MACARENA ( II ).- Derecho de Pernada
Unas voces purísimas, cristalinas, entonan el Ave María. La celda monacal en la que descansa Macarena, Condesa de Cabra, está sumida en la oscuridad más absoluta . La muchacha se despereza y pasa las manos por sus pezones, todavía dolidos por la cera caliente que los cubrió durante la procesión. Hace ya algunos días, pero su cuerpo se resiente de los excesos sufridos. Por eso está en el Convento de las Clarisas, para recuperarse y poder gozar de los nuevos placeres que le esperan en el Camino. Las monjitas han hecho un buen trabajo con sus pomadas y aceites, y la piel de Macarena exala perfume a nardos , brillando con una tonalidad fosforescente. Palpa su bajo vientre. Lo encuentra cerrado, casi virginal : nadie como la Hermana Inés para restaurar un himen, aunque estuviese hecho unos zorros, como el de la Condesa. También su puerta oscura está cerrada, fruncida, como una boquita con mal humor.
Tanto tocarse ha despertado la líbido de Macarena ; pero de una forma suave , muy dulce. No le apetecen fuertes embates sino relajantes caricias. Caricias de las que sólo es capaz una novicia.
La condesa toca una campanilla de plata. A su son argentino acude presurosa una monja vieja, desdentada , casi momificada, portando un candil de aceite. En sus ojillos , medio cegatos, brilla una chispa de lubricidad al ver el cuerpo glorioso de la medio gitana destacando de la albura de las sábanas. Macarena le dá a conocer sus apetitos y, la monja, transmutada en Celestina por orden de la dueña del Convento, parte a cumplir sus instrucciones entre serviles reverencias.
Dormita nuevamente la Condesa . Están tardando mucho : recibirán su castigo. Unos tímidos golpes en la puerta la hacen sonreir mefistofélicamente. Sus dedos, adornados con larguísimas uñas, se curvan como garras. Ordena que pasen con voz meliflua, y entran dos palomitas, prácticamente adolescentes, cuyos bonitos rostros enmarcados por las blanquísimas tocas reflejan temor y curiosidad por partes iguales. Llevan sendos candelabros que iluminan la celda.
Macarena se recuesta sobre un mullido almohadón y les sugiere que se desnuden la una a la otra. Lo hacen con torpes dedos, hasta que quedan solamente con las tocas monjiles y las vendas que oprimen sus senos . Caen las vendas y al ir a quitarse las tocas, les dice que se las dejen ( quiere que quede un residuo de lo sagrado para disfrutar de más morbo ).
Sin decirles nada la Condesa, las novicias juntan sus pezones y sus manos buscan las virginales rajas una de la otra. Se besan en silencio. Sus lenguas, no tan virginales, se enroscan una a otra . Macarena chasca los dedos y , dando palmaditas sobre la cama, a ambos lados de su cuerpo, les indica que se acuesten junto a ella. Obedecen las muchachitas. Los labios jugosos se cierran en cada uno de los pezones de la aristócrata. Ella desliza cada una de sus manos por los albos cuerpos de las novicias hasta que llega a sus pubis. Entonces, cruel, clava las uñas de ambas manos sin hacer caso de los alaridos de las niñas. Resbala la sangre sobre los clítoris. Macarena, como una serpiente, repta por la cama y ora una, ora otra, restaña la sangre de las diminutas heridas con maternanles lengüetazos. Los botones deliciosos de las novicias se enervan con cada lamida . Sus vientres se adelantan hacia la boca de la Condesa . Ella las va cogiendo de las caderas para sumir más honda su lengua, transformada en ariete, en sus sonrosadas cavidades. Las hace explotar en un orgasmo casi conjunto y luego las despide sin más explicaciones.
Dos días después, Macarena monta a la grupa de un alazán , agarrada a la cintura de un buen mozo gitano. Son hermanos de madre. La Condesa posa durante unos minutos su enjoyada mano sobre el muslo del caballista. Cuando nota que despierta el miembro, lo saca sin reparos abriendo los botones, uno a uno, de la larguísima bragueta. Ella no ve la polla ; pero la siente cabecear bajo su mano. La agarra bien pero sin apretarla demasiado, ahuecando la mano para que , a cada paso del caballo ( que lleva un ligero trote ) suba y baje la piel en una lenta paja. El pelo de Macarena flota al viento. De los claveles que adornan su oreja izquierda le llega un perfume intenso, casi obsceno. Se corre el gitano y la Condesa nota sus espasmos . Su mano recoge todo el semen y ella, golosa, se lame los dedos hasta dejarlos limpios.
Al pasar por una cabaña de pastores, la Condesa baja del caballo y ordena al gitano que regrese por donde han venido. Entra ella a la cabaña , que apesta a oveja. En un rincón, una brazada de pieles sirve de cama al pastor. Se tumba Macarena y se duerme al instante. Despierta al regresar los pastores, que son padre e hijo. El adulto es un hombretón de barba cerrada al que le faltan dos dientes. Sobre sus amplios hombros lleva una oveja que bala lastimera. El pastor la ata con un cordel y, sin dirigirle la palabra a la muchacha ( que tampoco a hablado hasta entonces ), enciende un fuego para calentar gachas. Su hijo es un adolescente imberbe, de grandes ojos asustados. Su cuerpo desgalichado ya se ve muy grande, casi como su padre. Mira de reojo a la mujer y se restriega sin pudor la portañuela del pantalón.
Han cenado en silencio . Tras beber vino y eructar , el pastor se tira un sonoro pedo. Una olor a podredumbre y a ajo inunda la cabaña. Macarena está muy caliente. La degradación la enerva, y siente correr sus jugos vaginales muslos abajo. El pastor la mira por primera vez desde que entró en la cabaña. Hasta ahora no existía para él ; pero la ha llegado el turno de saciar sus apetitos.
La ropa de la Condesa es ragada de arriba abajo. Sus opulentos senos son prioritarios para el pastor, que los agarra acariciando los pezones con sus callosos pulgares. Ella está toda abierta para él ; pero el hombre quiere otra cosa : dejando los pechos libres unos instantes, se abre el delantero de su pantalón y , sin ni siquiera quitárselo, saca un inmenso carajo con restos de semen reseco. Vuelve a agarrar las tetas de Macarena y , adelantando su vientre hacia ella, coloca el largo nabo entre ambas colinas, cerrándolas después y envolviendo su virilidad. La Condesa ve aparecer y desaparecer , a pocos centímetros de su cara, la cabeza del rústico pollón. Sus pechos sedosos sufren la fricción del grueso bastón de mando. Para unos segundos la masturbación mamaria y el pastor deja caer un espeso gargajo sobre la punta de su aparato para facilitar el deslizamiento. Por el rabillo del ojo, Macarena mira las nalgas desnudas del muchacho que se está follando a la sumisa oveja. Se corre el padre sobre la cara de la muchacha y ella, con las pestañas pegajosas por el semen, no puede ver terminar al chiquillo su bestial cópula.
Agarrando los bordes de su vestido, Macarena camina hacia el pueblo que se vislumbra en la lejanía. Oye música y gritos. Conforme se acerca se da cuenta que están celebrando una boda.
Bajo un emparrado, las mesas están dispuestas para los invitados. Suculentas viandas humean desde las bandejas. Macarena se detiene y se sirve un vaso de fresquísimo gazpacho. Se acerca una mujeruca con ánimo de reñirla, pero se detiene boquiabierta al reconocerla.
La Condesa ha ordenado que la conduzcan a la casa que será la del nuevo matrimonio. Se baña en una gran tina quitándose la mugre de la cabaña. Su cuerpo palpita de nuevo. Los pastores se sirvieron ellos sin darle nada a cambio. Le susurra a la mujer del alcalde ( cuya hija es la que se casa ) que desea ejercer su derecho de pernada con ambos novios. La mujer corre despavorida a comunicar la mala nueva. Acude el alcalde entre reverencias. Sugiere cambiar a los novios por otros mozos y mozas del pueblo, de origen más humilde, que no se sentirán mancillados. Ella es inflexible : después del banquete, compartirá el lecho nupcial con el joven matrimonio.
Acaban los tristes brindis. La novia la mira de soslayo y baja la mirada avergonzada cuando la Condesa la mira de frente, con una sonrisa lúbrica que redondea pasando la punta de su lengua por su labio superior. El novio no sabe qué hacer : desde hace rato , su miembro es manejado bajo los manteles de la mesa por la mano curiosa de la aristócrata. Si se levanta, todos verán la polla asomando por el austero pantalón negro. Suena la música. El muchacho se tapa con una servilleta y saca a la novia a bailar. Macarena se retira discretamente : los espera en breve, dice con su mirada a la pareja.
Entran los novios cogidos del brazo. En la calle quedan los curiosos. Macarena los espera sobre el lecho, ya impaciente. Agarra de una mano a la novia y tira de ella para que caiga a su lado. Su fria mirada hace que el novio pare en seco su intención de ayudar . Despoja la Condesa a la novia de tules y satenes, dejándole las blancas medias con los ligueros de bolillos, confeccionados por su abuela para la ocasión. Rasga las bragas y hunde su boca entre las piernas de la muchachita , que gime muerta de vergüenza. Pero Macarena es mucha Macarena. Los gimoteos de vergüenza se van transformando poco a poco en sonidos de gusto incontenible.
Agarra la cabeza de la Condesa para que no se separe de su concha y hace gestos a su reciente marido para que se acerque él también. Se desnuda el mancebo, alegre íntimamente de poder disfrutar de dos hembrones a la vez en su noche de bodas. Pero la aristócrata lo hace acostarse junto a la novia y , como a ella, hace que abra los muslos y los levante todo lo que pueda. Sobre la mesita de noche Macarena tiene preparados dos cabos de vela. Los unta con aceite de candil y los acerca a los apretados anos de la pareja. Ella sabe que , al conocer su deseo de ejercer el derecho de pernada, el novio ha consumado el matrimonio sobre un altar en la Sacristía de la iglesia. Por eso los quiere desvirgar por el único sitio en que todavía son vírgenes ambos. Rota los cabos de vela sobre ambas entradas. El novio bufa de rabia. Su miembro, erecto hasta hacia poco, ha quedado reducido a una piltrafilla vergonzante. La novia, que aún tiene el himen ensangrentado, se prepara para una nueva penetración. La penetración es más placentera de lo que esperaba el novio. Su miembro comienza a responder, muy a su pesar, y , cuando la malévola Macarena le encuentra la próstata, se yergue tan duro que golpea su propio ombligo con movimientos espasmódicos.
La novia no disfruta tanto ; pero , para compensarla, la Condesa frota de cuando en cuando su lindo clítoris y la muchacha agradece la atención. El novio se corre sin tocarse la polla. Está muerto de vergüenza , pero su semen corriendo por la ingle cae luego gota a gota rodeando el cabo de vela incrustado en su ano. La novia también se corre con ayuda de Macarena.
De madrugada se despierta Macarena disfrutando del abrazo de los novios. El muchacho supo penetrarla hasta arrancar dulces sones del armonioso cuerpo femenino y su esposa aprendió rápido el arte del cunnilingus. La Condesa se coloca de costado para poder dormir sobre el seno de la muchachita, chupeteando el pezón, ofreciendo su grupa a los embates rítmicos del insaciable novio.