Escrúpulos
Blanca y radiante baja la Novia los escalones del templo. Su tímida mano agarra el brazo de su joven y recién estrenado esposo que la mira con ternura. Doblan las campanas , vuelan las palomas y sus pechos se ensanchan por el amor que sienten. Por la mejilla de la Novia baja una furtiva lágrima de alegría, oculta bajo los tules de su inmaculado tocado. Las aletas de su nariz se ensanchan tratando de captar el perfume que sube , algo empalagoso, de su ramo de azahar.
Una tormenta de granos de arroz los ha sorprendido cuando salían a la calle. Truenan los aplausos de los invitados. Relampaguean las máquinas fotográficas. Ella va en una nube blanca y algodonosa. Casi no percibe la realidad.
Al subir al coche que les espera engalanado de cintas blancas, la Novia toca furtivamente la entrepierna de su amado y suspira con alegría contenida : sí, allí está, el objeto deseado y que casi no ha visto durante el noviazgo. La pureza de esta Novia es real. La ha mantenido intacta durante todos sus años de internado con las monjas ursulinas . El Novio, bien aleccionado por la Madre Superiora, no ha podido pasar de un magreo a sus senos y de algunos castos besos robados a la mirada de la monja que los custodiaba. Por eso la Novia siente este temor y este deseo que la ahoga. Sus compañeras de internado le susurraban al oido lo bien plantado que es su Novio. Del bulto enorme que le vislumbraban cuando salía del salón de visitas del Convento. Y , hasta su mejor amiga, la más íntima, le musitaba sofocada que lo había visto masturbarse tras de un árbol ( loco de deseo ) tras salir a trompicones una tarde especialmente cálida.
Y la Novia le preguntaba a la amiga ( primero arrebolada, después francamente excitada ) por el tamaño, el color, la textura y la belleza del arma que rompería su virginidad. Y la amiga se lo contaba con todo lujo de detalles, algunos muy pocos reales, el resto inventados y sacados de sus propios sueños. Terminaban ambas engarfiando sus dedos en el sexo de la otra, besando sus bocas de dulce aliento y sintiendo sus cuerpos licuarse con el roce de sus senos.
El banquete de bodas toca a su fín. La Novia oye como en un sueño el brindis que su Suegro hace por ellos. Lo mira y se percata en ese momento de lo que se parecen el Novio y él. Muy atractivos los dos, de ojos claros y musculatura más que corriente. Parece una versión madura de su hijo. Tras abrir el baile con el Novio, notando sobre su vientre la dureza de su falo, la Novia tiene una atención para con su Suegro, viudo desde hace poco tiempo, y lo invita a que baile con ella. Titubea el hombre antes de aceptar. Cuando se levanta de su asiento, la Novia descubre a qué es debido : ostenta tal erección que casi es visible a través de los ceñidos pantalones de su chaqué. Juntan sus cuerpos al son de la música. El casi no se atreve a mirarla a la cara. Cuando nota que ella no rehuye su contacto, sino que , por el contrario, sus muslos presentan batalla a su arma en son de guerra, no se acuerda que es la mujer de su hijo y la aprieta contra sí para que ella sepa lo que tiene un hombre de verdad. Y es tal el calentón que tienen ambos, que de no acabar en ese mismo instante la pieza musical, se hubiesen fundido en una hambriento beso.
Se sienta la Novia con piernas temblorosas. La fricción de su vulva con la polla de su Suegro la ha hecho prácticamente correrse. Tanto es así que nota en su sexo una caliente humedad que le baja por entre los muslos. Corre al baño entre un fru-fru de sedas. Arremanga su vestido, sospechando lo peor, y solloza inconsolable al ver el reguero de sangre menstrual manchando la impoluta blancura de sus medias. Abatida, vuelve al salón del banquete y se lo cuenta al oido a la Madrina, tía de su Novio. Ella sabe como manejar la situación. Su sobrino es muy escrupuloso con esas cosas ; pero la tradición ordena que la Novia debe ser desflorada en su noche de bodas. Se dirige al Novio y a su padre y les informa con brevedad de los últimos acontecimientos. Niega con la cabeza el Novio mientras un rictus de repugnancia curva sus labios. Insiste la Madrina . Al final se impone la voz ronca del padre que sugiere una solución. Se relaja el semblante del Novio que cabecea dando su consentimiento
Tiembla la Novia en el lecho nupcial. Su rubio cabello desparramado sobre la almohada nimba su rostro como una aureola. Sus límpidos ojos azules están anegados en lágrimas. El voluptuoso camisón de encaje se ciñe a sus formas de hembra en sazón. Su sexo , apenas cubierto , aparece limpio y perfumado en su parte externa; pero ella sabe que, internamente , la sangre tiende a salir.
Se abren las cortinas del lecho y aparece el Novio desnudo. Su mirada rijosa la repasa de arriba abajo. Su miembro cabecea ante ella y él lo dirije a sus mórbidos labios. Lo acoge la Novia paladeándolo lentamente. Su lengua recorre todos los recovecos del erguido pollón arrancando gemidos del escrupuloso macho. El amasa los maravillosos senos de la mujer que siente su vulva palpitar de deseo. Pero sabe que nadie acariciará la parte inferior de su cuerpo. Por lo menos aquella noche. Y tenía ella tantas ilusiones
Hace el Novio que ella se ponga a cuatro patas, sin sacar su lanza de la boca femenina, sus dedos retorciendo suavemente los pezones. La hace sacar la grupa por entre las cortinas de la cama , de manera que, dentro del lecho solamente tiene la Novia de cintura para arriba. La parte de abajo, como si fuese una sirena, no existirá durante esa noche para él.
Nota unas manos viriles la Novia acariciando sus nalgas. Abre los ojos desmesuradamente y los fija en el rostro del Novio, que la mira y asiente. Un grueso dedo ronda por su clítoris pulsando los íntimos timbres de su placer. Se dilata la vulva de la muchacha, ofreciendo su virginidad al desconocido macho y , aunque siente otra vez correr la sangre, sus cinco sentidos los tiene pendientes de la punta del miembro viril que tiene a las puertas. Arrecian las caricias sobre su enardecido clítoris y ella sólo desea que la penetren hasta lo más hondo. Como si le leyesen el pensamiento, comienza a entrar el grueso carajo arrastrando tras de sí el virgo de la doncella. Se mezcla la sangre menstrual con las pocas gotas de la desfloración y se oye un chapoteo al entrar y salir, excelentemente lubricado, el pene del desconocido.
Se corre la Novia apagado su grito por la lefa del Novio que entra a raudales por su garganta. En su espalda gotea el semen del desconocido.
El Novio, escrupuloso, le promete desvirgarla analmente en los dias siguientes.