MISTERIOSO ASESINATO EN CHUECA ( II )
El ascensor, entre estertores, te vomita en el rellano. Apenas pones los pies sobre las descoloridas baldosas, te liberas de tus altos tacones para sentir el agradable frescor bajo las plantas de los pies. Esperas unos segundos . Los nudillos te blanquean de tanto apretar inconscientemente el asa del maletín. Los zapatos esperan desperdigados por el descansillo. Al agacharte a recogerlos, la minifalda negra se desliza hasta tus ingles, desnudando tus blancos muslazos de jaca jerezana. Exacto como un reloj suizo, se oye el chirriar de una de las puertas vecinas, que queda abierta con una pequeña rendija, prácticamente nada, pero suficiente para que un ojo se regodee con la visión de tus torneadas piernas. Como siempre, sigues el juego de tu vecinito y te giras lentamente como obligada por un resorte invisible sin levantarte de tu postura acuclillada. Los muslos, largos y rotundos, semejan ahora las saetas de un reloj. Un reloj que está marcando, frente a la rendija entreabierta de la puerta, la hora exacta : las tres en punto.
La exhibición dura breves segundos, los suficientes para que tu vecino admire lo que quiere admirar, para que intuya el tesoro inaccesible encerrado en el vértice de tus muslos .Al levantarte, miras de refilón hacia la puerta, y sonríes enigmática al vislumbrar la manga de un pijama con dibujos infantiles, un puño cerrado y deslizante sobre una verga de proporciones adultas y unos ojos tiernos y abrumados, puros y pícaros, eternamente anclados en la niñez mental. Guiñas un ojo a la puerta que se cierra, e intentas bajar lo imprescindible la exigua tela de la minifalda.
Al entrar en el piso, sale a recibirte la voz de Sarah Brightman . Acompañada de la Orquesta Filarmónica de No Sabes Dónde, gorgoritea " In Paradisum ". Sientes la envidia cochina de tener voz cazallera, incapaz de entonar dos notas seguidas sin que Pepe te mire con ojos de perro apaleado. Hace tiempo que optaste por un ofendido silencio, sin permitirte siquiera el más mínimo tarareo.
Tu marido , además de por la Sarah, está por lo visto acompañado también por las Musas. Su lápiz recorre veloz el blanco papel. Los personajes emergen barriobajeros, casi oliéndose el vómito y el semen que derraman rijosos por todas partes. Mujeres de pechos exagerados, viscontinianos, casi rezumantes de leche tibia. Hombres nervudos y musculosos, retorcidos en el éxtasis de cópulas animalescas, con vergas priápicas , siempre apuntando al techo. Y todo ello envuelto en volutas recargadas, barrocas, deliciosamente falleras Hoy está dibujando para la revista con la que colabora habitualmente. Mañana, quizá, lo hará para una de difusión infantil. Nunca se sabe con tu Pepe.
Sin levantar la vista del papel , aguanta tu mano deslizándose bajo su camiseta, soportando estoicamente los pellizcos intencionados a sus sensibles pezones.
Nena, estate quieta, porfa.
Vale dices, de boquilla, mientras sigues con tus avances torso abajo.
¡Nenaaaaa! gime cuando hundes la mano bajo su short .
¿Qué pasa, quejica?- finges desconcierto enarbolando, ya , su pene.
Tumbada sobre la alfombra, miras al trasluz el esperma de Pepe. Acercas hasta tus ojos la bolsita transparente, la alejas, notas la tibieza del semen reciente. Tu olor está presente en la superficie del plástico. Casi te dejas llevar por el capricho de hinchar el globito, de juguetear con él por todo el salón , haciéndolo flotar como Charles Chaplin en El Gran Dictador
Pepe sigue dibujando. Suena el timbre. Dorotea, la vecina de rellano, os trae natillas en un bol de cristal transparente. Está muy agradecida, como siempre, del miramiento que tienes con su "pobre Juanito". Pones cara de estatua etrusca, fingiendo no saber a lo que se refiere. Te da apuro. A ti, toda una Inspectora de Policía, te avergüenza que la madre de un joven retrasado haga alusión a las migajas sexuales que le regalas- de vez en cuando- a su hijo.
Quieres despacharla con unas frases amables, pero no está por la labor. Avanza hacia el salón. Quieres detenerla . Sin embargo el "Perdona, pero Pepe está trabajando ", se te hiela en la boca cuando te dice Dorotea :
¿Qué no recuerdas que es hoy la Junta de Vecinos?.
¡ Hósti .na !. ¡ Es verdad !.
Pepe ha lanzado una mirada asesina y ha rugido como el león de la Metro simplemente por insinuarle que os deje libre el salón . De eso nada, monada. Bastante retraso llevaba con el polvete a deshoras. Además , eres TÚ la Presidenta de la Comunidad, la única función que asumes de las labores del hogar. No tienes escapatoria.
Conforme van llegando, los embutes en tu despacho. No te ha dado tiempo a ordenarlo un poco. Mucho menos a limpiarlo. Dorotea ( ¡bendita mujer!), pasa disimuladamente la punta de su delantal para adecentar las zonas más polvorientas; pero enseguida ha sonado el timbre. Ahora es Angela. La bella, la triste, la deliciosa Angela.
Siempre que la ves notas la misma emoción. Allí, parada en el umbral de la puerta, tan pequeña y delicada como una porcelana de Lladró . Sus ojos castaños, enormes, húmedos y brillantes, te miran con dulzura. Ya no revelan el pánico, el temor, el miedo intenso que reflejaban la primera vez que la viste, allí, en el mismo sitio.
***
Por aquel entonces pasabais una temporada de "sequía" económica. Pepe había mandado una vez más su trabajo a hacer puñetas. No estaba motivado. La preocupación por la separación de sus padres, sus enfrentamientos con el nuevo editor Tuviste que aguantar el peso , la responsabilidad Tragar con carros y carretas. El puteo constante de tu jefe, el Comisario Sánchez, desde aquél día que le dijiste " que se guardase la polla y el aumento de categoría donde le cupiesen ". ¡ Cuánto mérito tuviste aquella vez!. Las dos cosas que más necesitabas, que más te apetecían en el mismo lote. Y tú diciendo que no, aguantando el tipo, orgullosa sobre todas las cosas.
Avergonzados de guardar silencio ante los timbrazos de los cobradores, decidisteis alquilar una habitación, rogando que no se presentase nadie de vuestra familia. El anuncio fue escueto : "Matrimonio sin hijos alquila habitación con derecho a cocina". El barrio bastante céntrico, fue apetecible inmediatamente . Todavía estaba húmeda la tinta del anuncio, y ya había tres personas solicitando información. Las dos primeras "no os llenaron el ojo ". La tercera sí. La tercera era Angela. Vestida de una forma cutre, horrenda. Toda ojos, ojeras, y palidez mortal.
Despachasteis a los otros dos interesados y hablasteis unos minutos con la muchachita. Enseguida llegasteis a un acuerdo con ella. Salió a por su equipaje y volvió a los cinco minutos cargada con una pequeña maleta de cierres herrumbrosos. Confesó que se la había estado guardando una señora muy elegante en la puerta de entrada.
La "señora muy elegante", naturalmente, era Nieves, la portera del edificio. Una señora gorda, con ínfulas de princesa rusa, que se pasaba todo el día con el ojo avizor y trasegando copa tras copa de cava. Cada mañana, antes del mediodía, solía llevar una pítima de órdago, y se sentaba de perfil en la portería, vestida de pies a cabeza con sedas y plumas tan ajadas como su piel y cotorreando con todo el que cruzaba el portal.
La primera noche que pasó Angela en vuestra casa , todos estábais alborotados. La muchacha cenó antes con antes y se retiró a su habitación. Pepe y tú hicisteis lo propio. Intentasteis copular un poco, pero la cosa no cuajó y lo dejasteis estar. Al final , tras dar muchas vueltas, caíste rendida. Tuviste sueños extraños : ojos enormes y llorosos, ruidos extraños, gemidos, gemidos, gemidos. ¡ Gemidos!.
¡ Pepe ! ¿ qué son esos gemidos?- dijiste mientras te incorporabas en la cama.
Tu marido no se dignó contestarte. Encendiste la luz y te volviste hacia él, intentando zarandearle. No hizo falta : Pepe no estaba en la cama.
Saltaste del lecho conyugal con un zumbido de moscas detrás de la oreja. Lo pillaste en el pasillo, junto a la puerta de Angela, con el pijama por las corvas y mirando por el ojo de la cerradura. Una de las manos sujetando el pomo, la otra Te acercaste rechinando los dientes, presta a decirle más que a siete perros; pero el se adelantó y haciéndote gestos para silenciarte, dejó sitio para que mirases.
El escalofrío que sentiste casi te hizo estornudar. Angela estaba inclinada sobre los pies de la cama, con el rostro agónico mirando hacia el techo. Recordaste ipso-facto una estampa de Juana de Arco ardiendo en la hoguera. El cabello, cortísimo, de la muchacha, el gesto demudado, la palidez espectral todo ayudaba en la similitud.
Al estar de perfil, veías uno de sus senos, menudos y prietos, agitarse ante cada golpe. Porque golpes eran lo que se estaba infligiendo a sí misma, con un látigo de nueve colas en miniatura. Tanto en la breve cintura como en el muslo lechoso, llevaba anudados unos crueles cilicios, que herían su fina piel y daban la impresión de que eran ligueros de color bermellón.
Sus gemidos monocordes , junto con la visión morbosamente espeluznante, hicieron que te excitaras de una forma nueva, comprendiendo los motivos de tu esposo para hacer lo que estaba haciendo.
Aquella noche fue un punto y aparte en vuestra relación conyugal. Hicisteis el amor de un modo tan salvaje, tan fuera de vosotros mismos, que a la mañana siguiente estabais llenos de verdugones, de arañazos, de mordiscos amén que amanecisteis con el somier en el suelo, puesto que la cama había caído, hecha cisco , a lo largo de la batalla.
Pasaron los días . Ahora erais tres los ojerosos y paliduchos. Cada noche se repetían , punto por punto, los mismos actos del primer día : escena voyeur en el pasillo, posterior encuentro sexual con la libido echando fuego
Angela tomó confianza poco a poco. Era una niña encantadora, bonita como un querubín y pura como una flor. Maticemos : pura, pura, lo que se dice pura no era. Por lo que os contó, había estado de novicia en un convento. Todo su amor era para Dios. Cada día elevaba la mirada hacia el Sagrario y su corazón se embelesaba de una forma suave, etérea, sosa a más no poder. Ya casi estaba en vísperas de hacer los votos. Los preparativos para ofrecer su castidad, su pobreza, su obediencia, estaban ultimados. Hasta se habían cursado los avisos a los familiares para asistir al acto.
El día de antes, estando en la Capilla, comenzó el coro a cantar . Habían llegado ex profeso de otro convento de la misma Orden , y Angela desconocía a sus componentes. Su mirada recorrió durante una décima de segundo toda la Capilla, hasta que su alma quedó prendida en la voz y en el rostro de la monja solista. Cruzaron sus miradas, chisporrotearon sus entrepiernas y la pobre novicia supo que su voto de castidad era agua pasada.
Se escaparon por la noche. La otra monja, según ella, ya estaba algo baqueteada en el amor sáfico y le enseñó lo más rudimentario aunque sin pasar a mayores. Pero su amor como una flor rarísima solo aguantó breves horas. Salieron cada una por su lado. Angela volvió al convento solicitando el perdón. No se lo dieron, puesto que acaban de recibir una circular muy restrictiva en lo relativo a los amores G.L.B.S. en el ámbito católico. A cambio , obtuvo un paquetito con los tres cilicios y el látigo de nueve colas, y la recomendación que se lo pensase mejor la próxima vez.
Y allí estaba. Consumiendo sus últimos ahorros y sin saber qué rumbo darle a su vida Sin ser pura del todo, tampoco se consideraba impura. Los hombres le daban miedo, las mujeres le hacían más "tilín", pero no se acaba de decidir. Así que estaba en un " ni sí, ni no, sino todo lo contrario" que la estaba dejando lela.
Una tarde, con un periódico atrasado bajo del brazo, se presentó Soraya.
No os dejó explicarle que la habitación ya estaba alquilada. Entró como una tromba jurando que sería vuestra esclava, que os pagaría el oro y el moro, que dormiría dentro de un armario si hacia falta pero que la tomaseis como inquilina.
Tú , Iza, observabas la mirada de Pepe, pegada como una lapa a los exuberantes pechos de la joven. También viste los ojos de Angela, siguiendo la estela que dejaban los de tu marido. Y al final tuviste que mirar tú también. ¡ y no te disgustó lo que viste, ea !.
Angela insinuó que no tendría inconveniente alguno en compartir alcoba con la nueva. Y la cama también, si es que hacía falta ( añadió, finalmente, entre rubores ).
Todo lo que Angela tenía de bajita, Soraya lo tenía de alta. El pelo corto de una, era el contrapunto de la larguísima melena de la otra. Si la antigua novicia era tímida, la otra era una leona. El rostro seráfico, impoluto, totalmente limpio de Angela, era la antítesis de la belleza salvaje , subrayada por un maquillaje perfecto, de Soraya. Se complementaban perfectamente. De eso no cabía la menor duda.
La primera noche transcurrió en silencio sepulcral.
En la segunda noche, Iza, volviste a oír gemidos. Te levantaste sigilosamente, esperando no encontrarte a ambas muchachas dándose fustazos la una a la otra.
No era el caso. Darse si que se daban, pero no fustazos, sino un morreo de antología. Sus lenguas se enlazaban, serpenteaban, lamían Sus cuerpos se retorcían, sinuosos, sobre la colcha de ganchillo, apenas cubiertos por unas sucintas braguitas. Abriste los ojos como platos soperos, admirada, excitada, resfriada ¿ Resfriada?. Sin apartar el ojo del idem de la cerradura, notaste como cierto frescor en tu parte trasera. ¿ Había una corriente de aire en el pasillo, quizá?. Pues no. Lo que había era un Pepe levantándote el picardías y buscando a empujones como fogoso semental el alojo para su verga. Abriste los muslos facilitando la entrada, elevaste la grupa como buena yegua y no relinchaste porque Pepe que te conocía un rato te tapó la boca con su mano con aroma a carboncillo y goma de borrar. .
Sin desenvainarla ni un segundo, os arreglasteis para recorrer los metros que os separaban de vuestra alcoba. El, te llevaba casi en volandas, ensartada como un cochinillo en el espetón, atenazando con sus manos engarfiadas tus caderas de pata negra. Caíste de bruces sobre la cama, con Pepe rebotando contra tus nalgas neumáticas, sin cortar en ningún momento el cordón umbilical de su falo en tus entrañas.
Siguieron pasando los días. Cada noche se repetía la escena del espionaje y el consecuente "paseillo", pasillo adelante, con el pitón de Pepe clavado en tu mondongo.
Os estabais obsesionando con las muchachas. Te lo notabas a ti misma, y lo percibías en la mirada escalofriantemente rijosa de Pepe. Se lo dijiste y no te lo negó : se moría de ganas de sobarle los pechos a Soraya, de besarla, de chuparla, de . Lo entendiste a la perfección, porque a ti te pasaba tres cuartos de lo mismo con Angela.
Como dos cacos que se reparten el botín antes de robarlo, elucubrasteis un plan para cepillaros a las dos tortolitas.
Para la noche de autos , Pepe preparó una cena a base de ostras y cosas picantes. Tú te encargaste de los bebestibles . Todo transcurrió siguiendo lo previsto. Las ostras fenecieron entre lágrimas de limón, así como las anguilas con guindilla y dos o tres platillos más preparados con mucho chile. Según deglutías el picante, se os iban poniendo unos morros tan gruesos como los de un negro cantando el "Andy You´re".
Echabais fuego por la boca, como dragones encelados, y solo podíais apagarlo trasegando litros y litros de cava, de sangría, de ponche de ron y canela en rama
No llegasteis a decir : ¡ D´Artagnan al ataque! , pero seguro que lo pensasteis.
La novicia te acogió entre sus blancos brazos. Rodasteis sobre la tupida alfombra del salón, enzarzadas como dos gatas en un callejón. Angela intentaba enseñarte sobre la marcha sus argucias lésbico-monjiles , y tú le decías a todo que sí. Siempre fuiste buena alumna para según qué cosas.
Junto a vosotros, codo con codo, cadera con cadera, Pepe hundía su rostro sudoroso en el busto prominente de Soraya, faltándole manos para sobarla, dientes para morderla, labios para chuparla. Igual estaba comiéndole la boca que lamiéndole un pezón, mientras la chica daba chilliditos sin parar con la risa tonta de los borrachos
A esas alturas, tanto Pepe como tú, estábais en cueros vivos. Sobre los cuerpos de las inquilinas solamente quedaban las bragas ( blancas y de algodón tupido las de Angela; fucsia , de seda y diminutas las de Soraya).
Situada a la altura de los muslos angelicales, fuiste enrollando las bragotas , poco a poco, hasta que en las afueras de la ciudad invicta comenzaron a verse los primeros matorrales. Remojaste tus labios para que luciesen jugosos, deslizándolos por la zona esteparia que circundaba Gomorra. Miraste muy de cerca la urbe pecadora, aspirando los efluvios salinos que emanaban de su foso, así como cierto perfume almizcleño procedente de la ciudad vecina, Sodoma. Curioseaste a más y mejor por las ciudades prohibidas, temiendo a cada momento convertirte en estatua de sal, aunque eso no llegó a ocurrir.
Pepe también tenía puesta la directa, y remoloneaba con su lengua por el ombligo de Soraya, que parecía tan dulce y suculento como una ensaimada mallorquina en miniatura.
Con el rabillo del ojo observaste las maniobras de tu marido sobre las caderas de Soraya, bajando las tiras diminutas del tanga fucsia. Su cara anhelante, ojos brillantes, lengua asomando entre los dientes todo un poema.
¡ Paff !
¡ Crok!
¡ Ay !
¡ Uffff !
En décimas de segundo, cuatro sonidos diferentes cuya procedencia era la misma :
1º.- Liberación de una verga de 23 x 6 , y consiguiente choque con la barbilla de Pepe.
2º.- Cierre automático de la boca de Pepe, con crujido de mandíbula.
3º.- Quejido de Pepe al morderse la lengua.
4º.- Bufido de descanso de Soraya, al tener por fin liberada su palanca.
Tanto Pepe como tú quedasteis boquiabiertos al ver aquello. La risita que soltó Angela te dio a entender que ella ya conocía el "gran secreto" de su amiga. Y Soraya, aprovechando que Pepe tenía todavía la boca abierta , levantó ligeramente las caderas hasta introducirle el glande ( y un poco más ) en la cavidad bucal.
Te miró tu esposo ( ¿ espantado ?, ¿ alucinado ?, ¿ tentado? ) , de forma indecisa. Tú encogiste un hombro, guiñaste un ojo y te sumergiste en las ciudades bíblicas, dejándolo a él a su libre albedrío.
Cuando , horas después, Pepe te juró y perjuró ( en la intimidad de vuestra alcoba ) que la mamada de antología que le había proporcionado a la verga de Soraya, era pura intuición , y que él jamás de los jamases, y que bla-bla-bla diste la callada por respuesta, pero en tu corazón se coló un gran interrogante :
¿ Sería tu Pepe ( tan macho él ) uno de esos hombres que cuando viajan no saben si coger el tren o al maquinista ?.
***
Continuará
Carletto.