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Cloe (4: La bacanal romana)

en Orgías

CLOE - (IV).- LA BACANAL ROMANA

Pasaron los meses y , gracias a las mañas de Cloe, el Faraón pudo preñar a su mujer. Poco después, marchó a la guerra contra uno de los muchos beligerantes reinos vecinos, y cayó prisionero. Antes de ser arrastrado, cubierto de cadenas, a la capital de sus enemigos, pudo enviar un correo a la Reina sugiriéndole secretas instrucciones. La Reina, como hermana y esposa de él, tenía poder suficiente para mantener el poder en sus férreas manos, y debía luchar hasta conseguir el retorno del Faraón.

Cloe dormitaba en sus aposentos, un tanto aburrida por no haber sido requerida desde hacía tiempo por la familia real. Se sorprendió por la visita de la Reina, que con su incipiente barriguita de tres meses , estaba espléndida. Además, el estado de buena esperanza había potenciado en ella la líbido y su piel refulgía como un faro que llamaba a los navegantes. La Reina tuvo pocas palabras con Cloe. Llegó junto a ella ( que se había postrado de bruces ) y , desabrochándose el adorno de oro que sujetaba su túnica de gasa de color aguamarina, dejó caer la tela hasta el suelo quedando arrollada a sus pies y emergiendo la Reina , totalmente desnuda, como Venus saliendo de las aguas.

A una señal suya, Cloe quedó al instante desvestida como ella. Arrodillada ante su señora, cogió un pie de la Reina y le fue dando pequeños lengüetazos por los dedos, chupándoles las yemas y siguiendo río arriba, por tobillos, pantorrillas, rodillas, muslos … hasta llegar a las fuentes del Nilo. Primeramente bebió de las aguas del Nilo Blanco, para ello hizo recostarse a su dueña sobre los mullidos almohadones que cubrían la estancia alfombrada. Cloe se convirtió en áspid y culebreó en la cueva de la vida, picando con su lengua casi bífida en los entresijos de las laderas del Monte de Venus, anegó con su saliva los aledaños de la cueva llevando casi al espasmo a la Reina cuando, finalmente, atacó el clítoris rezumante. Sin perder ni un segundo, levantó los muslos de la esposa del Faraón para que se apoyasen sobre sus hombros y espalda, acercando esta vez sus ávidos labios al fruncido nacimiento del Nilo Azul, todavía libre de los peñascos hemorroidales que suelen ir parejos con la maternidad. Convirtió en aguda lanza la punta de su lengua, para penetrar en la angosta vía vigilada por el esfínter guardián. Conseguido que la guardia se relajase, introdujo su dardo lo más posible, rotando su musculoso ariete en el interior. Conseguida la lubricación también en este frente de batalla, Cloe chascó los dedos y una figura masculina apareció tras un cortinaje de brocado. Hamed ,el eunuco, cuyo erecto miembro caminaba por delante de él varios centímetros, como la vara de un zahorí buscando agua, hizo una genuflexión ante el ano de la Reina antes de meter toda su longitud en el semidilatado orificio. Abrió la boca la soberana cuando notó el cuerpo extraño adentrarse entre chapoteos, y sus labios se vieron sellados por la concha de Cloe que se sentó sobre su cara. Arrimó la antigüa sacerdotisa su vulva depilada a la real boca que, simulando tocar la armónica, deslizó sus labios y su lengua por la abertura vaginal arrancando de ella verdaderas notas musicales.

Presionó la esposa del Faraón los pezones de Cloe, y con gesto suave la hizo bajar a lo largo de su cuerpo hasta que ambas estuvieron tendidas una sobre otra. Atrapadas con las ventosas de sus labios y sus vaginas, quedaron unidas como un solo cuerpo. Hamed, que había limpiado su impedimenta en una jofaina con agua perfumada de jazmín, aprovechó el trasero ligeramente levantado de Cloe y , de un envite , taladró el coño de la prostituta sagrada que, llevada casi hasta el éxtasis, engarfió los dedos sobre los opulentos senos de la Reina, acariciando con sus largas uñas los oscuros pezones, hasta que el vientre de la soberana naufragó en un oleaje de orgasmos múltiples, cuando la larga vara del eunuco pasó a su vagina desde la vecina concha de Cloe.

Desmadejadas las dos hembras sobre el suelo, Hamed seguía paseando su insatisfecha erección por el aposento. La Reina estaba tranquila : había satisfecho su lubricidad sin hacer uso de un hombre completo. Esa sería la solución si, después de parir, todavía no habían podido rescatar a su esposo.

Pasaron los meses. La Reina dio a luz un precioso niño, una miniatura de Faraón. Ella, en ausencia de su esposo, se proclamó Regente hasta la mayoría de edad del recién nacido. Hamed realizaría las funciones de consejero de mucha confianza. Para Cloe, la Reina había pensado en una misión muy especial. Tan especial, que entrañaba muchísimo riesgo y , esto, hacía dudar a la Soberana. Por fín, un día se lo comunicó a Cloe : debería disfrazarse e introducirse en una caravana de cómicos, artistas, equilibristas, danzarinas… en fín, todo un elenco de gente de mal vivir que con su gira, visitaban varios paises limítrofes, incluido en el que tenían prisionero al Faraón. Cloe, con su inteligencia y sus artes de bailarina ( por no nombrar las de prostituta ), sabría encontrar la ayuda necesaria y rescatar al Rey.

Cloe, en su fuero interno, pensó que la Reina lo veia todo muy fácil. Ella , tenía sus dudas ; pero, obediente como siempre, comenzó a ejercitarse en sus antiguas artes para estar preparada. Llegó el día, - mejor dicho – la noche señalada. La pequeña caravana de saltimbanquis salió de la ciudad por una puerta discreta, lejos de los ojos de los posibles espías. Tres camellos, dos pollinos de carga y un gran carretón , eran con lo que contaban para la travesía del desierto. La "trouppe", además de Cloe, se componía de otra danzarina un poco mayor que ella; una adivinadora que juraba y perjuraba que había aprendido sus artes con la Sibila de Delfos; una moza procedente del Alto Nilo, negra como el betún, que – a parte de tocar la pandereta, era expertísima en sexo oral. Eso, por la parte femenina. Los hombres se reducían a un joven camellero ( decidido a última hora, porque su padre – el verdadero camellero – se había puesto enfermo ), un viejo pederasta griego ( que hacía las veces de "jefe" de la trouppe ) y un chavalín de mirada pícara y pelo ensortijado, griego también, al que el pederasta se empeñaba en nombrar como " mi sobrino ". El tal sobrino, era saltimbanqui desde muy pequeño, y parecía que tenía el cuerpo de goma. Hacía unas clases de flexiones, de retorcimientos y de saltos en el vacío, que Cloe – que en su vida había visto ya cosas muy raras – nunca había visto nada igual.

En la caminata por el desierto, para entretenese, cada cual hacía sus "gracias" para entretener a los otros cuando descansaban por la noche, bajo el negro manto estrellado. Encendían una fogata y se sentaban alrededor. La "sibila" les echaba sus augurios. El camellero, que resultó que tenía buena voz, les salmodiaba canciones de su tierra, acompañándose de rítmicas pisadas sobre la tierra polvorienta. La moza negra, que hablando, hablando, reconoció ser de una aldea cercana a la del camellero, le acompañaba con la pandereta. Y , cuando acababan, lo acompañaba hasta el carromato desde donde se les oia fornicar dando tales gritos, que las esfinges se acercaban para ver qué pasaba.

La adivina, que para tener las visiones debía ayudarse con un bebedizo de alta graduación alcohólica, al tercer augurio ya estaba roque, resoplando sobre la mesa.

Entonces, ya en la intimidad, el pederasta, que también tenía su vena artística, batía palmas y aparecía el muchachito como su madre lo trajo al mundo. Bailaba el mozuelo junto a la hoguera de forma cada vez más lúbrica. Con las dos manos en la cintura, giraba sus caderas vertiginosamente, con lo que su miembro – de un tamaño bastante desarrollado para su edad – daba vueltas como un molinete, hasta alcanzar su punto culminante de longitud y erección. Mientras, su "tío" había arrimado uno de los fardos de tela que llevaban consigo y, a la voz de "hale – hop " el mozuelo apoyaba sus riñones en el fardo, levantaba los muslos hasta que sus rodillas estuviesen a ambos lados de su cara y , agarrándose fuertemente él mismo las nalgas, en dos movimientos se tragaba su propio miembro hasta la raiz inclusive – haciendo un pequeño esfuerzo – los dos testículos, quedando sobre el fardo como una especie de rueda de carne, con el agujero del ano bien visible para el público en general. El público en particular – o sea, su tío- con la sonrisa de oreja a oreja, comenzaba su parte en el programa, que consistía en acercar su larga mandarria al montoncito de carne, y pincharlo como si ensartara una aceituna rellena de anchoa. Terminaban su actuación sudorosos, entre los entusíasticos aplausos de las dos danzarinas, que querían disfrutar de los ejercicios gimnásticos del mozuelo, pero en carne propia. Retozaban en buena armonía hasta el alba. Algunas veces se les incorporaba el camellero, cuando la negra dejaba de soplarle la flauta. Y así, sol tras sol, polvo tras polvo, llegaron a un oasis en mitad del desierto.

Cloe se bañaba en las cristalinas aguas de una pequeña laguna. Desde allí, sacando simplemente la cabeza, podía agarrar los dulcísimos dátiles que chorreaban azúcar desde las inclinadas palmeras. De repente, un griterío ensordecedor le puso el alma en vilo. Escupió el hueso mondo del dátil que se estaba comiendo y, en cuatro brazadas, llegó a la orilla. Se ocultó tras unos matorrales mirando el maremágnum en que se había convertido el campamento. Figuras embozadas, de fiero aspecto, estaban saqueando sus humildes pertenencias. En un rincón , atados como fardos, tenían a la negra, a la danzarina y al muchachito contorsionista. Mäs allá, los cadáveres de la pitonisa, del camellero y del pederasta, la informaron de un vistazo , que los atacantes no se paraban en chiquitas. No pudo ver más : un fortísimo golpe en la cabeza la hizo recibir la noche antes de hora. No se enteró como la ataban , y la echaban dentro del carromato junto con sus otros dos compañeros.

El astro rey lloraba sobre ellos lágrimas de fuego. El paso de la caravana era cansino. Cloe sintió gana de vomitar, por el dolor de cabeza que le vino en cuanto abrió los ojos. Sus amigos la miraban con ojos asustados. Cuando ella les musitó que le hacían mucho daño los ojos, su amiga danzarina hizo lo único que podía : se arrastró junto a ella, con manos y pies atados, e inclinando su busto sobre la cara de Cloe, consiguió ponerle un seno en cada ojo, frotándoselos ligeramente. Agradeció la muchacha el frescor de los pezones de su amiga y , cuando se le hubo calmado la jaqueca, le agradeció el detalle lamiendo sus botoncitos rosados durante unos minutos. Más tarde, le informaron que a la felatriz, la morena de gruesos labios chupadores, se la había quedado para su uso personal el jefe de los tratantes de esclavos.

El muchachito, que libre de su "tío" quería probar cosas nuevas, se las arregló para reptar entre los cuerpos de ambas con su flexibilidad sobrenatural. Metió la cabeza entre las exiguas ropas que cubrían el cuerpo de Cloe, lamiendo como un gatito la hendidura con sabor marino, a la par que su pene, cada vez más aparente, buscaba como con vida propia, como tentáculo de pulpo, el profundo cañón de la otra bailarina. Acoplados los tres como si los hubiesen fabricado así, aprovecharon – por no cansarse – los traqueteos del carro para satisfacer sus necesidades perentorias. Las penalidades del viaje tenían – por fín – una ligera compensación.

Llegados al puerto de Alejandría, los tratantes de esclavos no les permitieron visitar su famoso Faro. Ni su inmensa Biblioteca. Ni nada de nada. Los llevaron directos a las entrañas de un galeón propiedad de un navarca fenicio, que tenía órdenes terminantes de llevar todo su cargamento de carne a Roma, sin más dilaciones.

Se acercaba la primavera romana, y con ella, los festejos dedicados a la diosa Flora ( las Floralias ). A Saturno ( las Saturnales ). El dios Baco y sus bacantes estaban en puertas. Príapo y su inmenso miembro esperaba a unas y a otros. Para todo esto, cualquier novedad de carne jugosa y si – encima – sabían hacer alguna cosita ( además de follar ) , mucho mejor. Todo era poco para el inmeso prostíbulo en que se iba a convertir Roma durante varias semanas. Las matronas más dignas, las aristócratas más exigentes… desde el Emperador ( que se disfrazaba de puta el primer día de fiesta y ya no se lo quitaba hasta el último ) hasta el último de los esclavos, todos, todos, solo pensaban en fornicar. Desde el más viejo al más joven. Desde el más guapo al más feo ( sobre todo los feos y las feas, que salían esos días con hambre atrasada y no dejaban títere con cabeza ). Solo se libraban – por los pelos – las vírgenes Vestales, que se aburrían soberanamente en el templo de Vesta, intentando no oir el cachondeito fino que corría por toda la Ciudad.

Cuando el lote que componían Cloe y sus amigos fue expuesto en el mercado de esclavos, rápidamente fueron comprados por un matrimonio de mediana edad, muy patricios ellos, que, tras chalanear un poco con el vendedor, ajustaron el precio sin mucho contratiempo. Junto a la tarima donde habían estado expuestos, un herrero colocaba a los esclavos unos discretos brazaletes de hierro, en el que iba escrito ( en latín, naturalmente ) el nombre y la dirección de sus actuales dueños. Los llevaron rápidamente a una hermosa casa, enclavada en el centro de un barrio residencial. Nada más llegar, se hizo cargo de ellos un criado con aspecto de guasón que los llevó , a su vez, a la presencia del Mayordomo de la casa, un venerable anciano de gesto adusto aunque de mirada no tan severa como quería aparentar. El hombre, con voz reposada les informó de sus deberes cotidianos ( los días que no hubiese orgía ). Allí no soportaban a holgazanes ni a reñidores. La limpieza del cuerpo era un requisito indispensable para poder sentarse a comer. Ninguno de los tres tenía el porqué ( de momento ) plegarse a los deseos sexuales de los otros esclavos ni criados. Solamente los dueños tendrían tal prerrogativa . Ahora los llevarían a las termas, donde debían limpiarse a conciencia de la mugre acumulada durante varios meses. De paso, deberían ir comenzando su limpieza íntima. Esta noche cenarían, para saciar el hambre retrasado; pero como las Floralias estaban en puertas, a partir del día siguiente llevarían una dieta especial para ir desatascando todos sus conductos sexuales, con vistas a la bacanal que, dioses mediante, se celebraría el próximo viernes. Estaba previsto que ellos tres serían el plato fuerte de la fiesta, junto con otro esclavo griego que habían comprado el día de antes.

Una vez terminaron su aseo en las termas, el mismo criado guasón los llevó al aposento que debían compartir con el resto de esclavos sexuales. Por el camino, les iba cotilleando cosas de los dueños de la casa. La Dueña – les dijo – es muy tiquismiquis , sobre todo cuando va a tener invitados. Se pone tan nerviosa, queriendo ofrecer lo mejor y que no le chafe la oreja ninguna amiga, que, al final , le pasa como a la gata de Flora : chilla cuando se la metes, y si se la sacas, llora.

Cuando llegaron a su cuarto, los tres amigos quedaron boquiabiertos con la visión inesperada de un dios , totalmente desnudo, durmiendo sobre un camastro. Estaba tendido boca abajo. Un largo cabello rubio oscuro le llegaba por los hombros. Las espaldas eran amplias y musculosas, con ligerísimas cicatrices que dibujaban en su tostada piel un tenue enrejado de azotes. Sus nalgas, mórbidas y separadas, dejaban entreveer un velludo ano, no tan cerrado como debiese. Los muslos, largos , velludos y musculosos, eran como dos columnas capaces de sostener aquella maravilla. Los ojos que lo contemplaban, se abrieron con espanto , mientras un zurriagazo de deseo recorría los vientres de los tres admirados espectadores, cuando el durmiente, hablando entre sueños, se dio la vuelta y quedó panza arriba, despatarrado, mostrando el miembro más grande y más hermoso jamás visto por ellos. De repente, el muchacho contorsionista, se fijó en un detalle del glande y , agachándose junto a él, miró de cerca el haba gruesa del rubiales. Se fijó en unas pequeñas señales que rodeaban el champiñón y , como si se le encendiese una luz, miró las facciones del bello Apolo, que en aquél momento había abierto los ojos.

Eres Narciso. ( musitó en griego el chavalín ).

Si, efectivamente muchacho, ¿ Y tú ¿ - contestó, también en griego, el Adonis.

Yo … soy Alcibíades.

¡ Hermano ¡. – dijo el mayor abrazándolo llorando.

Lloraron a moco tendido durante largo rato. Luego, entre hipidos, contaron la odisea de su familia. El rapto del hermano menor durante unas vacaciones en Creta. Ellos eran de la Isla de Minos, la patria del Minotauro. El hermano mayor era bailarín en las fiestas de la isla, cuando un grupo muy seleccionado de jóvenes de ambos sexos danzaban y saltaban sobre los lomos de un toro bravo, haciendo piruetas peligrosísimas y de una belleza excepcional. El hermano pequeño se estaba preparando para iniciarse, cuando lo raptaron. De ahí la flexibilidad de sus miembros. Los padres enloquecieron de dolor cuando les quitaron a su niño, su ojito derecho. Y el hermano , más que hermano, amante, juró ante sus blancas cabezas, encanecidas antes de tiempo, que lo traería sano y salvo, de vuelta a casa.

No pudo cumplir su promesa, antes al contrario : él mismo fue hecho prisionero y vendido al mejor postor. Solo su belleza clásica lo había mantenido con vida hasta entonces. Y los juegos que había mantenido con su hermanito, le sirvieron para aceptar todo lo que le obligaron a hacer a su cuerpo. Las señales de los dientes en su miembro, se las produjo Alcibíades, una tarde – poco antes del rapto – en que ambos hermanos mataban el tiempo demostrándose lo mucho que se querían.

La alegría había vuelto . Pronto comenzaron los preparativos para la bacanal nocturna.

Declinó la tarde. Los criados prendieron las antorchas, iluminando toda la casa como si fuese de día. De las cocinas salían densas vaharadas de olor a comida que hacían retorcerse de hambre los estómagos de los bailarines. Llegaron los floristas con canastos y canastos de flores ( todo lo exóticas posible , había ordenado la dueña de la casa ) montando centros, llenando búcaros, entrelazando guirnaldas que iban desde la entrada hasta dentro de la domus, trepando por columnas y bajando por pasamanos. El gran estanque del jardín, había sido drenado varios días antes, limpiado su fondo para que se viesen perfectamente los dibujos del mosaico azul que representaba a Neptuno con su tridente. Sobre el agua límpida, flotaban nenúfares de delicadísimos colores. Alrededor del estanque, y en otros sitios estratégicos del jardín, unos pequeños recipientes con velas de sebo alumbraban con luz tenue, expandiendo a la vez un aroma a incienso , sándalo y otras maderas olorosas.

En el recibidor, un pequeño altar con los dioses de la familia, rebosaba de flores y hojas de laurel. En las paredes, unos frescos recién retocados, alegraban la vista con algunas escenas de corte erótico. Entre ellas, sobresalía por su atrevimiento, la de un musculoso joven que aguantaba su monstruoso miembro con una especie de balanza, mientras miraba , hierátio, a quienes lo contemplaban.

En el salón principal, todo rodeado de columnas, guirnaldas de flores blancas colgaban desde las cornisas. El olor a tomillo y laurel, junto con el perfume más dulzón de las flores, daban al ambiente un toque sensual. Repartidos junto a cada columna, una docena de tricliniums esperaban a los invitados . Ante cada uno de ellos, unas mesitas bajas rebosaban ya de aperitivos. A la cabeza de cada lecho, una columna truncada soportaba fruteros de plata, en los que – artísticamente colocados – reposaban toda clase de frutas, melocotones, higos, negras uvas de gruesos granos brillantes, verdi-blancos racimos de moscatel, dátiles, nueces y almendras sin cáscara. Unas enormes aceitunas en salmuera, traidas ex profeso desde Hispania, brillaban como huevos de un ave exótica.

Comenzó a llenarse el salón. Los invitados de más abolengo, en los sitios privilegiados, cerca de los dueños de la casa. En los más alejados, los parientes pobres a los que se debía invitar por obligación en aquellas fechas.

Un arpista ciego acometió una melodía con sus ágiles dedos, seguido muy de cerca por una flauta dulce . El festín había comenzado.

Los quince aperitivos se deglutieron con rapidez pasmosa. Las gambas, ostras y salazones. Los mejillones preparados de cinco maneras distintas… El jamón curado, los quesos en aceite, las berenjenas al horno … Los criados trotaban llenando con sus jarras las copas que les tendían los comensales.

Sopas seis clases diferentes : calientes, frias, de pescado y marisco, de verduras, de carnes y aves. Luego , grandes fuentes con cigalas, cangrejos, nécoras y hasta un extraño pez, tendido en una larga bandeja, que parecía una niña pequeña con sus senos incipientes. Algunos, más enterados, dijeron que era una sirena.

La dueña de la casa comenzó a relajarse. Parecía que estaba siendo un éxito. Apresuró a los vinateros para que siguiesen preparando hidromiel, antes del descanso. Los comensales, entre eructos, llamaban a los criados de largos cabellos para limpiarse en sus cabezas los dedos pringosos.

Paró unos minutos la música. Era la señal para ir al vomitorium. Los invitados, hombres y mujeres, se lanzaron trastabilleando a la zona de la casa dedicada a vomitar. Allí, ayudados con largas plumas de ganso, se hicieron cosquillas en lo más profundo de sus gargantas hasta lograr la arcada. Los barreños, sostenidos por los criados, se fueron llenando , entre vapores ácidos , con el contenido de los estómagos repletos. Allí cayeron los alimentos a mitad de digerir, los chorros de vino y todo lo que le impedía seguir tragando como cerdos. Cuando terminaban, se lavaban la cara en los recipientes preparados a tal efecto. Se acicalaban y perfumaban … y volvían a sus puestos, prestos a seguir comiendo.

Recomenzó la música y , con ella, siguieron llegando las abundantes viandas. Cochinillo asado ( crujiente y tostado por fuera, tierno por dentro ), cordero lechal, carne de caza, aves de corral … En unas parihuelas llevaron una vaca entera, dentro de la cual, sazonado con veinte especias esperaba un ternero, dentro del ternero, una cabra con las ubres repletas de leche, la cabra cobijaba un ganso, dentro del cual anidaba una gallina ponedora que llevaba dentro una paloma. En la paloma , un pequeño pichón relleno de huevos duros. Todo ello había estado asándose, sobre fuego de brasa, muy lentamente, desde primeras horas de la mañana, bien macerado con manteca de cerdo, ajo, perejil y limón. Cada cuarto de hora regaban todas las carnes con tomillo diluido en vino …

Los dulces llegaron por docenas, chorreando miel , enfriados con nieve traida desde lejanos picos nevados.

Los criados acercaron aguamaniles de plata para lavarse manos y rostro. Sus cuerpos los refrescaron con perfumes de menta, limón y agua de azahar. Retiraron todos los restos de comida, dejando solamente bandejitas con frutos secos. En las copas de cristal tallado escanciaron vino dulce del sur de la Hispania.

Llegaron nuevos músicos, con instrumentos de cuerda y viento, con panderos, flautas y timbales. En el centro del salón, los criados habían preparado una pista de baile muy amplia. Como por ensalmo, salieron de los rincones , semidesnudos, una legión de adolescentes de ambos sexos que se distribuyeron junto a los comensales, sentándose a sus pies, en espera de sus requerimientos. Cuatro hercúleos Adonis de raza negra, entraron portando una plataforma en la que Cloe y su amiga estaban enroscadas como dos grandes serpientes, chupando cada una el sexo de la otra. Sus cuerpos desnudos estaban decorados desde la nuca a los tobillos con pequeñas escamas verdes, negras y doradas, haciendo verdaderamente el efecto de dos ofidios copulando. Entraron entonces cuatro hermosos bárbaros, de largos cabellos rubios trenzados en la espalda. Sobre sus cabezas, otra plataforma, en la que estaba de pie, bien plantado con sus piernas abiertas, el bellísimo Narciso . Boca abajo y agarrado a sus caderas, su hermano Alcibíades mamaba la punta de su enorme falo, mientras se sujetaba con las piernas por detrás del cogote del que estaba de pie, teniendo como único punto de apoyo su pene metido hasta la garganta de su hermano mayor.

Se calentaron los ánimos. Cloe y la otra se desenroscaron y comenzaron a bailar una danza del vientre, tan voluptuosa, que aquellos invitados que no tenían el miembro erecto por la espectacular aparición, lo tuvieron a partir de aquel momento. Dejaron las plataformas en el suelo y los ocho fortachones se repartieron entre los invitados para quien quisiera requerir sus servicios. Narciso, se acercó a Cloe y a su amiga y , metiendo sus dedos índice y corazón de cada mano en las vaginas de ambas , hizo gancho y las atrajo hacia sí con una suavidad pasmosa. Serpentearon las boas así cazadas, restregando sus sexos por el velludo macho. De repente, Cloe dio un brinco y , con los muslos abiertos, quedó ensartada por la vagina en el tremendo miembro del griego. Luego, balanceándose hacia atrás, llegó con la boca hasta la entrepierna de su amiga, que la esperaba con las caderas adelantadas. Aquello fue el paroxismo total. Un tambor comenzó a sonar sincopadamente, con el ritmo que llevan los remeros galeotes. Cayeron las ropas que quedaban. Los adolescentes no daban abasto ungiendo con aceites afrodisíacos los cuerpos desnudos de los invitados. Brillaban los músculos. Brincaban los senos. Chorreaban los miembros y goteaban las vaginas. Comenzaron a formarse grupitos, donde no se sabía quién era quién, ni quién metia ni quién recibía. Una matrona de hermosas prendas morales, se amorraba entre grititos sobre el grueso pilón de uno de los negros musculosos. La dueña de la casa era fornicada por todos sus agujeros sin parar mientes en si miraba o no su celoso esposo. Este, como anfitrión, le hacía los honores a Cloe por la parte delantera, juntando en el interior de la danzarina su miembro con el de su hijo mayor, que la poseía por la trasera. Comenzaron el vaivén . Como la cosa estaba un poco insípida, Cloe le hizo una seña a Narciso, que copulaba en aquellos instantes con una ilustre invitada de largos senos colgantes. Dejó a la anciana en manos de dos vikingos ( o en penes, mejor dicho ) y acudió a la llamada de su amiga, que con un gesto le indicó la puerta de atrás del dueño de ambos. Escupió el griego sobre su armamento y , agarrando por las caderas al señorial patricio, le endiñó en dos golpes , hasta el fondo, su gruesa lanza. Chilló el patricio como cerdo degollado; pero, no bien sintió que se retiraba el griego, lo hizo detenerse con un ademán sufriente. Pasados unos segundo, lanzó el mismo patricio su trasero hacia atrás, ensartándose él mismo en la espada que lo estaba matando … de placer.

Alojaba la otra danzarina un par de miembros en su vulva, mientras sus manos rascaban los testículos de dos adolescentes que tenían ese capricho. La hija pequeña de los anfitriones ( que se había sentido desplazada porque era su primera orgía ), quiso enmendar el tiempo perdido y tragaba , una tras otra, la eyaculación de los cuatro negros, mientras con su mano derecha ayudaba a encular a su prometido.

Alcibíades, ayudándose de sus contorsiones, enseñaba la lengua griega a diestro y siniestro, volcando sus habilidades linguales, manuales y anales a todo el que se acercaba. Copulaba como una fiera con una señora de grandes mamas y muchas alhajas. Igual la sodomizaba, que la penetraba por via vaginal, que le comía sus canosos labios con su lengua rápida y vibrátil. Al marido de la tetona – que algo había oido – lo hizo interpretar el numerito de la aceituna, y lo ensartó con un grueso palillo , casi levantándolo de la mesa en que estaba enrollado el joven.

Seis féminas adolescentes pidieron aprender de Cloe, y ella les enseñó con mucho gusto. Les dio un buen repaso a todos y cada uno de sus jóvenes sexos, mostrándoles como debían acariciar los puntos álgidos. Les enseñó a dar pequeños pellizcos en los pezones ajenos, para excitar sin molestar. Y luego, requiriendo la presencia de siete machos, les fue marcando en ellos los puntos en que debían atacarles, ya fuesen externos o internos. Con un ligero masaje de próstata, los tenía a todos al palo. Por último, los cató de uno en uno, haciendo que se la metieran hasta los testículos. Luego, como ya sabía las medidas internas de las mocitas, le repartió a cada una el del tamaño correspondiente.

Ya las antorchas languidecían, ya los cuerpos reptaban entre charcos de semen y otros jugos no tan nobles. Por allá, una matrona se levantaba del pene que la tenía clavada, quejándose de los riñones. Acullá, un tribuno de pelo blanco se acordaba – entonces – que la sodomía era perjudicial para sus hemorroides. Los miembros salían de cualquier clase de agujero entre chasquidos y chapoteos. Un chico joven terminaba de copular con la abuela de un amigo, que le apetecía mucho desde que era bebé. Una mocita se desquitaba – hasta el año siguiente – repartiendo sus favores a una larga cola de sementales.

La dueña de la casa, se limpiaba el semen de los labios, mientras hablaba con una vecina de los precios astronómicos de la fruta. Dos senadores lavaban sus miembros emporcados de excrementos , hablando de la futura Ley que quería imponer el César. Los criados miraban de refilón el reloj de arena, calculando in mente a la hora en que iban a acabar de limpiar todo aquello.

Cloe y sus amigos, se retiraron en cuanto pudieron a su aposento, pues tenían gana de hacer el amor.

La bacanal había acabado.

Carletto.

Mas de Carletto

El Gaiterillo

Gioconda

Crónicas desesperadas.- Tres colillas de cigarro

Pum, pum, pum

La virgen

Tras los visillos

Nicolasa

Gitanillas

Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

Madame Zelle (08: La Furia de los Dioses)

Bananas

Madame Zelle (07: El licor de la vida)

Madame Zelle (06: Adios a la Concubina)

Madame Zelle (05: La Fuente de Jade)

Tres cuentos crueles

Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

Madame Zelle (03: Bajo los cerezos en flor)

Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

La Piedad

Don Juan, Don Juan...

Mirándote

Aventuras de Macarena

Cositas... y cosotas

La turista

La Sed

La Casa de la Seda

Cloe en menfis

La Despedida

Gatos de callejón

Cables Cruzados

Obsesión

Carne de Puerto

Tomatina

Regina

Quizá...

Hombre maduro, busca ...

¡No me hagas callar !

Cloe la Egipcia

Se rompió el cántaro

La gula

Ojos negros

La finca idílica (recopilación del autor)

Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

Misterioso asesinato en Chueca (09)

Misterioso asesinato en Chueca (8)

Misterioso asesinato en Chueca (7)

Misterioso asesinato en Chueca (6)

Misterioso asesinato en Chueca (3)

Misterioso asesinato en Chueca (4)

Misterioso asesinato en Chueca (2)

Misterioso asesinato en Chueca (1)

Diente por Diente

Tus pelotas

Mi pequeña Lily

Doña Rosita sigue entera

Escalando las alturas

El Cantar de la Afrenta de Corpes

Dos

Mente prodigiosa

Historias de una aldea (7: Capítulo Final)

Profumo di Donna

Historias de una aldea (6)

Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

Historias de una aldea (5)

Historias de una aldea (3)

Un buen fín de semana

Historias de una aldea (2)

Historias de una aldea (1)

¡ Vivan L@s Novi@s !

Bocas

Machos

No es lo mismo ...

Moderneces

Rosa, Verde y Amarillo

La Tía

Iniciación

Pegado a tí

Los Cortos de Carletto: Principios Inamovibles

Reflejos

La Víctima

Goloso

Los cortos de Carletto: Anticonceptivos Vaticanos

Memorias de una putilla arrastrada (Final)

Dos rombos

Memorias de una putilla arrastrada (10)

Ahora

Cloe (12: La venganza - 4) Final

Café, té y polvorones

Los Cortos de Carletto: Tus Tetas

Cloe (10: La venganza - 2)

Los Cortos de Carletto: Amiga

Cloe (11: La venganza - 3)

Memorias de una putilla arrastrada (9)

Los Cortos de Carletto: Carta desde mi cama.

Memorias de una putilla arrastrada (8)

Memorias de una putilla arrastrada (7)

Cloe (9: La venganza - 1)

Memorias de una putilla arrastrada (6)

Memorias de una putilla arrastrada (5)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Falos

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

La Sirena

Los Cortos de Carletto: Acoso

La Finca Idílica (11: Love Story)

Los Cortos de Carletto: Niño Raro

Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

La Finca Idílica (9: Pajas)

Los Cortos de Carletto: Ven aquí, mi amor

Los Cortos de Carletto: Muñequita Negra

Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Sexo barato

La Promesa

Cunnilingus

Nadie

Bus-Stop

Mis Recuerdos (3)

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Carmencita de Viaje

Solterona

Macarena (4: Noche de Mayo)

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Cloe (3: El eunuco del Harén)

Macarena (2: Derecho de Pernada)

La Muñeca

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)