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Catador de almejas

en Hetero: General

CATADOR DE ALMEJAS

(Gracias, Navegante)

 

Felipe abrió los muslos de la mujer y zambulló su cara buscando con los labios el deseado manjar. Su lengua experta recorrió la raja perlada de sudor para posarse durante unos breves segundos en el botón de su clítoris. Aplastó ella su vulva contra la cara del muchacho, apenas un niño, encabritada por las caricias sabias de la boca juvenil. Sus bragas de blanco algodón colgaban como una bandera de rendición de su pie derecho. Ahondó Felipe su lengua, transformada en rosado ariete, dentro de las profundidades vaginales, retornando cada pocos segundos a las lamidas fugaces al bultito de carne. Explotó rápidamente la joven viuda a los embates linguales del golfillo y, antes de poder darle las gracias, había desaparecido el chico para seguir jugando con sus amigos.

El chaval era ajeno a su fama ; pero por los circulos femeninos del pueblo, allí donde las hembras contaban sus secretos sin embagues, era muy cotizado.

Su aprendizaje venía de muy antigüo. Tanto hacía , que él casi no recordaba la primera almeja que había probado. Porque así la denominó ( "almeja") la primera mujer que lo había iniciado en el sexo oral. Puede que fuese su niñera, una mocetona rubia , muy ardiente, que aplacaba sus furores uterinos masturbándose con un cabo de vela cada noche. Hasta que Felipe, muerto de sed , se despertó pidiendo agua desde la cama de al lado. Ella, caliente como una perra en celo, no tuvo en cuenta la poca edad del jovenzuelo y le mostró la forma de beber en su jugosa concha. Desde entonces, cada noche, Felipe acudía puntual a su cita , chupando y lamiendo hasta que hacía correrse a la fámula. Al final ella tuvo que abandonar la casa, embarazada de su novio, para irse a su pueblo. Llorosa por haberse perdido para siempre aquella maravilla de lengua que la hacía rebuznar como a una burra.

Pasó el tiempo y pareció que Felipe había olvidado sus anteriores avatares almejiles. Hasta que fue a pasar con ellos una temporada Isabel, su tía solterona, que tenía genio de sargento de caballería. La tía Isabel, abandonada al pie del altar por su novio de toda la vida , aplacaba su malhumor crónico haciendo la vida imposible a todo bicho viviente. Soltera y virgen a los treinta y ocho años , no podía soportar saber que nunca probaría las mieles del sexo. Su novio la había "respetado" durante muchos años con la excusa de guardar su virginidad para el matrimonio. Pero luego él se fue con el Notario del pueblo y nunca más se supo de ellos.

Con los sudores de la muerte en el alma y el cuerpo reprimido en un rictus de impotencia, Isabel intentaba dormir la siesta. Imposible : hacía mucho calor. Apartó iracunda las sábanas que la cubrían y sintió algo de frescor. Se removió buscando una postura definitiva y el liviano camisón se le subió hasta las caderas, dejando al aire su inexplorado sexo. Isabel se fue quedando lánguida hasta caer en brazos de Morfeo. Y tuvo un sueño erótico. Notaba viriles manos de hombres sin rostro acariciando sus pechos generosos, su vientre germinaba en un placer desconocido que fue subiendo de tono hasta que explotó en el primer orgasmo de su vida. Alucinada, desorientada, sin saber ni dónde estaba, abrió los ojos espantada, encontrándose así misma patiabierta y chorreante. A los pies de la cama, relamiéndose, su sobrinito la miraba fijamente. Una gota resbalaba como miel por su barbilla adolescente.

Isabel no sabía lo que había pasado. No quería saberlo. Pero quería que se repitiese… y se repitió. Puntual como un reloj, todas las tardes de aquel verano tuvo su orgasmo. Y para ello no tenía más que cerrar los ojos a la hora de la siesta. Luego , la silenciosa mirada de su sobrino favorito le hacía desear la próxima tarde.

A partir de entonces, Felipe ya no dio a basto. Una vez fue la vecina. Otra su tía Andrea , hermana de Isabel ( que tuvo que contar el porqué de su repentino cambio de humor y su afición desmedida a comprar pasteles a su sobrino Felipe ). Como no tenía ningún desgaste, el muchacho se podía permitir decenas de "catas" en el mismo día. Llegó a ser tan experto que, sólo por el olor que exhalaba una hembra , sabía el grado de premura con que lo iba a solicitar.

En la escuela fue requerido en mitad de una clase por su maestra para que buscase bajo de la mesa no se sabía qué. Pero él la encontró. Y con su proberbial sabiduría dio su clase de lengua a la profesora de Literatura. Tuvo sobresaliente.

Pasaron los años y Felipe, ya un mocito hecho y derecho, se marchó a estudiar fuera del pueblo. Cuando marchaba con el autobús, decenas de mujeres se atrevieron a salir a despedirlo, sin importarles sus maridos, sus padres o sus novios. Muchas otras, más cobardes, quedaron sollozando en sus cocinas, todas ellas resignadas a que se hundiese su vida sexual en la monotonía más abyecta.

Felipe reclinó su cabeza sobre el cristal de la ventanilla. Sonrió recordando la última noche, sentado ante la mesa de su cocina. Teniendo ante sí , una tras otra, a sus hembras incondicionales recibiendo su última ración de lengua. Ellas acostadas en la mesa, con los muslos abiertos y ofrecidos ante él. Fuera de la cocina , se oían susurros de voces femeninas dándose la vez.

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