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Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

en Fantasías Eróticas

LOS CORTOS DE CARLETTO : " BLANCO SATEN"

No puedo más , Verónica . Dentro de unas horas serás mía. Mía, solo mía. Mía para siempre. Ante el mundo y ante Dios. Pero, ahora, daremos un bocado a nuestra tarta nupcial, sin esperar a firmas ni bendiciones.

Acabo de llegar. Tal y como dijimos. Justo en la víspera de nuestra boda. Alejado de ti largo tiempo , por común acuerdo, para hacer nuestro encuentro más deseable, más placentero.

Subo los escalones de tu casa de cuatro en cuatro, sin paciencia para aguardar al ascensor. Meto el llavín suavemente, pensando que – en unos instantes – estaré dentro de ti. La erección se me hace más dolorosa : son muchos días esperando estos momentos.

Con sigilo, casi cómicamente, voy de puntillas por el pasillo. Oigo un ruido. Quedo quieto, como una grulla con una pata en el aire. Se oyen susurros en el salón. Voces quedas, casi sollozantes. Sonrío un tanto mefistofélicamente : las madres nunca se hacen a la idea de casar a una hija. Se les hace una montaña entregar a su niñita a un cuasi desconocido : " Yerno, sol de invierno, que sale tarde y calienta poco ".

Sigo mi camino , imparable, con mi verga marcando tu Norte. La brújula no me engaña. Con un suave chirrido ( que a mí me suena a gloria ) se abre la puerta de tu habitación. Entro , como una sombra buscando las sombras, y cierro tras de mí. Una vaharada de perfume me golpea al instante. Aroma a claveles, a rosas , a gladiolos y azahares. Han tirado la casa por la ventana. Todo es poco para la niñita, hija única que se casa con un forastero.

Sobre la mesita de noche, parpadea una luz, tenue como un suspiro. Con el aliento, más que con la voz, canturreo tu nombre :

Verónica , soy Oscar .

No me contestas. Es parte del juego. Tú tienes tus fantasías y, yo, las mías.

Estás sobre la cama, vestida de novia. La gasa del velo cubre tu rostro. Intuyo, más que veo, tus ojos cerrados , tus párpados pesados – herencia de tu padre – con las profundas ojeras de la espera ansiosa. La nariz, un poco más afilada que de costumbre. La boca, carnosa, no tiene el rictus de angustia que – tantas veces – he borrado a fuerza de besos. Hoy la tienes relajada. Casi espero que, de repente, irrumpas en una carcajada , incapaz de aguantarte ni un minuto más.

Me desnudo junto a ti, arrojando la ropa de cualquier forma sobre la moqueta. Allá, en la pared, la luz de la mesita recorta la sombra de mi verga encabritada. Observo tu cuerpo estático, magnífico bajo el ceñido satén blanco de tu traje. Quisiera besarte en estos momentos ; pero un trato es un trato : nada de besos. Solo sexo. Sexo , sexo y sexo. Sexo morboso. Sexo tétrico. Sexo fantasioso y enrevesado.

Levanto el amplio faldón de tu vestido, con las enaguas crujientes orladas de puntillas. Las medias , de calado encaje , son un prodigio de blancura que ciñe tus pantorrillas y tus muslos. Desabrocho los corchetes del liguero, para desnudar cómodamente tu entrepierna.

Quedo alucinado por tu imaginación : llevas el vello del pubis recortado, como los setos de un jardín. Una gran "V" acoge – en su centro – una "O" un pelín ( nunca mejor dicho ) más pequeña. La "O" circunda los labios vaginales. Has bordado en tu cuerpo las mismas iniciales de los juegos de cama, de las toallas, de todo tu ajuar de novia ilusionada : " Verónica y Oscar " .

Tu cuerpo se deja hacer. Riego los setos de tu jardín con mi saliva. Mi lengua recorre las iniciales, como el dedo de un niño que está aprendiendo a leer. Tu nombre me encanta; pero , hoy, quiero remarcar el mío. Una y mil veces , mi lengua se transmuta en canuto para poder formar la "O".

Esta noche hace fresco. La saliva, al contacto con el aire, se enfría rápidamente formando un charco, gélido, sobre los labios de tu sexo.

Entre mis piernas, cabeceante, mi verga llora su soledad. Me arrastro sobre tí, haciendo equilibrios. Mis dedos, fríos y torpones, apenas pueden desabrochar los minúsculos botones que cierran tu escote. Al conseguirlo, mi premio son dos flores , blancas, que asoman entre maravillas de seda, con firma de París.

Si fríos están mis dedos, todavía lo están más tu pechos. Siento lástima por ti. Estás ahí, sin poder moverte, casi desnuda en una habitación inhóspita.

Pienso en el aire acondicionado. ¿ No está puesto? . ¿ Y ese zumbido que oigo?.

Me levanto unos instantes. Guiándome por el sonido, encuentro el acondicionador : está puesto a máxima potencia … en el frío. Renegando por lo bajo, lo cambio a calefactor. Espero unos minutos hasta que el aire se torna cálido. Vuelvo junto a ti. No te has movido : eres buena actriz. Mi pene, que se había bajado un tanto, recupera su dureza al estar junto a ti y, todo hay que decirlo, gracias al aire cálido que – ahora – llega hasta mis nalgas.

Retuerzo las fresas congeladas de tus pezones. Con mis palmas, abarco los montículos de nata batida. Mi amigo cabezón, con su calentura intacta, rastrea por tus helados surcos, haciendo de topo . Es tanto el placer que siento al penetrarte, que, durante unos minutos solo pienso en mí.

Mi pelvis choca contra la tuya. Entro tan a fondo , que temo dañarte. Pero tu silencio me anima. Flexiono mis brazos, para no apoyar mi cuerpo sobre ti, mientras el miembro te visita sistemáticamente. El sudor ya me corre por la cara. Incluso, entre las nalgas, una gota se arrastra – cayendo cantarina – por la parte trasera de los testículos. Hace calor. Mucho calor. Con la fricción , tu vagina ya está tibia. Lanzo una mirada , estrábica, sobre tu cara bellísima e inmutable … y me corro en tu interior, con barboteos de geiser .

Caigo sobre tus pechos, que me acogen silenciosos y mullidos. Entonces, solo entonces, me parece oir como un suspiro. Como una ligerísima exhalación de aire saliendo de tus labios. Pero nada más. Te reprimes hasta el final. Ni una palabra, ni un sonido.

Aguardo unos minutos sobre ti. Pocos, ya no hay tiempo.

Antes de bajarte el vestido, le doy un último apretón a tu sexo. Con la mano abierta, abarcando mis posesiones futuras. En la palma, babea – fresco – el semen derramado hace unos instantes. La próxima noche, en el tren, comenzaremos nuestra luna de miel. Y, entonces, me tocará a mí satisfacer mi fantasía.

El reloj del campanario, desgrana – friolero – las horas del amanecer. Me visto de cualquier forma, corriendo como el conejo de Alicia en el Pais de las Maravillas.

Tengo el tiempo justo. Ducharme. Recoger a mi madre en el aeropuerto. Vestirnos para la ceremonia y acudir a casa de Verónica…

Llegamos con la lengua fuera. Ya están los invitados en la puerta. Avanzamos, sonrientes, entre dos muros de rostros de circunstancias. Al final de la fila, como siempre, mi futura suegra llora la pérdida de su niña. Pero, ante mi asombro, el padre de mi novia está igual de lloroso. ¿ Tan mal yerno soy?.

Noto las uñas de mi madre clavándose en mi brazo, queriendo que me detenga. Pero no hace falta. Ya estoy rígido, con la sonrisa – helada – en mi cara somnolienta. Y la mirada , perdida, arañando la caja de cristal- cuajada de claveles, rosas y gladiolos – en la que duerme , para siempre, mi Verónica vestida de blanco satén.

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