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Memorias de una putilla arrastrada (9)

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MEMORIAS DE UNA PUTILLA ARRASTRADA.- CAPÍTULO NOVENO

En mi pueblo, en la Noche de Fin de Año , se celebraba un curioso ritual desde hacía tropecientos años. Durante este festejo, se hacía la Presentación de los chicos y de las chicas que – en el año que comenzaba – cumplían dieciséis años. Para ello, había una Comisión de Fiestas que se encargaba de que no faltase ningún requisito. Aquel año, precisamente, faltaba uno : las parejas - como mínimo – debían de ser doce ( pues salían disfrazadas de los meses del año ) , y – por causa de una complicación de última hora – habían fallado una pareja de hermanos que representaban el mes de Diciembre.

Cuando Pedrito, el chico que había conocido en el tren, vino a preguntarme si quería ser su pareja, quedé atónita. Desde luego , ambos, cumplíamos el requisito de la edad; pero ¡ era tan precipitado!. Además, estaba "lo otro". Fui tanteando el terreno , por si él sabía – ya – algo sobre mi fama ( mala ) en el pueblo. El me cortó las excusas que afloraban a mis labios, diciendo que su madre ( esposa del nuevo Notario ) se encargaría de acompañarnos a la Ciudad, para comprar todas las cosas necesarias. Por dinero no era, desde luego. Tanto insistió … que desistí de contarle nada más ( por el momento).

Durante las compras, la madre de Pedrito resultó una señora muy agradable, muy pendiente de los caprichos de su hijo ( único ). Aparentemente ella tampoco sabía nada sobre mí, salvo que había venido con su hijo en el tren, que era huérfana de padre y madre… y poco más.

Pasamos una tarde deliciosa, cargadísimos de paquetes y riéndonos como descosidos. Ante una taza de humeante chocolate con churros – mientras su madre hacía un pipí – Pedrito intentó meterme mano. Yo, naturalmente, me hice la estrecha y le pegué un capón. ¡ Disfruté tanto jugando a ser una chica normal de quince años! .

Llegó, por fín, el 31 de Diciembre. Casi no comí nada en todo el día, con los nervios torturándome.

En el Teatro, donde se efectuaba la Presentación, un tropel de quinceañeros ensayábamos reverencias, mientras oíamos el sonido apagado procedente del interior de la sala. Nos pusieron en fila . Los que hacían del mes de Enero , se cagaban por las patas debajo de puro miedo : ellos salían los primeros, debían romper el hielo en una sala abarrotada de gente.

Mis amigos, Jenaro y Rosa, representaban el mes de Mayo. Ella iba un tanto incómoda con tantas gasas y floripondios encima. Pero él, mi Jenaro, mi amigo varoncito que quería ser hembrita, estaba en su salsa. Había hecho modificaciones a su traje ( uno bastante austero que le había confeccionado el sastre del pueblo ), y – ahora – llevaba encima casi más flores y adornos que su pareja. Solo le faltaba la pamela.

Abrieron las puertas por las que entraríamos nosotros. La sala estaba totalmente a oscuras. Al fondo, la Banda de Música atacó los primeros compases de "Las Cuatro Estaciones" de Vivaldi ( convenientemente adaptado por el Director de la banda, que era muy mañoso, a los escasos instrumentos de que disponían ). Comenzó a abrirse el telón, mientras se encendían unos suaves focos iluminando estratégicamente el escenario. Brillaron los oros y las platas por doquier. Unos enormes búcaros, desparramaban su contenido floral a ambos lados del escenario. Once sillas alineadas unas junto a otras, esperaban a cada chica. En el centro, sobre un pedestal , un gran sillón de trono brilló con su dorado de pacotilla al encenderse otro foco más potente. Y, por último, como novedad debida a un joven del pueblo aficionado al bricolage, dos fuentecillas elevaron sus tímidos chorros , salpicando el terciopelo azul del telón de fondo.

Tronaron los aplausos. El Director de la Banda, cual si estuviese dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Viena ( por lo menos ), agitaba la batuta ante las narices de sus músicos ( que, la verdad, no le hacían mucho caso ). La música se elevó y elevó, hasta que cesó de pronto. Aparecieron los presentadores del acto , que comenzaron a desgranar los nombres de los primeros de la fila. Con una rapidez pasmosa, fueron bajando por la alfombra central ( fabricada – como todo el trono – con papel de plata de envolver bocadillos y alguna tela regalada por la fábrica textil de la comarca ). Con todos los meses arriba, el escenario estaba precioso, refulgente de luces que rebotaban sobre el papel couché. En los palcos laterales, habían colgado enormes mantones de Manila de larguísimos flecos , creados para la ocasión por las manos habilidosas de las madres de los festeros. Pavos reales de multicolor plumaje, alternaban con motivos florales, todo ello realizado con diminutos redondeles de papel de seda pegados a la tela de cada mantón según un dibujo preestablecido.

Un silencio expectante flotó sobre la sala. Con mi traje de noche rojo, bordado de lentejuelas , estaba muy sexi. Los ojos de Pedrito se perdían en el interior de mi escote "palabra de honor". Unas manos femeninas cosieron con imperdibles una larga cola a mi vestido. Me sentí regia. Por una vez en mi puñetera vida, noté el pálpito de sentirme integrada en el Pueblo. Un redoble de tambor ( el músico era el padre de Rosa, y los palillos con los que hacía el redoble eran los que nos habíamos metido entre nosotras hasta los hígados ) se elevó sobre las voces de los presentadores , que cantaban nuestros nombres a voz en cuello. Me agarré al brazo de Pedrito, saludando a derecha e izquierda, como una verdadera Reina. Mi mirada – húmeda – acariciaba amorosamente los rostros del público. Aquél público que me miraba y me miraba … Noté una sensación de "dejá-vu" ( o como se diga ). Como un relámpago, vino a mi mente el día de mi Primera Comunión, entrando en la Iglesia, con AQUELLOS MISMOS ROSTROS mirándome … tan duramente como ahora.

Cerré los ojos unos instantes, apretándolos para no dejar salir ni una lágrima. Al abrirlos, mi mirada se posó – allá en un palco – en los padres de Pedrito. Junto a ellos, como un ave agorera, se inclinaba – musitando su veneno- la Señorita Putet, mi Catequista, la que se había encargado de aventar mis secretos de confesión por todo el pueblo. Con la sonrisa helada en el rostro, me imaginé lo que les estaría diciendo : completaría – ante la madre de Pedrito – mi "currículum vitae", llenándole las lagunas que yo había dejado vacías aquella tarde de chocolate con churros.

Sentada en el trono, observé a los pajes arreglándome la larga cola del vestido. Era de un tejido rojo, idéntico al traje; pero , en el centro, ribeteadas en terciopelo negro, había unas letras. Estando yo en lo más alto del escenario, y con la cola desparramada sobre los escalones, desde abajo, desde todas las butacas, se vería perfectamente el nombre que formaban aquellas letras. Mientras el poeta del pueblo nos dedicaba unas encendidas palabras, me entretuve en adivinar cada letra. Tuve todo el tiempo del mundo. Al final, sin grandes esfuerzos pues me imaginaba lo que ponía, deletreé la palabra que – con tantas molestias – habían cosido aquellas buenas mujeres : P U T I L L A .

Sonreí de oreja a oreja. No les iba a dar el gustazo, a aquellos malnacidos, de que me viesen flaquear. Enseñando los dientes y con la mirada muerta, avizoré – entre bambalinas – a Pedrito rodeado de los otros muchachitos de la fiesta. Me señalaban , como Américo Vespuccio señaló el Nuevo Mundo, mientras mascullaban obscenidades en las rojas orejas de mi enamorado.

Al acabar el acto, fueron bajando los festeros. Todos de dos en dos. Cada oveja con su pareja. Menos yo, pues Pedrito había huido al redil de los brazos maternos.

***

 

La zona cubierta del Polideportivo Municipal estaba muy elegante. Adornos navideños por doquier, banderolas y globos. El Cotillón de Fin de Año prometía ser de los mejores.

Ahita de sangría y otros licores espirituosos, arrastraba mi ignominiosa cola por las baldosas, con la tiara de plástico plateado peligrosamente inclinada sobre mis sienes. En un rincón, las familias de Jenaro y de Rosa les daban órdenes categóricas de no acercarse a mí. Vi la mirada de Pedrito antes de verlo a él. Me taladraba con los ojos, me asesinaba, me decía … lo que yo no quería oir. O lo que, pensándolo mejor, me importaba ya una puta mierda. Casi tan borracho como yo, comenzó a farfullarme algo relacionado con mis mentiras. No lo dejé acabar : cogí su mano y lo arrastré conmigo, hacia un pasillo lateral, fuera de la cancha donde se celebraba el evento. Entramos en un cuartucho, mal ventilado y con hedor a suspensorios. En mitad, como esperándonos, una colchoneta – medio destripada – nos mostraba sus entrañas de esponja. En dos tirones me arranqué los imperdibles que sujetaban la cola, extendiéndola sobre la colchoneta y transformándola en suntuosa cama de puta barata. Las lentejuelas del vestido tintinearon al rodar por el suelo, mientras el ruido de la tela rasgada estremeció al embobado Pedrito. Me arrodillé ante él, bajándole – muy lentamente – sus pantalones de príncipe consorte. Entre bebido y asustado, no daba la talla precisa. Hice honor a mi nombre , y , en pocos minutos, noté su virilidad danzando por mi garganta. Ya estaba preparado. Ahora, la segunda parte.

Como una putilla, como una arrastrada, como un putón verbenero ( nunca mejor dicho ), me despatarré ante él, llamándolo con palabras soeces. Tuve que dirigir su rabo a mi entrepierna. Tuve que espolear sus nalgas con mis talones. Tuve que ofrecerle mis pechos a su boca. Tuve que … reir con voz desaforada , por no llorar mis ilusiones de adolescente , perdidas – ahora sí- para siempre.

Y, cuando acabó ( que fue pronto ), quedé sola. Pero por poco tiempo. A los pocos minutos entró el chico de Noviembre, que cumplió más o menos igual. Octubre y Septiembre entraron a la vez, chocando sus vergas en mi interior, como si jugasen a espadazos. Agosto , aún siendo de la misma edad, era más maduro, como más hecho. Y tenía una poronga que daba miedo. Claro que , a la Putilla, no le arredraba nada.

Me sodomizaron, me tomaron como a perra y como a gata. Tragué sus espermas, bebí sus salivas y aguanté sus dientes. Mis pechos fueron amasados, fueron sorbidos, fueron pellizcados y mordidos.

Todos pasaron por mí, sobre mí, contra mí. Todos menos uno. Naturalmente , Jenaro, el del mes de Mayo, seguía llorando – de impotencia – en un rincón de la cancha, consolado por la voz ronca de Rosa.

Cuando creía que todo había acabado ( pues no quedaban meses en el año ), la puerta se abrió otra vez. Había corrido la voz ( entre la población masculina asistente al festejo ) y había una larga fila de padres y tíos de los adolescentes desvirgados aquella noche.

Y todo volvió a comenzar. Mi cuerpo , roto , supuraba semen de todas las edades. Y , al final, me desmayé.

***

Desperté tres días después, cuando desapareció – poco a poco – el efecto de los sedantes. Había junto a mí una señora que no conocía. Parienta lejana de mi madre, ahora sería mi tutora legal. Era muy cariñosa, aunque algo locatis. Estábamos en un Sanatorio, entre las montañas.

Varias semanas después , tomé confianza para contarle mis cuitas. Desde mis primeros escarceos sexuales con la pareja de hermanos pedófilos ( ahora en un manicomio ), pasando por mi nefasta aventura con la monja el día de Nochebuena, el polvo sincronizado en la cripta con los gemelos, mis aventuras en el tren de vuelta , mis retozos lésbicos con Rosa … y el fin de fiesta en el Polideportivo Municipal.

Leocadia – así se llamaba mi tutora – hizo entrar a un médico que esperaba fuera. Con mucho tacto, me informaron que – cuando ingresé allí – me detectaron ( además de los destrozos inherentes al cotillón de fin de año ) una enfermedad venérea. Parece ser que , los gemelitos del dia del cementerio , me habían infectado a mí . Y yo, a la mitad de la población varonil de mi amado Pueblo.

Cuando paré de reir a mandíbula batiente, comencé a escribir una larga carta para Jenaro y Rosa, haciendo planes para el futuro de nosotros tres.

Creo que , aquel nuevo año, se acabaron las existencias de penicilina en las farmacias de la comarca.

Carletto.

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