LOS CORTOS DE CARLETTO : MATERNIDAD DUDOSA
Don Fermín era un buen Párroco, pero algo tragaldabas. Cuando se sentaba a comer, era un pozo sin fondo. La Gula podía con él.
Cierta noche , en que una beata le había regalado una enorme sandía, tras cenar copiosamente como era su costumbre- dio una cata a la fruta, y la encontró tan dulce, tan exquisito el sabor de la roja carne, que casi sin darse cuenta- se la comió toda, excepto las gordas pepitas negras, que las escupía - como una ametralladora sobre la foto de cierto político izquierdoso.
Apenas se acostó, tras liberar su vientre de tres o cuatro estruendosas ventosidades, se durmió beatíficamente . Habían pasado tres cuartos de hora del primer ronquido , cuando con un agónico alarido despertó el cura, despertando de paso a toda la vecindad. Acudió el Ama de Cura, espantada , encontrándose a Don Fermín revolcándose sobre la cama, preso de atroces dolores.
La ambulancia, con la sirena puesta a toda pastilla, llegó al Hospital. Dio la casualidad que había habido un accidente ferroviario cerca de la Ciudad, y estaban colapsadas todas las instalaciones hospitalarias. A Don Fermín, tapado hasta la barbilla con una gran sábana, sólo se le distinguía el enorme bulto de su vientre. Con el tumulto, los camilleros lo dejaron en un pasillo de Urgencias, saliendo corriendo a trasladar nuevos enfermos. Allí quedó aparcado Don Fermín y sus dolores, sin saber nadie de quién se trataba ni para qué estaba allí.
Acertó a pasar por aquél pasillo un joven enfermero ( algo inexperto ) que, al ver aquella camilla con una persona agarrándose el enorme vientre y quejándose, creyó que era una mujer embarazada, dejada allí por error. Muy eficiente el chico, empujó la camilla hasta Maternidad, y tras mirar en varias habitaciones, encontró una con espacio suficiente para dejar a la " enferma ", cosa que hizo inmediatamente. Salió el muchacho y entraron un médico y una matrona para atender a la otra enferma de la habitación que - ella sí era una señora a punto de dar a luz. Atendieron el parto rápidamente, pues ya estaba muy dilatada, y colocaron al recién nacido en una cunita con ruedas. La señora estaba muy grave, pues estaba muy delicada con anterioridad del corazón y no pudo resistir los esfuerzos. Mientras la estaban atendiendo, la matrona apartó la cunita, dejándola junto a la camilla de Don Fermín. Tras muchos esfuerzos por salvarla, la señora murió. En ese momento, una llamada general por los altavoces del Hospital, avisó a todos los médicos y enfermeras que debían acudir para atender una nueva oleada de heridos en el accidente. Salieron con tantas prisas, que se olvidaron del niño.
A lo largo de la noche, el pobre Párroco se curó así mismo con una brutal diarrea, que le hizo defecar hasta sangre. Al terminar sus dolores, el cura quedó dormido.
La llantina del recién nacido le despertó por la mañana. Al abrir los ojos y encontrarse con el vientre ya plano, la materia fecal, la sangre y el niño a su lado, Don Fermín, que no estaba muy ducho en las cosas de la procreación, creyó a pies juntillas que el niño era suyo.
Para evitarse la vergüenza de que lo viese alguien de aquella guisa, se limpió como pudo y, envolviendo al niño en unas toallas, salió sigilosamente del Hospital. Como todo el mundo estaba muerto de cansancio, nadie reparó en su estrambótica figura. Desde la calle, llamó a la Parroquia para que fuesen a buscarle. Desde ese momento, vendió la historia a todo el mundo de que el niño era un sobrinito que había adoptado.
Pasaron los años. El "sobrinito" se hizo un hombre hecho y derecho. Don Fermín, en su lecho de muerte, lo hizo llamar para contarle su terrible secreto.
Marianito dijo el cura tengo que decirte la verdad sobre tu nacimiento.
Dime, tio - contestó el muchacho figurándose algo siempre sospechado.
Yo, yo ¡ Yo no soy tu tío ¡.
Ya lo sé dijo el muchacho confirmado en sus sospechas - ¡eres mi padre ¡.
No, no dijo sollozando el cura- ¡ Yo soy tu madre ¡ ¡Tu padre es el Obispo!.
Carletto.