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Misterioso asesinato en Chueca (6)

en Grandes Series

MISTERIOSO ASESINATO EN CHUECA ( VI )

 

No has querido hablar con Pepe. No quieres oír lo que tiene que decirte. Estás furiosa, muy furiosa. Te has vestido de cualquier forma y has salido a la calle. La noche , en vuestro barrio, es muy movidita.

Pasas junto a un grupo de chicas ( ? ) , muy pintadas , que ríen escandalosamente. Algo más allá, detrás de un esmirriado caniche, una señora gruesa pasea lentamente arrastrando unos zapatones de medio tacón . Lleva un guante y una bolsita de plástico, con los que recoge los regalitos que su perro deja en la acera. Riñe al can con voz ronca. Frente a vosotras se acercan tres jovencitos con la cabeza rapada. Antes de llegar a la altura de la señora, la señalan y lanzan carcajadas de desprecio. La rodean, la empujan… La mujer pierde el equilibrio y cae al suelo con un sordo gemido . El perrito ladra como un descosido. De un patadón con sus botazas militares, uno de los jóvenes estampa al chucho contra la pared. Chilla la mujer , desde el suelo, con la peluca ladeada. Todo ha sucedido en unos segundos. Cuando tú llegas, los energúmenos ya han salido corriendo, gritando consignas infames. La señora solloza sujetando el cuerpecillo inerte de su animal. Intentas consolarla y le pasas un brazo por los hombros. Sus ojos chorrean lágrimas negras. El carmín , corrido sobre el labio superior, deja un código de barras rojo sangre. La peluca rubia cayó al suelo. La atusas un poco antes de colocársela sobre el escaso cabello gris cortado a navaja. La mujer te mira con ojos tristes. Muy tristes. Con una tristeza profunda que no ha nacido hace unos instantes , sino que viene de muy antiguo, arrastrada durante toda una vida de escarnios semejantes.

En la puerta de un pub , dos hermosos muchachos hacen manitas. Dos chicas se besan en un portal. Al abrirse la puerta de un restaurante , sale una catarata de risas, felicitaciones y aplausos. En multitud de balcones ondean a la brisa nocturna largas banderolas con los colores del arco iris. Chueca hierve de actividad.

El paseo te ha sentado bien. Has reflexionado intentando comprender. No acabas de tragar el sapo que atraviesa tu garganta, pero lo intentas. Imaginas a Pepe vestido con el traje violeta, paseando un caniche por el barrio … y te entran otra vez los siete sudores. Tienes que ser abierta. El sigue siendo él : tu Pepe. No importa las aficiones que te haya escondido. Para ti sigue siendo el mismo. O debería de seguir siéndolo.

De repente un pensamiento cae como un rayo sobre ti : Si el vestido es de Pepe, si el pañuelo encontrado en el cadáver pertenece a ese vestido … ¿ qué tiene que ver Pepe con el asesinato de Soraya?.

Esta idea, que no te ha surgido antes porque estabas muy cabreada, hace que se te caigan los palos del sombrajo. En unos segundos te importa un pimiento que Pepe sea travesti, o que le gusten los rabos más que a un tonto un lápiz. Todo eso te da igual… ante la terrible duda de que tu marido pueda estar implicado en la muerte de vuestra vecina.

***

Cuando llegas a casa Pepe no está. Paseas por el salón como una fiera, con el corazón encogido , esperando que , en cualquier momento, se desencadene la tragedia. Buscas un cigarro de marihuana que tienes escondido en un bolso. Lo enciendes y te sirves un copazo de ron con hielo. Te pides calma a ti misma. Vuelves a encender el video, esta vez desde el principio. La noticia del telediario, la manifestación. Una gran pancarta y mucha gente detrás. Caras irascibles sobre trajes de buen corte. Incluso algún alzacuello. Haces memoria. ¡ Ah, sí, la manifestación contra el matrimonio entre homosexuales !. ¿Porqué estará esto grabado con el resto de la cinta?. Pasas las imágenes a cámara lenta. Detienes la cinta una y otra vez. Tras la tele, en un rincón, hay una pequeña luz. Algo te ronda la cabeza. Te levantas ensimismada, como una autómata. Un pensamiento te congela el corazón. Rodeas la tele y te acercas a la luz, al pequeño flexo que Pepe dejó encendido en su mesa de trabajo. En uno de los lados de la mesa, dentro de una lata antigua de Cola-Cao, tu marido guarda los lápices de dibujo que usa para los comics. Todos están mordidos en la parte de atrás, exactamente igual que el lápiz, de la misma marca, que encontró la policía en el escenario del crimen.

Te derrumbas en el sillón. Los cubitos de hielo son pequeños icebergs que naufragan en el vaso. Cierras los ojos. Aprietas las manos contra las órbitas, presionando para mitigar el dolor que te lacera. Entreabres los dedos y miras a través de ellos, como si estuvieses tras una reja. En la pantalla, congelada, está la imagen de tres hombres. Has detenido el video , por casualidad, en el momento en el que el cámara de televisión había hecho un zoom sobre la multitud. Allí, en primer término, agarrando con mano crispada la pancarta, con un político de alto postín , en un lado, y un obispo furibundo en el otro, está , otra vez, vuestro vecino Roger.

***

 

Pepe, envuelto en sedas violetas, mariposea a tu alrededor. Te ofrece , provocativamente, sus nalgas blancas y adiposas. Culea ante ti, a cuatro patas. Tu cuerpo hierve de excitación. Acaricias su culo, haces chasquear el elástico de sus ligueros. Como la cosa más natural del mundo, acaricias la verga que babea en tu entrepierna. Al penetrarlo, su boca se abre en un alarido y acepta el inmenso rabo que le ofrece un chico joven. Aplastas tus pechos contra su espalda, ahondando en el interior de su intestino con el falo que te surgió de la nada . Clavas tus uñas, como estiletes, desde los hombros a los riñones de tu marido, dejando surcos abanderados sobre su piel dorada. Pepe vuelve la cabeza hacia ti, churretosa la boca por un goterón de esperma y sus ojos chorreantes de lágrimas negras. Su rostro ya no es su rostro. Ahora es el del travesti humillado por los cachorros de nazi, y el perro que agoniza contra la pared es una miniatura de Soraya. El travesti canta a voz en cuello el pasodoble " Valencia " . Angela, desnuda y con corona de espinas, acerca su sexo a la boca de Pepe-travesti, que cesa de cantar para lamer la entrepierna que le ofrece la novicia. Sigues penetrando a la figura vestida con seda violeta, pero ahora es una inmensa vagina la que te recibe, y su calidez hace que te aproximes al orgasmo más placentero. Unos senos opulentos, inmensos, vacunos, cuelgan entre los brazos de la mujer que te acoge en su interior. Y sus ojos azules, tan azules como el Mediterráneo, te sonríen desde el rostro de Nieves, la portera.

***

 

Despiertas con el rostro perlado en sudor. La imagen de Nieves, vestida con el traje violeta, no se va de tu retina, de tu mente todavía soñolienta. Vuelve a tu memoria la visión , fugaz, de una tarde en la que te cruzaste con ella en el portal. Ahora la recuerdas con nitidez, sin ningún género de duda. El traje violeta, vaporoso, agitado por la brisa vespertina. Cubriendo su cuello , un pañuelo haciendo juego . ¡ El pañuelo, el traje!... ¡Ambas cosas son de Nieves!. Entonces … ¿ qué pinta Pepe en todo ese embrollo?. ¿ A santo de qué, estaba escondido el dichoso trajecito en TÚ armario ?. ¿Qué vinculación tan especial tiene Pepe con la portera… en la que tú quedes al margen ?.

Preparas un café muy cargado. La luz ya entra a raudales por la ventana entreabierta. Algo te ronda por la cabeza. La imagen de Nieves dando la noticia de la muerte de Soraya. Tras ella, mirándote fijamente, los ojos de Pepe. Los ojos de Pepe y de Nieves. Tan azules, tan idénticos …

Te levantas de un salto. La taza de café trastabillea sobre el plato, pero no llega a derramarse. Corres a tu despacho. El archivo de la Comunidad de Vecinos. El contrato que se le hizo a Nieves hace unos meses. ¡Aquí está !. Buscas afanosa el nombre de la portera : Nieves Barberá Viadel. ¡ Barberá !. Los apellidos de Pepe son … ¡ Pons Barberá !. ¡ Son familia !. Tu suegra se llama Mercedes Barberá Viadel. ¡ Hermanas !.

¡ Nieves es la tía de Pepe ! – dices en voz alta.

Te equivocas – se oye la voz cansina de tu marido desde el umbral de la puerta - , es mi madre.

 

Carletto.

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