Cloe 11.- ( LA VENGANZA III)
El viejo eunuco entra silencioso en la habitación de su Ama. Sobre el lecho, los jadeos ininterrumpidos le informan de que la lucha carnal contínua.
Tiemblan sus manos portando la bandejita con viandas. Los dátiles, las almendras y las aceitunas, son de lo mejor que ha podido conseguir en el mercado. Deja la bandeja sobre una mesa de alabastro, y comienza a recoger el servicio utilizado anteriormente. No quiere mirar. Lucha por no mirar. Pero la tentación es muy fuerte. Sus ojos, exageradamente subrayados con lápiz negro, se elevan temerosos hacia el lecho. En esos precisos instantes, el bellísimo joven ( presuntamente hijo de su Ama ) bordea con la punta de su verga los labios vaginales de la mujer madura, que espera a cuatro patas, con el sexo tembloroso como el de una perra en celo, la acometida de su hijo.
Entra el príapo , centímetro a centímetro. La mujer mesa sus propios senos, con un extraño ronroneo gorgoteando por su laringe. Acepta en su interior, por centésima vez aquella tarde, el pene férreo de su amor, de su hijito, que la quiere tanto. Su querido hijo, que le han devuelto los dioses, tras habérselo arrebatado durante tanto tiempo. El sacrificio de las gemelas no fue en vano. Al volcar su odio contra sus propias hijas, pudo recuperar a su hijo, pues los dioses no devuelven a sus presas salvo que les ofrezcas otras más apetecibles.
El chico para unos instantes, tras notar el orgasmo de la mujer. Toma aliento , algo cansado. Pero está contento, muy contento. El plan está saliendo según lo proyectado por Cloe. La loca, desesperada por tirárselo, no tuvo ninguna duda sobre si era su hijo o no. Dio por sentado de que sí. Y, apenas lo había dejado probar bocado, cuando ya lo estaba buscando, escarbando bajo su túnica, deslizando sus maternales labios por las fuertes tetillas de su supuesto hijo.
Benasur moja su glande en aceite lubricante. De un golpe, ensarta a la ninfómana por via anal. Se retuerce ella como una culebra, ensartada por el centro de sus blancas nalgas. El chico la somete a su voluntad, haciéndole que pierda la poca razón que le queda.
El eunuco, llorando su perdida virilidad, sale arrastrando los pies. En el pórtico, respirando hondo, deja que sus ojos se pierdan en la lejanía. El sol se está poniendo. Esta noche será la primera con luna llena.
***
En un cuartucho escondido, Cloe espera a Benasur. Aprovechando un ligero duermevela de la parricida, el efebo corre hacia donde está su dueña. Por el camino, siguiendo instrucciones de Cloe, ha nadado unos instantes en la alberca, limpiando su cuerpo y su espíritu de los efluvios y humores de la ninfómana. Ahora, fresco y rozagante, entra desnudo a su nido de amor. Usan varios minutos en besarse como locos. Cloe moja con sus lágrimas el rostro amado. Hacen el amor por última vez ella lo sabe, él no sobre una inmunda estera. Benasur, con el cuerpo acostumbrado a excesos muy superiores, responde de inmediato a los requerimientos carnales de la egipcia.
Gozan el uno del otro con pericia. Ella, prostituta desde su lejana adolescencia. El, otro tanto de lo mismo. Se acoplan como dos piezas hechas para encajar. La ranura perfecta de Cloe , acoge el grosor inaudito de la verga del elegido. Les faltan manos, les faltan labios, les faltan sexos, para proporcionarse todo el placer que quieren darse el uno al otro.
El falo moreno de Benasur, chorreando humedades vaginales, se hunde ahora en el exquisito ano de la hetaira egipcia. El esfínter de la mujer hace alarde de flexibilidad, aceptándolo íntegro sin un ¡ hay! .
Cloe tiene el corazón oprimido. Sabe que , para él, es la última oportunidad de gozar plenamente. Como última ofrenda de amor, chasquea los dedos en el silencio del cuarto. Se abre la puerta y , una figura oscura se recorta a contraluz. Es un negrazo enorme. Su musculatura puede derribar a un toro. Su cráneo pelado brilla con los últimos rayos del sol. Al dar un paso hacia el interior, una enorme verga se contonea entre sus muslos.
El hombre es silencioso. Cierra la puerta tras de sí y , en dos zancadas, se coloca junto a la pareja que yace sobre la estera. Cruza una mirada con Cloe. Asiente. Benasur sonríe, sin comprender, aunque en el brillo de su mirada se advierte cierta admiración por el cuerpo del negro. La mujer atrae, una vez más, el cuerpo del efebo sobre ella. Lo acoge en su vagina , casi maternalmente. Breves segundos después, la egipcia nota por el peso- de que el negro está cabalgando a su vez al muchacho. La verga de Benasur es puro hierro, que machaca el útero de Cloe. El negro , tras un ligero tanteo, consigue la suficiente dilatación para penetrar al chico. Entra la gran boa negra por el círculo de fuego de Benasur. Gime el elegido, acompasando los envites dados a los recibidos
***
Cloe, trémula, musita las últimas instrucciones a Benasur. Ya pasó el tiempo del goce. Ahora solo queda la venganza.
De una jarra de barro, saca una copa de oro envuelta en un paño. Dentro, un mejunje, una pomada de extraña textura y rarísimo perfume. Con gran reverencia, Cloe le entrega la copa a Benasur :
" cuando la luna llena reine en el cielo, debes cubrir todo tu cuerpo con una pátina del contenido de esta copa. No debes escatimarlo; pero calcula que te llegue para tres noches. Embadurna sobre todo las partes de tu cuerpo que estarán más en contacto con las de tu "madre". Es imprescindible que, cada noche, ella acabe tan untada como tú. No flaquees, mi amor. Todos los trabajos que hice yo (*), más todo lo que estás haciendo tú, nos los jugamos en estos tres días. Ya sabes : mientras la luna esté en el cielo, tú debes restregarte contra la mujer. Por fuera y por dentro. Contra más dentro , contra más orificios y conductos embadurnes , será mejor para el plan.
Y, por último: durante estos tres dias, nosotros no nos veremos. Luego, ya me haré cargo de ti. Recuerda que , la última noche, cuando ya no quede untura, cuando la luna se esté apagando, cuando ya estéis casi dormidos, debes beberte el licor que contiene el anillo que te regalé. No lo hagas antes ni después. ".
Cloe oculta las lágrimas mientras se aleja Benasur. Sabe que el muchacho es listo y que no le fallará. Y, sabe también, que no volverá a verlo más vivo.
Carletto.