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Cloe (9: La venganza - 1)

en Hetero: General

CLOE .- 9 ( LA VENGANZA –I )

La vieja ramera , observa , sin pestañar, el perfil del rostro adolescente. El muchacho es una réplica , exacta , del camafeo de coral que la mujer guarda entre sus manos sarmentosas. A un gesto, casi imperceptible, de su cabeza, una mujer madura sale de las sombras, acercándose al efebo. Arremanga , impúdicamente, la corta túnica del esclavo, metiendo sus manos bajo el somero taparrabos. El muchacho no se inmuta : está acostumbrado a eso y a más, mucho más.

Pocos minutos después, los dos cuerpos – totalmente desnudos – yacen sobre una esterilla de cáñamo, copulando mecánicamente, con la falta de interés de quien – simplemente – se está exhibiendo. La vieja, de vez en cuando, se acerca a la pareja, tomando medida del falo del muchacho , o de la morbidez de sus nalgas, o sospesando los testículos, que cuelgan a su libre albedrío. Hecho esto, se acerca a la mesa en la que está extendido un papiro, y escribe unos garabatos. Con un ademán imperativo, indica, a los que yacen, que interrumpan su simulacro de coito. Pero, justo entonces, es cuando el muchacho está entrando en calor, y, sujetando con sus esbeltos y fuertes brazos, el cuerpo de la hetaira, sigue con sus movimientos , empujando su sexo enhiesto hasta las profundidades vaginales. La mujer, hace rotar sus caderas a un ritmo vertiginoso, queriendo acabar cuanto antes.

La vieja sale de la estancia, arrastrando sus pies descalzos. En la antesala, esperan los otros muchachos, los que pasaron la prueba anteriormente, aguardando su veredicto. Para cualquier otro observador, sorprendería la semejanza entre los rostros y figuras de todos los adolescentes allí reunidos. Una similitud que, al igual que el que el que aparece en el umbral en estos momentos , ocultando su húmeda verga, es – casi idéntica – al rostro que aparece en el camafeo.

A los pocos instantes, vuelve acompañada de otras tres mujeres. También han sido seleccionadas para cumplir su cometido, de inmediato. En el brillo enfermizo de sus ojos, en la forma que tienen al acariciar sus senos y sus sexos – por encima de los transparentes velos – se adivina que han sido escogidas por su enfermedad : son ninfómanas.

La desdentada vieja, grazna los nombres de tres de los muchachos. Los otros, desaparecen de inmediato. Los tres elegidos , desnudan sus vergas, avanzando hacia las tres enfermas. Estas, con un gorgoteo casi animal elevándose de sus gargantas, los atenazan entre sus brazos, aplastando sus marchitos vientres contra las carnes suculentas de los mozalbetes. Tres alaridos de placer agónico, retumba entre las cuatro paredes, cuando los falos penetran en los enfurecidos úteros.

Horas después, alumbrados con varias alcuzas de aceite, aún siguen dos parejas con su cópula frenética. Los charcos de sudor y semen empapan las esterillas. Uno de los muchachos, vencido al fín, levanta el brazo en señal de rendición, mientras saca la verga – exhausta – de la voraz vagina de la ramera.

Aún sigue la última pareja con el chapoteo de sus cuerpos, sonando pegajoso, en el cálido atardecer. Finalmente , demostrada su resistencia fuera de toda duda, el muchacho es rescatado de entre los muslos insaciables de la ninfómana. El es el vencedor. Ahora, será agasajado con el reposo del guerrero. Más tarde, será informado – en parte – de su misión.

***

 

El disco lunar refleja su plata en la superficie del espejo. Solo su luz ilumina la silenciosa estancia. Un ligerísimo fru-fru hace ondear el aire caliginoso procedente del próximo desierto. La diosa de la noche, hace brillar el múltiple colorido de la pluma de pavo real. Nefer, la esclava , la putita de su señora, la virgen utilizada cientos de veces para los lascivos juegos de Cloe, hace cimbrear la larga pluma, deslizándola – sinuosa – desde la frente hasta los pies de la puta egipcia. Sabe imprimirle la gracia exacta, el ritmo adecuado, para aventar las largas pestañas de su señora, para delinear sus labios mórbidos, para poner erectos los sensibles pezones, para arrastrar su roce por el vientre blanquísimo, por las anchas caderas, traspasando los límites prohibidos de la cansada vulva – ahita de placeres – que parece que no volverá a tener sensibilidad, tras el trabajo inhumano al que le sometió su dueña (1). De repente, la negrita abre los ojos como platos, y una sonrisa felina desnuda sus dientes marfileños : con la última caricia de la pluma, al ligero rescoldo de los rayos lunares, la cerrada raja ha insinuado un tenue movimiento. " ¡ Aun queda vida! " – piensa la aguerrida adolescente, mientras arroja a un lado la bellísima pluma . Con las manos libres , la mirada chispeante y relamiéndose los labios, se zambulle entre los muslos de Cloe, que acaricia – con desgana – la cabecita oscura de apretadísimos rizos.

La mente de la bellísima egipcia, vaga por la oscuridad de sus recuerdos, añorando los cuerpos de sus niñas, que le fueron arrebatadas ( 2 ) por los celos parricidas de una loca. Mientras su alma repasa los planes de venganza – ya iniciados - su cuerpo maduro comienza a palpitar bajo las sabias caricias de la adolescente. Según avanza el fogonazo en su entrepierna, calcinando todos sus puntos erógenos, los planes de venganza se diluyen en su pensamiento, asomando al exterior en forma de lágrimas ardientes. La esclava hociquea en la sonrosada herida de la vulva, dando la impresión de ser una bestezuela, una pequeña pantera negra que se está alimentando.

***

 

La nube de incienso, densa y perfumada , nubla la visión de Benasur. Observa – oculto tras una columna – las evoluciones de las danzarinas de Isis. Los ojos del efebo luchan contra la humareda , parpadeando con el ansia de ver lo prohibido. Nadie sabe que está allí. Ha despertado, desnudo y derrengado , tras las innumerables horas pasadas hasta su elección definitiva. No sabe – ni siquiera – para qué ha sido elegido. Solo tiene la constancia de que su cuerpo – una vez más – no le ha fallado; de que su potencia y entrenamiento para las lides amorosas, han cumplido su cometido.

Benasur, encandilado por las bellas niñas que danzan, mueve sus hombros al ritmo que marcan con sus voces cristalinas. Su mente le transporta hasta su niñez, en las lejanas tierras de las que apenas recuerda el nombre. Y se ve, a sí mismo, danzando ante una estatua dorada. Junto a él, ungidos de pies a cabeza con olorosos aceites, brillan los cuerpos desnudos de otros niños de ambos sexos. El sudor corre por los rostros de bellísimas facciones. Los cuerpos giran , saltan, se enroscan sobre sí mismos, se cimbrean de una forma lúbrica que hacen lanzar vítores a los adultos que los observan…

Desde aquella danza, han transcurrido varios años. Después de aquello, su cuerpo cumplió el cometido para el que había sido preparado, tanto con mujeres como con hombres. Y todos quedaron satisfechos de él. Su nombre corrió de boca en boca. Fue famoso en su tierra y fuera de ella. Y la fama le perdió, pues fue raptado y vendido como esclavo sexual…Acabó con sus huesos, con sus músculos jóvenes y su falo bien entrenado, en un lupanar para bisexuales en la ciudad de Menfis.

Tras varias semanas de usar sus dotes viriles, hace apenas unos días, sin mediar palabra, le habían llevado a unas estancias secretas del Templo de Isis. Allí, junto a una docena más de muchachos parecidos a él, había tenido que copular con mujeres maduras – prostitutas, sin duda – y mujeres enfermas de ardor uterino. Lo habían mirado, medido, calibrado , palpado y cotejado. Y, por lo visto, había salido triunfante de la prueba.

En estos momentos, una anciana sacerdotisa repara en él. Se acerca con pasitos cortos y, para cubrir su desnudez, le alarga un trozo de tela blanca. Luego, mientras él se la ciñe a la estrecha cintura, le hace signos de que la siga. Lo está esperando La Señora, Cloe, para aleccionarlo sobre la misión que le espera.

***

Carletto

 

(1).- Ver Capítulo VIII.- LOS TRABAJOS DE CLOE.

(2).- Ver Capítulos VI y VII – LAS GEMELAS DE MENFIS.

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