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Macarena (4: Noche de Mayo)

en Hetero: General

Macarena ( 4 ) .- Noche de Mayo

 

Suenan las castañuelas ante la Cruz de Mayo cuajada de flores. Y las cañas, panderetas, palmas y guitarras . Córdoba se despereza y sale a la fiesta…

En la mansión de la Condesa de Cabra todo es silencio. En el amplio dormitorio de su Dueña , a ambos lados del inmenso lecho, dos figuras doradas sostienen sobre sus cabezas unos pesados candelabros de bronce. Los músculos de sus poderosos brazos están al límite de sus fuerzas. Entre sus muslos desnudos penden gruesos miembros, también cubiertos con una pátina de oro.

En la Plaza de las Tendillas el reloj desgrana las horas con un rasgueo de guitarra. Es la señal . Cuatro adolescentes desnudos han sujetado el dosel de gasa que cubre a la Condesa de Cabra mientras duerme. La luz tenue de los candelabros hace brillar el sudor que corre por sus cuerpos lampiños, algo regordetes, como angelotes tallados en carne. Están en los cuatro vértices de la inmensa cama, de pie sobre unas repisas de madera de nogal, con los brazos en alto para que la tela no roce lo más mínimo el cuerpo desnudo de su Dueña. En sus espaldas, unas graciosas alitas de fino alambre y plumón pegadas con cera , tiemblan al más mínimo movimiento de sus portadores. Al oir las seguidillas se yerguen un poco más y se ponen en la posición sabida de antemano. Cierran los ojos los cuatro niños a la vez y se concentran en conseguir una erección de sus casi virginales miembros. Es imprescindible para llegar al ángulo de tiro exacto. Han ensayado muchísimas veces y esa noche, la del estreno , lo consiguen una vez más. Destellan los glandes circuncidados. Las nalgas de los cuatro se comprimen a la vez , marcándose en las mismas unos graciosos hoyuelos. Los ojos de uno de ellos se abren atemorizados : en el silencio de la habitación se ha oido un ligero pedo. Los pequeños penes de huevecillos casi pelones comienzan a destilar una gota, luego otra, y al final, cuatro arcos perfectos de dorada orina caen sobre el cuerpo de Macarena haciéndola que despierte y se desperece, como la Ciudad. A ella le gusta la noche. A partir de las doce es cuando está en su elemento.

La mujer se relame los labios salados y pasa las manos por los globos de sus senos. Abre más los muslos dejando ver a los dos muchachitos que están a los pies de la cama los labios de su pequeña boca, que también bostezan. Ellos fijan la mirada absortos. Cabecean sus penes queriendo ejercer otra misión, aparte de la urinaria ; pero no es su tiempo, y lo saben. En ese momento entra la doncella de la Señora, que da una palmada para que se retiren los cuatro. Antes de abrir los ojos Macarena ya han desaparecido . La criada se inclina ante su dueña que le musita unas palabras. Es la consigna para esa noche. Debe poner en práctica sus instrucciones en el más breve tiempo posible.

El negro alazán espera piafando bajo la escalinata de mármol. Macarena, regia, baja los escalones arrastrando tras de sí el largo manto de terciopelo púrpura ribeteado en blanquísimo armiño. Su cuerpo moreno está ceñido con un corsé que eleva sus pechos dejando entreveer sus rojos pezones. Su pubis está al descubierto. Casi a la altura de la ingle, unas ligas elásticas sujetan las negras medias de redecilla. La Condesa baja rápidamente los últimos escalones, amortiguado el taconeo de sus altísimos zapatos por el grosor de la tupida alfombra turca. Un criado la espera arrodillado ante el caballo. Otro extiende su brazo para que ella se apoye en él al tiempo que apoya un pié en la espalda del que está arrodillado. Sube con un ágil impulso quedando a horcajadas sobre el lomo del semental. Macarena ordena sus cabellos sueltos sobre su espalda y adorna sus sienes con una corona de flores que le tiende el criado. Se abren los portones de la mansión y caballo y jinete salen a la noche cordobesa…

El clop – clop de los cascos del caballo, hiriendo las adoquinadas calles, es el único sonido que acompaña a la amazona por las silenciosas calles. La orden dada por la Dueña ha sido cumplida. Macarena, cual una Lady Godiva , quiere visitar sus dominios … pero nadie puede verla. Taconea suavemente los flancos de su montura para que galope suavemente, sin prisas pero sin pausas. En la templada noche de Mayo, asoma la luna llena tras una nube algodonosa. Su luz hiere las pupilas de la condesa gitana, que cambian imperceptiblemente. Sus labios se contraen en un rictus casi cruel y el sudor brilla sobre su frente mezclándose con el olor dulzón de las flores que la coronan. Detiene al caballo a la entrada de la Calleja de las Flores, un callejón estrechísimo por el que apenas caben . Desde los balcones, a ambos lados, chorrean los geranios y las gitanillas, todas las flores de color blanco o rojo ( semen y sangre, premonitorio de la noche que comienza ). El olor de los jazmines es tan denso que casi se puede ver. De repente, Macarena, hiere los hijares del caballo con sus tacones, haciendo que avance a galope tendido por la calleja. Ella abre sus brazos en cruz, haciendo que sus uñas rocen las encaladas paredes, afilándoselas como estiletes.

Llegan al final de la corta calle. Sin mirar siquiera la silueta de la torre de la catedral, que se recorta contra el negro cielo, Macarena hace girar al caballo y , sin frenarlo de su galope, lo dirige hacia el Barrio de la Judería. Sobre la marcha, se despoja del manto que se desliza por las ancas del alazán hasta caer al suelo. Ahora se pueden ver las suculentas nalgas desnudas, pegando brincos sobre el lomo del caballo, a pelo. Desmonta ante la puerta de una casa con una "X" marcada en pintura roja. Debajo, en letras góticas, aparece la palabra SOBERBIA . Abre la puerta de un empellón, engarfiando los dedos como garras…

Dentro de la casa espera temblando un hombrecillo, un politicucho que se creyó semidiós cuando gobernaba y se pasaba por el arco del triunfo las opiniones de sus gobernados. Está sólo él ; pero debían acompañarle todos los que le apoyaban sus locuras, los que le reian sus gracias, los que le apoyaban en su soberbia infinita para que no cediese al clamor de los que opinaban distinto a él, a ellos. Pero ahora sólo está él, acorralado, desechado, esperando pagar sus culpas ante la opinión pública.

La Condesa se acerca felina, casi ronroneante. Restriega sus duros pezones por su bigotillo chapliniano y, de un zarpazo, le deja la marca indeleble de sus uñas desde la quijada a la oreja. Solloza el hombre y se deja caer de rodillas ante los pies de Macarena, implorando perdón, lamiendo los zapatos de la mujer. Ella lo mira despectiva desde su altura y , sin querer perder más tiempo con él, suelta un chorro de ardiente orín sobre el rostro ensangrentado. La soberbia se disuelve con la sangre y el meado, y corre por las baldosas hasta caer en el desagüe del olvido.

Aulla a la luna la Condesa. Otra puerta la espera con la "X" infamante y la palabra AVARICIA.

Atada sobre una mesa, amordazada y lagrimeante espera una mujer de mediana edad. Es la dueña absoluta de una multinacional ( una de tantas ) que estiran de los hilos del poder para llevarse el gato al agua, arrimar el ascua a su sardina, salir ganando siempre por encima de todo, a costa de todo y todos, mirando solamente su beneficio. Las que potencian las guerras. Las que las muertes de los seres humanos les importan un carajo. Las que sólo tienen orgasmos con el becerro de oro…

Macarena avanza hacia la mujer, cuyo carísimo maquillaje se ha corrido embadurnando su lisa cara a fuerza de liftings. La gitana arranca sin miramientos la mordaza de la multimillonaria y oye, sin oir, el borboteo de palabras que salen de su boca : unas en inglés, otras en castellano , francés, alemán … Todas las de la tierra globalizada. La Condesa mira la boca parlante y , sin poder aguantarse, echa en ella un denso escupitajo que le sale del alma . Busca en una alacena y saca una jaula en la que chilla un horror de dientes amarillentos. Luego, friamente, arranca la ropa de la mujer, dejando al descubierto su canoso pubis y , metiendo la mano en la jaula, saca cogida del lomo una gran rata de alcantarilla totalmente teñida con purpurina dorada y la arrima a los labios vaginales de la vieja. Ulula la mujer al sentir a la pequeña bestia hozando en la entrada de su coño. Macarena, acopla un artilugio sobre el vientre de la condenada, para que el roedor deba buscar la salida obligatoriamente a través del útero femenino…A los pocos minutos, los bordes del coño de la mujer están manchados de oro, el oro que pugna por abrirse paso en sus entrañas, camino de su negro corazón.

Sale a la calle Macarena respirando hondo, alejándose del sordo chapoteo. Le espera más allá otra puerta con otra "X" y otra palabra : LUJURIA.

Aquí cambia el rostro de la Condesa. Es mucho más condescendiente con este pecado. Tanto es así que le apetece enormemente cometerlo ella ahora mismo.

Entra en la casa, sobre el suelo blanquea un trozo de tela. Se agacha y lo coge, mirándolo con detenimiento : es un calzoncillo, aún tibio, aún oloroso. Lo olfatea como una perra, inhalando el perfume a macho joven. Su pituitaria ya está preparada. Macarena se inclina sobre el suelo, olfateando como un podenco, siguiendo el rastro a orín y semen que ha dejado la presa. Corretea por toda la casa, abriendo puertas, destapando baules, descerrajando armarios. Cada vez respira más deprisa. Los labios de su vagina aletean hambrientos. Se retuerce los pezones intentando aplacarlos. Restriega la ropa interior masculina por todo su cuerpo, enloquecida de deseo. Al final , llega a la buhardilla. Está atrancada por dentro ; pero ella no admite barreras. Sale por un balcón y deslizándose por la cornisa del tejado, accede a la buhardilla por una ventana, tras romper los cristales con un puño en el que ha enrollado su corsé. Entra desnuda como una bacante, ebria de lujuria. Sabe que el muchacho – que hoy es su presa – ha mantenido su virginidad para ella, para ser desflorado por su Dueña. Macarena queda paralizada por la belleza de lo que ve : en un rincón, siguiendo instrucciones precisas, espera un adolescente al que ya le pesa la virginidad. Su pelo muy rubio, casi blanco, cae sobre su rostro de ángel a pesar que él lo aparta una y otra vez con un movimiento de su mano. Sus ojos grises , límpidos y brillantes, no se apartan de la figura de la mujer desnuda. El miembro cabecea entre sus muslos, chorreando un liquidillo viscoso precursor del semen que se agolpa en sus gruesos testículos. Ni una sóla vez se ha podido masturbar en su vida. Tenía vedado todo placer sexual … hasta esta noche.

La Condesa llega hasta él, que reposa sobre un colchón de mullida lana. Ella aparta, maternal, el flequillo del muchacho, para ver el rostro en toda su belleza. Se inclina y posa sus sensuales labios sobre la ardiente frente del chico. Luego, saca la lengua y comienza a lamer el rostro juvenil, parándose largo rato en los labios viriles. Sigue su viaje lamiendo la barbilla, la garganta, los huecos de las clavículas… Al llegar a las tetillas saca los dientes y las mordisquea sin atender los ruegos del niño, que gime por lo bajo. Su lengua descubre los pelillos del ombligo y deja un charquito de saliva como recuerdo. De repente, coge entre sus brazos el cuerpo adolescente y lo gira para que quede boca abajo en el colchón, luego hace que eleve un poco las caderas para poder agarrarle el miembro y los testículos metiendo la mano bajo su vientre. Acerca su boca sabia a la raja del culo masculino y esconde la cara buscando el ano del chico. Su lengua se transforma en un ariete que recorre toda la redonda y minúscula rugosidad anal. Abandona unos instantes la puerta trasera y , sin perder el contacto con la piel del muchacho, sigue dejando el rastro de su baba por los testículos y la polla que tiene forzada para que aparezca por la parte de atrás de los muslos. Rápida como una serpiente, se desliza bajo el cuerpo del macho, y lo deja apoyado sobre sí misma, haciendo que entierre su cara entre los globos de sus senos a la par que dirige la marmórea polla al interior de su ardiente útero. Grita de felicidad el muchacho, ensartando por fin con su espetón el cuerpo de la Condesa, que mueve sus caderas al compás de una música celestial que solamente oyen ellos. Entra y sale sin cesar el virginal nabo en la esperta concha, clavando a Macarena contra el colchón. La boca del muchacho quiere abarcar un seno majestuoso, pero no le da de sí … Súbitamente inspirado, serpentea por el cuerpo de la diva que se queja al sentir que sacan de su funda de carne el ardiente puñal. Pero , instantes después, la boca del dieciochoañero abarca – ahora sí – en toda su extensión el monte de venus femenino, punzando con su lanza ligual el centro de la diana de

carne. Abre con sus labios el chico la boca bajera que rezuma mieles y lo lame todo guiándose únicamente por su intuición. Entumecidos los labios del prolongado chupeteo, asoman los dientes a tomar su lugar. Tironean los incisivos del botón del clítoris, rozándolo a penas, bajando con sus mordiscos incruentos por toda la raja palpitante. Macarena bordea el orgasmo ; pero no quiere todavía. Se trasnforma de nuevo en cabalgadura para que la monte el rubito , desparrancado sobre su estómago. La gitana atenaza las tetillas del chico mientras él comienza a bailotear sones cubanos. Agarra los dos pechos de la Condesa, juntándolos en una masa de carne vibrante y adelantando la punta de gruesa polla, la mete por el agujero formado por las dos colinas, adelantando las caderas hasta que todo el rabo queda entre las tetas aristocráticas y asoma su ojo ciego por la otra parte, casi rozando la barbilla de Macarena. Ella, aprovechando la proximidad, acaricia la espalda perfecta y musculosa, las nalgas dignas de Ulises, el ano envidiado por Alcibíades. Titubea el mocito al sentir peligrar su otra virginidad ; pero ella sabe mucho, muchísimo de esos temas y , sin darle tiempo a pensar mucho, ya le ha metido el índice directamente hasta la próstata, masajeándole el maravilloso botón que hacer bajar totalmente las defensas traseras del rubiales. Doblemente excitado, sigue con su follada a los pechos de la gitana, bien embadurnados de la babilla que le cae al chico desde la comisura de los labios. Arrecia Macarena con la masturbación anal del adolescente, mientras ella – es humana – se autocomplace con una ración de dedo sobre su clítoris hambriento.

Tiemblan las vigas de madera de la buhardilla con los brincos de los amantes. Huyen las palomas que se arrullaban ante los alaridos salvajes de placer carnal. Eyacula el recién iniciado sobre el rostro de la Dueña, que hunde definitivamente los tres dedos hasta el principio de las falanges en la caverna viril ya preparada para nuevos placeres. Cae exhausto el chavalín , tan sudoroso como su compañera. Ella desliza suavemente su cuerpo unos centímetros para acaparar con los labios la punta de la polla que aún solloza lágrimas de esperma…

Sucia de semen, saliva y sangre, Macarena dirige sus pasos, totalmente desnuda a la casa marcada con la "X" de IRA , y efectivamente, es una ira rabiosa la que le entra al traspasar el umbral. Esta vez son dos cuerpos los que esperan su llegada. Los dos son de mediana edad ; pero podían haber sido más jóvenes o incluso mucho más viejos. Están atados sobre dos cruces en forma de aspa, desnudos como gusanos. La Condesa les va a hacer catar sólo un poco de lo que se merecen. Representan a las personas - ¡ tantas ¡ - que vuelcan su ira, su rabia, su impotencia, su locura… contra aquellos que tienen alrededor. Pueden ser esposas, esposos, hijas o hijos, familiares en general, empleados, compañeros, subalternos… y así hasta el infinito. Son personas que han dejado de serlo al no respetar absolutamente nada a los otros seres humanos que conviven con ellos. Que se creen con derecho a martirizarlos de palabra o de obra, a hacerles la vida imposible … a matarles, si así lo deciden en sus mentes desquiciadas.

Macarena no está para pamplinas. Tiene muy vivo el recuerdo de las palizas que daba su padre , el muy honorable Conde, a su madre. De las vejaciones sin cuento. De los insultos que aún daban más asco salidos de la boca de aquél crápula borracho.

Los dos personajes, con los ojos extraviados, casi echando espumarajos por la boca, insultan a la gitana, la hacen culpable por no haberles dejado llevar a cabo su venganza contra sus cónyugues, o sus hijos, o a ambos. Escarba la Condesa en un hornillo que humea en un rincón y coge con cada mano envuelta en trapos sendos hierros en forma de falo que ya están al rojo blanco. Los culpables están atados de espaldas, ofreciendo sus traseros al verdugo. Ella se acerca simulando un paseillo torero, levanta los hierros cual banderillas de fuego y , con un giro de muñeca, busca en cada uno el orificio del ano y hunde entre un crepitar de carne quemada ambos hierros hasta la empuñadura. Sisea la carne al socarrarse. Aullan blasfemias los condenados. Rie con carcajadas aguardentosas la sublime aristócrata, revolviendo el horror ardiente en las entrañas de los ajusticiados.

Tañen las campanas en la lejanía. Los relojes avanzan hacia la madrugada.

La puerta marcada con la palabra GULA espera su visita. Entra y queda deslumbrada ante un salón iluminado profusamente. Penden colgaduras de terciopelo por doquier, que enmarcan ricos tapices de motivos epicuros. En uno, las Bodas de Camacho. En otro, el festín de Pantagruel. Más allá, una bacanal romana. El ruido de los pasos está silenciado por las tupidas alfombras que no dejan una baldosa sin cubrir. En una larga mesa, esperan sentados en lujosas poltronas varios miembros representantes de las fuerzas vivas del Pais. Desde un Cardenal y un Obispo a un Gobernador, un Empresario, un Militar de altísima graduación y otros seres irreconocibles pero que tienen en común con el resto de los comensales la voluminosidad de sus vientres, la caida de sus papadas brillantes de grasa, los ojillos porcinos que miran ya con desesperación los relojes, esperando la hora de la anunciada pitanza.

Alrededor del salón, está puesto un inmenso bufette, sobre mesas de suntuosos manteles de hilo, vajilla de porcelana de Sevres, cubiertos de oro macizo, centros de flores de exótico colorido y maravillosa presentación. Los ojos no se apartan de las inmensas soperas y bandejas de plata, tapadas todas ellas para no dejar perder el calor. Los estómagos resuenan. Las glándulas salivares funcionan al cien por cien , cayendo por las comisuras cataratas de babas que manchan los escotes y las pecheras almidonadas. De repente, desde la calle, se oye una voz, una tristísima, desesperada voz de madre pidiendo pan para sus hijos. La cantinela los enardece, los hacer rebullir en los asientos, piden a gritos que cierren la ventana y que toquen los músicos.

El quinteto de cuerda que espera sobre una tarima, arranca con una melodía y , como por arte de magia, aparecen doce criados con librea portando bandejas de plata. Junto a ellos, a la par que ellos, aparecen doce hombres andrajosos con rostros patibularios que, en silencio, se colocan detrás de cada comensal. Estos apenas se dan cuenta pues no tienen ojos más que para las prometidas viandas. Los soperos escancian los caldos en platos hondos. Tanta hambre tienen, que todos los comensales no dicen "basta" hasta que el plato está a rebosar. Diminutas bolitas de "foie" flotan sobre el dorado líquido, prometiendo exquisiteces añadidas. Sumergen las cucharas todos a una, levantándolas chorreantes hasta sus bocas obscenas. Sorben, paladean … y escupen al plato entre toses indignadas. Aquello no es el sabrosísimo caldo de ave que ponía en el menú. Aquello son … meados. Se alzan las voces irascibles, protestando en una algarabía como de gorrinos en pocilga. Doce callosas manos, enormes y muy avezadas en el oficio, atenazan los cuellos de Sus Señorías, sin tener en cuenta sexo ni edad, y , muy lentamente, aprietan hacia abajo hasta conseguir que las señoriales narices estén pegadas a la superficie de la "sopa".Cierran las bocas en un rictus de asco, pero ya tienen toda la cara metida en el líquido. Varios segundos sin respirar… hasta que se abren las bocas y tragan entre estertores hasta la última gota, hasta el último tropezón.

Tiemblan ahora los obesos esperando con horror que destapen las bandejas. Y, efectivamente, humeantes aún, los mojones de mierda estaban artísticamente colocados, combinados los colores según su procedencia : de intestinos a dieta de verduras, de carne , de pescado…Todo un festín para aquellos gourmets. Algunos , más atrevidos, se atrevieron a picar aquí y acullá, pero adujeron falta de apetito. Volvieron a tomar cartas en el asunto los doce mozarrones, ayudados por los criados de librea. Agarraron entre dos a cada uno de los comensales y , a viva fuerza, les metían en la boca cucharadas rebosantes de materia fecal. Al que cerraba la boca como niño inapetente, le atenazaban las narices para que no pudiese respirar y , al final, ingresaba todita la cuchara hasta las amígdalas. Si vomitaban, tenían doble ración … y más calentita.

Ya casi canta el gallo. Macarena entra en la casa de la ENVIDIA, y aunque debiera estar hasta los topes, sólo hay una mujer en representación de todos los envidiosos que existen. Sus rasgos son afilados, verdosos, casi consumidos por la fiebre que la hace sufrir. Desesperada siempre por el triunfo de los demás, sin poder disfrutar de lo poco o mucho que tenga … pues siempre lo compara con lo que tienen los otros y lo DESEA, lo DESEA, lo DESEA . No puede tolerar que otro triunfe en algo ( ella se lo merece más ). Se pone enferma de ver la amistad de otros ( ella se lo merece más ). Odia las adquisiciones que los otros puedan hacer ( seguramente con más sacrificios que ella ) porque ella ¡ se lo merece más ¡.

Y lo malo no es que envidie lo de los otros. Es que , si está en su mano, destruirá eso que envidia, aunque no lo pueda poseer ella, solamente por el afán de que el otro no lo tenga. Ya se encargará ella de cotillear con mala baba, de levantar falsos testimonios si hace falta, de tirar la piedra y esconder la mano, de hacer mil perrerias físicas o verbales para ver hundido en la miseria al pobre objeto de su envidia.

Macarena lo tiene claro. Le repugna la señora y todo lo que representa. Haciendo oidos sordos a las viles calumnias que aún se atreve a susurrarle, la Condesa clava en un rapidísimo movimiento las uñas de ambas manos en los ojos amarillentos de la interfecta, reventándole los globos oculares. Aprovecha el alarido que berrea la cerda para cogerle la punta de la lengua, estirarla y , de un rápido tijeretazo , se la convierte en un sangrante muñón. Ya no tiene ojos para envidiar. Ya no tiene lengua para zaherir.

Tiñen de rosa los rayos de sol el cielo cordobés. En un patio anejo a la última casa que va a visitar, Macarena lava su cuerpo ensangrentado con el rocío de las flores que caen en cascadas desde las macetas ancladas en las paredes. Atraviesa con paso seguro la puerta adornada con la palabra PEREZA . Y es eso lo que tiene ahora ella : pereza, languidez, ganas de derrumbarse y gozar con las caricias ajenas.

Entra en la habitación en penumbra. Un tímido rayo de sol se cuela por el quicio de la ventana . Sobre el mullido lecho, una figura femenina de formas rotundas está sumida en un profundo sueño. Macarena sabe de la pereza de la mujer, del egoismo total que la ha llevado a no prodigarle ni tan siquiera una vez la menor caricia a su esposo, reciente esposo que no sabe qué hacerse con ella. La Condesa sabe que las noches de amor de esta pareja, se han limitado desde el principio a que él fuese el semental activo, el adorador de la diosa, el buscador del tesoro, el espeleólogo que se interna por la gruta… El y sólo él es el que se tiene que mover en la cama, el que coge su cuerpo desmadejado, el que salta sobre su vientre partiéndolo en dos con su prodigiosa arma – jamás alabada por ella – y la torna y la gira, retorciendo sus pezones, amasando sus blanquísimos pechos casi impúberes. Ella dormita mientras tanto, sin ser capaz del menor beso, de la menor caricia, del menor indicio de que está viva. Simplemente, es perezosa.

La Condesa de Cabra quiere hacer pagar caro a la hembra somnolienta su dejadez en la cama. Por de pronto, abre las hojas de las ventanas, dejando que la luz del amanecer entre a raudales. Aparta los visillos de encaje antigüo para que el rayo de sol llegue sin interrupciones hasta la tibia cama. Primeramente , la luz del astro solar brinca sobre la superficie de la cabecera de nogal. Las volutas y emparrados resaltan en el bajorrelieve de madera. Luego, el tenue rayo baja poco a poco, como el foco en un escenario, hasta dar sobre los párpados cerrados de la damisela. Esta se agita un poco entre sueños, levantando un brazo para protegerse los ojos de la luz que los hiere. Se agitan con el movimiento las palomas de sus senos. Una oronda nalga sale del embozo , mostrando en su borde interno los pelos ensortijados de un apetecible coño. Macarena da una fuerte nalgada a la bella durmiente , que abre los ojos con sobresalto. La condesa se inclina sobre su oido y le susurra unas palabras que restallan imperativas en el silencio de la alcoba. A la par, le muestra sus afiladas uñas, aún con restos de sangre. Asiente vigorosamente la muchacha y , ante la segunda nalgada que le propina Macarena, se levanta como un resorte del lecho. Tan extraño es el movimiento en aquel cuerpo esclavo siempre de la pereza, que el gato de angora que ronroneaba sobre un almohadón de seda azul, se espanta y sale por la ventana abierta dando un bufido.

Macarena se tiende totalmente relajada, mirando al techo, con los muslos abiertos y los brazos a ambos lados de su cabeza. Por entre sus largüísimas pestañas mira la figura blanca que no sabe como empezar. La Condesa hace solo un movimiento, el último : mueve el dedo gordo de un pie, luego queda extática, como una estatua de sal. La Perezosa se arrodilla ante el lecho y acerca su boca roja al dedo pulgar de Macarena. Lo mete en su boca, primero con asco, luego con delectación, acariciándolo con su lengua que traslada luego al intersicio de cada dedo, limpiándolos a conciencia. Sube la boca arrastrándose por la piel de los tobillos, de las pantorrillas. Mordisquea las rótulas y sigue su camino dejando un sendero de babas tras de sí. Al llegar a las inmediaciones de las ingles, entran en vigor las funciones olfativas y las aletas de la nariz se le abren inhalando olores marinos . Encuentra la cazuela de bacalao al pil-pil y mete la lengua en ella, catando sabores nuevos que sus papilas ni imaginaban. Remolonea jugueteando con el berberecho y luego busca en la cazuela de zarzuela de marisco, aficionada súbitamente al sabor de los mejillones, las almejas, las ostras … Pensando que en fondo está lo bueno, surca con su lengua golosa las profundidades vaginales, descubriendo ante sí misma la longitud inusitada de su músculo bucal. Con la boca y la nariz prácticamente enterradas en el útero de Macarena, Perezosa casi cree haber llegado a titilar con la punta de su lengua los ovarios de la Condesa. Saca la cabeza para respirar, y su mirada sigue la trayectoria de un goterón de flujo que chorrea desde la vagina. Levanta los muslos de la hermosa gitana, para que quede ante su vista el fruncido ojal . Lo lame primero despacito, para darle confianza. Cuando intuye el pequeño bostezo de la limpia boquita, todavía no afeada por antiestéticas hemorroides, lanza un misil en forma de dedo índice para explorar el misterioso túnel. Barrena la entrada con rotaciones suaves, hasta que entra todo hasta los nudillos. Añade un segundo dedo que sigue con alegría la ruta marcada por su compañero. Al tercer dedo lo ayuda con besitos en la zona anal, lanzándole pequeños salivazos lubricantes. El cuarto dedo transita con algo de dificultad, pero Perezosa se siente iluminada de repente : mientras con una mano explora la parte de atrás, con la otra ataca la parte de delante, frotando el clítoris casi hasta el orgasmo. Se abre como una flor la vagina de Macarena, y la iluminada Perezosa chapotea unos momentos con su mano hasta que la hunde en las profundidades abisales. Mientras tanto, el quinto dedo acompaña fraterno a sus hermanos y el esfínter de Macarena se cierra como una argolla sobre la muñeca de Perezosa, que tiene a la vez las dos manos metidas en las entrañas de la Condesa. Mueve muy suavemente los dedos en el interior profundo, buscando puntos G ,y de todas las letras del abecedario, hasta que Macarena lanza un berrido agónico de corrida salvaje. Perezosa saca las manos de dentro del cuerpo de la aristócrata, mirando los dos túneles que boquean como besugos buscando aire.

Perezosa , sintiendo que ha nacido en ella una afición inédita para dar placer a sus semejantes, sale del dormitorio buscando a su sacrificado esposo, confiando en que no se la esté machacando en el retrete.

Macarena bosteza ( esta vez con la boca de los dientes ), se cubre con la colcha y se hunde en un sueño reparador, tras la agitada Noche de Mayo.

 

Carletto.

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Memorias de una putilla arrastrada (5)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Falos

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

La Sirena

Los Cortos de Carletto: Acoso

La Finca Idílica (11: Love Story)

Los Cortos de Carletto: Niño Raro

Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

La Finca Idílica (9: Pajas)

Los Cortos de Carletto: Ven aquí, mi amor

Los Cortos de Carletto: Muñequita Negra

Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Sexo barato

La Promesa

Cloe (4: La bacanal romana)

Cunnilingus

Nadie

Mis Recuerdos (3)

Bus-Stop

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Solterona

Carmencita de Viaje

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Cloe (3: El eunuco del Harén)

Macarena (2: Derecho de Pernada)

La Muñeca

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)