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Huerto bien regado

en Gays

HUERTO BIEN REGADO

 

(3ª Parte de : El muchacho del maiz )

Dedicado a Izakiel

 

David disfrutaba del verano plenamente hasta que llegó el telegrama : había muerto una tía de papá en el Norte de España. Las maletas se hicieron rápidamente y en un par de horas habían marchado los padres de David junto con la hermana y su novio Pepe. David debía quedar cuidando de la casa y de los animales domésticos. De las comidas se encargaría Carmen, la vecina (puerta con puerta, en la misma calle ). El chaval quedó con muy mala hostia. De golpe se le habían marchado las dos personas que le habían aficionado al sexo aquel verano : su padre y su cuñado. Aún queda el albañil – pensó David – pero se quedó con dos palmos de narices cuando le vió esa misma tarde salir de vacaciones con su novia.

Y en toda la calle quedaba nadie que llevarse a la boca. En casa de su vecina Carmen solo estaba ella y , aunque de buen ver, a David – de momento – no le apetecía retozar con una cuarentona.

Al día siguiente, al llevarle el desayuno Carmen, David le miró de soslayo la abundante pechera apenas cubierta por una blusa veraniega. El chaval ocultó con la servilleta la tórrida erección que le abultaba el calzoncillo. La mujer sonrió por lo bajini al darse cuenta. El nene estaba como un quesito. Quizá le echase un tiento algún día de aquellos. Al acordarse del queso , Carmen cayó en la cuenta de lo que le quería pedir al chico.

 

Necesito que me hagas un favor, David.

Dime Carmen. Cualquier cosa que mate este aburrimiento.

Quisiera que le llevases a mi hermano Jacinto una cesta con comida. Es en la otra parte del pueblo. Con la bicicleta podrás ir.

Naturalmente. En cuanto lo tengas preparado me avisas. Voy a vestirme.

Lo de vestirse fue un eufemismo. Se dio una ducha y se puso los shorts más cortos que encontró. Concretamente unos blancos con borde rojo de cuando tenía doce años. Además no se puso ropa interior. Se miró en el espejo. Estaba de escándalo. La polla, aún en estado de reposo, le abultaba de tal manera que la costura delantera del pantaloncito mostraba los hilos totalmente estirados. Mechones de vello negro salían a ambos lados de las ingles. Escogió una camiseta, también varias tallas más pequeña, que le llegaba dos dedos por encima del ombligo. Las tetillas le asomaban por ambos lados de la camiseta. Sus bíceps de joven semi-adolescente se le marcaron cuando comenzó a tontear ante el espejo haciendo posturitas. Oyó la voz de Carmen llamándolo. Se calzó rápidamente sus zapatillas deportivas y bajó de cuatro en cuatro los escalones.

 

Madre de Dios – dijo Carmen al verlo – estás para comerte.

No será para tanto. Si estoy muy canijo.

Canijo, canijo … el pijo.

Bueno, el pijo precisamente lo tengo bastante bien.

Vale, vale. Ya continuaremos hablando después que se hace tarde. Te he puesto comida también para ti, así no tienes que volver corriendo.

De acuerdo.

Una última cosa. Mi hermano es sordomudo, por lo que tienes que hablarle por señas.

Muy bien. Hasta luego.

David ató la cesta a la parte de atrás de la bicicleta. Montó en el sillín y comenzó a pedalear hacia las afueras del pueblo, buscando el camino indicado por Carmen. El vientecillo le echaba el pelo hacia detrás y le entraba por las ingles, refrescándole los testículos. Varias veces tuvo que parar para meterse la polla dentro de los pantaloncitos, pues se le salía cada pocos metros recorridos.

Pasó junto a una balsa para riego, en la que nadaban varias personas. Casi todos eran quinceañeros como él. Algún adulto de veintitantos. Incluso un cuarentón que se zambullía desde una plataforma fabricada con varias tablas.

Paró durante unos minutos, dudando en darse él un chapuzón. En aquel momento pasó junto a él el cuarentón y se le quedó mirando fijamente. David siguió su mirada y , sí, efectivamente se le había vuelto a salir la polla, y esta vez junto con los cojones. Al estar con un pie apoyado en el suelo y el otro subido al pedal, sus genitales colgaban a su libre albedrío ante la mirada complacida del atractivo nadador.

 

Tienes fuego – preguntó el hombre sin apartar la mirada del abultado frontal de David.

Pues… no sé – dijo el chaval con intención, haciendo ademán de buscarse en el paquete.

Se rieron los dos y , tras varios minutos estaban charlando animadamente. El hombre era maestro de escuela y estaba pasando las vacaciones en casa de un familiar. David le dijo quién era él, en la situación que estaba y donde se dirigía.

 

Si, si. Conozco el sito. " El huerto del Mudo". He ido algunas veces allí con mi sobrino. Por cierto, tiene tu edad. No ha venido a nadar porque está castigado.

David miró el reloj y vió que se hacía tarde. Pedaleó con ganas y al poco rato vió a lo lejos los muros del huerto que le habían indicado. Aparcó la bicicleta y cogiendo la cesta entró por la puerta que estaba entornada. No quiso dar voces para llamar, pues sabía que no lo iban a oir.

En el silencio del campo oyó un ruido que se repetía cada pocos instantes. Reconoció el sonido del azadón hendiendo la tierra. Guiado por el ruido , tras unos árboles frutales, vió la figura de un hombre joven cavando. Tendría unos veintitantos años, sin llegar a la treintena.

David quiso gozar del espectáculo de mirar sin ser visto. Se sentó sobre una piedra a unos metros del hombre, que estaba de espaldas. Al inclinarse a remover los terrones de tierra, el fino pantalón de trabajo, casi transparente a fuerza de lavadas, se le ceñía a las nalgas sin dejar nada a la imaginación. Además, un gran rasgón en la entrepierna hacía que los gruesos testículos del mozo apareciesen colgantes entre sus muslos, agitándose con cada movimiento de su dueño. Al agacharse algo más el campesino, también le salió por el rasgón una buena polla, totalmente en reposo.

Ante la vista que tenía, David comenzó a empalmarse, por lo que su larga polla apareció por el borde superior del short. Con el calentamiento de sus hormonas, el chaval perdió toda la vergüenza que le quedaba y , jugándose el todo por el todo, se acercó sigilosamente hacia el mudo y estiró la mano. Al sentir sus vituallas en mano ajena, el joven quedó rígido durante unos segundos. Pero, seguramente más acostumbrado a ese tipo de sorpresas de lo que David imaginaba, giró su espectacular torso por la cintura para ver al autor de la caricia. Sus ojos miraron interrogadores al chaval que no conocía y que lo miraba desde el suelo bien agarrado a su bien provista mercancía. Por cierto , que el niño no iba descalzo, por lo que se le veía asomar por la cinturilla y por la parte baja de la entrepierna.

David se presentó por señas, mostrándole la cesta con la comida. El mudo , que era guapísimo, asentía a todo lo que le decía el chaval. Pero seguramente tendría más hambre de una clase que de otra, pues a los pocos minutos David estaba abrazado a una higuera, con el short por los pies y el mudo enterrándole el mango de su azadón de carne hasta los más hondo del surco.

Luego, David tuvo el capricho de encular al mudo a través del rasgón de la ropa. Lo agarró bien de cada pezón y juntando su juvenil cuerpo a la parte trasera del macho montaraz le metió centímetro a centímetro su pija superlativa. Chocaron los cojones de ambos. Agarró el chico la tranca del mudo y lo pajeó sin descanso hasta que el fruto de la higuera recibió su ración de leche.

Comieron de la cesta tumbados sobre una manta a la sombra de la higuera. Al café llegó el maestro con su sobrino.

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