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Carmencita de Viaje

en Hetero: General

CARMENCITA DE VIAJE

Bufa la máquina del tren, envolviendo a las personas que esperan en el andén en una nube de vapor de agua. Carmencita observa ante ella las amplias nalgas de su hermana Graciella y las de su amiga Susana , ceñidas dentro de sus recién estrenados vestidos, dando pasitos inciertos sobres las alzas imposibles de sus tacones de aguja. Ambas están muy pálidas bajo el espeso maquillaje y, en sus jugosos labios, el rojo carmín casi ha desaparecido ante los chupetones angustiosos que se dan ellas mismas para evitar el vómito. La muchachita no entiende a estas adultas que se emperran en presumir, en viajar y en aparentar cuando saben que no pueden. Las dos amigas están preñadas casi del mismo tiempo. Ese otoño resultó en el Pueblo una época de bodas precipitadas.: la de su hermana Graciella con su novio Beto y la de su amiga Susana con su novio Germán, han sido un ejemplo. Parece ser que el pasado verano, con sus siestas veraniegas , de inusitado calor, han traido su fruto tempranamente.

Todo se arregló de prisa y corriendo, y las bocas parlanchinas de las cotillas del Pueblo se acallaron con el volteo de las campanas y los sones de la Marcha Nupcial. Como las dos parejas eran muy amigas, hicieron la boda conjuntamente. Además , los dos muchachos eran primos hermanos. La jugada salió redonda al pensar en que las dos parejas podrían acompañar a Carmencita a su internado, a la vuelta de las Vacaciones de Verano que ya terminaban. La dejarían allí y luego las parejas seguirían el viaje de novios por el norte.

Todo esto lo recordaba Carmencita cargada como un burro, con una maleta en cada mano y un bolso agarrado con los dientes, la frente perlada en sudor y los pelos de la cabeza apegotados sobre su cráneo. De repente, un mozo de equipajes se le cruzó en el camino y la muchacha tuvo que parar en seco. Al instante notó contra su cuerpo el empujón de Beto y Germán, que chocaron contra ella maldiciendo en voz alta. A los tres se les cayeron las maletas y todo lo que llevaban encima, en un revoltijo del que sobresalía por su aroma una cesta con viandas caseras. Se agachó Carmencita tratando de recuperar sus pertenencias y , estando en cuclillas, levantó la riente mirada a los rostros de Beto y de Germán que le miraban embobados el escote. Bajó la vista rápidamente la muchacha, a tiempo de verse un seno blanquísimo que salía de su blusa desabrochada, palpitante como una paloma. Los hizo sufrir durante unos segundos y , con parsimonia, procedió a guardarlo en el tibio nido junto a su hermano, haciéndose el propósito de comprar un sostén en cuanto llegasen al Internado. Su súbito desarrollo mamario la había sorprendido inclusive a ella. Ni su madre ni su hermana se habían percatado de los cambios de su cuerpo, desbordadas como estaban con el maremagnum de la boda ; pero a aquellos chuloputas de Beto y Germán no se les había escapado detalle. Y por si cabía alguna duda, allí estaban con sus tremendas erecciones, que aún resaltaron más al levantarse ambos con una maleta al hombro cada uno y dejando sus braguetas a la altura de la cara de Carmencita .

Aullaron entre arcadas las dos recién casadas y hacia ellas corrieron sus enamorados, para sujetarles las frentes mientras las embarazadísimas arrojaban hasta la primera papilla. Suerte que ya habían llegado hasta su vagón y pudieron descansar de una puñetera vez … ellas; porque Carmencita tuvo que subir todos los trastos y acomodarlos en las redecillas portaequipajes, mientras Graciela y Susana estiraban sus angustiados cuerpos en las literas y vociferaban para que corriesen las cortinillas de las ventanas y las dejasen solas con su angustia. Los maridos apenas tuvieron tiempo de quitarse la ropa embadurnada de vómito, y pasaron al departamento contigüo, donde esperaba Carmencita con las viandas dispuestas para la ingesta.

Se acomodaron los jóvenes frente a ella. Ambos muchachos, chorreando sudor y otras partículas más solidas, se habían dejado puestos solamente los calzoncillos, blancos y almidonados, bordados con sus iniciales por las amorosas manos de sus respectivas madres. La muchachita , se fijó de refilón en la oscuridad brillante de los vellos púbicos de ambos, algunos de cuyos mechones pugnaban por salir por la abertura amplia y sin botón de los calzoncillos. Ella, más modosa, había abrochado hasta el último botón de su blusa para no dar pie a aquellos salidorros. Como jugando a cocinitas, preparó en las bandejas extensibles del departamento la comida que fue sacando de la cesta de mimbre. Pronto se llenó la estancia con el perfume de la tortilla de patata y cebolla, las tajadas de cerdo frito, los muslitos de pollo sazonados con ajo y perejil, las rodajas de chorizo y longaniza de la última matanza … Comieron con glotonería , oyendo en la lejanía las arcadas que daban las dos preñadas. Al terminar, los dos machos echaron sendos regüeldos que casi despeinaron a Carmencita . Luego ella recogió los restos del festín mientras Beto y Germán le daban el último tiento a la bota de vino. Quedaron dormitando los dos primos mientras la muchacha buscaba en su bolsa de viaje un librito muy manoseado. Lo había encontrado en el fondo de un baúl, en la buhardilla de su casa, donde su padre guardaba ciertas novelas subidas de tono. Comenzó a leerlo Carmencita y, apenas su mirada había recorrido unas líneas, notó humedecerse su bajo vientre. Siguió leyendo mientras miraba furtivamente a los dos jóvenes que ya roncaban sin disimulos. Más tranquila, tanteó bajo su falda encontrando rápidamente la fuente donde nacía su humedad. Posó morosamente su dedo índice sobre la hendidura a la vez que seguía ávidamente con la lectura del libro. La humedad fue transformándose en diminutas gotas que se deslizaban hasta el asiento de eskay ( como siempre, no se había acordado de ponerse bragas ), mientras sus ojos cansados comenzaron a pesarle como el plomo …

Despertó en mitad de la noche, con el pitido del tren al pasar ante una estación. En las ventanas iluminadas se reflejó el interior del departamento. Durante unos segundos, Carmencita vislumbró la mano de Beto agasajando el imponente miembro de su primo. La muchacha tuvo lástima de los dos recién casados, obligados a recopilarse entre ellos ¡ en su viaje de bodas ¡. Un poco por piedad y otro poco por calentura propia, aprovechando la oscuridad de un largo túnel, se acercó a los dos jóvenes buscando a tientas sus erectas pollas. La de Germán si que la encontró ( acariciada por la mano de Beto ), pero en lugar de la de su cuñado encontró la cabeza de Germán que subia y bajaba por el cilindro de Beto. Apartó Carmencita la mano y cabeza de cada uno y diciendo : ¡ aquí estoy yo ¡, se amorró a las pollas de ambos, previamente cogidas con sus manos para que se juntasen. Alternó las lamidas de uno a otro y pronto notó las manos viriles que le despojaban de la blusa. Sus senos brincaron alegremente por poco tiempo : prestos los cazaron las lobunas manos de los dos primos que pinzaron suavemente los minúsculos pezones.

Totalmente a oscuras, sin saber exactamente cual de ellos le hacía el qué, Carmencita notó un grueso glande frotarse contra su vagina, deslizándose desde su clítoris hacia abajo, hasta que , a tientas, le entraba sin temor hasta las pelotas. Tras de ella pululaba otra polla, a la vez que dos anchas manos magreaban sus elásticas nalgas. Abierto su culo al máximo, un salivazo oportuno lubricó el miembro que tocaba como una aldaba en su puerta de atrás. Presionó un poco la niña para facilitar la introducción y , con un sonoro gorgoteo quedó empalada por ambos lados. Su boca estaba a la altura de las tetillas de no sabía quién. Sus piernas abrazaban las caderas del que tenía frente así, enloqueciéndola con el vaivén de su metisaca, notando los colgantes testículos golpetear entre sus muslos. El de atrás le empujaba la polla hasta lo más profundo, mientras con sus manos le agarraba los pechitos temblorosos. Notó unos dientes mordiendo su cogote. Chupó ella una clavícula sudorosa. Explotaron tres orgasmos simultáneos a la vez que el tren salía del túnel.

Tras adecentarse mínimamente, la adolescente salió al pasillo buscando el vagón restaurante para desayunar. En la cesta llevaba de todo menos leche. Pasó dos vagones hasta llegar a un departamento donde habían colgado un cartel, algo rústico, que decía : POSADA : HAY DESAYUNO PARA MUCHACHAS.

Carmencita entró sin titubear encontrándose de manos a boca con un señor que dijo que era el Posadero. Cuando la muchacha le dijo que quería desayunar, dio una palmada y , del departamento contigüo que estaba intercomunicado entraron cuatro hombres someramente vestidos. El Posadero les fue presentando en orden a su edad: el primero un jovencito de unos 18 años recién cumplidos, de ensortijado cabello rubio y abierta sonrisa, fue presentado como su hijo. El posadero, mientras hablaba, levantaba con la mano izquierda los gordos testículos del chaval mientras con la derecha le pegaba una orgullosa palmada en las descubiertas nalgas. El siguiente, con unos rasgos parecidos al primero, fue presentado como su hijo mayor. Tendría alrededor de 20 años, algo más bajo que el primero, pero con unos músculos mucho más desarrollados y una polla morcillona que hizo que la vagina de Carmencita se estremeciese. El tercero era un criado, por lo que dijo el Posadero : un negrito de unos veinticinco años, hermoso como una estatua de ébano, de gordas pelotas enmarcadas por unos gruesos muslos. Y el cuarto hombre tendría unos treinta años, bello como un Apolo, cuerpo de atleta y generosos atributos viriles que destacaban bajo un pubis totalmente rasurado. El Posadero le explicó a la muchacha que debía elegir a uno de los hombres para el "desayuno", que consistía en beberse el semen del seleccionado. Un semen especialmente delicioso debido al tipo de alimento que tomaban los varones de aquella "posada ", que hacía incrementar la cantidad y calidad del líquido eyaculado. Ante la duda de la adolescente para elegir, se optó finalmente por hacer la "cata" de todos ellos, incluido el Posadero, que también se incluyó en el lote.

Se acomodaron los cinco en sus asientos y Carmencita se arrodilló en un almohadón preparado al efecto. El primero era el jovencito. Con los muslos abiertos lo más posible y las caderas adelantadas para que la cliente pudiese apreciar en toda su belleza los atributos mostrados. Los nabos de los cinco mostraban en sus puntas gotitas transparentes de pre-cum, que brillaban bajo la luz del techo. Ansiosa, Carmencita , acercó golosa su boca al glande del muchachito y con la punta de la lengua lamió como un gato el preciado líquido. Notó el tenue suspiro que soltó el muchacho … pero no fue el elegido.

La niña se detuvo ante el siguiente semental. Los gruesos cojones no le iban a la zaga a la gordísima polla que, aunque no muy largo, presentaba ya una hermosa erección. Aquí, Carmencita , se permitió algo más que lamer las gotitas. Abrió la boca y engulló todo el glande, chupando con deleite el líquido transparente. El veinteañero la miró a los ojos, suplicándole con la mirada que siguiera con el chupeteo. Pero la clienta no se decidía … y pasó al siguiente.

El Adonis negro no la defraudó : su sabor era exquisito. Sus atléticos muslos tenían un tic nervioso, como los alazanes de pura raza, y Carmencita no pudo resistir el impulso de acariciarlos mientras chasqueaba la lengua como los catadores de vino.

El del pubis rasurado, que resultó ser hermano del posadero, adelantó las caderas todo lo que pudo para permitir que la joven clienta tragase toda su herramienta hasta las pelotas. El sabor que deleitó a la viajera , era parecido al del vino moscatel, dulce pero sin empalagar. Con el treintañero casi sucumbió Carmencita, cuyo estómago hambriento le estaba suplicando que se decidiese.

Y llegó el turno al Posadero, cuyo cuerpo era un compendio de las virtudes de los otros cuatro. Como una fruta en sazón estaba ofrecido sobre el asiento, de tal forma que la niña tenía ante sus ojos los órganos genitales y a la vez el ano del viril posadero. Preparó el terreno Carmencita acariciando los muslos, el vientre y el pubis del macho. Luego untó el índice de su mano derecha en el pre-cum que chorreaba el falo y , acercándolo a la entrada del ano, lo fue rotando suavemente hasta que lo metió en su totalidad, buscando el botón que pondría en marcha el mecanismo final. Atrapó en el aire con sus labios la cimbreante polla y la engulló hasta las profundidades de su garganta. Su cabeza comenzó un cadencioso vaivén, subiendo y bajando sobre el glorioso rabo, a la vez que su índice derecho seguía hurgando con mucho cuidado en busca de la próstata deseada. Con la mano izquierda abarcaba los calientes testículos, a los que daba ligerísimos apretones. El Posadero dio señales de un próximo éxtasis. Arreció Carmencita con sus toqueteos testiculares, el buscador digital encontró la protuberante próstata y ella la trató con mimo, pero sin darle tregua. Sus labios, lengua y garganta pasaron de la caricia a la succión más descarada… y llegó el premio en forma de unas estremecidas convulsiones y unos intermitentes chorros de esperma semi-espeso, de los que no se desperdició ni una sola gota. Mamó la viajera con fruición , hasta que el Posadero quedó vacío y su verga fláccida lo demostró.

Dando pequeños eructos, como un bebé satisfecho, Carmencita volvió al departamento. Allí se encontró con que Beto y Gaciella habían acudido al W.C. para satisfacer una necesidad fisiológica y perentoria de la muchacha. Germán dormitaba sobre el asiento. Susana llamó con voz desmadejada desde su litera. Acudió la niña presurosa para atender a la enferma. Bebió con avidez el agua que le ofreció la muchacha y , al levantar la mirada, se fijó en un chorreón blanco que bajaba reseco desde la comisura de los labios de Carmencita hasta casi la barbilla. Inquirió curiosa la recién casada y Carmencita – en un arrebato de sinceridad – le contó punto por punto lo acontecido en su "desayuno". Cambió el color de la cara de Susana. Primero pareció que le entraban náuseas ; pero luego se encendió un nuevo brillo en su mirada y , silenciosamente, bajó su mano por entre las sábanas hasta llegar a su corto camisón. Echó la cabeza hacia atrás, respirando afanosamente. Un seno le asomaba por el escote adornado con puntillas.

La muchachita miró con alegría la metamorfosis de la amiga de su hermana ( harta ya de tanto vómito y quejas sin fin ), y quiso ayudarla en lo que pudiese. Y vaya si pudo. Tanteó también ella con su mano bajo las sábanas y , con educación , apartó la mano de la dueña para abarcar con su manecita abierta la enfangada concha. Sollozó Susana recordando tiempos mejores y , apartando las sábanas de sobre su cuerpo, aplastó la cara de Carmencita sobre su vientre para que la adolescente le contara cosas de sexo oral. Probó la niña los jugos femeninos, mezclándolos en su estómago con el recién tomado semen. La embarazada se removía sobre la litera como si tuviese el Baile de San Vito, y ya sus caderas se alzaban buscando algo más consistente que la boca de una adolescente.

Comprendiendo la perentoria necesidad de Susana, Carmencita emitió un ligero silbido de llamada a Germán. Apareció el macho, medio aturdido por el sueño y se encontró el pastel de su embarazadísima mujer masturbada por Carmencita mientras lo llamaba con ardores de ninfómana. Subió a la litera el semental y colocó a cuatro patas a la embarazada, buscando con torpe mano la entrada de la vagina. La niña quiso ayudar a sus amigos y , tomando con presteza el falo enardecido, lo guió cual mamporrera hasta el lugar adecuado, en el que se sumergió con chapoteo de charca. Entraba y salía el brillante miembro, rebozado de jugos internos, y Carmencita , servicial, cogió con una mano los bamboleantes cojones , mientras con la otra mano pellizcaba sabiamente el clítoris de Susanita. Aquél orgasmo se lo ofrecieron a la niña como principal artífice del mismo.

Tan agradecidos quedaron que, tras unos minutos de reposo, la hicieron subir con ellos a la litera. Carmencita apoyó su cabeza sobre los opulentos senos de Susana, mientras notaba en su rabadilla el pálpito del coño ajeno. La embarazada la rodeaba con los brazos, acariciándole los pechitos y tocando el arpa con su clítoris, mientras Germán , tras tantos días de celibato obligado, estaba otra vez con su arma en ristre y la dirigió hacia el bajo vientre de la niña que, muy cariñosa, lo enlazó con sus piernas tras los riñones para que entrase más y mejor, mordiendo de paso el hombro moreno del guapo mozo.

De pronto, se oyó la voz escandalizada de Graciella preguntando :

¡ Joder ¡ ¿ Qué hacéis ¿

Pues eso – dijo Carmencita - : Joder.

 

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