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La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

en Orgías

LA FINCA IDÍLICA : Noche de San Silvestre

El piso de Rosita reluce como los chorros de oro. Ella, y su amiga Azucena, se han dado la gran panzada a limpiar cada rincón, cada mueble, cada copa, cada pieza de vajilla ( la buena ) como si en ello les fuera la vida. Y no es para menos. Hoy es el día de San Silvestre, o sea : el último del año, o sea : Nochevieja. Y las dos hembritas, cada vez más desinhibidas, cada vez más viciosillas, han organizado una gran fiesta , un sonado cotillón, para todo aquel inquilino de la Finca que quiera asistir.

En la cocina, ambas amigas están pelando, una a uno, docenas y docenas de gruesos granos de uva, dejándolos – inclusive con las semillas quitadas – en chatas copas de cristal tallado, en espera que den las doce campanadas de media noche. En el comedor, cuyos muebles centrales han sido retirados para dejar espacio a una considerable pista de baile, se alinean, contra las paredes , estrechas mesas ( para que no ocupen mucho espacio ), cubiertas de finos manteles de hilo y adornadas con guirnaldas de flores frescas, esperando las bandejas de canapés y aperitivos fríos que pronto traerán del "delicatessen" de la esquina. La bebida se está enfriando , a marchas forzadas, en un arcón congelador, embutido bajo la mesa de la cocina.

Terminan de pelar las uvas, rellenando todas las copas disponibles, de doce en doce : un grano por cada campanada. Les ha sobrado un grano, que Azucena sujeta entre sus labios, ofreciéndoselo a su amiga. Juntan sus bocas, pasándose el dulce moscatel una a la otra, luchando con sus lenguas dentro de sus cavidades bucales. Rosita, más vehemente, abarca los senos de su amiga con las manos pegajosas de orujo. Nota los pezones, amigables, endureciéndose para ella. Azucena, sin poderse estar quieta, atrae hacia su cuerpo, atenazándola por las nalgas, a su amiga. Laten sus clítoris al unísono. La temperatura sube varios grados en la cocina, con lo que – el termostato del arcón-congelador – se pone otra vez en marcha, para contrarrestar el subidón ambiental. Remangan , ambas, sus faldas hasta las caderas, restregándose mutuamente la parte delantera de las minibragas. Las manos ,chorreantes por el dulce zumo de la uva, acarician los labios vaginales, haciéndoles sudar perlitas trasparentes y saladas. Se muerden ambas los labios, ya desbocadas como yeguas en celo, hasta que las vuelve a la realidad el tañido de las horas, en el gran reloj del comedor. Sobresaltadas, arreglan sus ropas y salen corriendo de la cocina, prestas a embellecerse para el baile de disfraces de la noche. Están muy nerviosas : va ha ser su primera orgía, y quieren estar perfectas .

***

La fiesta está siendo un éxito, pero algo aburridilla. Incluso, algo tensa, al principio, cuando Rosita y Azucena se han visto cara a cara… las dos con disfraces idénticos. Tanto secreto, tanto secreto, lleva a eso . Las dos, de putas egipcias, con grandes pelucones negros, entrelazados con abalorios de brillantes colores. Unos petos dorados , apenas cubren sus exuberantes senos. Sobre todo a Rosita, cuya delantera tiene más fama que la del Real Madrid, la del Barcelona y del Valencia ( todos juntos ). Ambas llevan los vientres al aire, con una joya ( falsa, naturalmente ) engarzada en el ombligo. Un ancho cinturón ciñe sus estrechísimas cinturas, por lo que – sus traseros- se ven aún más opulentos, como ánforas de delicadas formas. Ambas amigas se apuñalan con la mirada.

Por la puerta abierta del piso, comienzan a desfilar vecinos camuflados de las formas más pintorescas : Doña Patrito, la zoofílica amante de su gato, viene– no podía ser de otra forma- de Cat-Woman. Con un traje de látex negro sujetando sus blancas carnes, algo ajadas, levantando el busto hasta un escote que, esta noche, luce espectacular. Se cubre medio rostro con una graciosa máscara de la cara de una gata. Incluso lleva pegados unos largos pelitos, en forma de bigote gatuno, sobre el labio superior.

A la vez que ella, entra Albertín, el cuñado de Rosita , el bombón de dieciséis años, con gafitas redondas y pelo hasta los hombros. El disfraz lo traía puesto desde casa, con lo que solo ha tenido que quitarse la ropa "de viaje" en el ascensor. Y, la verdad, es que se ha dejado poca ropa puesta. Su disfraz, es de atleta de la antigüa Grecia. Su largo cabello lo lleva sujeto con una cinta sobre su frente. Una cortísima túnica blanca le tapa medio pecho, mostrando un pezón descarado , en el que brilla una pequeña anilla ( regalo de su cuñada Rosita en recuerdo a los"servicios" prestados en su estancia anterior ). Bajo el faldellín de la túnica, excesivamente corto, asoman, por ambos lados del taparrabos, una gran cantidad de vellos testiculares, que no hacen del todo feo por hacer juego con los velluditos muslos. Las dos putas egipcias, lo agasajan con besuqueos y meteduras de mano, hasta tal punto, que el chaval se empalma , sobresaliendo su verga del ínfimo taparrabos .

Entran tres vecinos más. Son Lupita ( la desdentada ), con su hermano Manolo y su padre, Manuel. La mamá ha preferido quedarse oliendo unas zapatillas de tenis – medio pútridas- que encontró ayer rebuscando en la basura.

Lupita , muy cuca ella, viene disfrazada de odalisca. Así puede tapar la mitad inferior de su rostro ( incluida su boca sin piñonates ), dejando al descubierto su cuerpazo de diecinueveañera. Sus ojos brillan de placer al descubrir a Albertín en un rincón, comiendo un canapé y tratando – misión imposible – de tapar su rabo erecto.

Manolo, a petición de su profesora particular de matemáticas ( Rosita, la anfitriona ), viene vestido de jugador del Real Madrid. Blanco como una paloma, con su escudito y todo, muy mono él. El pantalón, tres tallas menos de la que usa actualmente, ha tenido que buscarlo su madre en el fondo del baúl. Ha valido la pena : su poronga se adhiere al pantaloncito , trasparentándose hasta la última protuberancia. Solo le ha faltado que, en el ascensor, su hermana – sin querer , queriendo – le apretó el paquete con una soberbia nalga.

Manuel, el padre de ambos, ha alquilado un traje de luces. De grana y oro. Bajo la lámpara del salón, brilla como una luciérnaga. Rosita, Azucena y doña Patrito, le miran directamente a la entrepierna, donde un gran bulto les aclara a quién ha salido Manolo.

Entra Carmen, la enorme prostituta negra, vestida como Divine. No le falta detalle. Una enorme peluca rubia, peinada al estilo de los 70. Un ceñidísimo traje rosa, que cae en una cascada de tules de gasa desde las rodillas. A cada movimiento, un gran pezón achocolatado, sale por el escote de ébano. Viene canturreando un villancico, pues no recuerda lo que se canta la Noche de Fin de Año. Con ella, viene un enorme semental negro, su hermano gemelo. Viene vestido de Romeo, con unas finas mallas casi reventando por la presión de sus musculosos muslos. En la portañuela de la bragueta, una boa constrictor se debate para liberarse de la opresión.

Sigue el desfile de vecinos. Ahora es la Doctora Godiva, que – como es su noche libre – ha preferido disfrazarse de muñeca chochona. Lleva dos grandes coletas, la cara llena de pecas pintadas y un vestidito muy corto, lleno de puntillas en las enaguas. Sus nalgas, grandes y sabrosas, asoman a cada movimiento que hace. Pensando que las muñecas no necesitan bragas, ella no se las ha puesto. Pero ella si que las necesita ¡ vaya si las necesita! . Aunque, totalmente depilada, su enorme concha no es apta para figurar en las estanterías de juguetes de unos grandes almacenes.

Faltan pocos minutos para las 12 campanadas. En la puerta aparece el aristocrático gay , forofo de La Callas. Dudó hasta última hora si acudir o no a la fiesta. A él no le gustan las cosas multitudinarias. Prefiere el recogimiento, el silencio, la buena música. Pero , una noche es una noche. Rebuscando en el armario , encontró un viejo frac, con sombrero de copa. Con su barbita blanca, su pelo al rape y su cuerpo bien conservado, nadie diría que tiene 65 años.

Carmen, la prostituta negra, ya viene un poco "colocada" de casa. Se dirige a Rosita, la anfitriona, y le cuchichea algo al oido ( aprovechando, de paso, para meterle la lengua en la oreja ). Rosita finge escandalizarse. Desparecen ambas en la cocina. Mientras los invitados beben a más y mejor, se oyen chillidos y risotadas. Azucena acude a indagar. Más chillidos. Salen las tres mujeres con sendas bandejas en las manos, portando las copas con los granos de uvas. Reparten a diestro y siniestro. Todos llevan su copa en la mano. Todos , menos uno : el padre de Lupita y de Manolo. El buen hombre, embutido en su traje de luces, busca su copa con la mirada. No la encuentra. No la hay. Ya suenan los cuartos para las 12. Desesperado, Manuel, ya cree que no podrá tomar sus uvas. Pero, en el medio del salón, Carmen, con su traje rosa remangado hasta la cadera, lo llama con un silbido, haciéndole señas frenéticas. Entre los muslos de ébano, atisbando por el coño de la negra, un grano de uva asoma brillante y jugoso. El torero sonríe al tendido. Se lanza de cabeza "inter pernorum" de la divina Divine y, triunfalmente, llega a recibir en la boca el grano – tibio- justo en el momento que –el reloj- desgrana la primera campanada. Traga un grano, y otro, y otro. Deglute con ansia, amorrado a la profunda alberca de carne sonrosada.

En un rincón, Romeo, hunde su pitón – para darle ánimos- al gay tristón . Con cada campanada, un embite. Con cada embite, una sonrisa del empitonado. Al final, se reía a mandíbula batiente.

Terminaron las campanadas. Besos, abrazos, morreos. Rosita y Azucena, en una simbiosis perfecta, han acoplado sus cuerpos desnudos, concha con concha, formando con sus vientres un receptáculo palpitante, una jofaina de carne, en la que se rebalsa el champagne que, ambas, dejan caer entre sus pechos. Los varones de la sala , hacen cola para beber , hundiendo sus hocicos en la espléndida fuente. Lupita, agachada bajo la mesa, aprovecha para mordisquear, con sus encías desdentadas, los glandes y balanos de los que abrevan, sin parar en mientes si el falo de turno pertenece a algún familiar.

Doña Patrito, algo cansada, se tumba en el suelo, justo entre los muslos de Lupita, haciéndole a la chica lo que su gato enamorado le hace a ella , noche tras noche.

Cansadas de ejercer de aljibe, Rosita y Azucena toman por su cuenta a Albertín ( el cuñado de Rosita ) y a Manolo ( hermano de Lupita ) , y les enseñan lo que son dos por dos. Siguen con la tabla de multiplicar y , al llegar al 69, hacen un descanso, repitiéndola varias veces hasta que los chicos se la aprenden. Los jovencitos se tiran a las hembras con sus vergas incansables. Como han hecho amistad mientras esperaban las campanadas, sellan un pacto de amigos morreándose entre ellos, siguiendo el ejemplo de Rosita y Azucena .

La Doctora Godiva, caminando como las muñecas de Famosa, agarra los garrotes de los maridos de Rosita y Azucena ( ambos van disfrazados de pastores de Belén ), y los hace suyos. Encara a cada uno por el orificio pertinente, y, bien compenetrados los tres, dan un paseillo por el salón, arrancando vítores de la concurrencia.

El padre de Lupita, viendo las blanquísimas ancas de Doña Patrito elevándose hacia el techo, la apuntala con su espada de torero, mientras rumia unos granos de uva con sabor a Carmen.

¡Qué frenesí!. ¡ Qué chapoteos!. ¡ Qué metisacas y lametones!. ¡ Qué enculadas!. ¡ Qué tetas, como melones!.

Vergas en ristre, los machos buscaban orificios donde endilgarlas. Las hembras, buscando falos, buscando lenguas, buscando dedos. Todos con todos. Chasquidos de carne desnuda. Brillos de esperma por doquier. Jugos femeninos en su punto exacto de cocción. Anos dilatados. Bocas ocupadas. Manos engarfiadas… Pezones erectos, pero no de frío.

Blancas con blancos. Negras con negros. Blancas con blancas. Blancos con blancos. Blancas con negros. Negras con blancas. Negros con blancos. Blancas con negros…

Don Manuel, horrorizado, se percata de que está follando con su hija Lupita. Mira alrededor, por si su hijo los está mirando. No lo ve. Le da unos cuantos enviones más a su niña, siguiendo el ritmo del que lo está enculando a él. Acaban a la vez. Mira sobre su hombro, para ver quién lo poseyó : es su hijo. No pasa nada, pues todo queda en casa.

Rosita y Azucena bailan un cha-cha-chá de su cosecha. Restriegan sus vulvas, menean sus nalgas, mordisquean sus pezones, ora una, ora otra, magreándose mutuamente sus carnes sabrosonas.

Carmen, la putona, ofrece su anatomía , reluciente como el charol, a quien pasa por su lado. Nadie le hace ascos. Todos y todas mojan en su gran tazón de chocolate.

Las luces del alba acompañan al Año Nuevo. Sobre las baldosas, pegajosas de semen y sudores, de flujos y salivazos, de champagne y licores varios, los cuerpos se arrastran entre vapores etílicos, regurgitando sexo por todos sus poros.

El gay se retira a sus aposentos, muy bien acompañado por Albertín y Manolito . Les quiere enseñar su colección de DVD de María Callas, la sublime. Puede que también les enseñe alguna otra cosa : los jóvenes de hoy tienen ansia por saber de todo.

El gato enamorado de Doña Patrito , ya llegó a recoger a su amada. Ella le toca la cola, embriagada de amor y semen. El, ronronea muy cerca de su entrepierna, preparando su rasposa lengua para celebrar la llegada del nuevo año.

Don Manuel se coloca la montera y acompaña a Carmen y a su hermano. El buen hombre se ha enviciado con la carne morena, y quiere un poquito más de ración antes de ver los valses que retransmite la TV desde Viena.

Los maridos de Rosita y Azucena hacen un 696 con Lupita. Ellos se turnan para lamerle su conchita peluda, mientras ella enarbola las banderillas de ambos, poniéndolas a punto de caramelo. Rechina la cama matrimonial con el peso de los tres, pero Lo Mónaco tiene repuestos para las patas del somier , y no hay problema.

En el salón, aunque no es el sitio más indicado, quedan Rosita , Azucena y la Doctora Godiva. Guisan varias tortillas entre las tres, sin utilizar ningún huevo. Así no hay peligro de salmonelosis. Son muy apañados en la Finca Idílica.

FIN DE LA SERIE

 

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