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Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

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LOS CORTOS DE CARLETTO : EL CACO SILENCIOSO

 

Fornicaba el buen herrero, bruto como él solo, con su sufrida esposa Ernestina. Metía su larga verga, como un hierro al rojo en la fragua, y casi salían chispas del antaño delicado "chúmini" de su señora. Porque Jacinto, el herrero, era muy bonachón, muy trabajador … y muy animal. Las malas lenguas decían de él que le faltaba "una agüita de Mayo", pues no era muy rápido – que digamos – en cazar las cosas al vuelo. A él que le hablasen de herrar asnos, mulos y caballerías. De preparar rejas para el arado. De trabajar de sol a sol, con aquellas manazas, enormes, llenas de callos durísimos, con dedos como tenazas. La pobre señora Ernestina, tenía el cuerpo lleno de verdugones ; pero no de malos tratos, no, ni muchísimo menos. Jacinto solo tenía dos amores en su vida : su mujer y su higuera.

El amor hacia su mujer se los demostraba diariamente, algunas veces hasta dos o tres veces durante la jornada. Y, ese, y solo ese motivo, era el que hacía llevar lleno de moretones el blanco cuerpo de la mujer del herrero: cada vez que la tocaba, con aquellas manazas que parecían cepos, le dejaba una roncha sobre la piel.

Pues , allí estaban, por segunda vez en aquella tarde veraniega. Jacinto dale que te dale. Ella diciéndole que la follase sin manos. El, lo intentaba ; pero enseguida caía en la tentación de darle un cariñoso pellizco en un muslo, una nalga … Moretón seguro. Ernestina estaba más que harta. Tanto , que llegó a pensar en alguna forma de alejar a su fervoroso marido de tanto "dale que te pego".

Dándole vueltas a la cabeza, la mujer llegó a la conclusión de que, lo único que podía alejar a su marido del lecho conyugal … era la higuera. O , mejor dicho : los higos de la higuera.

Aquélla noche, mientras cenaban , Ernestina le dejó caer :

¿ Te has enterado de que hay un ladrón de higos?.

( A Jacinto casi se le atragantó el bocado) ¿ Cómo dices, mujer?.

Pues eso, que hay alguien que se dedica a robar los higos maduros.

¡No me digas! – se asustó el pobre zote, pensando en su amada higuera.

Sí, te digo. – afirmó la ladina, redondeando la jugada.

Pues … ( caviló largo rato el brutote ). ¡ Eso no puede ser!.¡ Mis higos son mios !.

¡Claro !- remachó Ernestina, palpando sus carnes doloridas-¡Hasta que te los quiten !.

¿ Y…si no los dejo?.

Entonces sí - sonrío triunfalmente la malvada- Pero …

Pero … ¿ qué? – se angustió el mozarrón .

Que deberías …

¡¡ Qué, coño !! – estalló el herrero, con las meninges a punto de explotar.

¡ Vigilar la higuera, para que no te los quiten !.

¡ Ah, eso! – respiró aliviado el tontochorra – ¡ De eso me encargo yo, desde ahora mismo !.

Y el herrero se sentó bajo la higuera. Y estuvo toda la noche, con ojos como platos, vigilando sus preciados frutos. Y la Ernestina durmió a pierna suelta, sin ser requerida por la verga y las manos de su fogoso esposo. Y, durante el día, mientras Jacinto trabajaba en la herrería, su mujer ocupaba su puesto bajo la higuera, con lo que tampoco se veía en la obligación de cumplir con su trato carnal. Y, dia tras día, su piel llegó a tomar el color normal de cuando era moza. Algunas veces, su marido le daba lástima, masturbándose por la noche bajo la higuera, sin dejar de mirar los higos maduros. Por nada del mundo iba a dejar él que le quitasen ni uno solo.

Y, todo iba según lo planeado por Ernestina. Hasta que el destino, cruel, se cruzó en sus caminos.

Nicasio era un pobre vagabundo, andrajoso y desdichado. Con más hambre que un maestro de escuela. Rotas las ropas, rotos los zapatos, rota el alma de vagar de pueblo en pueblo, pidiendo por señas la limosna que nunca llegaba. Mudo de nacimiento, abandonado por su madre en el recodo de una carretera poco transitada, llegó a adulto por un milagro de esos que nadie sabe para qué sirven. Porque, para más INRI, Nicasio, además de pobre de solemnidad, además de mudo … era honrado. O, por lo menos, había sido honrado hasta aquella misma tarde.

Cuando pasó junto al patio de la casa del herrero, el aroma de la higuera y de sus frutos maduros, tan apetitosos, le arrancó tal rugido de hambre en el estómago que, Ernestina ,que vigilaba bajo el árbol haciendo punto de cruz, levantó la cabeza creyendo que la saludaban. Sonrió al depauperado forastero y siguió con su labor, en espera de que Jacinto la relevase bajo el árbol.

Llegó la noche. Jacinto, tras cenar someramente, ocupó su sitio bajo las ramas. Nicasio, que esperaba la oportunidad para robar un higo, quedó anonadado. ¡ Con semejante fiera bajo el árbol… no se atrevía a trepar para deleitarse con ¡ un solo higo, por el amor de Dios!.

Llamó Ernestina a Jacinto para una fruslería. Rezongando, el herrero llegó a la casa en dos zancadas. Nicasio, veloz como una centella, aprovechó la oportunidad para trepar como una ardilla, como un gato, como un animal hambriento. Todavía no habían desaparecido los pies del caco bajo las hojas, y ya estaba allí , otra vez, el desconfiado dueño.

Nicasio hizo equilibrios, apoyado en una rama, agarrado con las dos manos a otra, mientras – con la boca – atrapaba golosamente un maravilloso higo que tragó con delectación. Le chorreaba el jugo dulzón por la barbilla. El, se relamía como un gato. La luna, salió tras unas nubes, alumbrando difusamente la higuera. Con los ojos en búsqueda de otra presa, Nicasio abrió la boca para atrapar el siguiente fruto. Así quedó, con la boca abierta, y los ojos dilatados inmensamente, con la sorpresa, el terror y el dolor atravesándolos como el paisaje por la ventanilla de un tren.

Una mano férrea, una tenaza terrible, un cepo de verdugo, se había enroscado en sus colgantes testículos, que asomaban por la pernera rota de su pantalón. Jacinto, con los pelendengues del caco – al que no le veía la cara – aplastados en su granítica mano, comenzó el interrogatorio :

¡ Díme quién eres, ladrón!

( Silencio sepulcral )

¡ Tu nombre, maldito!. (Nuevo retorcimiento genital )

Un buho ululó en la lejanía

 

¡ Habla, o te los arranco !. ( dicho y hecho, Nicasio ya casi no era hombre )

¡¡ ¿ Quién eres?!! ( chaff, chaff, chaff )

Mmmmmmmmmmmmmm

¿ Quién?

¡ Mmmmmmmmmmmmm!

¡ Habla, que te capo! ( chif, chif, chif ).

¡¡Soy el Mmmmmudo !!

 

 

Pero su declaración , forzada, llegó tarde. Su estirpe, acabaría con él.

Carletto.

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