MORBO
I PRIMAVERA
La corteza del pino se clava en la tierna carne de la espalda de Lucrecia. En sus manos, yertas, hace rato que no nota la circulación, de tan apretadas que dejó las sogas el bruto de Nicasio. La muchacha no grita, no quiere gritar, pues sabe que es inútil. Su primo dijo que se iba, y se habrá ido. Hasta cuando quiera. Hasta que considere que el castigo ha sido suficiente. Se cuidó muy mucho de dejarla bien atada, con esos nudos gruesos que aprendió , quién sabe donde, y que ha distribuido por la anatomía de Lucrecia, justo en los puntos más sensibles, para que ella se excitase al menor movimiento. Por eso, ella no quiere moverse, no quiere darle el gustazo de estar tan salida como una perra cuando el Divino Marqués vaya a por ella.
El nombre de Divino Marqués, lo habían decidido hacía dos años, cuando se leyeron al alimón las obras completas del Marqués de Sade: Justine, Juliette, La Filosofía en el Tocador, Las 120 jornadas de Sodoma y muchas más. Las encontraron, encuadernadas en una extraña piel, allá , en su refugio secreto del bosque. Al principio, cuando las estaban leyendo, devorando, se sentían de repente indispuestos, con un atracón de palabras, de imágenes . Excitantes unas. Horrendas otras. Maravillosas todas. Aprendieron muchas cosas. Otras, ya las sabían, las habían intuido desde siempre. Las habían disfrutado desde la no tan lejana pubertad. Nicasio , se arrogó inmediatamente el sobrenombre del Autor. Ella, se conformó con el de una de sus protagonistas, la más dulce, la más sumisa, la que más penalidades tuvo que soportar : Justine.
Lucrecia / Justine, mueve un momento la pelvis, intentando apartar su rabadilla de la corteza reseca del pino. Al instante, un fogonazo en su clítoris : el nudo de la áspera soga le ha mordido la suavísima carne de su entrepierna. Nota el fuego recorrer su vientre, reptar por su estómago, llamear en sus pezones. Nota la humedad que destila su vagina. Las gotas, traslúcidas, bajan por sus muslos alabastrinos, mezclándose con la nueva savia que llora el árbol al que está atada. Con los labios de la boca resecos por la sed, con el cuerpo agotado por la postura forzada, con el organismo debilitado tras varias horas sin comer, Lucrecia siente nublársele la vista, quedando inconsciente.
Despierta, totalmente desnuda, sentada en un mullido sillón del Pabellón de Caza. Sobre su rubia cabeza, una corona de flores entretejida con espinos realza su belleza de vestal. En sus pezones, Nicasio ha colocado dos piercings vivos : son una preciosas mariposas, de vivísimos colores, cuyos cuerpos han sido traspasados con alfileres de oro, que horadan a su vez los botones rosados de los pechos de Lucrecia. Los bellísimos animales, que hace apenas unas horas que dejaron de ser gusanos, agonizan sobre los montículos divinos de la adolescente, aleteando de cuando en cuando, cada vez menos, esparciendo un polvillo dorado a su alrededor. Los brazos de la muchacha están ahora extendidos, como crucificados, atados a dos cuerdas tensas que le impiden bajarlos. Sus tobillos, sujetos cada uno a una pata delantera del sillón, fuerzan la postura de Lucrecia, haciendo que sus muslos estén obscenamente abiertos, como ofreciendo la trémula vagina, aún perlada con las gotas de rocio de su flujo.
El silencio de la estancia, es roto de repente por la música cristalina de "La Primavera" de Vivaldi. Una figura blanca se coloca ante los ojos de Lucrecia. Es un jovencito muy bien parecido, de cabello negrísimo que cae en bucles casi hasta sus hombros. Una rústica toga, fabricada con una sábana, cubre una parte de su torso, enrollándose de cualquier forma en sus escurridas caderas. Un fuego extraño brilla en los ojos del adolescente, como si estuviese poseido por un ser infernal o divino. Sobre los rizos de su cabeza, de porte clásico, una corona de laurel verdea, haciendo juego con el color de sus ojos. Mira a su prima con deleite, como la fiera que quiere hacer temblar a su presa antes de hacerla suya. Ella aguanta su mirada, sin querer ser la primera en abandonar . Pero él sabe como distraerla : de un manotazo se quita la "toga" quedando desnudo ante ella. Lucrecia instintivamente baja la mirada, recreándose en el cuerpo espléndido del Divino Marqués. Pestañea varias veces, como siempre hace al ver el sexo del muchacho. Los ojos de la ninfa se recrean en el miembro del fauno, en su pubis de abundantísimo vello, en los testículos que se aprietan pletóricos de semen entre los muslos del joven. Ella siente el aleteo, pero no el de las mariposas que ya murieron- sino el de su propio sexo, su rubio sexo, su hambriento sexo.
Se recuesta Nicasio ante el sillón donde su prima está atada. Insinúa un principio de caricia en los pies atados. Se inclina sobre el pie derecho y , manteniendo los labios cerrados, oprime el dedo gordo de la muchacha hasta que el pulgar entra en el interior de su boca, como si la hubiese desflorado. Chupa el dedo, relamiéndolo por todos los lados, como si fuese un diminuto pene. Luego, su lengua, limpia los intersicios entre los dedos del pie, sube por el tobillo, donde se recrea largo rato. Mordisquea la pantorrilla, lame la corva, chupa el blanquísimo muslo, deslizando por el interior del mismo la húmeda lengua, dejando un rastro brillante tras de sí.
Ahora, se coloca , en cuclillas, entre los muslos de Lucrecia. La mira a los ojos, desde abajo, antes de hundir su rostro en la vagina de ella. Con sus dos manos, abarca la estrechísima cintura de la muchacha, dándole de cuando en cuando una restallante nalgada. Los dientes masculinos que hace poco eran de leche mordisquean el Monte de Venus, enroscando la larga lengua en los rizosos vellos rubios. La punta de la lengua, vibrátil, enloquece a la muchacha, que se retuerce, pugnando por desatarse. El, se rie a carcajadas, encantado de que su tormento surta efecto. Suelta la cadera izquierda de Lucrecia , para poder usar la mano libre en autoacariciarse. Nicasio se acaricia las nalgas, tontea con el fruncido agujero de su ano, luego , enarbola su miembro, comenzando a masturbarse suavemente. La lengua sigue con su cometido. Entreabre el pórtico de la gloria, repasa magistralmente la húmeda raja, arrastrando tras de sí antiguos flujos y reflujos, convirtiéndola en una auténtica ciénaga, donde su lengua chapotea a sus anchas. Pide clemencia Justine. Otea el orgasmo en el horizonte. El Divino Marqués, con su polla erecta al máximo, hace una cabriola de saltimbanqui y , con la agilidad propia de sus años, apoyando las manos en el asiento del sillón, hace el pino ante el cuerpo de su prima, dejando el bamboleante falo al alcance de la femenina boca, mientras él contacta una vez más vía lingual, con el sexo de Justine. Entra todo el miembro hasta la garganta de la chica. Los ardientes testículos se aprietan contra la nariz de Lucrecia, casi impidiéndole respirar. La garganta de la muchacha, bien entrenada, presiona el glande de su primo, como si tuviese un útero superior. La boca del muchacho lanza incruentas dentelladas a la tierna, salada, jugosa, carne del interior de la vagina de Lucrecia. Su lengua entra más y más, reconociendo recovecos, adivinando rugosidades , encontrando puntos críticos y haciendo diana en ellos
Llega la ola y los envuelve. Traga Nicasio la espuma de Lucrecia, devolviéndosela al instante en espeso semen que rebosa la boquita de su prima. Sus cuerpos se agitan con espasmos deliciosos. El juego, una vez más, fue muy placentero.
En el exterior, cae la tarde. Los trinos de las avecillas surcan el embalsamado aire , pleno del perfume intenso de las nuevas flores. La savia rebulle por los troncos. Llegó, por fín , la Primavera.
Carletto