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Diente por Diente

en No Consentido

DIENTE POR DIENTE

¿En qué piensas, Adolfo?. ¿ Otra vez ensimismado ?. Ya no debes temer nada. Todo pasó. Fue … como un mal sueño que pronto desaparecerá de tus recuerdos. Tú no tuviste la culpa. Ya te lo dijo, una y mil veces , el abogado ( carísimo ) pagado por Papá. Y el psicólogo. Tus padres, tus hermanas , el abuelo ( para quien significas muchísimo más de lo que puedes imaginar ). Hasta tus primos, esos macacos que te tienen tantos celos porque eres el "heredero del apellido", se pusieron de tu parte y te dieron su "bendición" :

-" Tranquilo, macho, esa era una golfa, una putita a la que se habían pasado por la piedra todos los del Instituto. Tú no tuviste la culpa. Para nada. ".

Y tú deseabas creerles con toda tu alma. Querías pensar como ellos : era una puta, una calienta braguetas. Ella se lo buscó.

***

Sí ella se lo buscó. Por estar tan buena, por ser tan simpática, tan abierta. Siempre saludando a todo el mundo, con aquella risa toda dientes, con aquellos ojos que te escrutaban los tuyos, intentando ver más allá de lo que veían los demás. Por acariciarte la mejilla con aquella suavidad tan suya, haciéndote abandonar tu postura de machito de vuelta de todo. De niño bonito adorado por todos. Aburrido de ser un reyezuelo, heredero de una dinastía en la que el macho llevaba , bien alta, la antorcha del orgullo familiar.

"El orgullo de mi familia reside en mis cojones " – le dijiste a Sara , entre risas y veras, una tarde de verano.

Sara no te entendió al principio. No le cabía en la cabeza tamaña cosa. Era tan … arcaico. Luego rió con una carcajada argentina, fresca , contagiosa. Y miró – de refilón – la parte de tu anatomía en la que guardabas el "orgullo familiar". Y siguió riendo, pero de una forma distinta, como más ronca, como si un pensamiento distinto hubiese cruzado por su cabeza. Reíste también, sin saber muy bien porqué. Rodasteis sobre la hierba, bajo el plátano frondoso, y tú te encargaste de que notase entre sus muslos, sobre la ropa, aquello que le daba tanta risa…

Comenzasteis a salir juntos. Cada vez más. Naturalmente, tenías chicas a montones, a espuertas. Con tu facha , tu coche último modelo, toda la pasta que querías en el bolsillo…se volvían locas por ti. Sin embargo , la querías a ella. Seguramente porque , Sara, no te dejaba pasar de ciertos límites. Y te ibas calentando a marchas forzadas…

Un día os cruzasteis con un chaval algo mayor. Se dieron un abrazo y un ¡ hasta luego!, que a ti te sonó a rayos. Solo te salvó del mosqueo, la ojeada – rápida y como involuntaria – que el maromo te lanzó a la entrepierna. Más tarde, cuando le dijiste lo que pensabas de su "amigo" , ella se carcajeó en tu cara. No era su amigo, sino su hermano. Y si te había mirado el paquete… era porque ella , sin querer, le había comentado lo de tus " testículos principescos herederos del apellido ". Vuelta a reír . Vuelta a lanzarte sobre ella, cada vez más atrevido. Abriste su blusa liviana, besaste sus pechos sobre el albo sujetador. La pillaste en un "momento" difícil, y también te metió mano a ti. Sacó a la luz tus pelotas, gordas y rebosantes, acariciando tu verga con una mano suavísima que te enervó. Quisiste más, intentando subir su falda, agarrar su pubis tembloroso… Pero no te dejó. Tuvo que apartarte de un empujón, pues habías perdido la cabeza …Había dicho ¡ basta ! y era ¡ basta !. No era : " No … pero sí ".

En esos momentos salió tu otra personalidad. La de las rabietas de niño mimado hasta el infinito. La del muchacho que nunca recibió un "No" para nada ni de nadie . Y aquella mosquita muerta no te iba a dejar "así", con los huevos doliéndote atrozmente, con la polla babeando , con los ojos cubiertos por una nube roja… Le quisiste meter mano otra vez, desgarrando las bragas mínimas, esas que le sirvieron al carísimo abogado para aducir "conducta inmoral" por parte de Sara. La chica te dio un tremendo bofetón … que tú devolviste sin pensar. Y cayó al suelo , ante ti, despatarrada y en silencio. No abrió la boca cuando te la cargaste al hombro, ni cuando la dejaste caer, desmadejada, entre las altas hierbas junto al río. Juraste – después – que la habías visto respirar. Que incluso te miró – más tarde – cuando terminaste con ella. Porque terminaste muy bien terminado. Le metiste la verga por su coño chiquito, y por su ano virginal. Desgarraste todo lo que había que desgarrar y mucho más, con tus gordos, tus bamboleantes atributos golpeando – una y otra vez – contra su carne mascrada.Y te vaciaste dentro de ella y sobre ella, como si quisieras marcar, con tu semen, tu coto privado de caza.

No quiso hablarte . Ni siquiera abrió los ojos, seguramente enfurruñada contigo. La dejaste allí, sola, y te marchaste con tu coche último modelo. Saliste zumbando, con la música a toda pastilla , restregándote en la pernera del vaquero los últimos rastros de sangre y esperma. Entre tus muslos, saciados, descansaban ufanos los saquitos con las "joyas de la familia ".

Cuando la policía fue a buscarte, el primer sorprendido fuiste tú.

***

No sabes. De verdad, no sabes, como se las arregló el abogado de tu familia. Pero se las arregló, de eso no te cabe la menor duda… puesto que estás libre. Poderoso Caballero es Don Dinero. Aunque no resultó fácil, puesto que la "otra parte" también disponía de un abogado de campanillas; pero tu abuelo es mucho abuelo. Removió cielo y tierra para conseguir que te declarasen "inocente" … y lo consiguió. Saliste libre como un pájaro. Todo fue un accidente, producido por culpa de una muchachita ligera de cascos.

Han pasado muchos meses de aquello. Todavía te quedas ensimismado, pensando en lo que hiciste. A pesar de lo que te dice el psicólogo y todos los que te quieren.

Una voz con acento extranjero te llama a cenar. Recuerdas donde estás. Los amigos de la familia, esos del Club de Campo. La invitación a una barbacoa … en un fastuoso chalet. Esos simulacros de cenas populacheras que – de vez en cuando – les gusta celebrar a los muy ricos. Ahí están todos. No falta, siquiera, ni el abuelo. El Patriarca de la familia, el que no sale jamás de su sancta sanctorum. Pero, la fiesta es en homenaje a SU NIETO, o sea : en tu honor. Hay que celebrar tu pronto restablecimiento.

La cena, desde luego, es exquisita. Coméis carnes de varias clases, todas excelentes. No podía ser menos : vuestros anfitriones son unos judíos argentinos, riquísimos a pesar de los pesares … Un camarero sirve, bajo la carpa del jardín, unos finos trozos sonrosados, casi crudos, en platos enormes. La vajilla, por sí sola, es una obra de arte. Unas letras , en yidhis, son el único adorno, dorado , que bordea un fondo en azul cobalto. Todo el mundo saborea su porción. Se tiene que comer así, sin salsa de ninguna clase. Es una carne única. Lo mejor de lo mejor. No quieren desvelar el nombre del animal del que procede, así que imagináis alguna raza exótica en peligro de extinción, de esas que muchos – excesivamente ricos y excesivamente frívolos – hacen gala de que han tenido el "honor" de consumir el último espécimen sobre la Tierra.

Tu abuelo mastica , lentamente, mientras trata de recordar la nociones superficiales de hebreo antiguo.

Pides disculpas discretamente y abandonas la silla. Pasas junto al quinteto de cuerda que, súbitamente, ha cambiado la melodía llorosa con la que os ha amargado la noche y que ahora – justo desde el momento en que os han servido la carne – se ha tornado en alegre y vivaz. Una doncella uniformada te guía hasta uno de los baños de arriba. Inmensos jarrones de flores frescas por todos los sitios. El baño es enorme. Mientras te desabrochas, das saltitos pugnando por no orinarte encima. Sale un chorro potente, tan dorado como las letras que adornan los platos. Vuelves a abrocharte, con mucho cuidado de no mojar los vendajes. Todavía no te han hecho la primera cura, pero ya no tienes que preocuparte de la hernia inguinal que te martirizó durante tanto tiempo: la operación ha sido un éxito. Habéis hecho bien en dejaros convencer por el amigo de la familia, el cirujano que te ha operado, el dueño de la casa en la que estás en estos momentos.

Sales al pasillo. Te equivocas de escalera. Doblas un recodo y ves el mueble. Un candelabro de oro con siete brazos refulge en la oscuridad. Avanzas lentamente. En la pared, un exquisito óleo en el que sonríen dos adolescentes. El rostro del muchacho lo has visto hace muy poco. Unos instantes antes de caer bajo el efecto de la anestesia, ayer mismo. Ese rostro es el que te ha tenido pensativo todo este tiempo. Te atreves a levantar la mirada otra vez. Naturalmente , no podía ser de otra manera : la muchachita es Sara.

Das media vuelta y comienzas a andar pesadamente. Todo encaja. La carpa avanza hacia ti. ¿ O eres tú hacia la carpa?. Los músicos siguen con su melodía alegre .Ahora sabes que es más que alegre : es triunfal.

El abuelo te hace señas, muy excitado. Ya ha recordado su vocabulario yidhis. Observas su boca deletreando las palabras, siguiendo el contorno del plato con un dedo tan frágil como la garra de un pajarillo. No le escuchas, porque sabes lo que está diciendo. Lo has comprendido desde que has visto el retrato. A Sara con su hermano. Y sabes que tú y tu familia , al completo, os acabáis de comer el orgullo familiar.

Aquí pone : " DIENTE POR DIENTE " – oyes, por fin, la voz triunfal de tu abuelo.

Miras las caras, frías y sonrientes, de vuestros anfitriones. Su venganza ha sido refinada. Han cumplido la Ley , y Sara puede descansar en su tumba.

Porque , para tu familia, desde hoy estarás peor que muerto.

 

Carletto.

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