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Reflejos

en Erotismo y Amor

REFLEJOS

La muchachita canturrea por lo bajo mientras deshace su gruesa trenza. El cabello, se desparrama como un trigal por su espalda desnuda. Sentada sobre el musgo húmedo, hunde sus pies en el frescor del río mientras piensa en su amor. ¿ Podrá venir?. La duda le marca el corazón como un hierro al rojo vivo; pero agita la cabeza tratando de espantar los malos pensamientos.

¡ Hola, amita ! – le susurra al oído una voz cálida, ligeramente resollante.

¡Kunta, pudiste venir! – exclama gozosa, aunque rápidamente cambia la entonación para reconvenirle - ¡ Te digo que no me llames amit..!.

No puede terminar la frase. Una boca hambrienta le muerde los labios , acallando su voz. La muchacha desliza la lengua entre los dientes marfileños de su enamorado. Se buscan y se encuentran , se lamen las encías, se enroscan como serpientes sonrosadas que avanzan y retroceden, de cueva en cueva, de nido en nido.

Blanca aplasta sus pequeños senos contra el cobre de los pezones de Kunta. Leche tibia contra miel ardiente. Las manos del jovencito recorren las vértebras de su amante, como un pianista experto , arrancando gemidos musicales de la garganta femenina.

La ninfa rubia se aparta unos instantes del efebo mulato, solo lo preciso para abarcarlo con una mirada de inmenso amor en la que chispea el deseo. Eleva la mano frágil – con huesos de pajarito, le ha dicho él muchas veces – y hunde los dedos en la tupida cabellera ensortijada. Los ojos de Kunta semejan terciopelo negro. Sus labios gruesos son para Blanca lo más sensual que vio jamás. Posa la niña su boca contra la piel de la mejilla masculina, mientras sujeta las manos varoniles para que no la incordie mientras ella actúe.

Saborea el sudor que humedece los pezones. Su lengua de niña blanca , sus labios de hembra enamorada, succionan una y otra vez el pecho de su amado, disfrutando inmensamente con el goce que le provoca a él. Se recuesta contra su vientre, inhalando los vapores a macho que exhala el cuerpo deseado. Desata el harapo que hace las veces de pantalón , para liberar a su niñito. Oscuro como un pecado, glorioso como un héroe, el miembro del chico resalta contra la miel de su vientre. Inclina Blanca la cabeza para adorar lo que más ama. Y se convierte en sacerdotisa , se transmuta en bacante, se proclama en adoratriz del Sagrado Falo. Engulle por entero la verga . Su boquita apenas abarca la gruesa vara de mando que esgrime el esclavo. Y sus manecitas acunan las bolsas de simiente, las aprietan suavísimamente, rascan los vellos que las circundan, mientras dilata la garganta para recibir la larga verga en su integridad.

Instintivamente, el muchacho fornica la boca que lo acoge. Hunde su virilidad entre los fresones dulcísimos de la hija de su amo. Sujeta contra su vientre la cabecita rubia , entrando y saliendo hasta que no puede más.

Boquea en el aire la jovencita, buscando con los labios el miembro arrebatado. Pero él no quiere. Por pocos segundos no dejó su carga sobre la lengua anhelante. Ahora le toca a ella.

Apenas Kunta apoya la punta de su lengua sobre los párpados de Blanca, una primera descarga – producida por la excitación de la fellatio – hace que la muchacha se desmadeje sobre el musgo. El chico pasa y repasa la piel pálida del bellísimo rostro . Regueros de saliva que a Blanca le semejan lava ardiente. El mocito besuquea los pechos en flor, mordisqueando con sus marfiles los pezoncillos sonrosados. Lame la tersa piel de blanco satén, levantando ronchas de placer allá por donde pasa. Con su juego libidinoso , burla burlando, se encara con el clítoris que emerge como una amapola en el dorado trigal del pubis. Aparta con los pulgares las ensortijadas mieses dejando el hueco preciso para arar con la lengua alrededor de la minúscula flor. Levanta las caderas la homenajeada , buscando los gruesos labios de su moreno amante. La hace sufrir él, castigándola con lengüetazos de gato. Insiste Blanca, arqueándose en búsqueda de la boca entera, hasta que el chico claudica juntando sus labios contra los bordes lindísimos de la pequeña concha.

Sumergido en las profundidades femeninas, Kunta bucea desplegando su larga lengua tanteando el terreno. Encuentra los puntos apetecidos, alternando lengua con dedos, arrancando estertores y ecos que nacen en el útero y se desparraman vagina arriba, hasta explotar en un terremoto que crispa la grieta natural. Blanca tironea del rizado cabello de su semental, haciéndolo trepar sobre su cuerpo mientras ella abre y abre sus muslos marmóreos para que él la ensarte con su miembro de ébano.

La chica goza con los agónicos embates del joven encalabrinado. Con los talones desnudos espolea los muslos y las nalgas poderosas del esclavo. Se nota completamente llena, con todo su interior ocupado por la durísima verga , percibiendo la delicada textura del glande, la rugosidad del tronco venoso, la rotundidad velluda de la base, que choca cada pocos segundos con el almohadillado suave de sus labios vaginales. Los cuerpos de los amantes forman un solo ser. Desde el roce etéreo de sus pestañas hasta el crudo chapoteo de sus sexos fornicantes. Desde sus bocas – unidas hasta el ahogo – hasta sus manos enlazadas sobre el fresco musgo. Nada existe a su alrededor, salvo ellos.

Kunta oye el redoblar de su corazón como tambores lejanos. La cálida y ancestral melodía se desliza por sus venas, se bifurca en varias direcciones y estalla estruendosamente en su mente y en su pene. Un surtidor de semen avanza por la oscura verga buscando el salvaje placer del momento culminante. Blanca nota una oleada de flujo que rebosa en su vagina, y se hunde y se desmaya, y muere y revive al mezclar su orgasmo con el de Kunta. Machaca el interior de su carne el falo incandescente, totalmente rebozado en los jugos del amor , hasta que poco a poco la carne pierde su dureza, los corazones recuperan su ritmo y los besos se tornan menos anhelantes. Kunta se adormece sobre el cuerpo de la mujer. Ella lo oye respirar contra su oido, exhausto por unos minutos. Aprovecha para acariciarle las cicatrices de los hombros y la espalda, los verdugones abiertos antes de cerrar del todo.

Una lágrima silenciosa cae por la mejilla de la muchacha. Presa de una súbita ternura, besa la frente de su amado. Kunta, al notar la caricia, la toma por lo que no es y busca los labios femeninos pasando por alto el sabor salobre de las lágrimas. La poderosa maquinaria de su musculoso cuerpo comienza a funcionar de nuevo. La verga está otra vez presta; pero ahora jugarán de otra forma.

Apoyada en sus antebrazos, Blanca ofrece su hermosa grupa a los avances carnales del muchacho. Están justo en el borde del arroyo, reflejándose sus rostros en el límpido cristal de sus aguas. La verga penetra sigilosamente por la húmeda abertura hasta que chocan los testículos contra el tope de la carne femenina. Kunta agarra con manos acariciantes las caderas de la muchacha, atrayéndola hacia sí, metiéndole su cálida dureza hasta el interior del alma de su amante. Inclina su poderoso cuerpo sobre los riñones de la penetrada, buscando con una mano callosa los senos frutales y apoderándose de ellos como dueño y señor. La otra mano , más ladina, se desliza por la cintura cimbreante , y , cual sierpe buscando su nido , rebusca en el pringoso pubis la perla de la corona. Chasquean los cuerpos en su arrebato voluptuoso. Blanca tiene la mirada perdida sobre las aguas, tratando de retener la imagen magnificada por el placer. Vuelve el muchacho a sujetarla por las caderas y, elevando con sus pulgares la carne delicadísima de sus nalgas, pone a tiro de su verga el orificio sonrojado del femenino sexo. Ataca con su arma poderosa docenas de veces, sacando casi totalmente la verga rezumante y volviendo a meterla con un suspiro placentero que resuena por partida doble. Otra vez surgen llamas de sus bajos vientres. Un goce supremo los hace eyacular sus respectivos zumos , quedando Blanca – a cuatro patas – con los muslos temblorosos mientras él, muy machito, le da unos azotes en su trasero con forma de pera.

Las respiraciones, entrecortadas, van recuperando su ritmo normal. Enlazan sus manos mientras se matiza el brillo de sus ojos, pasando de la excitación carnal al profundo amor que les embarga. Son apenas dos chiquillos con la ilusión a flor de piel, con toda la vida por delante. Se asoman al frío cristal de la corriente, queriendo plasmar este instante en sus retinas.

Ríen y bromean tumbados en el musgo. Sus cabezas, muy juntas, reflejadas en el agua son de una hermosura exasperante. Sin lugar a duda, están hechos el uno para el otro.

Han vivido un día más su amor apasionado. Saben que su futuro no es incierto : es imposible. Pero han conseguido retener por unos minutos, por unas horas, sus reflejos en el agua. Y , eso, nadie podrá quitárselos jamás.

Carletto.

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