DOS
La muchacha está sola. Ha sujetado su cabello, negrísimo, en un alto moño utilizando varias pequeñas peinetas de carey. Jugando a maquillarse, ha resaltado todavía más sus rasgos exóticos mediante finos trazos que alargan los ojos almendrados. El rojo de su boca, violento como una puñalada, destaca sobre la blancura de los polvos de arroz con los que embadurnó su carita. En el silencio de la buhardilla solo se oye su canturreo. En el rincón más alejado, un polvoriento baúl vomita sus entrañas de telas multicolores. Un gran armario de roble forma ángulo recto con un enorme espejo decorado con las mismas volutas de madera. La muchacha, envuelta en un ajado mantón de Manila, juega a hacer posturas ante la luna biselada. Se mira desde muy cerca, casi rozando con sus labios el reflejo de la putita oriental. Hace movimientos lúbricos, agitando los largos flecos del mantón, bailoteando con los brazos en alto, dejando que la seda resbale por sus hombros lentamente, que se deslice desnudando sus pechos de adolescente , sus caderas prometedoras de futuras maternidades
Eleva los brazos tras la nuca, desprendiendo las peinetas una a una, dejando que caigan con un sonido suave sobre el mantón que , ahora, cubre el suelo. Una cascada, un río de color negro se desparrama por su espalda. Mantiene una mano tras la nuca mientras la otra la eleva hacia lo alto en una postura de estrella de vodevil . Los pezones, chiquitos, están erguidos por el frío. La muchacha, queriendo conseguir aspecto putanesco, ha enrollado sus bragas a la altura de los huesos de sus caderas, metiendo la parte de atrás entre sus nalgas generosas y dejando un minúsculo triángulo delantero. El vello púbico, suave como el de un conejito de pocas semanas, asoma tímidamente por los laterales de la braga reducida a su mínima expresión. La chiquita acaricia su cuerpo con la voluptuosidad de sus quince años. Se mira con intensidad a lo más profundo de sus ojos castaños, bajando la mano hasta el vientre todavía abombado con reminiscencias infantiles. Pero los dedos que se hunden bajo el triángulo de algodón no están buscando a una niña, sino la carne anhelante de una mujer hecha
Dentro del armario, atisbando por una rendija, David se aferra a su joven verga, encorvado sobre sí mismo, agitando la mano como un poseso, aguantando los gemidos que pugnan por salir de su garganta mientras mira como se masturba su prima.
Ambos llegan al orgasmo casi al unísono. Ella aplasta su cara, sus senos, su vientre , contra la superficie pulida del azogue, notando en sus dedos el latido sobresaltado de su entrepierna. El se ha convertido en una fuente inagotable de blanco esperma, que chorrea por sus dedos y cae, gota a gota, humedeciendo la piel de su muslo derecho
***
¡ Señor, señor!.
David abre los ojos de golpe. En su retina todavía está reflejada la imagen desnuda de su prima. En su muslo nota la humedad viscosa del semen tibio.
Mira a la azafata, recordando de inmediato donde se está. Pero no encuentra sus ojos, ya que ella está mirando hacia la entrepierna de él. David sigue la mirada de la mujer y un sofoco repentino quema la piel de su rostro. Maldice la idea de no haberse puesto hoy ropa interior. El ajustado jeans se adhiere a su endurecida verga de veinteañero, mostrando cada vena y cada protuberancia de su bien equipado sexo. Y a un palmo de la ingle, sin posibilidad de confusión alguna, un manchurrón de líquido seminal es como un foco que hace señales de ¡ mirad, mirad! a todos los pasajeros que rodean al joven.
Abróchese el cinturón atina a decirle la azafata intentando contener la risa- dentro de breves minutos aterrizaremos en Manila.
***
El joven español ha resuelto en un par de días los asuntos de trabajo. Le quedan otros tres para aburrirse en la ciudad. Le han recomendado mucha prudencia en la elección de los sitios que visite. Hay mucha inseguridad .
David entra en el pequeño bar, agotado de aguantar la temperatura agobiante del exterior. Solo quiere aire acondicionado y una cerveza muy fría. Se sienta en un rincón, para observar a todos sin que lo vean a él. Le gusta mirar. En la semipenumbra del bar, una figura femenina se acerca con un suave taconeo. Mira las piernas espléndidas- de la mujer, apenas cubiertos los muslos por una brevísima minifalda negra . Tiene una figura preciosa. Los senos se intuyen bajo una blusa de seda blanca, semitransparente, con un cuello japonés del que emerge el rostro delicado como una porcelana. El joven queda extasiado ante la sonrisa tímida de la filipina : ¡ es idéntica a su prima Carmela!. Constatado el parecido, David nota el hierro de su verga volver a las andadas. Siente unos enormes deseos de charlar con la camarera, de mirarla, de saborearla. Le pide, en inglés, que se siente con él. No, no puede ( sonríe ruborizada, con la angustia pintada en sus preciosos ojos castaños ). El , desilusionado, recuerda su sed . Cerveza. Tienen San Miguel. Vale. Se come las nalgas que se alejan con paso seguro. Vuelve al instante. Se demora ante la mesa sin acceder a sentarse- oyendo las ocurrencias del joven. Se ríe , intercalando algún golpe de tos. No hay muchos clientes. Pasan los minutos y las horas. A la tercera cerveza David quiere una cita. Imposible. ¿ Porqué?. Imposible. Dime, por lo menos, tu nombre. Bel. Pues hasta mañana, Bel.
Más de lo mismo. A la misma hora, David recala sudoroso en el bar. Busca con la mirada a Bel. Allí está. Es Carmela, su prima, su amor. Carmela, la inspiradora de sus primeras pajas, su icono sexual.
Aprovechando que el dueño hoy no estará, Bel consiente en sentarse un ratito. Parlotean como niños. Ella lo mira, admirada. El charla por los codos, nervioso. De cuando en cuando suelta un taco en catalán. Bel lo sigue mirando, atenta a sus labios y al brillo de su sonrisa casi dentrífica. Pasan las horas y las San Migueles. Tampoco cede hoy la chica a las pretensiones del extranjero. No, no. No puede ser. ¿Mañana?. Mañana ya veremos. Igual le da una sorpresa.
David sueña todas las noches con su prima. Ahora el sueño se prolonga algo más. No se conforma con masturbarse dentro del armario. La última noche casi estuvo a punto de penetrar a Carmela, a Bel . La sonrisa triste de la isleña proporciona al muchacho un sentimiento de ternura que su prima jamás le produjo. Carmela era toda fuego, toda lujuria, toda pasión. Y se amaba locamente a sí misma.
Hoy le quiere dar una sorpresa. Bel se lo dice entre ruborosa y feliz. David se hace ilusiones. ¿ Accederá ella ?. Casi a punto de cerrar, se abre la puerta del establecimiento. Una figura se recorta en el umbral . El joven mira ensimismado en sus pensamientos lúbricos- mientras se relame un discreto bigote de blanca espuma. Es Bel . Seguramente salió sin darse cuenta él. Pero ¿ no está, también, tras el mostrador?. David se pone de pie, admirado. Son gemelas idénticas. Se acercan hacia él. Bel les presenta : David, un amigo. Isa, mi hermana.
Isa es , todavía, más Carmela que Bel. Tiene el punto preciso de libidinosidad, de lujuria chispeante en sus ojos almendrados. Al cabo de pocos minutos están riéndose a carcajadas, amparados por la sonrisa ¿feliz?, la mirada tierna de Bel.
El quiere invitarlas a cenar. No, no. ¿ No?. ¿ Hoy tampoco?. ¿ Acaso le tienen miedo?. ¡ Si son dos contra uno!. No. Son ellas las que lo invitan a él. En su casa.
***
La cena ha transcurrido suavemente. Como son ellas. La casita está en el borde de un acantilado, rodeada por un pequeño pero frondoso jardín. Imelda, la abuela de las chicas, es la que le ha contado la historia. Se defiende en inglés, chapurrea el español e introduce largas parrafadas en tagalo. Las nietas traducen los pasajes más incomprensibles. Nada del otro mundo . Una historia familiar parecida a tantas otras : antigüa tatarabuela amante de un rico colono español. El hombre le construyó su nidito de amor bien alejado de las miradas indiscretas. También la cubrió de regalos, joyas y demás prebendas, loco por las artes amatorias de aquella jovencita de aspecto tan frágil. Y tuvieron hijos, a los que naturalmente no reconoció. Y luego se marchó a España, para nunca más volver.
La abuela duerme en la habitación más lejana. En la habitación de las gemelas David espera apoltronado en un gran sillón de mimbre, estilo Emmanuelle. El les ha contado sus experiencias de adolescente, su espionaje a los arrebatos artísticos y masturbatorios de su prima, su obsesión por ella
Las jovencitas salen del baño trinando como pájaros. Guiándose por las confesiones de su invitado, han peinado sus cabellos en moños que dejan al aire sus esbeltos cuellos. Sus cuerpos de ninfas orientales los han envuelto en mantoncillos bicolores : Isa lleva uno negro, con dibujos de pájaros y flores bordados en blanco. Bel, por el contrario, eligió el blanco como color de fondo, siendo los dibujos bordados en seda negra. Se colocan ante él, simulando que son una el reflejo de la otra. Juegan haciendo mimo, duplicando los movimientos con exactitud casi profesional. David las mira desde su poltrona, al rojo vivo su virilidad. Caen los mantones y quedan los cuerpos, livianos como un suspiro, brillando con el sudor de la noche tropical. Juntan sus labios y sus pezones. Rozan los triángulos de sus tangas. Enlazan las palmas de sus manos atrayéndose en un abrazo de carácter incestuoso.
La penumbra de la habitación es rota por el fogonazo de los relámpagos. Ya estalló la tormenta tropical. Las hermanas se turnan besando a David. Luego intercambian sus salivas entre ellas, mientras el joven acaricia a palma abierta los frutos deliciosos de los senos femeninos.
Tumbado de espaldas, enhiesta su verga hasta límites dolorosos, David es cabalgado por Isa, que aparta lo imprescindible el triángulo de su tanga para ensartarse hasta lo más hondo. Gime, dolorida, la muchacha. El chico, encalabrinado, apenas notó que el himen estaba intacto. Le acaban de ofrendar una virginidad impoluta y él no lo ha sabido apreciar. Hace descabalgar a la amazona para ser él el dominante. Ella lo espera, con los muslos flexionados. El catalán busca con su falo la herida sangrante de la filipina. Una mano se encarga de guiarlo : es Bel, que abarca el grueso pene con su mano diminuta y, ejerciendo de mamporrera, lo dirige con suavidad hacia la vagina de Isa, introduciéndolo en la sensible grieta. Chocan los vientres con frenesí. Isa engarfia sus dedos en los hombros masculinos, hiriendo con sus largas uñas la piel del muchacho. Corre la sangre por la espalda de David. Bel, percatándose, restaña las heridas con su tibia lengua. El chico, ocupado en atravesar a Isa, no imagina que son lágrimas lo que mezcla Bel con su saliva. El orgasmo, hirviente, retumba en las entrañas de Isa, a la vez que el trueno, lejano, indica que la tormenta se aleja.
David yace de espaldas. A cada lado de su cuerpo se acurruca una figurita de marfil. El gran ventilador , colgante del techo, gira morosamente, renovando con dificultad el aire caliginoso de la noche filipina. La luna asoma su rostro por el amplio ventanal. Isa tiene las manos sobre su pubis, como cubriendo, como protegiendo algo que ya perdió. Bel mira a David. Quiere grabar el perfil del muchacho en su memoria. El joven descubre la mirada, y la interpreta como de deseo. Posa una mano sobre los senos palpitantes. Acaricia el vientre de perfección casi dolorosa. Ella se da la vuelta, quedando con la espalda hacia el muchacho. El aparta el cabello perfumado, dejando libre el camino hacia la nuca. Inhala el olor almizcleño. Su verga responde al estímulo. Se incorpora colocándose entre las piernas de la muchacha. La sujeta de las caderas, elevándola hacia él. Ella titubea, se resiste. La verga del hombre roza la carne desnuda de las nalgas femeninas. Apenas un hilo se interpone entre ambos. Isa rebulle entre sueños. Abre los ojos y observa a su hermana enlazada con el semental. Se yergue inmediatamente, colocándose junto a ellos. Acaricia la espalda y los flancos de Bel, como el que quiere amansar a una yegua. David aparta el hilo del tanga, dejando suficiente espacio para colocar su miembro sobre el ano. Isa apoya una mejilla sobre los riñones de su hermana, dejando caer un hilillo de saliva para que resbale entre los glúteos fraternos. Recorriendo la piel virginal, la humedad se rebalsa al llegar al glande de David, mojándolo lo suficiente para que acometa la penetración. Aulla Bel cuando el hombre entra en ella. Su cuerpo se curva, se tensa como un arco, con las nalgas pegadas al vientre del chico, los riñones arqueados y los hombros apoyados en el torso masculino. David amasa a dos manos los pechos perfectos de la camarera. Ella, a pesar de estar llorando, busca con sus manos hacia atrás, hasta posarlas en las nalgas musculosas del joven empresario, atrayéndolo más hacia sí, queriendo ofrecerle el cruento sacrificio de su virginidad. Entra y sale vertiginosamente el émbolo masculino. Las papilas de Isa no producen suficiente saliva para enfriar la ardiente fricción que quema el orificio anal. David encula salvajemente a la muchacha filipina, loco de deseo, incapaz de sentir piedad por la carne que está lacerando . Y el orgasmo llega, brutal, incontenible, copioso. Y el hombre se desploma, arrastrado hacia delante por el cuerpo desmayado de Bel, con la verga sujeta por la carne enamorada
***
David no ha podido despedirse. La abuela le ha dado una carta y unas explicaciones en su curioso idioma . Las chicas ya no están.
Ha corrido hacia el hotel. Tiene muy poco tiempo : hacer la maleta, pagar la cuenta, el aeropuerto
Hace ya un rato que están volando. David recuerda la carta. No es muy larga :
"Querido David. Te escribo yo, Isa, en nombre de las dos. Bel sigue teniendo vergüenza de ti. No la comprendo.
La enamoraste desde que te vio, en el bar, el primer día. Aquella noche ya no me dejó dormir, contándome lo guapo, lo simpático todo lo que eras. Me contó de tu propuesta de invitarla . La animé a que te hiciese caso. Me dijo loca, loca, loca. ¿Cómo podía, yo, aconsejarla eso?. Entonces se me ocurrió la idea : ¿ Y si éramos las dos a la vez?. No se lo creía. Le parecía imposible que , yo, pudiese ofrecerle tamaña cosa. ¿ Lo haría por ella?. Sí. Por ella sí. Por ella mi vida entera. Y planeamos la noche que te regalamos luego. Y sacrifiqué mi lesbianismo ( y mi asco hacia los hombres ), junto con mi propia virginidad, por mi hermana. Mi hermana, mi único amor. Todo para que tú, su amor, tuvieses lo que querías : una hembra en tu cama. Y la tuviste. Y también tuviste, de regalo, la virginidad de ella, la única que podía ofrecerte. Y te la dio con todo su amor, con todo su dolor de lady-boy, de chico travestido enamorado de un imposible."
Carletto.