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Los Cortos de Carletto: Cuarentena

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LOS CORTOS DE CARLETTO : "CUARENTENA"

Ramiro se despojó del "mono" de mecánico en el cuarto de baño. Orinó en abundancia antes de meterse bajo la ducha. En cuanto su piel recibió el contacto de la lluvia fina y tibia, su sexo aumentó de tamaño, cabeceando en su bajo vientre, como un animalito esperando una caricia. El joven titubeó un poco, mientras frotaba el gel por sus sobacos y sus tetillas, hasta conseguir una espuma perfumada. Los testículos casi le dolían de excitación. El semen , allá en sus vesículas, planeaba una revolución que lo condujese a la libertad.

Pero Ramiro no cedió. Limpió hasta la última partícula de grasa que impregnaba su rostro y sus manos, rascó los vellos de sus pubis hasta cubrir completamente de espuma su área genital … pero no accedió al imperioso deseo que lo incitaba a masturbarse, a vaciarse allí mismo, tras tantos meses de continencia sexual. Se lo había prometido a Violeta. Nada de sexo hasta que pudiese hacerlo con ella. Hasta que ella se lo pidiese. Y de eso hacía ….

El joven mecánico envolvió sus estrechas caderas con una gran toalla, tras secarse concienzudamente el pelirrojo cabello. Luego, sin hacer ruido, entro en la habitación de matrimonio, donde su joven esposa terminaba de arreglar a uno de los gemelos. Hacía calor en el dormitorio. En un extremo, suficientemente alejado para no dar directamente en el cuerpo de los recién nacidos, un ventilador giraba sus aspas con un monótono zumbido. Violeta, lo dejó unos instantes al cuidado de los pequeños, mientras ella salía en dirección al baño. Ramiro miró con arrobo a sus hijos, tan chiquitines, tan calvos, con sus regordetes cuerpecillos apenas cubiertos con unos pañales de color azul. Entró Violeta. Ahora no llevaba bragas, tras haberse lavado a conciencia. Se recostó sobre la cama, con un niño a cada lado de su cuerpo. Ramiro le miró las ojeras, del color de su nombre por el mucho sueño atrasado. Luego, amorosamente, le miró los abundantes pechos, casi del doble de tamaño que su talla normal. Las cazoletas del sujetador las llevaba húmedas, por la leche que rezumaban los pezones. Casi sin dirigirse la palabra, siempre con miedo por si despertaban a los llorones, el joven padre cogió las gasas y la botella de betadine, así como el tubo de pomada cicatrizante.

Ella lo esperaba con los muslos abiertos, ligeramente recogidos. Ramiro se tumbó entre las piernas de su mujer, con una gasa empapada en líquido amarillento. Miró de cerca el rasurado sexo femenino. Los labios vaginales ya comenzaban a tener un aspecto más normal. Ya se distinguía el clítoris. Una hilera de puntos bajaban desde la parte inferior de la vagina casi hasta el ano. El esposo curó con delicadeza los puntos de sutura, con cuidado de no quitar ningún hilo antes de tiempo. No pudo resistir la tentación y , con un calloso dedo, insinuó una caricia por el surco de la vagina, hasta llegar al sobresaliente clítoris. Apenas lo hizo, una tremenda erección pujó bajo la toalla que lo cubría. Ramiro, con disimulo, restregó su bajo vientre sobre la colcha, en busca de un sucedáneo de satisfacción. ..

Se oyeron en el silencio de la habitación los débiles vagidos de uno de los gemelos, seguidos muy de cerca por el otro. La madre, medio adormecida, desabrochó automáticamente el enganche delantero del sujetador, apartando las cazuelas y mostrando en todo su esplendor las goteantes mamas. Acercó con instinto animal a sus dos pequeños a los gruesos pezones, y éstos, abriendo sus boquitas de rubí, cabecearon unos instantes, con los ojos cerrados, por los pechos maternos, hasta dar con la fuente de su alimento. En el momento en que las bocas se cerraron sobre su presa y comenzaron la ansiosa succión, cambió la cara de Violeta.

Su palidez se transformó en un brillo refulgente que dotó a su rostro de una increíble hermosura. Su pelvis se elevó unos centímetros, ante el rostro del sorprendido Ramiro, que la miró con un gesto de interrogación en los ojos. Lo que vió le hizo dejar de latir durante unas milésimas de segundo su corazón : lo que había sobre la cama, ahora mismo, no era solo una madre amamantando. Ahora había una hembra en celo, una mujer que pedía su ración de sexo tras muchas semanas , meses incluso, de castidad obligada. Violeta , devolviendo la mirada a su marido, solo dijo una frase :

Ha pasado un mes y doce días desde el parto. Acabó la cuarentena. Tómame, por favor.

Ramiro no se hizo de rogar. Tiró a un rincón la toalla, mostrándose en todo el esplendor de su virilidad rugiente. Se arrodilló entre los muslos de su esposa y , agarrándose con ambas manos a los barrotes del cabezal de la cama, flexionó su cuerpo hasta que la punta de su glande tomó contacto con los labios vaginales. Sin ningún otro apoyo, con el único contacto entre su cuerpo y el de la hembra que la del durísimo falo, recorrió a pulso toda la raja femenina, notando en la sensible carne de su capullo los diminutos pinchazos del vello púbico rasurado. Miraba al techo Violeta, como una Inmaculada de Murillo ascendiendo a los Cielos.

El miembro de su esposo entraba lentamente en su hinchada carne, matándola de dolor y de placer. Elevó las caderas la mujer, para salir al encuentro de la visita tan esperada. Lo notaba enorme, con la cabeza palpitante, las venas tensas como cordeles, la piel ardiente por la fiebre acumulada. Con pocos movimientos, llegó el éxtasis, el paroxismo, el amor carnal que visitaba sus cuerpos tras largo periodo de carencia. Eyaculó Ramiro torrentes de esperma. Derramó Violeta los flujos acumulados. Golpearon los vecinos la pared medianera, por el estrépito formado por el cabezal de la cama.

Ramiro quedó patiabierto, a los pies de su esposa, como un grato animal de compañía vencido por el sueño. El aire del ventilador, secó rápidamente la humedad del miembro, dejando sobre el mismo una pátina de semen y flujo. Los gemelos, apartaron a la vez sus boquitas de los fructíferos pezones y, tras pegarles su madre ligerísimas palmadas en la piel suavísima de sus blanquísimas espaldas, lanzaron unos tímidos eructos con los labios formando unas diminutas "oes". Entre los muslos de Violeta, la boca ahita de su sexo, también regurgitó una bocanada de semen.

La cuarentena, por fín, había terminado.

 

Carletto.

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