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Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

en Hetero: General

CLOE

( II )

PROSTITUTA SAGRADA

 

La jefa de las sacerdotisas miró con cautela a la niña que le llevaba el Sumo Sacerdote de Isis. Por la información recabada de sus espías, sabía del origen humilde de Cloe. Eso no importaba allí , pues las vírgenes escogidas podían ser de cualquier estrato social. Lo que importaba era si reunían las cualidades para servir perfectamente a la Diosa. La virginidad era imprescindible, desde luego, pues era la ofrenda primera a sacrificar a la divinidad ; pero también contaban otras prendas : belleza, agilidad, inteligencia, voluptuosidad y estar totalmente desinhibidas para aceptar cualquier intercambio sexual que se les exigiese.

La belleza estaba a la vista , y no tenía mácula . La agilidad se le notaba en los movimientos felinos , en la gracia de sus miembros , en la esbeltez grácil de su cuello como el de un ave presta a levantar el vuelo. No obstante, la vieja sacerdotisa, la más sabia, la depositaria de los secretos innombrables de la Diosa, hizo dar unos pasos a la niña, luego unas volteretas y al final le pidió que ejecutase una danza sin música que la muchacha trenzó en el aire como si sus pies no tuvieran necesidad de posarse en el suelo. Su inteligencia – y prudencia – quedaron patentes al contestar a varias preguntas que la arrugada sacerdotisa le hizo al azar. Cuando le pidió que demostrase su voluptuosidad, algo cambió en Cloe, se transformó en otro ser que irradiaba una luz tan excitante , un erotismo tal, que hasta la mustia vagina de la vieja se humedeció como en lustros no lo había hecho. Por eso, en la prueba final, en la desinhibición cruda y dura, en la demostración palpable de su condición de hetaira preparada para desatar las pasiones más procaces, la anciana sacerdotisa sucumbió definitivamente a los encantos de Cloe , y tuvo un orgasmo sin paliativos cuando la lengua de la niña lamió furtivamente la entrepierna casi pelona de la examinadora, y sus dedos largos y flexibles se enroscaron en los viejos pezones hasta arrancar de su boca desdentada aullidos entrecortados que no salían de su garganta desde sus lejanos años mozos.

Cloe ya era oficialmente Danzarina de Isis. Ahora solamente faltaban dos requisitos : su formación específica para el servicio exclusivo a la Diosa, y , pasado un cierto tiempo, la ofrenda de su virginidad .

La niña se convirtió en una jovencita. Sus senos se llenaron, sus nalgas se redondearon y sus muslos alcanzaron la perfección requerida. Paralelamente , sus danzas provocaban el éxtasis de los pocos privilegiados espectadores. Los estudios sobre el cuerpo humano y todas sus funciones, secreciones y humores ( cuyos secretos estaban reservados a un círculo muy selecto de servidores del Templo ) le fueron revelados entre susurros. Su formación se completó con la estancia durante varios meses en la Casa de la Muerte, donde los especialistas embalsamaban los cuerpos de los egipcios que se lo podían permitir. Cloe terminó por no inmutarse ante la vista de un cuerpo vaciado de sus órganos, o de un cerebro sacado a trozos por la nariz del difunto. Finalmente estaba preparada . Solamente faltaba el rito de la ofrenda de su virginidad a la Diosa.

La muchacha bailaba desnuda ante la imagen. Sus cabriolas en el aire deslumbraban con sus destellos a los pocos asistentes a la ceremonia ( entre ellos , el Faraón y su Esposa ) pues la luz de las antorchas reverbeberaba en la pátina dorada con la que estaba recubierto el bellísimo cuerpo de la adolescente, dando la sensación de lejanos relámpagos. Cloe , con la respiración entrecortada tras la danza, se tumbó en el ara del sacrificio. Sus menudos senos subían y bajaban con rapidez. Su corazón palpitaba incontenible. Se acercaron a ella las sacerdotisas más jóvenes, ya iniciadas, y la acariciaron sinuosamente hasta que su cuerpo se relajó, hasta que su vagina secretó purísimos jugos preparándose para el incruento sacrificio. Sonó una flauta dulce, luego un ligerísimo tambor seguido de una serpentina pandereta. Unas castañuelas de la lejana Iberia cerraron el círculo de sonidos hasta que la melodía alcanzó su punto culminante y paró de repente. Cloe , a través de sus larguísimas pestañas que mantenían sus ojos semicerrados, vió una figura trepar a la mesa del sacrificio. Unas manos viriles se posaron en sus rodillas para pasar como palomas hasta la cara interna de sus muslos. Una lengua, sabiamente entrenada , se posó tan ligeramente sobre su clítoris que casi no la rozó más que con el aire que levantaba al agitarse con rapidez viperina. La adolescente, impresionada por tan depurada técnica ( y ella , como profesional, podría decir mucho del tema ) abrió totalmente los ojos … para encontrarse con unos profundos ojos negros que la miraban desde su entrepierna. Cloe sintió un estremecimiento : aquellos ojos los conocía. Hizo memoria, retrocedió hasta su no tan lejana niñez, la chiquillería, el mocito un poco mayor ( tan guapo, seleccionado el mismo día que ella para la Casa del Placer ) … era Hamed, su "amor" imposible de niña churretosa.

El también la había reconocido. Le sonrió imperceptiblemente mientras arrastraba su cuerpo sobre el de ella, dejando una estela húmeda por donde tocaba la punta de su glande. Sus testículos , plenos, quedaron unos instantes reposando sobre la virginal entrada de Cloe. La muchacha los sintió calientes, opulentos, también totalmente afeitados como el resto del cuerpo de Hamed. La verga masculina llegaba casi hasta el ombligo de la muchacha, aplastada por el abdomen perfecto del efebo. Se reprodujeron las caricias viperinas , esta vez sobre la cumbre de las colinas femeninas, combinadas con ligeros chupetones que hicieron arquear el vientre a la muchacha. En ese momento, como si lo tuviese todo calculado, Hamed elevó como un rayo sus nalgas y envainó su daga con una puñalada traicionera dentro de la vagina de Cloe. Gritó la neófita sorprendida por el inesperado ataque y las últimas notas de su alarido se confundieron con el ruidoso estrépito de timbales celebrando la ofrenda a la Diosa.

Hamed se retiró inmediatamente. Su misión había concluido. La sangre del himen de Cloe fue restañada amorosamente por las manos de sus compañeras. Ya era una de ellas en plenitud.

***

Durante un año Cloe danzó ante la Diosa . Su cuerpo terminó de formarse y, cuando su ciclo menstrual la visitó por primera vez , fue retirada de la danza para su dedicación en exclusiva a la prostitución sagrada.

El Faraón tenía sus prerrogativas . Y las había usado para ser el primero de la lista en usar de los servicios de la nueva sacerdotisa en su función de hetaira. Amehoteph tenía veinte años, cuatro más que Cloe ; pero estaba curtido en el campo de batalla y su hermosura era legendaria. Casado con su medio hermana Níobe , le era extremadamente fiel pues la morena belleza de la Reina consumía todos los apetitos sexuales del Faraón. Sin embargo, tenían ciertos acuerdos que mantenían en secreto . Amenhoteph se relamió recordando la brutal erección que ostentaba su taparrabos la noche del desvirgamiento de la sacerdotisa. Y las veces que había poseido desde entonces a la Reina recordándole al oido la descripción de las prendas corporales de la muchacha. Y ambos se revolcaban rijosos cada vez, fantaseando con la futura prostituta.

Cloe preparó su cuerpo y su espíritu para el goce sagrado que le esperaba. Iba a ser el inicio de una larga temporada, seguramente años, dedicada a complacer sexualmente a cualquier devoto de la Diosa que lo solicitase. Naturalmente , previa anotación en una larga lista y el pago estipulado del servicio requerido según unos baremos ancestrales.

Amenhoteph era una excepción y podía solicitar lo que se le ocurriera . Por ello , Cloe, estaba un poco nerviosa ( solo un poco ) por si no daba la talla para complacer a su Faraón.

El amplio lecho estaba cubierto con la seda púrpura reservada al Rey. Sobre él, Cloe descansaba mirando al alto techo, con las piernas ligeramente recogidas. Se entreabrieron las gasas que colgaban hasta el suelo y entraron dos figuras. Una era el Faraón, la otra iba embozada ; pero se veía que correspondía a una mujer. Amenhoteph la miró de hito en hito, repasando cada curva, cada pliegue del cuerpo desnudo de la muchacha. Tan desnuda y ofrecida estaba que, hasta la peluca ( que era el último baluarte del que se desprendía una mujer antes de claudicar ) se la había quitado. Su bellísimo rostro, ligeramente maquillado, se prolongaba por una tersa frente y un cráneo afeitado que brillaba con la misma tonalidad que sus senos.

En dos ligeros movimientos quedó desnudo el Faraón. Su musculoso cuerpo cubierto de cicatrices deslumbró a Cloe, que entreabrió sus labios incoscientemente al ver cabecear el inmenso báculo de su Señor. El reducto de su feminidad se lubricó generosamente con los pensamientos lascivos que le vinieron a la mente a la muchacha. Abrió sus muslos ligeramente para acoger en su interior aquel prodigio hecho carne. El joven Amenhoteph titubeó en la entrada ligeramente, frotando la boquita jugosa de la punta de su miembro con el botón sonrosado del placer femenino. Cloe acarició lo fortísimos hombros que se inclinaban sobre ella, luego, conforme la real serpiente entraba en su cubículo, fue bajando las manos por la viril espalda, a la estrecha cintura y huesudas caderas.

En este punto, ya las bolas habían hecho contacto con los labios vaginales y el hombre hizo un gesto imperceptible con la cabeza a la mujer que esperaba embozada. La sacerdotisa sintió helársele la sangre cuando vió el rostro de la acompañante : era la Reina. Pero aún quedó más alelada cuando vió a Níobe manejar un instrumento en forma de doble falo. Una punta se la introdujo la Reina ella misma hasta lo más hondo en su vagina, la otra quedó ante ella, sujeta con unas tiras de cuero a sus caderas, chorreando un lubricante perfumado cuyo olor hizo volver a latir el corazón de Cloe. Cuando la Reina se inclinó sobre la espalda del Faraón, buscando la entrada del real ano, la prostituta reaccionó rápidamente asumiendo sus funciones. Elevó cada una de sus manos sobre las nalgas del Faraón y , presionando ligeramente, entreabrió sus cachetes para que quedase totalmente expuesto a los embates de la Reina. Esta, apoyándose sobre la espalda de su esposo, le fue introduciendo el largo consolador que, aunque se notaba que no era la primera vez que lo hacían, no por ello dejaba de ser algo doloroso en su trayectoria por tan estrecho conducto. Gimió el Faraón y , acomodándose al ritmo marcado por su esposa, comenzó a bombear con su falo dentro de Cloe elevándola a cotas de placer que no se había imaginado ella en sus estudios teóricos. La Reina, en su doble misión de penetrar y autopenetrarse no dudó en llevar la voz cantante y guió a los otros dos por un camino seguro hacia el triple orgasmo.

Siguieron unos días vertiginosos para Cloe. Su cuerpo se adaptó al ritmo requerido de penetraciones, felaciones, y posturas insólitas . Algunas noches se derrumbaba sobre su lecho con los riñones molidos por la intensa variedad de cópulas mantenidas durante el día. Pero era su misión y la cumplía sin el menor atisbo de desagrado ni de cansancio.

Hasta que, cierto día de los que descansaba por tener el flujo menstrual, salió a pasear por los alrededores del Templo. En una esquina le pareció ver una cara conocida. Apretó el paso y puso su grácil mano sobre el hombro masculino. Se volvió, serio , el muchacho : era Hamed. Ella lo miró con alegría : quería terminar de consumar con su amor el coito interrumpido el día de su ofrenda. Con la desvergüenza que le había dado su oficio, buscó entre el faldellín del muchacho hasta encontrar el añorado pene. Se arrodilló rápidamente antes de que él tuviera tiempo de oponerse y , abriendo su ensalivada boca, quiso abarcar el miembro con sus labios. Pero la boca abierta emitió un agónico grito al descubrir la muchacha que, bajo el suculento apéndice no había nada : lo habían emasculado para convertirlo en eunuco.

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