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Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

en Grandes Series

MADAME ZELLE

Resumen de lo acontecido : Tras escaparse con su amante desde su aldea natal, la joven china Li-an debe prostuirse para mantenerlo. Embarazada y viuda, viaja con la Dueña del burdel donde trabaja hasta Taiwan, donde da a luz una niña. De vuelta hacia Cantón, el barco donde viajan es asaltado por unos piratas malayos, capitaneados por una hermosa mujer que toma a Li-an como amante.

 

CAPÍTULO –IV- El Largo Viaje

Con los ojos nublados por las lágrimas, Li-an introdujo suavemente la mano bajo la superficie del agua .Sobre la palma extendida sostenía una minúscula barquita, fabricada con flores, en cuyo centro titilaba la llama de una vela. La fuerza de la corriente hizo que el pequeño bajel quedase flotando unos instantes, para –a continuación-seguir río abajo junto con centenares, miles de otras barquitas similares que convertían las oscuras aguas del río en un espectáculo deslumbrante, en una cinta destellante que se movía sin cesar, llevando hasta el océano los pecados y la mala suerte pasada.

La joven china dejó correr libremente las lágrimas por sus mejillas. Sus recuerdos revoloteaban con graznidos de ave de mal agüero. ¡Qué lejos quedaba la aldea de Yunnan y sus felices días de adolescente enamorada!. Y, sin embargo, solamente habían transcurrido cinco años desde su partida. Cinco años durante los cuales había sido niña enamorada, esposa, prostituta, viuda y madre. Había tenido que pasar por el dolor lacerante de la pérdida de su esposo, así como la muerte de su hijo recién nacido.

Un profundo suspiro emergió de su pecho. Aquí y allá se escuchaban lamentos y cánticos, conformando un tenue clamor que ponía música de fondo al espectáculo de excepcional belleza.

Li-an volvió en sí de sus ensoñaciones. Junto a ella, mirándola con rostros asustados, dos preciosas niñas observaban sus sollozos. Los labios inferiores asomaban temblones, frunciendo las naricitas con el mohín de los niños segundos antes de explotar a llorar. La muchacha recompuso su aspecto, enjugó sus lágrimas con un pequeño pañuelo y dedicó una gran sonrisa a las pequeñas, que parecieron satisfechas con el cambio y comenzaron a parlotear pidiendo que volviesen a comer.

Li-an dejó atrás la fiesta de Loi kratong y sus luces flotantes. La estación de las grandes lluvias había terminado y los tahi se habían lanzado a la calle para celebrarlo. Por todo Bangkok se respiraba un aire festivo en el que las ristras de farolillos chinos y los adornos florales ponían su nota multicolor.

Las niñas triscaban felices, sabiendo que la comida del día sería suculenta : estofado de buey en leche de coco, acompañado de espinacas rehogadas en aceite de sésamo y los infaltables cuencos de arroz. Pero lo que a ellas les hacía más ilusión, lo que hacía que sus barriguitas tuviesen espasmos de glotona ansiedad, era la promesa de comer los dulces tailandeses, así como la ensalada de frutas que el cocinero de la casa presentaba de una forma tan artística… que daba pena desarmar el plato.

***

 

Al llegar a Luzón cuatro años antes, Li-an se había encontrado con un encargo inesperado. Su amante le propuso criar, a la vez que a su hijita Flor de Cerezo, a una niña de un par de meses de edad – de nombre Camila-, de ascendencia europea y cuya madre había muerto por la insensata acción de un pirata descontrolado. La piel amarillenta y reseca del desafortunado, se curtía al sol y a la brisa del mar, clavada en lo más alto del palo mayor para recordatorio de sus compañeros; pero la niña berreaba muerta de hambre y se tiró como una loba en cuanto olisqueó los pezones ubérrimos de la que fue, desde entonces, su Madre de Leche.

Algunas noches, tras dar las últimas órdenes al timonel, la Señora Ching se retiraba sigilosa al camarote que compartían ambas. Allí la esperaba Li-an, totalmente desnuda y con una niña mamando de cada seno. Entre las piernas abiertas, un cálido brasero caldeando su entrepierna, manteniendo tibia la cena de su amante.

Y la Mujer Pirata cenaba suculentamente. Desnudaba su cuerpo y se daba un rápido chapuzón con unos baldes de agua de mar. Luego, acariciándose los senos, apartaba el brasero y se colocaba ella en su lugar, arrimando la boca al primer plato que – a aquellas alturas- ya hervía. Mordisqueaban las niñas los pezones rebosantes de leche. Chupaba la Señora Ching la vulva cuajada de flujo. Li-an se sentía como una enorme abeja reina, alimentando con los jugos de su cuerpo a toda su prole.

Ahítas las niñas de mamar, las arropaban amorosamente en su doble cuna y se tendían ambas mujeres sobre una alfombra tupida. Sacaban de un baúl varios almohadones y se ponían a retozar como adolescentes, jugando a pegarse con ellos hasta que terminaban jadeantes con los cuerpos enlazados. De una cajita con tapa de marfil e incrustaciones de lapislázuli, sacaban un artilugio de procedencia imprecisa. Constaba de un largo mango con dos esferas en los extremos. Las esferas estaban medio llenas de mercurio. Mirándose a los ojos, besándose suavemente, colocaban el artilugio entre ambas deslizándolo hasta las profundidades vaginales de cada cual. Una vez ensartadas se ceñían en un estrechísimo abrazo y comenzaban a agitar vientres y caderas disfrutando de los placeres del coito.

Fuera, el mar embravecido levantaba montañas de espuma al chocar contra los arrecifes de coral.

 

***

El tiempo había pasado rápidamente. Cada vez que tenía que salir de "caza", la Capitana hacía desembarcar en alguna cala recoleta a Li-an, junto a la Dueña , la criada y las dos niñas. Las riquezas, producto de las rapiñas, se iban acumulando en el vientre de la nave. Las niñas crecieron. Jugaban incansables y se dormían abrazadas escuchando las historias de la vieja Dueña. La pobre mujer, desde la "violación" a la que fueron sometidos sus pies, no podía andar prácticamente nada. Siempre tenía horribles dolores y la compañía de las pequeñas hacía que se olvidase momentáneamente de ellos. Sin embargo, ellas la acuciaban a preguntas sobre el porqué de sus pies tan raros, siempre vendados y emanando ese olor "tan especial". Ella accedía a contarles la historia que, a su vez, le habían contado en su niñez:

"Se dice que , un día del siglo X, una cortesana del palacio imperial, famosa por su belleza y su talento al bailar, recibió la orden de preparar una danza para deleite del emperador Tang Li Yu. Se mandó construir, para ella, un piso hecho de lotos de oro, donde pudiera ejecutar su danza. Se le adornó el cuerpo con las más esplendorosas joyas, y se le vendaron los pies imitando la forma de la media luna. Su nombre era Yao Niang, es decir : triste muchacha. Cuando la dinastía Tang llegó a su fin, lo único que iba a perdurar fue el grácil andar de los pies vendados de aquella bailarina. Queriendo imitar la belleza, todas las mujeres de la corte y del resto del imperio vendaron sus pies y los de sus hijas, y los de casi un billón de chinas que nacieron después de ellas. Hay una máxima que dice: " Un par de pies pequeños cuestan un pozo de lágrimas". Eso es una gran verdad que, por suerte, vosotras nunca llegaréis a comprender. "

Las niñas, a aquellas alturas del cuento, ya estaban dormidas.

***

La vida durante aquellos años fue una continua aventura. Tras estar varios meses en Bangkok, Li-an con las niñas , la Dueña y un par de criados que ejercían también de vigilantes, la Señora Ching hizo que se embarcasen otra vez para dejarlas durante otro período de tiempo en un pueblecito de pescadores cercano a Singapur. Allí las niñas tuvieron su primera menstruación y comenzaron a abrir los ojos a las verdades de la vida.

Camila se había transformado en una belleza morena de ojos inmensamente azules. Flor de Cerezo no le iba a la zaga en hermosura, y crecía tan preciosa como una estatua de marfil ante los orgullosos ojos de su madre Li-an.

Cierta tarde que la madre se había descuidado, las muchachitas quisieron jugar a mayores y se escaparon de casa durante unas horas. Querían ver con sus propios ojos la festividad de Thaipusam, que se celebraba en un templo cercano a la aldea. Volvieron horrorizadas, con los ojos llorosos y con las boquitas fruncidas en un rictus de repugnancia. No estaban preparadas para ver a los fanáticos penitentes que se perforaban el pecho y la espalda con multitud de ganchos con los que arrastraban una especie de altar de unos dos metros de longitud, con los cuerpos ensangrentados y los rostros atravesados por largas agujas de las que colgaban pesados objetos.

Su madre las riñó y las envió a la cama sin cenar. Abrazadas sobre un estrecho jergón estuvieron hipando largo rato. Luego algo ocurrió que hizo que las niñas dejasen de serlo. Quizá un recuerdo mórbido entre tanta sangre. Puede que un roce casual de los pechos incipientes de una contra la otra. Seguramente el avance de una mano bajo la colcha de seda. Los sollozos infantiles se fueron amortiguando, desapareciendo finalmente y dejando paso a otro tipo de ruidos, de gemidos, de dulzuras ignotas que planeaban sobre ellas, se enroscaban en sus cuerpos desnudos y las hacían elevarse entre orgasmos purísimos que les dejaron los sexos aleteando, trémulos, como alas de mariposa.

Faltaban unos meses para que cumpliesen trece años.

***

La llegada a Bali fue todo un acontecimiento. Anclaron en el puerto de Singaraja, al norte de la isla. El resto de la flotilla había quedado oculta en unas calas camufladas entre islotes y arrecifes, con vigilantes que aparentaban ser pescadores. La nave de la Capitana la habían remozado, ocultando los cañones y disfrazado de nave mercante. El resto lo consiguieron los enormes sobornos con que la Señora Ching tenía acaramelados a los responsables del puerto. Además, los gobernantes holandeses – por aquél entonces- ejercían un control indulgente, debido a la ferocidad que habían demostrado en las guerras coloniales. Ahora protegían y mostraban un gran respeto por la religión y cultura locales, haciendo la vista gorda en asuntos poco transcendentes.

Tras instalarse cómodamente en un palacete cercano al mar, la Señora Ching – cada vez más enamorada de Li-an, cayó en la torpeza de dejar sus "negocios marítimos" en manos de su lugarteniente. A la semana siguiente de su llegada a Bali, la flotilla bucanera partió una madrugada en busca de nuevos botines, dejando en tierra a su Capitana junto con el resto de las mujeres y algo de servicio.

***

La Dueña, que apenas se podía mover si no era con la ayuda de alguien, les había tomado cariño a las niñas, aunque no cesaba de maldecir ( en su pensamiento ) al mayordomo que había dejado a cargo del burdel, puesto que – de momento – no había enviado el rescate exigido por la Capitana Pirata. De la familia de Camila, la niña huérfana criada a pecho por Li-an, tampoco se sabía nada, por lo que ambas mujeres pasaban ante la sociedad de Singaraja como dos viudas con sus hijas y una abuela a su cargo.

Los habitantes de Bali resultaron ser gente amable, sencilla, simpática y de costumbres arraigadas en lo religioso, una mezcla de hinduismo, animismo y budismo. Las danzas y las actuaciones dramáticas eran una parte importante de casi cada ritual en Bali. Las gentes bailaban porque amaban hacerlo, y todas sus danzas estaban influenciadas por las doctrinas religiosas.

A las pocas semanas de vivir en Bali, las muchachas consiguieron el permiso para ser aceptadas como bailarinas en una escuela de la ciudad de Singaraja. Allí recibieron una educación amplia, que incluía idiomas, el aprendizaje necesario para tocar instrumentos musicales, y unas estrictas reglas de cortesía. Tras varios meses de preparación intensiva, llegó el gran día de su participación ante el público. Tanto la Señora Ching, como Li-an y la Dueña, vestidas con sus ropas más elegantes, esperaron impacientes la actuación de las muchachas. La orquesta comenzó a tocar sus instrumentos de metal, así como un "gong" colgante que resonaba con tonos pesados, altos y bajos. También un "gong" pequeño cuya percusión se llevaba a cabo con una pieza de madera. De repente se hizo el silencio.

Las bailarinas aparecieron agarradas de la mano, paseando lentamente por el escenario . Se soltaron para batir palmas pidiendo que comenzase la música. Todas se pusieron junto a la pared, marcando el compás de la música dando golpecitos con la planta del pie. Dos de ellas se soltaron y se dirigieron al centro del escenario, ondulando los brazos como si estuviesen acunando a un invisible bebé. Los golpecitos con el pie eran extraordinariamente ligeros, haciendo sonar un levísimo tintineo metálico que descubría los brazaletes de plata de los tobillos…

Tras largo rato de engranar danza tras danza, el escenario quedó vacío. Hasta ese momento no habían bailado Flor de Cerezo ni Camila. Comenzó de nuevo una música suave y aparecieron las dos muchachitas completamente desnudas. Sus cuerpos de curvas incipientes solo portaban sus alhajas y brazaletes de plata en los tobillos. Parecía imposible que unos cuerpos humanos pudiesen realizar aquellos movimientos: estremecimientos y gestos tímidamente esbozados, una interiorización del ritmo casi perfecta, atrozmente sensual. Era la más sublime demostración de erotismo lo que estaban realizando las dos danzarinas… prácticamente sin moverse. Cuando la orquesta fue apagando su música, ellas quedaron como estatuas, inmóviles y perfectas ante un público subyugado e íntimamente enardecido.

Apoyados sobre una columna, dos muchachos de hermosos rasgos viriles las contemplaban sin parpadear. Aunque los dos iban vestidos a la europea, no podían ser más distintos : el más alto tenía la tez clara y los ojos verdes, así como un largo cabello rubio que le llegaba por los hombros. El otro, más bajo y hercúleo, no podía disimular que era un hermoso espécimen de la raza hindú.

Al retirarse las danzarinas bajo una lluvia de pétalos de flores, los dos jovencitos parecieron salir de un sueño. Al percatarse de que estaban-todavía-boquiabiertos, cerraron las mandíbulas, para –inmediatamente- volver a desnudar sus dientes en sendas sonrisas eufóricas que hicieron brillar los ojos de ambos con lucecitas libidinosas.

Tras las cortinas del escenario, Flor de Cerezo y Camila se comían literalmente con los ojos a los dos adolescentes.

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