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La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

en Fantasías Eróticas

LA FINCA IDÍLICA : ( 10.- LA MUJER PERFECTA )

Carlos despertó muy pronto – como todos los días – sin que llegase a sonar el despertador. En silencio, para no despertarla, se sentó en la gran cama de matrimonio. Buscó , a tientas, con los pies, hasta encontrar las zapatillas y , dando un silencioso bostezo, se encaminó hacia el baño. Dejó el pijama – algo sudado- en el canasto de la ropa sucia y, tras dar otro bostezo ( éste sonoro ), se colocó despatarrado ante la taza del inodoro. Tardó un poco en poder orinar ( la erección matinal, ya se sabe ) sin manchar los azulejos de la pared. Al acabar, tras agitar un poco el instrumento para desprender las últimas gotas, se lavó las manos y se dirigió hacia la cocina. Puso la cafetera eléctrica , muy cargada con el riquísimo café de Colombia. Antes de volver al baño, colocó dos tazas vacías sobre la mesa de formica de la cocina. En el pasillo, miró de refilón la gran foto que adornaba la pared. Era de hacía unos meses, apenas llegada , Ella, de Estocolmo . El se veía muy sonriente, muy posesivo, mirando por el rabillo del ojo – satisfecho como un colegial – a la real hembra que tenía junto a él. Los ojos celestes de la mujer, estaban prácticamente tapados por un flequillo rubísimo y muy largo. La naricita, respingona, era todo un poema. Los labios, siempre entreabiertos, daban ganas de estar perennemente comiéndoselos a besos. En la foto no se veía nada más. La había hecho él con una cámara automática, de esas que te da tiempo a prepararla en un trípode y correr para salir en la foto. El amor iluminaba la cara del hombre. Y, en esa foto, parecía bastante más joven que ahora. "Serán las ojeras" se dijo, feliz, a sí mismo.

La ducha fría lo reanimó. El pene – sin embargo – se le redujo a la más mínima expresión. Frotó con la mullida toalla, su cabeza – ya canosa – secando su cabello ( un poco más largo de lo aconsejable ). Se friccionó las axilas, el pecho, el estómago ( un poquito cervecero ), el pubis – de vello ligeramente recortado , para que el miembro pareciese más grande- , y los muslos. Después, con el secador a la máxima potencia, secó las partes que quedaban húmedas, consiguiendo – de paso – que el pene le volviese en sí, tras el frío de la ducha. Con una semi-erección , nada desdeñable, caminó desnudo por la casa. La cafetera ya estaba pitando. El despertador, allá en el dormitorio, también. Corrió por el pasillo, tropezando con las bragas de Ella , tiradas rotas y de cualquier manera en el suelo. Apagó el despertador de un manotazo. La mujer, no se había inmutado.

Carlos, pasándose una mano por los testículos, calculó mentalmente el tiempo que le quedaba. Siete minutos, que podían convertirse en diez si Ella tenía ganas de marcha. El se imaginaba que no : ¡ bastante habían follado la noche anterior ¡. Estaría derrengada . Abrió un poco los postigos de la ventana. La luz matinal ya se insinuaba con fuerza. Se volvió hacia la cama, sentándose junto al cuerpo de la mujer. El pelo rubio le tapaba el rostro. Los espectaculares senos asomaban bajo la sábana de seda. ( Lo de las sábanas de seda había sido un capricho de él, que las había comprado la tarde que fue a recogerla a Ella ). La suavidad de la tela , se amoldaba a la escultural figura que yacía, boca arriba, sobre el lecho. Carlos acercó su boca a la de la mujer, lamiendo los labios de color carmesí. Su mano atenazó un seno, acariciando con el pulgar el erecto pezón. El miembro ya le latía entre los muslos. Bajó la mano por el estómago satinado. Enredó los dedos en el cortísimo vello púbico, hasta que sus dedos índice y corazón, encontraron la entrada de la vagina. Los introdujo , suavemente, con temor a dañarla. Sabía que Ella no protestaría ¡ era tan sumisa ¡ . ¡ Tan perfecta ¡. Apartó la sábana de un tirón, arrojándola al suelo. El cuerpo de la mujer apareció en todo su esplendor, con los muslos ya abiertos, como incitándole, como esperándole. Como siempre .

Por la ingle, todavía le bajaban gotas de semen, del coito nocturno. Carlos, encabritado, buscó más abajo, entre las nalgas, encontrando el ano de la mujer. También estaba chorreante. Listo. Preparado para él.

No se hizo de rogar. Subió a la cama – que rechinó un poco bajo su peso – y se colocó entre las piernas femeninas. Su falo precedía a su cuerpo, marcándole el camino a seguir. Carlos enmarcó los senos de la mujer con sus manos, a la par que – dejándose caer – penetraba la mojadísima vagina. Entró todo el miembro, hasta la raiz. Restregó los testículos contra la piel de Ella, sacando y metiendo la polla como un émbolo. En el silencio del dormitorio, solamente se oían los jadeos del hombre. Sin previo aviso, sacó la verga y , levantando los muslos de Ella, enfiló por la puerta trasera. Al primer envite, sin ninguna resistencia, entraron los 17 cms. . La mujer no rechistó. Ni un murmullo tan siquiera. Sus carnes se abrían para él. Lo engullían. Lo transportaban a un Edén , jamás imaginado, hasta que leyó aquel anuncio. Iba ya para seis meses de aquello. Y su vida, su mundo, habían cambiado totalmente. De no tener a nadie, de estar más solo que un perro, a tenerla a Ella siempre. Sin quejarse jamás. De nada. Cuando él salía, Ella quedaba tranquila, ante la tele, o junto a la ventana, o – simplemente- tumbada sobre la cama. De lo que Carlos estaba muy seguro , era de que, volviese cuando volviese, la encontraría en casa. Esperándole. A él.

Miró la luz parpadeante del reloj sobre la mesilla de noche. Le quedaba poco tiempo. El miembro chapoteaba en el interior del ano, rebuscando en antiguas eyaculaciones. Ya próximo a correrse, sacó la verga y, sentándose sobre los mullidos senos de la mujer, se la metió en la boca, que ya estaba esperándole. A los dos envites, Carlos se desparramó en la garganta femenina. Tras unos segundos, sacó la polla, arrastrando tras sí pequeños regueros de esperma. Ella lo miraba, estática, a través del flequillo rubio.

Carlos la condujo a la ducha. Le lavó el pelo. Frotó los senos pegajosos. Dirigió el potente chorro entre los muslos divinos. Por delante, por detrás. Limpiando ambos orificios. Ella se dejaba hacer. Sin rechistar. El secador eliminó cualquier resto de humedad. Volvieron al dormitorio. El le puso las medias de seda, abrochadas en los ligueros aquellos, tan caros. Sujetador no necesitaba. La mujer se dejó vestir con un picardías, que apenas le tapaba el sexo. Abrazados, llegaron hasta el salón. Carlos buscó en el Canal Viajar. Sabía que iban a hacer un documental sobre la tierra de ella : Suecia. La dejó en el sillón, con el mando al alcance de la mano. El se vistió corriendo. Llegaba tarde. Le dio un ligero beso en los labios, aún con olor a semen. Cerró la puerta, no sin antes decirle adiós con la mano. En el ascensor, sacó la cartera con la foto de Ella. Le había dejado hacerle una en una postura sexy. Más que sexy, pornográfica. No le negaba nada. Nunca. Fuese lo que fuese. Para Carlos, Ella, era la mujer perfecta. Perfecta como una muñeca.

Su muñeca hinchable.

 

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