco hasta que sus labios rodearon los bordes del fruncido agujero. Su lengua enardecida flageló la tibia entrada y cuando ésta se abrió ante sus caricias linguales, aprovechó para introducirse en toda su extensión llenando de saliva el interior del esfínter.

El joven cochero no perdía el tiempo y mientras recibía la ofrenda bucal de su cliente, procedía él a automamarse : elevando unos centímetros su cabeza, atrapaba su tremendo falo llegando en su fellatio a introducirse totalmente la polla hasta su propia garganta, succionándola golosamente con habilidad antigüa.

Enervado por este espectáculo tan poco usual, Adán golpeó las expuestas nalgas del jovencito con su erecta tranca. Restregó la punta por el titilante ano y de un inevitable empujón se la metió hasta las bolas. Quedó ensartado el cochero, lleno hasta el estómago por via anal. Las urgentes acometidas del viajero , metiendo y sacando con sonoro chup-chup el largo puñal en su vaina natural, junto con la fenomenal autochupada que se daba el semental, los llevaron en breves minutos a una espectacular corrida que los dejó K.O. durante unos momentos. Tras una ligera siesta, continuaron su camino hasta la ya próxima vivienda del Sr. X. Llegaron en las primeras horas de la tarde y , una vez más, el visitante quedó alucinado por el espectáculo que vió.

Unos jardines de estilo versallesco rodeaban una mansión renacentista. A la entrada de los jardines, una hermosa puerta de hierro con adornos dorados estaba custodiada por dos guardas que, en aquél momento, estaban unidos en un fenomenal coito . Macho y hembra, ambos vestidos de látex negro y gorra de plato, ( el mismo uniforme que llevaba la revisora del tren – ver "La visita II ") , copulaban con tal frenesí que no se percataron de la llegada de la carroza. El coño de la guardesa, totalmente visible por la abierta cremallera, albergaba un monumental pollón que entraba y salía, embadurnado de jugos, hasta lo más profundo de su interior. Los bamboleantes testículos del pelirrojo guarda ( seguramente de ascendencia escocesa ), golpeaban los labios vaginales hasta que de ellos comenzó a chorrear una cantidad bastante notable de caliente semen, señal inequívoca de que la corrida llegaba a su fin. El musculoso guarda, que penetraba a la fémina tomándola desde atrás, sobaba sobre el látex los duros pechos mientras ella atenazaba las nalgas de él echando los brazos hacia atrás.

Una vez acabado el escandaloso polvo, se dieron cuenta de los visitantes y , algo azorados, se dirigieron hacia ellos sin acordarse de adecentar sus vestimentas, por lo que el rojo vello púbico del atlético guarda aparecía como un triángulo de color sobre el negro traje de látex. Una vez entregada la tarjeta de banda magnética que le había dado en el tren la revisora, Adán fue llevado a una salita en un edificio pequeño anejo a la entrada, casi sin darle tiempo a despedirse del cochero Fabio, que había dado la vuelta al carruaje en dirección a un nuevo cliente.

Por fín iba a comenzar realmente la visita al extraño cliente. El joven abogado sintió crecer su curiosidad a la par que la guardesa le decía :

Desnúdese , por favor.

( Continuará )

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