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La finca idílica (recopilación del autor)

en Grandes Relatos

LA FINCA IDÍLICA ( RECOPILACIÓN DEL AUTOR )

 

1.- LAS AMIGAS ( Lésbico )

Felipe orinó largamente, sin levantar la famosa maderita de la taza. Como acababa de levantarse de la cama, ostentaba la famosa "trempera matinera", esa enfermedad masculina que comienza en la adolescencia y dura … hasta que dura, dura. Como decía – cantando- aquél famoso cómico en TV :

Todas las mañanas,

Cuando me levanto ,

Llevo la pilila

Más dura que un canto.

Luego, voy al water,

Echo una meada…

Y, la pirulina,

Se me queda … en nada.

Bueno , pues Felipe, que áun después de mear, mantenía una más que ostensible erección, se acercó – muy macho él, al trasero de Rosita, que – en aquél preciso momento – se inclinaba sobre el lavabo para enjuagarse los dientes. Aprovechando la coyuntura, Felipe arrimó su enhiesta arma contra la grupa femenina, restregándola lúbricamente sobre la braga de algodón. Se cruzaron las miradas en el espejo ( algo salpicado de Licor del Polo ). Ella, enarcó una ceja , mostrándole – sin palabras – el reloj de pulsera. El, puso cara de súplica, arrimando aún más su virilidad a las nalgas carnosas. Cedió ella, elevando los ojos al cielo, a la vez que sonreía con la boca llena de espuma. Con la alegría propia de un niño en la Noche de Reyes, Felipe procedió a desempaquetar su regalo, bajando las bragas de su mujer hasta los mismos pies. Ella, picarona, lo ayudó en su juego, volviendo a inclinarse para seguir enjuagando su boca. Abrió Felipe los labios vaginales con una experta mano, mientras con la otra dirigía su ariete a las profundidades abisales. Gimió placenteramente el esposo , disfrutando del húmedo calor de la familiar vagina. Sus manos pasaron fugazmente por el cuerpo de su esposa ( intentando no hacerle cosquillas ) hasta agarrar, con cada una, un más que discreto melón, medio tapado, medio descubierto, por el negro sostén. Arreciaron los embates, transportándolo al cielo de " los jóvenes heteros felizmente casados con una hembra de órdago". Apunto, apunto, ya de correrse. Se acordó de ella, y de sus – también – legítimas necesidades. Bajo raudo una mano, para atenazar el pubis con clítoris incluido. Ella, haciendo presión sobre el lavabo, le comunicó que no hacía falta. Acabó , pues, el esposo, sus esponsales unilaterales, arrojando en el útero – del que era coopropietario – ingentes cantidades de semen.

Salieron, media hora más tarde, Felipe con Rosita y Felipín , al rellano de la escalera. Como todos los días, se encontraron a Juanjo con Azucena y Juanín, que también esperaban el ascensor. Comenzaron el parloteo dos a dos. Felipe y Juanjo, de la última adquisición del Madrid. Rosita y Azucena, del último escándalo de la telebasura. Felipín y Juanín, no dijeron nada, porque eran muy pequeños.

Tras muchos muas, muas y requetemuás, en el portal, salieron disparados Felipe y Juanjo a sus respectivos trabajos. Rosita y Azucena, con sus niñitos respectivos de la mano, fueron paseando hasta la guardería de la esquina. Tras empaquetar a los niños hasta las cinco de la tarde, se fueron del bracete a tomarse un cafelito.

Les gustaba ir paseando tranquilamente. Llamando la atención de todo bicho viviente con pantalones e incluso de alguna falda-pantalón . Rosita era una morenaza de veintipocos años, de ojos rasgados – que ella aumentaba sabiamente con el perfilador - , naricita respingona y boca chupadora. Sí, sí. Digo bien : chupadora. Así se lo decía su Felipe, cuando le metía el nabo hasta las amígdalas y ella se lo chupaba con aquella devoción casi monástica. Bueno, pues eso : tenía labios chupadores. Y los pechos. Los pechos merecían mención a parte. Eran dos meloncitos, duros, sabrosos, a los que apetecía hincarles el diente. Felipe se llevó una hostia, cuando eran novios, porque le dio un mordisco un poco salvaje. Desde entonces, se limitaba a lamérselos, con gratísimos chuponazos a los pezones. La cintura de Rosita era … bueno, casi no era, porque -de diminuta- apenas se le veía. Y , ella, que aún la estrechaba más con aquellos cinturones de cuero, anchos como la palma de una mano. Luego, claro, las caderas salían disparadas a ambos lados, redondas, ahusándose en los muslos de jaca jerezana. Las ancas, sin ser excesivamente prominentes, eran una pasada : llenas, respingonas, retumbantes . Agitándose- como dos moles perfectas - a cada paso de su feliz propietaria…

Azucena, siendo también una hembra esplendorosa, era la antítesis de su amiga. Lo que en Rosita era exhuberancia, en Azucena era discreción. Pero una discreción exquisita, casi aristocrática. Su pelo era rubio natural. Sí, sí, natural, y no de bote. No iba casi nunca a la peluquería. El cabello le caía libre, largo y liso, hasta mitad de la espalda. Sus ojos eran verdes, no muy grandes, pero muy profundos y expresivos. Su boca, de finos labios, siempre la llevaba impecablemente maquillada con un discreto y sensual color. Sus pechos… sus pechos eran divinos. Dos peras perfectas. Duras y delicadas, coronadas por dos pezoncitos dignos de estar en el escaparte de una confitería.

Azucena era esbelta, un poco más que Rosita. Las formas de sus caderas no eran tan de hembra exagerada como las de su amiga, pero su culo … A su culo solo le faltaba saber hablar.

Las amigas tomaron su cafelito, como todas las mañanas , después de dejar a los niños en la "guarde". Se juntaban con tres o cuatro jóvenes madres más, despellejando a todo bicho viviente durante la media hora -larga- de asueto. Tras dar un repaso metódico a todos los "lios" conocidos o sospechados, cada una se explayaba hablando de lo requetebueno que estaba el nuevo médico del Ambulatorio. O del peón de albañil marroquí de aquella finca ( todas miraban por la ventana ) o de …. Así todo el rato. Azucena y Rosita, juraban y perjuraban que , ellas, jamás le pondrían los cuernos a sus maridos … con otro hombre. Y lo decían con tal sinceridad, que las otras amigas simulaban creérselo.

Relamiéndose las últimas gotas de café de los labios, las dos amigas salieron del bracete, haciendo muchos aspavientos y mirando los relojes : ¡ Hoy nos va a coger el toro , se ha hecho tardísimo !.

Cuando llegaron a su finca, mientras subían al ascensor con otra vecina – algo chismosa- esperaron a quedarse solas para darse el "santo y seña " :

Hoy, toca Cha-cha-cha.

Sí. ¿ Hacemos cocido ?

Vale. No tardes.

Rosita corrió al dormitorio, quitándose la ropa en un pis-pas. Se colocó una faldita con mucho vuelo, ató la ligera camisa sobre el ombligo , y calzó los zapatos de baile que sacó de un armario. Luego, casi a trompicones, pasó a la cocina, sacando del congelador un trozo de gallina, cuello de cordero, manitas de cerdo, una gran morcilla y una punta de jamón. Cuando sonó el timbre, estaba pelando las patatas.

¡¡ Está abierto, Azucena, entra !!

Su amiga entró en la cocina, vestida a la misma guisa que ella. Dejó sobre la mesa la olla a presión, y dando una vuelta sobre sí misma, enseñó el modelito a su amiga.

¡ Estás para comerte! – le dijo Rosita, vislumbrando entre las piernas desbragadas de su amiga el toisson de oro.

Luego, luego, tragona – dijo la rubia , entre risas – ahora vamos a dejar el cocido haciéndose en la olla .

Distribuyeron- como buenas amigas – los elementos del cocido entre ambas ollas, añadiéndole los garbanzos. Las verduras las reservaron para más tarde. Calcularon a ojo el agua necesaria y , tras dejar los fogones a media potencia, salieron de la cocina.

Mientras la dueña de la casa preparaba unos zumos de fruta ( "bautizados" con un chorreón de ginebra ), Azucena buscó en la pila de discos hasta encontrar el que buscaba. Muy pronto, se oyeron los sones alegres de un cha-cha-cha. Rosita corrió a bajar las persianas. Azucena, dando pequeños sorbos a su cóctel, danzaba sinuosamente por el centro del salón. Rosita, con otra copa en la mano, se puso frente a ella, siguiendo el ritmo con los pies. Se miraron profundamente a los ojos. Agotaron de un trago la bebida y , tras dejar las copas en una mesita de cristal, se enlazaron , moviendo todo su cuerpo al ritmo que marcaba la música.

Las manos se fueron haciendo más atrevidas. Los dedos abarcaron un seno, se demoraron más de la cuenta sobre un pezón. Al girar ambas amigas, se levantaban las falditas, mostrando en toda su gloria el esplendor de sus coños. Aplastaron seno contra seno, boca contra boca, pubis contra pubis. Las manos fueron bajando, acariciantes, hasta posarse en las nalgas ajenas, posesivas, apremiantes. Terminó la música. Se hizo el silencio, solo roto por ambos resuellos, por los chasquidos chupoteantes de los besos húmedos. Rosita hizo girar , ante sí, el cuerpo de su amiga, dejándola pegada al suyo, senos contra espalda. Le abarcó las peras limoneras, mientras Azucena buscaba , a palpas tras de sí, el choto chorreante de su Rosita. Le metió dos dedos, que rebuscaron en el interior y salieron con goterones de semen.

¿ Te "arregló" Felipe, antes de salir ?.

Sí, hija, si. No le pude decir que no.

A mí también me lo pidió Juanjo ; pero le dije que por atrás.

Rosita, para comprobar la veracidad de las palabras de su amiga, le metió el índice – muy suavemente- por el ano, que se notaba dilatado y cremoso.

Apunto de enzarzarse en el segundo asalto, un pitido las sobresaltó. Pocos segundos después, otro. Fueron corriendo a la cocina. Las pesas de las ollas a presión giraban como locas. Las apartaron del fuego y , tras enfriarlas bajo el grifo del fregadero, las abrieron con cuidado. Espumaron el caldo de la superficie y , tras añadir la verdura y un par de cosas más, volvieron las ollas a su posición inicial, dejándolas a fuego lento.

Ahora no fueron al salón. Se dirigieron rápidamente al dormitorio, desnudándose por el camino. Les quedaba ya poco tiempo. ¡ Y tenían tantas cosas que hacerse !

Rosita, fiel a la fama de sus labios, chupó sabiamente la concha de su amiga, succionando golosamente el clítoris sonrosado. Azucena, que no podía estar sin hacer nada, ayudó a su amiga a que montase sobre ella, en posición invertida, y mientras abandonaba su delicado sexo en la jurisdicción de la boca de su amiga, ella se dedicó a pegar dentelladas – muy ligeras, muy eróticas – al monte de Venus de Rosita. Magreaban ambas las nalgas de la contraria, buscando con sus dedos los esfínteres . Rosita no tuvo problema en meter no uno, ni dos, sino hasta tres dedos en la abertura anal – hiper lubricada – de Azucena. Su amiga, que encontró algo reseco el oscuro ojo de Rosita, buscó el lubricante en las profundidades de la vagina de la Rosa, untando a conciencia el Pórtico del Diablo. Jugueteó con su dedo pulgar, a la par que deslizaba la lengua desde el clítoris hasta el ano, y cuando el orificio latió por sí solo, aprovechó una contracción para endiñarle el dedo gordo. Ronronearon ambas, disfrutando de la tortilla compartida. No les hacían falta huevos para ello. Chuparon y lamieron. Pellizcaron y mordieron. Dieron grandes chillidos y gritaron pequeñas blasfemias. En la locura del pre-orgasmo, Rosita rebuscó en el cajón de su mesita , y sacó un consolador doble, de tamaño más bien mediano. Alucinó Azucena del artilugio y , mientras se metían ambas – cada una su parte proporcional- el nabo de látex, preguntó, entre suspiros :

¿ Qué, a tu Felipe, le va … la marcha ?.

Ya te contaré, sirena mía.

Y , las dos sirenas navegaron por mares desconocidos, con horizontes sin límites, huyendo de tifones y maremotos, revolcándose en las tranquilas playas de Lesbos. Y, una a cada lado del pene de látex, intentaron – y lo consiguieron – que entre ambas no hubiese nada que las separase ( todo dentro, todo dentro ). Y, tras correrse , echando espuma por la boca, como bacantes bailando en las fiestas de Baco, dormitaron plácidamente en otra paradisíaca playa, en la que solo se oían, muy lejanos, los pitidos de un buque mercante. ¿ Pitidos , he dicho?.

¡¡ Los cocidos !! – gritaron ambas dos a la par, dejando sobre la cama el chorreante artilugio.

***

 

Por la noche, acostados ya en el sacrosanto lecho conyugal, Felipe le dijo a su Rosita :

Tiene gracia, mi amor. Cada vez que comentamos , Juanjo y yo, lo que comemos a medio día, siempre, siempre, coincide que habéis guisado lo mismo Azucena y tú.

¡ Si que es casualidad !- dijo la adúltera bollerina ladinamente. Y se carcajeó en las barbas de su santo.

La noche cayó sobre la finca … y sobre todos sus secretos.

 

 

2.- EL CUÑADITO VIRGINAL ( Amor Filial )

 

Rosita estaba que partía piedras. No tenía el "chichi " para ruidos desde que los llamó su suegra para decirles que , Albertín, el hermano pequeño de Felipe, los iba a visitar durante una semana. El tiempo en que ellos, los suegros de Rosita, se marchaban a un viaje por Italia organizado por el Inserso.

Felipe, el marido de Rosita, estaba muy contento . ¡ Claro, como no era él quién tendría que bregar con el mocoso!. A ella la partía por la mitad. Sus cafelitos de por la mañana…¡ a la mierda ! . Sus sesiones de "baile" con Azucena … ¡ idem de idem !. ¡ Aún recordaba la cara de tontoelpijo que tenía su "cuñadito" el día que se casaron ellos !. Un mocoso de trece años, que, por no tener, no tenía ni granos en la cara ! Más pavo que los de Navidad. Con aquellas extremidades tan flacas, manos enormes, pelo muy a lo "niño bueno", con su raya al lado y flequillo sujeto con fijador. ¡ Cómo se notaba que sus suegros vivían aún en el siglo pasado !. Y, lo malo, era que, al niño , lo estaban criando como si fuese tonto del haba. Ella no lo había visto desde el día de la boda. No eran una familia muy dada a los arrumacos. Cuando tuvo a Felipín, vino su suegra a verlos unos días … ¡ y gracias !. Aunque, bien pensado, así era mejor.

Habían preparado la cama de Albertín, junto a la cuna del hijito de Rosita. La habitación de invitados, Rosita, la quería conservar impecable, a punto de "revista" por si alguna amiga quería ver su piso. Si le parecía bien al "niño" , pues bien. Si no … por la puerta se va a la calle.

La discusión con Felipe sobre el tema de la habitación había sido de " no te menees" . Desde el día de la llamada de teléfono, casi no se hablaban. Y de lo "otro", nada de nada. ¡ Que sufriese, el muy mamón!. Lo malo es que , su amiga Azucena, coincidía que estaba unos días indispuesta con la "regla", y Rosita ya comenzaba a tener picores en salva sea la parte.

Sonó el timbre de la puerta. Rosita, con desgana, fue a abrir. En la puerta, un hermoso adolescente, con los pelos por los hombros y unas gafitas redondas, lo miraba – tímido – sin atreverse a sonreírle. La muchacha, quedó un poco indecisa, sin querer mirar el abultado paquete del muchacho. Pero la vista le resbalaba hacia abajo. Cuando iba a abrir la boca para preguntar qué deseaba el importuno, Felipe apareció por el ascensor, arrastrando una maleta con ruedecitas. Rosita quedó estupefacta. Entonces … ¿ ese bombón de dieciséis años era… Albertín… su cuñadito ?.

Rosita tragaba la cena a pequeños bocados, embobada, sin apartar la mirada del rostro de arcángel del muchachín . ¡ Era una pasada , el crío aquél !. Simpático como él solo ; pero tímido como una doncellita. Virginal como una novicia. Rosita alucinaba : ¡ cómo podía mantenerse casto, puro e intocado … con el cuerpazo que tenía !. ¡ Si era un atentado flagrante contra el sexto mandamiento !. Su Felipe, que era bastante guapetón, era una cascarria a su lado. Cuando se levantó el muchachito un momento, para ir al baño, Rosita lo siguió con la mirada, admirando aquél culo tan apretadito , aquellos muslos que casi reventaban los pantalones vaqueros… La cuñada se notó húmeda la entrepierna. Los pezones le rozaban el sujetador, como dos carbones encendidos. Felipe le hablaba y Rosita no le hacía ni el más puñetero caso . Ella no le atendía, ni siquiera se daba cuenta de que el estaba hablando. Solo esperaba – babeante – a que Albertín saliese del baño. Agonizando por verle de frente. Saborear , con la mirada , la gloria del paquete… prohibido.

Aquella noche, Rosita, dio muchas, muchas vueltas en la cama. Mil veces estuvo apunto de despertar a Felipe, de olvidar su orgullo, de rogarle un buen revolcón. Pero aguantó. Su honrilla quedó intacta.

Por la mañana, al despertar, Felipe ya había marchado al trabajo. Rosita se lanzó hacia la ducha, enjabonándose con mucho, mucho gel. Amasó sus pechos. Espumeó su entrepierna, dejándola perfumada como su nombre. En la mente, tenía solo una imagen, un pensamiento : Albertín, su cuerpo en flor. Su virginidad tan deseable. Luego pensaba en Azucena, en su amor. ¡ No había nada que hacer ! . Ahora , en aquel preciso momento, solo quería una cosa : cuñadito, cuñadito, cuñadito …

Cubrió su cuerpo con un picardías, que no llegó a estrenar en su noche de bodas. Secó su negro pelo, cepillándolo hasta sacarle brillo. Maquilló ligeramente su rostro y … al ataque.

Preparó un biberón para Felipín ( aunque hacía más de seis meses que el bebé ya no tomaba ninguno ). Solo era una excusa para poder entrar a aquéllas horas al pequeño dormitorio. Abrió la puerta suavemente, rogando que Albertín no usase pijama. ¡¡ Bingo !!. Allí estaba, patiabierto sobre la cama, con las sábanas enrolladas en un pie. Solo llevaba puesto un pequeño short, con muchos Bart Simpson dibujados sobre la tela. Se acercó sigilosamente. Los latidos del corazón le hacían vibrar la campanilla. Se sentó en la cama, junto a él, comiéndoselo con la mirada. ¡ Qué pestañas se gastaba el muchacho ! Y la sombra de la barba, con aquél bigotito incipiente… Los labios, sensuales, tan gordezuelos, como si le acabasen de quitar el chupete. Los hombros se ensanchaban para dar cabida a unos pectorales bastante desarrollados ( les había dicho, entre rubores, que practicaba algo de pesas en casa ). Los pezones del chico eran como dos pequeñas montañas, emergiendo de un bosquecillo de suave vello. Rosita levantó una mano, sin poder dominarse, y la posó sobre el estómago de su cuñado, cubriendo el valle del ombligo. El, se estremeció un instante, para seguir luego con sus suaves ronquidos. Bajo las decenas de Barts Simpson, algo comenzó a moverse. Rosita acercó su rostro hasta unos centímetros del short. Un ligerísimo aroma- a orín y sudor- impregnó sus fosas nasales. Mantuvo una mano sobre el estómago de Albertín, a la vez que , con la otra, comenzaba a hurgar por la ingle del chico. Sus dedos, tan sabios, encontraron pronto lo que buscaba. Sacó por el lateral del pantalón la polla del muchachito, totalmente cubierta con el prepucio. El, levantó un instante una nalga y se tiró un pequeño pedo, que a Rosita le sonó a música celestial. Descapulló a su cuñado, acercando su boca al descubierto glande, húmedo y enrojecido. Lo lamió unos instantes, acariciando la suavísima piel. Su mano buscó un poco más dentro, y salió portando los gruesos testículos del machito en ciernes. Eran un encanto, con poco vello, pero calientes y delicados. La hembra no pudo resistir más. Acarició un poco más el miembro del muchacho, que pronto adquirió las dimensiones y dureza apropiadas Rosita, montando a horcajadas sobre la pelvis del chico, dirigió con la mano el miembro virginal hasta sus pecadores labios inferiores. Entró la punta sin decir ni pio. Albertín , entre sueños, abrió los ojos, encontrándose a aquella real hembra empalada en su falo, como si estuviese, él, inmerso en un maravilloso sueño húmedo. Cerró los ojos para no despertar todavía. Ella se clavó hasta las pelotas, procurando no moverse demasiado…para no asustarle. ¡ Asustarle !.¡ Pero si el chico estaba en la gloria !. Rosita cogió las manos del muchacho y se las puso sobre los senos amelonados. El , los agarró, como quién se coge a los flotadores que le salvarán en un mar embravecido. Sus grandes manos de jugador de basket casi cubrían la mitad de los pechos de su cuñada. Ella, radiante, subió y bajó , una y mil veces ( ¡ tron, tocotrón, tocotrón, Bonanzaaa ! ), como si cabalgase un fogoso alazán. Albertín ya no estaba quieto : cuando ella bajaba, él subía la pelvis, entrechocándola contra las incestuosas y magníficas nalgas de su cuñada, llenando con su carne , dura, babeante, insaciable, totalmente desvirgada, los inmensos y recónditos lugares internos de Rosita.

Se atrevió – el chico - al cabo de un buen rato, a abrir los ojos. Sus miradas se cruzaron. Ella, como una gata, como una perra, como una yegua en celo. El, asombrado, excitado, maravillado de aquel nuevo placer, jamás sentido. A Rosita, aquella mirada del muchacho, tan limpia, tan placentera, tan agradecida, le dio tal subidón de adrenalina, que se corrió como un torrente, como un Niágara con cataratas y todo, haciendo que sus jugos cayesen como chorrillos por el nabo de él. A la par, su vagina, con los aleteos prensiles ( en los que Rosita era expertísima) hicieron que el semen de Albertín saliese como un surtidor, mezclándose con los jugos de su cuñada . Tras pocos minutos de receso, el chico volvió a enderezar su orgullo. Queriendo mostrarle toda la casa, Rosita, le hizo entrar, esta vez, por su puerta trasera. Entró sin dificultad ( la chica era muy aseada y, siempre, tenía muy pulcras todas sus habitaciones ) analizando juntos la situación, hasta que volvieron a correrse sin mucha demora.

Rosita, mientras mamaba – un poco – el falo de su cuñadito, recordaba la promesa que había hecho de que , nunca, le pondría los cuernos a su marido … con otro hombre. Pero, bien pensado, la familia no entraba en el trato.

 

3.- MISI, MISI, MISI (Zoofilia )

 

 

Renqueaba , un poco, doña Petrita, volviendo de Misa. El aire fresco de la mañana hacía ondear su velo negro, velo que ella sujetaba con una mano arrugada, libre de anillos. Con la otra, se aferraba a su Libro de Oraciones. Del dedo corazón, le colgaba un pequeño paquete envuelto en papel de seda blanco, con el logotipo de "Confitería La Golosa". Los juanetes la estaban matando aquella mañana. ¡ Seguro, seguro, que hoy llovería !…

A pesar de llevar puesto un abrigo negro, de buena calidad pero muy pasado de moda, sintió un escalofrío al doblar la esquina. Saludó al barrendero, que le dijo no se qué del tiempo ( se estaba quedando algo sorda ). En el portal número 13, paró un momento a tomar el resuello. Al ir a sacar el llavín, se abrió la puerta y aparecieron, envueltas en una nube de perfume, guapas como soles, cogidas del bracete, sus vecinas Rosita y Azucena. La saludaron, radiantes, preguntándole por su salud y por la de Cuquita . ¡ Qué simpáticas eran ¡. Y sus maridos ¡ qué buenos mozos !. Doña Petrita se sonrojó un poquito bajo los polvos de arroz, tratando de imaginar lo que harían en sus alcobas… Ellas ya se alejaban, con sus nalgas al compás, con las costuras de las medias impecables, sobre aquellos altísimos tacones … La anciana volvió a estremecerse, ahora de dolor, al recordar sus punzantes juanetes.

Entró en su piso. ¡ Suerte que era un bajo, y no tenía que subir escaleras !. Un vaho húmedo, gatuno, se deslizó al descansillo, aunque ella – acostumbrada – ni lo notó. Intentó no encender la luz, guiándose por la tenue claror de la ventana que procedía del final del pasillo. Tras dejar el velo y el abrigo en el perchero, entró al dormitorio en penumbra. Ahora sí que tuvo que encender la luz. Dejó el misal sobre la mesita de noche y , con un suspiro de alivio, se quitó los zapatos de medio tacón, verdugos crueles de sus torturados pies. Buscó , a tientas, bajo la cama, hasta que encontró las comodísimas zapatillas de fieltro, a las que había recortado – al lado de los pulgares – dos orificios para que saliesen los juanetes. Ahora sí. Ahora ya podía ir junto a Cuquita.

¡ Misi, misi, misi ! … llamó suavemente, medio canturreando. Apareció , tras un sillón de orejas, una gata vieja, medio pelona, con signos más que evidentes de estar apunto de parir. Miró a su ama con una mirada triste, como si intuyese que algo no iba bien. Doña Petrita se dejó caer, con una exclamación de placer, en el sillón. La gata, intentó subirse a su regazo. No pudo. El enorme vientre , y los muchos años, se lo impedían. La anciana la cogió, amorosamente, pasándole la mano por la cabeza, por el lomo, por la hinchada panza . Ya tenía los pezones abultados. Pronto sería el parto. La gata ronroneaba, mimosa. Las dos dormitaron un ratito. De repente, Doña Patrito se acordó de los dulces. Alcanzó el pequeño paquete que había dejado sobre la mesa , y lo desenvolvió intentando no hacer mucho ruido. En sueños, la gata maulló como llamando a alguien. La mujer, intuyendo a quien iba el maullido, la increpó cariñosamente :

Desde luego, Cuquita, que putón verbenero me has salido. ¡ A estas alturas de nuestras edades, y con novio !. Ya te dije que ese gato de callejón es un golfo. ¡ Si se le ve a la legua, tan pagado de si mismo, con ese rabo que levanta como diciendo AQUÍ ESTOY YO! . Ya, ya sé que te enamoraste como… como una gata. ¡ Y, mira donde te ves , por tu mala cabeza !. A tus años y preñada… Señor, Señor.

Mientras decía esto, la anciana daba pellizquitos al merengue que había comprado. Uno para ella, otro para Cuquita. La gata lamía los dedos de su dueña, casi sin apetito, como quien no quiere hacer el feo de no aceptar un regalo. De repente, un espasmo recorrió el vientre del animal, a la vez que unos bultos rebulleron bajo la piel. Dio un maullido extraño, como doliente. Doña Patrito, la depositó , corriendo, sobre una cestita mullida, forrada de plástico, preparada para la ocasión. Y se dispuso a esperar …

***

Varios días después, Rosita y Azucena , volvieron a coincidir con la anciana tan simpática de la Planta Baja. La saludaron. Preguntaron por Cuquita. Dos lagrimones corrieron por las marchitas mejillas. ¡ Se había quedado tan sola !. Le dieron el pésame, que ella agradeció. Entró en casa, pensando en otra cosa. De repente, se oyó a ella misma canturreando :

¡ Misi, misi, misi!.

Se echó a llorar desconsoladamente.

Pasó el tiempo. Ya era principio de verano. Doña Petrita dejó la ventana abierta, para que se airease la casa y entrase , algo , del frescor vespertino. Hacía ganchillo aprovechando la luz que todavía entraba por la ventana. Un ruido la sobresaltó. Miró hacia fuera. Sobre el quicio de la ventana, estirado cuan largo era, abriendo la boca en un bostezo sin final, un enorme gato, atigrado, chulo, viril, la miraba directamente a los ojos. Eran unos ojos inmensos, galanes, verdosos, brillantes, seguros de sí mismos. En fín, eran unos ojos … de gato.

Doña Patrito estuvo en un tris de decir ¡¡ zape !!, y mandarlo a tomar viento. Pero el minino fue más rápido. Con un salto elegante, se posó sobre su regazo, y , sin darle tiempo a reaccionar, puso en marcha su potente motor de ronroneos, a la par que frotaba su lustroso pelaje contra la pechera marchita de la solterona. La anciana, con aquél contacto, sintió rebullir algo en su interior. Algo jamás experimentado. ¡ Como si un hombre la hubiese tocado en la Sancta Sanctorum de sus senos !.

El gato se acomodó, plenamente, sobre la falda de Patrito. Ella , notaba su calor atravesar la liviana tela, la ropa interior… El gato levantó la cabeza, mirándola intensamente. Sus bigotes le daban aspecto de sargento de caballería ( los preferidos de Doña Patrito ). Alzó una pata y, bajando la cabeza, comenzó a lamerse la entrepierna. Dos huevazos , de semental gatuno, aparecieron entre las peludas patas. La mujer, apartó la mirada, avergonzada. ¡ Eran los primeros testículos que veía en su vida !. Pasó una mano por el lomo del gatazo, que se arqueó , levantando un grueso y larguísimo rabo. Bajo sus almohadilladas patas, sacó unas pequeñas garras, con las que arañó – discretísima aunque eróticamente – el muslo de la mujer.

En los siguientes días, se sucedieron las visitas. Los escarceos eran , cada vez, más atrevidos. Patrito, ruborosa al principio, acariciaba ya a mano plena , el cuerpo despatarrado del único varón al que – jamás- le había puesto la mano encima. Le entraba el sofoco acariciando aquel vientre tan velludo, tan … masculino. Algunas veces, estando sentada, el gato pasaba bajo sus faldas, con el rabo erecto, pasándoselo – desvergonzado – por los desnudos muslos.

Aquello no podía continuar. Doña Patrito ya no salía ni a Misa. Le faltaban horas en el día para estar con ÉL. Ahora, cuando se lavaba la cabeza, ya no se peinaba con su austero moño. NO. Ahora dejaba su melena blanca, suelta sobre el peinador de color rosa, adornado con aquellas puntillas y bodoques que se estilaban en su juventud, cuando bordó su dote. Aquella dote que, jamás , tuvo ocasión de estrenar.

Dispuesta a dar un paso más en su relación, tirando todos los prejuicios por tierra, Patrito tomó una decisión irrevocable : Jaime – así le había puesto al gato – se quedaría a vivir con ella. Nada de marcharse , cada noche, después de cenar. O todo, o nada. Ella no era mujer para compartir a su varón con otras.

Se puso su camisón más elegante, más pícaro. Los labios los pintó con mano temblorosa. El pelo, suelto, como a él le gustaba. Estuvo , toda la tarde, con un plato de sardinas, algo pasadas, perfumándose la entrepierna. Llegó la hora. La luna , iluminaba el callejón. Jaime, llegó con varios amigotes, dedicándole una serenata de maullidos. Ella premió a los amigos de su novio con dos o tres sardinas. El, brincó dentro de la casa como todos los días. Cerraron la ventana para preservar su intimidad. En su honor, Patrito , se había puesto los terribles zapatos que tanto la hacían sufrir. Pero quería estar bella, muy bella, para él.

Se acercaron , andando juntos, hasta el dormitorio de la virgen. La punta del rabo, se frotaba con las corvas de Patrito, y aún más arriba. Sobre la cama, la impoluta colcha de ganchillo, confeccionada "in illo témpore" por la abuela y la madre de Patrito para los hipotéticos esponsales de la niña. Patrito , volviéndose de espaldas, se bajó las bragas. El, la miraba con sorna, no exenta de deseo. Ella, se derrumbó entre almohadones, levantando el camisón hasta la cintura. De refilón, se miró en el espejo del armario ropero, pero apartó – de inmediato – la mirada. Los ojos de Jaime la taladraban, quitándole los últimos vestigios de oposición . La mujer, la hembra, cerró los ojos unos instantes. Notó el suave crujido de los muelles del somier, al subir también él sobre la cama. Ella se estremeció, notando palpitar sus secos pezones.

Un alarido de placer rompió el silencio de la noche. El galán , amaba sabiamente a su enamorada. Acariciaba con su lengua rasposa, tremenda, delicada, ágil, maravillosa, la virginal entrepierna de Patrito. Apoyado con sus almohadillas sobre el Monte de Venus, sacaba las garras – lo justo – para hacer un amago de caricia en el bajo vientre de la odalisca. ¡ Qué gusto sentía Patrito !. ¡ Qué placer, tan innombrable, tan perfecto, tan puro… !.

Lamía Jaime la vagina y sus aledaños. Arrancaba gemidos de aquella garganta, que- hasta entonces - solo sabía de oraciones . Tras los tres primeros orgasmos, abandonó los bajos para subir a los altos. Se acurrucó sobre el abdomen de la hembra, para seguir dando lengüetazos esta vez a los pezones. El rabo, descansaba, cuán largo era, pasando justo, justo, por entre los labios de la vagina. Patrito, en el colmo de la lujuria, agarró el rabo con una mano trémula y , aprovechándose de su dureza peluda, comenzó a introducirlo por su sexo. Por suerte, su himen era ligerísimo, y con una pequeña presión, pudo meter la temblorosa punta. Bajó un poco más el gato, gentilmente, para que su amor se introdujese un poco más de porción de rabo. El felino, sacó algo más la lengua, para seguir lamiendo – solo con la puntita – el delicioso pezón.

Patrito aprendió a acariciar con la lengua a su amado. A masturbar su virilidad, adorando aquellos gordos testículos, que la habían enamorado.

Una vez más, el placer había triunfado en la Finca de 13 Rue del Percebe.

 

4.- LA ODALISCA DESDENTADA ( Sexo Oral )

 

 

Lupita miraba los labios de su vagina con el espejo de depilarse las cejas. Le encantaba abrírselos, urgar en ellos, juguetear con los pétalos de su rosa. Esforzándose un poco más, llegó a verse el oscuro ojal posterior. ¡ Tan limpio ! ¡ Sin hemorroides que lo afeasen !. Envidiaba al afortunado que llegase a poseerlo, a penetrarlo… Delicadamente, comenzó a frotárselo, introduciendo la yema de un dedo, previamente ensalivado. Dejó el espejo sobre la colcha para tener más margen de maniobra. Se palpó el potorro con la otra mano, masajeando el clítoris, haciéndose maravillosas cochinadas con los dedos trémulos.

Comenzaba a experimentar un terremoto, allá en el epicentro de su ser, cuando se abrió – sin avisar- la puerta de su habitación :

¡¡ Lupita !! ¡¡ Que se hace tarde, coño !!. ( Admirativo ) : ¡¡¡ Coño … qué coño !!!

El que lanzaba estas interjecciones era su hermano , Manuel, dos años más joven que ella, mientras no apartaba la mirada de la entrepierna de su diecinueveañera hermana. Ella, rápidamente, cerró el compás de sus muslos, mirando furiosa al nauseabundo adolescente que había osado interrumpirla en su acto de onanismo.

¡ Ya voy, joder ! – respondió, rechinando los dientes, la pelirroja - ¡ Y vete, ahora mismo, de mi cuarto , capullo !.

Cuando salió el muchacho – directo al baño – la hermosa muchacha se desperezó como un gato, y se levantó, de un salto, de la cama. Solo llevaba puesto un mínimo sujetador, por el que desbordaban sus bien provistos senos. Su piel era de una blancura satinada, con unas ligeras pecas, muy graciosas, repartidas por su nariz – respingona – y por los pómulos. Los ojos eran de un verde intenso, muy provocativos. Aunque lo más llamativo de su rostro eran – sin duda – sus dientes, perfectos tras varios años de llevar los hierros torturantes de un aparato corrector. En el ombligo – pese al cabreo de su padre – llevaba un piercing que, si lo mirabas bien – descubrías que era un diminuto falo. Su pubis , boscoso, lo llevaba ligeramente depilado en las ingles, para que no le saliesen mechones cuando iba a la piscina. Era alta, de muslos estilizados, prietos, como de mármol. Ella sabía que enardecía a los hombres. Todavía era virgen, ya que no había encontrado- de momento - al macho capaz de conseguir que se abriese de piernas. Para tocarse la almejita, ella se "arreglaba" bastante bien , sola y sin ayuda de intermediarios.

Su hermano la esperaba en el jardín, montado ya en su bicicleta. Ella, montó en la suya, mirando – de pasada – el bulto húmedo sobre la bragueta del short de Manuel.

Pedalearon bajo el sol estival, compitiendo para ver quién de los dos corría más. Excitados , riendo a mandíbula batiente. Lupita, que se jactaba de llevar la bicicleta mejor que su hermano, hacía virguerías, levantaba la rueda delantera, frenaba y daba brinquitos con la máquina… Queriendo dar un poco por culo al niño de los cojones, comenzó a ir – velozmente- con las manos en alto, mientras giraba unos segundos la cabeza , para gritar :

¡ Mira, Manuel, sin manos, sin manos !.

¡¡¡ Catacroccccc !!!

La bicicleta frenó en una piedra, Lupita salió por los aires, el bloque de granito la esperaba sonriente …

La odalisca emitió un sollozo ensangrentado.

¡¡ Manuel, Manuel, miz diendez, miz diendez !!.

Alrededor del mojón de granito, brillaban los piñonates de la desdentada.

 

***

 

Semanas después, la familia de Lupita y Manuel habían cambiado de domicilio. Ahora vivían en la Rue del Percebe , nº 13 . El padre de ellos, Don Zacarías, había aprovechado la ocasión al comprar un piso que vendía , a muy buen precio, una viuda reciente. Se rumoreaba que era ella la que le había dado el "pasaporte" a su esposo, un animal que la zurraba , día sí y día también, además de que se aprovechaba – sexualmente- de sus dos hijos de corta edad. Nadie lloró al hipócrita , pedófilo y maltratador. La viuda había malvendido el piso, con el afán de alejarse, lo antes posible, de aquél sitio que le traía tan malos recuerdos.

***

Juanjo, el marido de Azucena, era un espécimen de macho bastante potable. Había sido muy deportista en su , no muy lejana, juventud, y aún conservaba todos sus músculos en su sitio. De facciones no andaba mal. Ni feo ni guapo. Corrientito, pero muy simpático : no se le caía la sonrisa de la boca. Aunque, aquél día, iba algo quemado. Azucena, cada vez le daba más largas a sus – lógicos – deseos de cópula marital. Siempre tenía alguna excusa. Y él, ¡ vamos ! ¡ todo hombre tiene sus necesidades !. Para no enzarzarse en una pelea, había salido a correr un rato. Volvía sudado, con la camiseta casi pegada al cuerpo. Los pezones le asomaban bajo los estrechos tirantes. Los shorts , habían salido de mala calidad, pues, al primer lavado, debían haber encogido – por lo menos – dos tallas. Se notaba el paquete abultado, oprimido, reventón. ¡ Solo le faltaba eso !. ¡ Con las ganas que tenía de follar !…

Dudó entre coger el ascensor o subir corriendo. Aquel ascensor estaba ya un poco cascajoso, y fallaba más que una escopeta de borracho. Optó por arriesgarse, y entró en la cabina. Cuando iba a cerrarse la puerta apareció una muchacha en minifalda que puso la mano para impedir que se cerrase del todo. Juanjo quedó deslumbrado por el cuerpazo de la niña. ¡ Menuda hembra era la caballera !. ¡ Y qué tetas !. Se hizo a un lado para que la chica pasase. Ella, saludó en voz baja, como avergonzada, casi sin abrir los labios .Comenzó el armatoste a subir. De repente, un chirrido, y la cabina se paró entre dos pisos. Ambos intentaron – a la vez – pulsar los botones. Juanjo sintió la opresión de los pezones de la chica , sobre sus propios pezones. Una ardiente vulva rozó su paquete. Se miraron intensamente a los ojos, unidos por una corriente de chisporroteante electricidad estática. La pelirroja, más rápida, se le tiró al cuello, chupando con ansia la nuez de Juanjo. Le subió la camiseta hasta dejársela por detrás de la cabeza y, bajando , bajando, se lió a sorberle las tetillas, mientras las manos le bailaban sobre el paquete del macho. Juanjo se dio por vencido. Como ella llevaba la iniciativa, se dejó hacer, recostándose sobre la pared metálica del cubículo. La chica, presa de una excitación poco corriente, le retorció los pezones, mientras se arrodillaba ante él. Buscó con sus labios, gruesos y sensuales, el abultamiento del falo bajo la liviana tela del short. Lo recorrió de cabo a rabo, calentándolo – aún más – con su aliento de perra salida. El joven, apunto de explotar, se bajó el mismo el pantaloncito hasta las corvas, liberando el trozo de carne dura , que rebotó – como un muelle – contra su ombligo. La hembra , acuclillada, se lanzó contra la pieza, engulléndola de un bocado. Juanjo quedó anonadado por la sensación tan placentera que – de inmediato – le recorrió desde las cervicales hasta la rabadilla. Incluso se le dilató el esfínter, del gustazo que le dio. La muchacha tenía una cavidad enormemente suave, cálida, húmeda, grande… La punta del glande del joven – de proporciones bastante considerables – desaparecía entre aquellos labios gruesos, dulces, blandos, tan mullidos como higos maduros. La cabeza de la pelirroja comenzó un vaivén goloso, desde la punta a la base del miembro viril. Chupeteaba con tal maestría, que Juanjo pensó en que iba a correrse de un momento a otro. Pero no. Aún quedaba lo mejor. Abriendo un poco más la boca, la jovencita metió – también – un testículo… ¡ y luego el otro ! Aquello era inverosímil. Aquello era fantástico. Aquello era la repera . ¡ Cómo podía meterse semejante banana acompañada de los dos cocos ! Aquello era un cóctel de frutas, y la boca de la niña una coctelera que se agitaba, lo mordisqueaba sin hacerle ningún daño, lo succionaba, lamía, amaba y enamoraba. Semejante boca no era humana. Juanjo se imaginó un oso hormiguero haciéndole una fellatio. Aquello era irreal. Animalesco. Sensual. El colmo de la lujuria, de la lubricidad … Chirrió el ascensor poniéndose en marcha, coincidiendo con el brutal, inacabable, desbordante orgasmo de Juanjo. Los espasmos lo recorrían de arriba abajo. Ella, aguantaba la riada, sin sacar ni un centímetro del masculino rabo de su boquita de piñón. Desfallecido, Juanjo , rompió el silencio para preguntar el nombre de aquellos maravillosos labios, de aquella gloriosa boca, de aquella muchacha de belleza y arte sin igual.

Lupita – dijo ella mirándolo a los ojos. Y, al abrir la boca para sonreírle, una ola de espumeante semen le cayó por las comisuras, mostrando , de paso, la sonrosada superficie de sus desdentadas encías.

 

5.- QUESOS Y BESOS ( Fetichismo )

Los orificios nasales de doña Carmen, la madre de Lupita, se dilataron - en vano – olisqueando los zapatos de su esposo. ¡ Nada !. Ni un solo rastro de olor. No sabía como se las arreglaba su cónyuge , para no tener el menor atisbo de "perfume" en su calzado. Y de sus pies, no digamos. Le olían a cualquier cosa, menos a lo que debían a olerle, a lo que huelen los de cualquier persona : a pies, a exquisito requesón.

Y , eso, precisamente eso, iba a acabar con su matrimonio. Porque, doña Carmen, desde su pubertad, tenía conectados los centros sensoriales de su napia , directamente, con su vagina. A ella no la excitaban los piropos. Ni las miraditas lánguidas. Ni los besos robados. Ni los fugaces tocamientos de estas o aquellas partes blandas- más o menos ocultas - de su cuerpo… ¡ No, qué va !. ¡ Donde hubiese un buen olor a pies, rico, apestoso, sensual … que se quitase todo lo demás !. Pero ¡ ay !, su educación había sido muy fina. Demasiado fina. Jamás tuvo confianza con nadie, ni hasta con su mejor amiga, para confesarle su "vicio". Y, muchísimo menos, con quien luego fue su esposo. ¡ Antes muerta que descubierta !.

Pero los años pasaban. Sus fingidos orgasmos , cada vez eran más fingidos y menos orgasmos. A ella no le excitaba su marido en absoluto, ni lo más mínimo. Desde antes de casarse. Engendró hijos. Cumplió , obediente, el débito conyugal. Su marido , jamás, tuvo una queja de su comportamiento en la cama. Pero todo era mentira. Una vil mentira. Ella no gozó nunca. Al principio, como tantas otras, creyó que, eso, era lo normal. Solamente el esposo podía disfrutar. Doña Carmen, en su noche de bodas, estaba inquieta, expectante. Se desnudó, rápidamente, metiéndose en la fría cama ( se casaron en pleno invierno ). El, muy machito, le mostraba la dureza de su falo. A ella ¡plim!. Lo que quería era que se descalzase. Que la inundara de olor a pies. Tuvo una tremenda decepción al no atisbar nada de nada.

Hay que reconocer que, su esposo, hizo todo lo que pudo para satisfacerla. La acarició entre las piernas. La lamió a más y mejor por el conejo y su guarida. La penetró suavemente, fuertemente, de todas las formas posibles. Finalmente, ella tuvo una idea. ¡ Que la cogiese estilo perrito ! Así lo hizo el buen esposo. Ella, ladina, con el culo en pompa, fue deslizándose por el lado de la cama, hasta casi tocar el suelo con la cabeza. Allí, mientras el marido le daba por donde amargan los pepinos ¡ ñaca que ñaca !, ella, como un podenco, olisqueaba los zapatos, los calcetines… sin encontrar ningún olor que llevarse a los centros sensoriales. Sollozó , inconsolable : su líbido no existía. Mientras, el esposo, ajeno a su drama, derramaba su simiente en el abierto surco. Nueve meses después nació Lupita.

Y , de eso , hacía ya 19 años. Después de Lupita, nació su hermano Manuel. Y , el tema, seguía igual.

Pero, cierto día, cuando Manuel ya era un muchachito en flor, con sus hormonas revueltas, su testosterona rebullendo en su cojoncillos, con sus granos pajeriles asomando a su rostro de adolescentario ( según Lezama Lima ) , algo pasó en la vida de doña Carmen.

Volvía de la calle bastante tarde. La cena sin hacer. Todos esperándola en casa. Entró al salón, chillando – nerviosa – por los trastos que había tirados por medio. De repente, tropezó con un objeto que había junto al sofá. La imprecación murió en sus labios. Un inaudito perfume , glorioso, sensual, llenó sus fosas nasales. A la vez, su coño aleteó como una inmensa mariposa con pelos. Miró hacia abajo, se agachó, cogió el objeto para identificarlo : una zapatilla – de deporte – de su hijo. Era tal la excitación que sentía, tal el chapoteo de los jugos en su concha, que – tirándola a lo lejos, como si quemase – salió corriendo hacia su dormitorio. Se sintió sucia, incestuosa. ¡ Casi se había corrido oliendo una deportiva de su propio hijo !. Lloró inconsolable y , argumentando una jaqueca, se acostó para no tener que aguantar las preguntas de su familia.

Por suerte, al día siguiente, Manuel se marchaba de intercambio de estudios a otro país. A la vez, venía otro muchacho para hospedarse en su casa. Fueron a recogerlo al aeropuerto. Era un chico algo mayor que Manuel. Un "guiri" de pelo rubio y crespo, ya casi un hombre. Antes de mirarle la cara, doña Carmen, le miró los pies. Quedó alucinada : aquel muchacho podría , muy bien, muy bien, dormir de pie. ¡ Qué cacho pinreles !. ¡ Aquello en lugar de pies , parecían las tumbas de dos filisteos !. También llevaba unas zapatillas de deporte, bastante baqueteadas por el uso. En cuanto llegaron a casa, la señora, muy amable, propuso al invitado que se pusiese cómodo. Que se quitase las zapatillas – si quería- y las dejase en el suelo. Podría ir descalzo sobre el suelo enmoquetado. El, algo tímido, rehusó.

De madrugada, una sombra vagó por la casa. Doña Carmen, como un alma en pena, fue a la cocina, se preparó un vaso de leche. Se lo bebió. Preparó la comida del día siguiente. Fregó la vajilla, el suelo y las paredes. Al final, se convenció a sí misma de lo que quería. Haciendo de tripas corazón, entró en la habitación del invitado. Dormía desnudo. Pero, eso, a ella , le importaba una higa. Nada más entrar al cuarto, se tuvo que apoyar en la pared, con las piernas temblando y el chumino chorreando : había tal pestazo, tal delicioso olor a queso putrefacto, que sintió que iba a hacer una locura. Se agachó junto a la cama y , golosa, agarró ambas zapatillas, hundiendo – ora en una , ora en otra – su prominente nariz en cada una de ellas. ¡ Gloria bendita – pensó – Dios existe ! . Ni los cocainómanos inhalan con tal fuerza al hacerse una raya. Dispuesta a todo por el todo, se ató una zapatilla sobre la cara, con los cordones haciendo un lazo sobre la nuca. Así, como si llevase puesta una mascarilla, levantó la vista para ver mejor al invitado. No estaba mal el muchacho. Pero lo mejor, sin duda, eran sus pies. ¡ Tan grandes !.El hedor que desprendían casi se podía visualizar, de tan espeso como era. Acercó su nariz a ellos, apartando – momentáneamente – la "mascarilla". Olisqueó como un gourmet. Delicioso. Queso camembert, con sus gusanitos y todo. Tuvo una idea atrevida. ¡ Un día es un día ! ¡ Pelillos a la mar !.

Volvió a ponerse la zapatilla sobre el rostro e, inhalando profundamente, se acercó al pie derecho del muchacho – que sobresalía del final de la cama- y, subiéndose el camisón, restregó la entrada de su vulva sobre el dedo gordo del "guiri". Los profundos aromas de la zapatilla, ofuscaron – todavía más – sus recalentados sentidos. Apretó su jugosa entrepierna , haciendo fuerza hacia delante, hasta que entró – en su totalidad- el dedo pulgar en la vagina. Un centelleo de lucecitas le nubló la mente. ¡ Aquél olor maravilloso, aquél dedo fálico, aquella aventura extramatrimonial – en su propia casa, a un paso de su inodoro esposo… !. Fue demasiado. Se corrió como una descosida. Tuvo un orgasmo brutal. El primero de su vida. Le titilaron todos los centros nerviosos y sexuales de su cuerpo. Con los ojos cerrados, siguió moviéndose contra los dígitos que quedaban. Los fue metiendo en su raja. Poco a poco. Unos, dos , tres… hasta cinco. Todo el pie. Tenía suerte de ser tan flexible en sus partes bajas. Toda la libido, dormida, de su cuerpo, comenzó a despertar. Notó sensación en los pezones ( cosa que, jamás, le había ocurrido ). El clítoris le avisó de su existencia. Hasta el ano le dijo algo, con su oscura voz de tonos marrones . Subió sus manos hasta los pechos, retorciendo los pezones. Luego, dejó una mano arriba y bajó la otra , hasta la rosita de pitiminí. Un movimiento, ajeno a ella, dentro de su vulva, le hizo abrir los ojos. ¡ El muchacho la estaba mirando !. ¡¡ Y estaba empujando, su pie, dentro de su sancta sanctorum !!. Y le sonreía. Y volvía a empujar, delicadamente, haciendo medio girar los dedos allá dentro. Doña Carmen, notaba el dedo gordo del guiri conversando con sus ovarios.

El chico, para ocupar sus manos ociosas, se hacía una paja sin dejar de mirarla. A dos manos. Y, cuando se corrieron – los dos a la vez, naturalmente – ambos se tiraron unos besos al aire con la punta de los dedos para comunicarse su mutuo gozo.

Desde entonces, Doña Carmen, ya fue incontrolable. Hizo lo imposible para que la emplearan como dependienta en una zapatería. Se ofrecía – todas las Semanas Santas – para lavarles los pies costrosos , a los 12 pobres de turno. Era vista con asiduidad en los atrios de las Mezquitas, allí donde se descalzan los fieles. En fin, dio rienda suelta a su libido galopante que, entre quesos y besos, había despertado en ella el "guiri" del intercambio.

 

6.- CLOP – CLOP – CLOP ( Dominación )

Rufino Buitraguez, Inspector de Hacienda, bajó del taxi en la esquina de la calle Rue del Percebe. Portaba una larga gabardina negra, de alto cuello subido. Sobre su cabeza, un sombrero a lo Bogart. En la blanca mano, escuálida y afilada como garra de ave de presa, un pesado portafolios. Caminó hacia el número 13 casi sin pisar el suelo, deslizándose como un robot de los dibujos animados. Estaba ya muy avanzada la tarde, casi anochecido. Las luces de las farolas callejeras daban a su sombra un aspecto fantasmagórico, tipo Nosferatu.

Entró en el portal el Inspector. Con un jadeo, apenas audible, contestó a la dura voz que se oyó por el telefonillo. La puerta se abrió con un chasquido, lo suficiente para que pasasen el Sr. Buitraguez y su portafolios. Tuvo la suerte de que no iba nadie en el ascensor. Bajó en la 3ª planta. Un letrero de : "Doctora Godiva.- Masajes y Otros", le informó de que no iba mal encaminado. Su corazón, siempre frío como el hielo, dio un latido de más. De su boca y de su glande, fluyeron sendos hilillos de gélida baba. Alguien debía estar mirando por la mirilla, pues – cuando iba a tocar el timbre – se abrió la puerta con un chirrido de goznes faltos de grasa. Entró el hombre con mirada de ave predadora. El criado, un vejete – antiguo defraudador del fisco – tembló al reconocerle. Le recogió el abrigo y el sombrero. La cartera no consiguió arrebatársela de la rígida garra. Le dijo que esperase y se marchó entre reverencias…

El recibidor estaba decorado muy coquetonamente , para despistar. Desde allí, partían dos puertas paralelas. En una de ellas figuraba el letrero de "Privado", en la otra: "Consulta". En el silencio de la tarde, a Rufino Buitraguez le pareció escuchar – procedente de la "Consulta"- los alegres aires de "Mi Jaca", cantados por Estrellita Castro.

No tuvo que esperar mucho. En su llamada de teléfono, efectuada aquella misma mañana desde el Ministerio, ya habían acordado los "servicios" que quería el cliente. Se abrió la puerta de la Consulta. Una voz en "off" le indicó que se pusiera o pusiese en pelotas. Así, como suena. El, obedeció, sin rechistar. Desnudo totalmente, sin un hilo de ropa encima , su cuerpo daba más asco que pena. Sobre la cabeza, pequeña como una alubia, campaban cuatro pelillos de rata de alcanarilla. Los ojos, hundidos muy al fondo de las órbitas. La nariz, ganchuda, de la que pendía – en invierno y en verano – una gotita, finísima y transparente , de moquillo. La boca, consumida, con huecos entre los dientes y que le daban más apariencia de almenas de muralla que dentadura humana. La nuez , un prodigio prominente en el centro de un gaznate interminable. Su espalda encorvada, su nariz aguileña, sus mejillas chupadas… todo confabulaba para darle el aspecto de una nauseabunda ave rapaz. El pecho era estrecho y las caderas huesudas y sobresalientes. Entre los largos y escuálidos muslos, pendía un larguísimo miembro viril, adornado con dos penduleantes testículos, apenas cubiertos por un ralo vello púbico de color gris sucio.

Cuando la voz en "off" le indicó que se pusiese a cuatro patas, él siguió obedeciendo. Tal era la longitud de su pene que, en esa postura, casi arrastraba por el suelo. Su columna vertebral era un poema : sobresaliente como una cordillera, junto con las paletillas, terminando en el hueso glorioso de la procaz rabadilla. Se abrió una puerta en un lateral. Apareció una virago, vestida de arriero. No le faltaba ni la boina. Llevaba chaleco, faja roja y pantalones de pana marrones. Los pies, calzados con unas abarcas de goma. En la mano llevaba un zurriago. Sin decir " esta boca es mía", para darle las buenas tardes le arreó en las ancas del cliente una buena somanta de palos , hasta que se le puso dura ( a Rufino ). Luego, desde un armario, tiró un par de sacos de harina sobre las costillas del cliente. Los ató con unas largas tiras de cuero, pasándolas bajo el vientre y por entre las piernas, aplastando lo más posible los testículos del nuevo "animal". Entre los dientes amurallados, enganchó un bocado de hierro, al que ató unas riendas de cuero flexible. Enjaezado de tal forma, el mulo , medio aplastado por los pesados sacos, se tiró un pedo al intentar adelantar una pata. Llovieron los zurriagazos del gañán. No se paró en mientes de donde pegaba : en el cuello, en las ancas, en los muslos, en la parte libre de la espalda ( poca, pues estaban los sacos ). El mulo, no sabía si reir o llorar. Al final, como dar un relincho le parecía demasiado fino, rebuznó como un borrico, agachando las orejas. Comenzaron a andar por un largo pasillo. El suelo estaba cubierto de paja húmeda, casi convertida ya en estiércol como en una cuadra. Aquí y acullá humeaban boñigas recientes. Entre las pajas, traicioneros, había escondidos algunos cardos, que se clavaban en las palmas y en las rodillas del sufrido Rocinante. A todas éstas, él sin soltar la cartera. La llevaba con una cadena sujeta a su muñeca. Allí llevaba las vidas de varios empresarios de Madrid, esperando ser "pasados por las armas" de Hacienda. De momento, ( y no era muy bueno el augurio ), se tendrían que conformar con ir arrastrados por un pasillo lleno de mierda caballar. Al pasar por un pequeño saloncito, vio enganchado en una noria a un conocido diputado, venga dar vueltas y más vueltas , sin parar. No le faltaba ni el sombrero de paja, por el que le asomaban sus bien provistas orejas. En otro reservado, un cardenal – que no se había acordado de quitarse el bonete- llevaba montado a horcajadas al vejete que estaba en la recepción , pero ahora vestido de lagarterana. La bella de Lagartera, metía – de cuando en cuando- un salaz consolador en el inconsolable trasero de tan augusto prelado.

Sudando como un borrico, llegó a un pequeño abrevador donde sumergió el morro, sorbiendo el agua tibia entre bufidos de deleite. Enseguida lo apartaron de allí. Le quitaron los sacos del lomo y , con un cepillo de púas, le dieron una buena pasada , hasta que lo dejaron con más mataduras que al corcel de un gitano. Y él, con la pija cada vez más dura. Tanto era así, que se daba con ella golpes de pecho : como las beatas en misa.

La Doctora Godiva aprovechó, mientras lo estaban aseando, para cambiarse de atuendo. Bajo la boina garrulera, apareció una hermosa mata de pelo rubio-peluca. Se maquilló en un pis-pas, y quedó con una cara que parecía un travestí imitando a Edith Piaf. No llegó a cantar "La vie en Rose", pero le pegó un fustazo en la cara al Inspector de Hacienda ( éste se lo dio de parte del abuelote, que lo había reconocido como el inspector joputa que lo había dejado en la puñetera calle unos años antes ), que le dejó una marca desde el cuello a la quijada. El no podía más : estaba a punto de eyacular. La fémina, ahora medio desnuda, estaba algo metidita en carnes. Las tetas le rebosaban por el escote del corsé de cuero. Las nalgas, dos lunas llenas repletitas de celulitis de primera calidad, también asomaban sus carnosidades. La Doctora, vestida de amazona, se fue unos metros tras él y , dando una carrerilla – como si estuviese jugando a "Churro, media manga, mangotera", se apoyó en su rabadilla, saltó al aire y se dejó caer , con toda su fuerza – y su peso- sobre el frágil costillar de la cabalgadura. Rebuznó , otra vez, el Inspector. Ella le dijo por lo bajini : "Ahora relincha, zopenco, y no rebuznes". Se puso la mano en la cadera y , mientras con la otra le dejaba el muslo morado de verdugones, lo hizo trotar a los alegres sones de "Mi Jaca " ( no tenían otro disco ). Clavaba la dómina unas grandes espuelas en los hijares ensangrentados. Metió una mano bajo el vientre de la caballería y , de un zarpazo, agarró el rabo viril, dándole dos o tres meneos ; no hizo falta más. Cayó, despatarrado, el rocinante sobre su propio charco de semen. Ella, fastidiada, le pegó con la puntera afilada de la bota donde más le pudiese doler. A trancas y a barrancas, él se arrastró los últimos metros que le quedaban por consumir. El precio había valido la pena.

Bajando en el ascensor, limpió un poco de mierda de boñiga – pegada a su maletín – mientras mordisqueaba una algarroba, obsequio de la casa.

7.- SENOS Y COSENOS ( Sexo con Jovencit@s )

Rosita se masturbaba con la pata de unas gafas de sol mientras miraba una revista de chicos en pelotas. No lo podía resistir : desde que se había marchado su cuñadito, tenía " mono" de carne fresca. Acababa de llegar del kiosko, convenientemente disfrazada, con un gran pañuelo que le cubría la cabeza, unas enormes gafas de sol, su chándal de hacer footing y, naturalmente, sus zapatos de tacón ( a ella le gustaba, siempre, llevar un detalle elegante, aunque fuese vestida de trapillo ). Había elegido una revista "gay" , al azar, sabiendo que – en ellas – siempre se encuentra la "carne" de primera calidad. Apenas entró en casa, más caliente que un ajo, se tiró de cabeza al sofá, abrió con una mano la revista, mientras – con la otra – se quitaba el pantalón de deporte. Como lo que tenía más a mano para meterse "inter-pernorum" eran las patillas de las gafas, pues eso hizo. Primero metió una puntita. Luego , hasta la mitad. Al llegar a la página central, donde jugaban al fútbol varios efebos- con los rabos saliendo por las cortas perneras de los pantaloncitos de deporte - ya le faltaban centímetros de patilla para meterse. Los cristales de las gafas, empañados por el vaho almejil, los llevaba casi incrustados en la entrepierna, dando la impresión que tenía a un señor con barba, vendiendo el cupón pro-ciegos, en sus partes bajas.

Sonó el timbre de la puerta. Maldijo en arameo: ¡ otro orgasmo que se le había ido al carajo !.

Envuelta en un batín de baño salió a abrir la puerta con cara de pocos amigos. Era el nuevo vecino. El marido de esa señora tan rara, a la que había pillado Rosita oliendo unos zapatos viejos en el contenedor de basura. El señor se presentó, muy amable. Le preguntó si era cierto que, ella, era profesora de matemáticas. Rosita enarcó una ceja antes de contestar: sí , lo era, aunque ahora estaba en excedencia. El, farfulló algo de si le interesaría dar clases particulares. La muchacha , estuvo en un trís de decir que no, y cerrarle la puerta en las narices. ¡ Pues estaría bien la cosa, encerrarse- no sabía cuantas horas- sola con aquél carcamal no!. Se contuvo, y tuvo la sangre fría de preguntar quién sería el alumno. El, se dio la vuelta, como extrañado de no encontrar a quien suponía debía estar tras él.

¡ Manuel ! ¡ Manuel ! - gritó al rellano de la escalera.

Rosita, que aún tenía las cejas enarcadas, abrió los ojos desmesuradamente al ver al tal Manuel, que apareció – tímido como una colegiala – en un rincón del descansillo.

¡Hola !- balbució el caballerete.

¡ Hooooooola! – musitó la beldad, con la mirada extraviada, perdida en la abultadísima entrepierna del muchachote.

El chaval iba con shorts de jugar al fútbol. Parecía sacado de la página central de la revista recién comprada por Rosita. Solo le faltaba que le asomara un palmo de polla por la entrepierna. Y , eso, viendo el movimiento que llevaba la "cosa" – pues el chico no le quitaba ojo de las tetas – estaba a punto de pasar. Rosita , siguiendo la absorta mirada de Manuel, se percató que – a ella- le asomaba un pecho bajo la bata de baño. Metió kilo y cuarto de teta bajo la ropa, arreglando el escote con disimulo. Pronto llegó a un acuerdo , con el padre del chico, para el pago de los emolumentos. Con los horarios , no había ningún problema. Incluso – si querían – podrían comenzar ahorita mismo ( propuso esperanzada ).

¡ Sí, sí ! - aprobó , Manuel, con entusiasmo.

Pues, de acuerdo – dijo el padre, congratulado por el fervoroso ( e inaudito ) entusiasmo estudiantil de su retoño.

Quedaron en que, el chico, recogería los libros , y subiría al cabo de diez minutos.

No hace falta que te cambies, Manolín, – dejó caer, muy ladina, la Rosita- será como si estuvieses en tu propia casa.

Cuando cerró la puerta, Rosita corrió como un gamo hasta el baño. Hizo sus necesidades fisiológicas en un santiamén. Sentada en el bidet, dio de beber al ciego de la tupida barba, remojándole bien los labios. Secó bien la entrepierna con el secador de aire y, en dos brincos, llegó al dormitorio. Se puso – sin bragas debajo – la faldita de sus bailes caribeños con Azucena. Perfumó sus sobacos pelones con agua de azahar, remojándose – también – entre los abundantes senos. Ya estaba sonando el timbre. Acudió a abrir, mientras se colocaba una blusa semi-transparente y muy ajustada. Pilló a Manolín rascándose los testículos. El se había acicalado también. Su pelo apuntaba hacia arriba, recién engominado. Se había cambiado la sudada camiseta de fútbol por otra de tirantes, de tejido de malla, muy ceñida al torso. En la parte de abajo llevaba el mismo short. Pero , el ojo avizor de la depredadora, se percató de que ya no llevaba – debajo – el calzoncillo. Lo hizo pasar entre sonrisas. Se sentaron en la mesa del comedor, muy juntitos. Rosita aspiraba los olores a macho joven : sudor y semen a partes iguales . El se deleitaba con los asombrosos perfumes de hembrita en celo , que le subían desde la entrepierna de la joven casada.

Manolín estaba atascado con los senos y cosenos, tangentes y cotangentes. Esas cosas tan aburridas que tienen que aprender los jóvenes. Ella, intentando encontrar las palabras más adecuadas para expresarse, inspiró profundamente. Los gordos pechos tensaron la blusa. Un botón brincó sobre la mesa. Manolín miraba de reojo, tratando de aprender todo lo que pudiese sobre senos, ya que no de cosenos. Rosita, haciéndose un lío con grados y medidas, terminó pensando en lo que le mediría al muchacho. ¿ Serían 17? ¿ Serían 20 ?. Por la abertura del pantaloncito asomaban ya, por lo menos , unos 14. Teniendo en cuenta lo que tapaba el pantalón… ¡ no podía ser! . ¡Sumaban, tirando por lo bajo, 25 cms. ! . Con las bocas hechas agua, Rosita, comenzó a titubear. Sin saber como, se encontró con la mano sobre la rodilla del muchacho. Avanzando un poco más, ya se topó con la punta de la flauta de Manolo. Respingó el escolar y, sintiéndose atacado, se tiró sobre los airbargs de la maestra, aplastando la cara entre los rebosantes melones. A ella le faltaron manos para pellizcarle, para sobarle, para cogerle- a manos llenas – testículos y falo, nalgas , muslos y tetillas… El, más lento, (¡ pobrecillo, era su primera hembrita !), braceaba a diestro y siniestro. Metió su mano – hasta la muñeca- en la bostezante boca inferior de la sensual profesora. Sus labios se resistían a dejar de chupar los sabrosísimos pezones, gordos como fresas silvestres. Metió la mano bajo la faldita, y cargó contra las nalgas de Rosita- llegando , incluso, a la entrada del tesoro posterior…

Rosita se rehizo. Aquello no podía seguir así. Todo lo que está bien, está bien.

Lo cogió de la mano y lo arrastró hasta el dormitorio. Sobre la mesita, ella y Felipe, vestidos de novios, se daban el pico en la puerta de la iglesia. Rosita, puso la foto boca abajo al pegarle con el codo mientras buscaba un preservativo en el cajón. Sacó uno, de los de Felipe, claro. A ojo de buen cubero, calculó pesas y medidas : le iba a estar tarín marín. Rompió el sobrecito de una dentellada. El chico, presentaba armas ante ella, con el short bajado hasta los tobillos. ¡ Menudo pollón, se gastaba el efebo!. Ríete tú – pensaba en silencio la golosona – de los muchachos de Bel Ami. Desenrrolló el finísimo caucho , cubriendo la venosa verga. En un tris estuvo el Manolín de correrse con aquellos preliminares. Ella, notando algo, le dio un apretón en lo huevecetes. Respingó de dolor el muchachín, rebajando durante un instante sus ardores. Aprovechó ella para despelotarse del todo. Acostada cuan larga era sobre la cama, levantó los muslos en un ángulo obtusángulo. El, le buscó el vértice y, como escolar aplicado, lo encontró enseguida. La hipotenusa de Rosita estaba que echaba humo. Necesitaba una tangente que la dividiese en dos. El , la complació con lo que tenía más a mano, que era su pollón de 25 cms. Entró en toda su longitud, aunque algo apretadito por el inesperado grosor. Comenzó la clase magistral. Ella , le soplaba fórmulas al oido. El, cumplía al pie de la letra todas las instrucciones. Pronto se inundó la habitación con el olor a goma quemada del Durex friccionado hasta saltar chispas…Tuvieron que cambiar el recubrimiento fálico. "A nuevo condón, nuevo rincón ", canturreó la maestra, poniéndose culo en pompa. Atacó Manolito la parte trasera de la lección. El capítulo le agradó, y mucho. Aquello era como un cuchillo caliente, introduciéndose en mantequilla ( más caliente todavía ). Agonizaba de dolor y placer la Rosa, bendiciendo al enorme falo, maldiciendo las molestas hermorroides. La hermosa hembra tenía su cuerpo trufado, ya, de orgasmos. El chico, acordándose de una "peli" porno, vista con sus amigotes, se quitó el preservativo, a la vez que aspergiaba con su hisopo la tersa espalda de la pecadora…

Con las rodillas temblando, Manolín se guardó los 10 euros que le dio Rosita , con los 6 euros que le había dado su padre para pagar la primera lección. ¡ No estaba mal, eso de aprender sobre senos y cosenos !. Aquél curso, lo aprobaba. Seguro.

 

 

8.- CARMEN LA CORTESANA ( Interracial)

En pelota picada, Carmen anduvo por el largo pasillo hasta la lejana cocina. En una cazuelita de barro, se freía, a fuego muy lento, un muslo de pollo ya salpimentado. Estaba ya dorado. Le añadió una cebolleta picada muy fina . En el mortero, machacó dos ajos con unas hojas de perejil y cuatro almendras sin piel, echando todo el majado en la cazuela de barro. Lo revolvió a conciencia , añadiendo una hoja de laurel. Cuando le echó medio vaso de vino blanco, el guiso exhaló unos vahos que le hicieron gruñir el estómago. Cinco minutos después, casi consumido el vino, volcó encima del muslo de pollo un vaso de agua. Cuando comenzó a borbotear , picó un huevo duro y , tapando la cazuelita, lo dejó todo cociéndose a fuego muy, muy lento. Una barra de pan de Kg. , recién hecho, esperaba sobre la mesa de madera, para mojárselo – trozo a trozo – en la exquisita salsa resultante. Se relamió los labios mientras se dirigía a la ducha.

Una voz finísima emergió del cuarto de baño de la puta. Parecía como si doña Concha Piquer se estuviese duchando con ella. Sus cuerdas vocales eran un prodigio de la naturaleza : igual te emulaba a la divina española, como se arrancaba con unas rancheras de Jorge Negrete. Y , eso, solo era una mínima parte de sus habilidades.

Volcó medio litro de gel sobre su cuerpo. Cogió un seno con las dos manos, masajeándoselo hasta que el pezón le gritó que no podía más. Repitió la misma operación con el otro. La alcachofa de la ducha la nimbaba con una nube de agua tibia. La espuma brotaba de su cuerpo, vistiéndola con un largo traje blanco muy ceñido . Dio más fuerza al agua. Ahora caía un fuerte chorro, como el de un semental orinando. Agarró con mano fuerte la ardiente manguera, y dirigió el líquido contra su cuerpo, limpiando todo el jabón. Repiqueteaba el agua en sus duras carnes, restallando como minúsculos latigazos. Con su mano izquierda abrió las valvas de su almeja, para que el agua llegase hasta sus profundidades submarinas. Quedó limpia como una patena.

***

Carmen, puta de profesión, peinaba morosamente los pelos de su pubis. Utilizaba, como siempre, una peineta de plata ( perteneciente a la primera Fallera Mayor Infantil de Valencia) .Había sido un capricho ( lo de comprarse la peineta ) que le había costado un ovario. Pero eso, a ella, no le importaba. Siempre quería lo mejor de lo mejor. Y , esa pequeña peineta, con sus púas que le araban el Monte de Venus, que le dejaban su - ¡ ay ! antaño frondosa – cabellera pubiana, como si acabase de salir del "coiffeur pour dames ", eso … no tenía precio. Terminada la sesión de peluquería, dio –también – por terminada la lavativa que, con agua de azahar, se daba todas las mañanas. Para tan recomendable acto de higiene personal, Carmen se había hecho fabricar una réplica , en látex , de la verga del ex-famoso porno-star Jhon Holmes, a tamaño natural. El agua de azahar, mezclada con unas gotas de un suavísimo jabón para la higiene íntima, le llenaban los intestinos como si fuese una lavadora. Tras vaciarse – a golpe de pedorretas – quedaba lo más placentero : el centrifugado. El famoso miembro , conectado a un émbolo que imitaba a los de las antiguas máquinas de vapor, la tenía sus diez buenos minutos con los ojos en blanco. Ya estaba preparada para ejercitar, un día más, su profesión : el oficio más antiguo del mundo que ella se encargaba de renovar, día a día, como si se acabase de inventar.

En el dormitorio que usaba con la clientela ( distinto del suyo propio ), Carmen tenía un vestidor enorme, con cientos de disfraces según los requerimientos de cada cliente. Miró en su lista para ver el que debía ponerse : dentro de media hora llegaría el primero. Hoy le tocaba, a ver, a ver … de sevillana. Buscó en el sub-apartado de "trajes folklóricos". Sacó uno blanco, precioso, cuajado de volantes y flecos. Se lo puso en un santiamén, con los aderezos necesarios : collares, pulseras, unas enormes flores blancas para el pelo… Sentada ante el espejo de múltiples bombillitas se dirigió una mirada apreciativa. Era hermosa, muy hermosa. Sus ojos – lo mejor de su rostro – podían cambiar, a voluntad de su dueña, desde la candidez de una colegiala virginal … a la dureza de una puta barriobajera. También podía tener la expresión de : ama de casa agobiada, de mujer de negocios ( fría y cerebral ), de gilipollas ligerita de cascos, de viciosa ( sensual y caliente ), de lectora pajera de TR … Últimamente estaba ensayando la de madre incestuosa, y , tenía, a punto de caramelo, la de vecina sorprendida de ver el rabo de su vecino adolescente .

Los labios de Carmen eran gruesos, jugosos, carnosos, chupadores. De negra, vamos. Porque (y esto no sé si ya lo habíamos dicho ) : Carmen era negra. Pero no de un color negro desvaído, tipo café con leche o nata . No. Negra como el carbón. Negro brillante, hermoso, sensual. Y , claro, sus movimientos estaban acordes con su color. Cada movimiento suyo era un canto a lo exótico, como si su sangre fluyese por sus venas al son de una melodía caribeña, que hacía que sus 150 kgs. de peso pasasen a un segundo término. Si, Carmen también tenía un ligero sobrepeso, pero sus kilos de más los tenía tan bien repartidos, que casi no se notaban. Su trasero era ENORME. Deliciosamente grande. Como dos sandías de tamaño superlativo, oscuras y apetitosas en grado sumo. Además ella le imprimía un bamboleo tan rico, tan gracioso, tan sexual, que ningún varón – hetero – sobre la tierra, se fijaba en su gordura. Simplemente, cuando lo observabas, te entraban unas ENORMES ganas de penetrarlo, de ocuparlo con tu cosita, con tu dedito, tu manecita… Y se adivinaba tan LIMPIO, con ese aroma a azahar, como si tuviese un ramo de novia permanentemente colgado de su esfínter. Luego estaban sus TETAS. Si, con mayúsculas. Con mayúsculas muy GRANDES. Los pezones eran dulces, como si fuesen la sede de un panal de abejas. Y, seguidamente, estaba la concha, la almendra, la figa, el chochete, el coño, la albacora, la almeja, la patata, el chichi, el parrús… La vagina, vamos. Aquello era harina de otro costal. Los labios del susodicho los tenía depilados a la cera. Aquello era … una cordillera de carne oscura, un precipicio de carne rosada, un volcán que emanaba efluvios de canela y pimienta, de hierbabuena, limón y menta. Quienes acercaban su nariz por los alrededores de aquel Cañón de Colorado , caía en un éxtasis trempante – si era hombre -, y si era mujer, moría de envidia cochina. Y , esa parte, también la tenía de tamaño superlativo, tanto que, si ella quería, podías meter ambas manos en su interior y dar tres palmadas, como si llamases al sereno. Sin embargo, tenía tal dominio de su cuerpo, que, de la misma forma que podía relajar los músculos vaginales, podía comprimirlos de tal forma, que te verías en cuentos para meter la punta de un lápiz. Era un caso la tal Carmen. Por eso tenía un "cachet" tan elevado. Era una de las putas más cotizadas de la ciudad.

Sonó el timbre de la puerta. Aquél día libraba la doncella. La cortesana, repiqueteando las castañuelas, abrió con una sonrisa de bienvenida. En el umbral , con una tacita en la mano, un ángel albino le pidió- ruboroso- un poquito de sal. Ella, disimuló su desconcierto. Se había equivocado de disfraz. Hoy tocaba el de " ama- de -casa-que-da-sal-al-vecino" . Lo hizo pasar a la cocina, diciéndole que esperase un instante. Corrió al dormitorio, quitándose por el camino la parafernalia de gitana. Puso cuatro rulos en su pelo y , desnuda totalmente, se puso un salto de cama, medio transparente, que le llegaba hasta los pies. Enfundó los pinreles en unas zapatillas con pompones rosas, y se presentó en la cocina con la lengua fuera. Observó al cliente que, muy en su papel, olisqueaba por la cocina. El chico estaba de toma pan y moja. No se explicaba ella como, un espécimen como él, necesitaba los servicios de una profesional. El muchacho llevaba una melenita lisa, muy rubia, casi blanca. El color de su piel era tan claro, tan lechoso, que la luz reverberaba sobre ella. No tenía aspecto muy musculoso, pero se notaba ágil y fuerte. Era tan alto como ella, casi un poco más. Rondaría el 1,90 . Se volvió en ese instante, cruzando su mirada con la de la mujer . Carmen se estremeció al ver los ojos rojizos del albino. A él , le tembló un poco la tacita en la mano, cuando sus ojos rojos miraron la negra piel de ella. Le volvió a pedir la sal, tendiéndole el pequeño recipiente. Ella, le siguió el juego, tomándoselo y dejándolo sobre la mesa. Luego, dio un paso hacia él, hasta que sus enormes senos rozaron su entreabierta camisa. Ligeramente ruborizado dio un paso hacia atrás. Quedó aprisionado entre la mesa de la cocina y Carmen. Luego, a cámara lenta, vió los suculentos labios de la negra avanzando hacia su rostro. Una lengua carnívora se introdujo en la boca del muchacho, llenándola por completo. Los pechos, como dos almohadones rellenos de plumón, lo empujaban más y más, haciéndolo que cayese de espaldas sobre la superficie de madera.. Las caderas del joven quedaron adelantadas. Obscenamente ofrecidas ante la vista de la "pudorosamente salida ama de casa ". Ella, dejó de comerle la boca , para bajar – dejando un rastro de saliva – por la barbilla, el cuello, las clavículas…Arrancó la camisa , dejando al descubierto el albo pecho, los pezones sonrosados. Siguió con su descenso la morenaza. En cada pezón le levantó un sarpullido con sus succiones. El estómago del cliente, ligeramente musculado – no mucho – tembló con la lamida. Metió Carmen su lengua en el viril ombligo quitándole una indiscreta pelusilla .. Ya las manos trasteaban por el cinturón del pantalón vaquero. Bajó ambas perneras de un tirón, quedando admirada por el enorme bulto que formaba la tela del slip. Metió ambas manos por las ingles palpando la mercancía oculta. Acercó la boca a la liviana tela, mordisqueando a la cobra que dormitaba en su canasto. Cerró los ojos, inhaló profundamente y, a tientas, con los sensibles labios como único guía, atrapó al áspid que rebulló antes de ser engullido. La boca de Carmen era muy sabia. Su lengua sirvió de lecho a la serpiente que cobraba vida a marchas forzadas. Manteniendo los ojos cerrados, sus manos siguieron tanteando las bolsas testiculares encontrándolas inusitadamente grandes. A la par, se encontró con la sorpresa de que, la pequeña vívora, se había transmutado en cobra, para luego pasar a boa constrictor. ¡ Ya no le cabía en la boca, a ella, a Carmen la Cortesana!. ¡ No lo podía creer !. Abrió los ojos, queriendo ver además de sentir. Del blanquísimo vientre del muchacho se erguía ahora una columna de mármol veteada de azul cobalto. Ella tenía muchas tragaderas ; pero aquello, aquello era de revista porno. Destiló sobre el enorme pollón su saliva super-deslizante. Se amorró a la punta del glande con un deseo tan sincero, tan de perra salida, que in-mente pensó que aquello no era correcto. No para una puta, que solo debe transmitir sensaciones, sin llegar a sentirlas. Pero, no podía. Era superior a sus fuerzas. Aquel cliente iba a acabar con su carrera. Miraba el falo, entrando y saliendo de su boca, y un murmullo de manantial, un líquido tibio y transparente fluia de su entrepierna. Se dio por vencida. Levantándose , lo cogió del rabo y lo llevó a la carrera al dormitorio. Se arrojó sobre la cama, ofrecida, patiabierta, con todas sus carnes desparramadas alrededor. El, se tiró en plancha sobre ella, rebotando como en un colchón de agua. Luego, se sentó a horcajadas sobre su estómago y , cogiéndole – a duras penas – ambos senos, formó el receptáculo para deleitarse con una sabrosa "cubana". El duro, achampiñonado, sonrosado, babeante glande, comenzó a horadar la montaña. Ella, puso sus manos sobre las de él, para darles la cadencia precisa a sus senos. Entró toda la lanza. Carmen notaba , apoyadas sobre su estómago, las pelotas velludas del cliente. La punta del ariete apareció al otro lado, casi tocando la barbilla de la prostituta . Lo nunca visto. La repera. Sacando un poco la lengua, la cortesana lamía a intervalos toda la circunferencia bellotera del balano superlativo. Aquello la estaba poniendo a cien, a cien mil, a un millón. Ya las aguas de su pozo vaginal anegaban las sábanas. El , despreciando su propio placer, sacó su pértiga de tan fantástico cobijo y , arrastrándolo negra abajo, se la metió hasta la empuñadura, justo en el centro de la vagina, como los "gondolieri" hacen cuando navegan por los canales venecianos. Cantó Carmen el " O, sole mío ", acompañada por el albino que hacía voces y el rumor del oleaje chapoteante que subía de su Gran Canal. Aquello la desbordaba. La verga del blanquito le llegaba – por dentro – hasta la boca del estómago. Pero, lo bueno, todavía no había ocurrido . Haciendo " no se qué" , el albino consiguió engrosar la anchura de su miembro, como hacen las cobras cuando despliegan su caperuza ante el peligro. Sin embargo, ahora no había peligro, a excepción de las uñas de Carmen, que estaban rasgando la delicada piel de las nalgas del cliente. Bufaba la negra . El blanco la atosigaba con golpes de cadera. Sus cojones – pesados como sacos de harina – se balanceaban ante cada envite, consiguiendo un sonido sordo, rítmico, carnoso. Se rompió la voz de Carmen al sentir culebrear por su bajo vientre el mejor orgasmo de su puta vida. La enorme verga del albino había conseguido acabar con el tabú de no correrse , jamás, con un cliente.

Tan absorta quedó en sus pensamientos. Tan afectada por este hecho insólito, que casi no se dio cuenta cuando se marchó él con una tacita de sal… y sin pagarle.

Sonó el timbre. Acudió Carmen , derrengada pero feliz, creyendo que era él que volvía para liquidar su deuda. Estaba dispuesta para decirle que no se preocupase, que invitaba la casa. Pero no tuvo ocasión : en la puerta esperaba un hombrecillo diciendo no se qué de que " perdonase por la tardanza". Iba vestido de gitano, con sombrero cordobés y un clavel en la boca.

 

9.- PAJAS ( Autosatisfacción )

Manuel estaba en la azotea de la finca. Había subido hacía unos minutos para refrescarse. En un rincón, la Comunidad de Vecinos había instalado una toma de agua con una manguera para riego. Y el chico la estaba usando a más y mejor. Se había despojado de la camiseta y , con un corto pantalón de deporte como única ropa, se remojaba todo el cuerpo, encarando el chorro – a presión – de la boca de la manguera hasta su cuerpo adolescente. Estaba disfrutando como un niño pequeño Casi como lo que era. El pantalón , se le pegaba al pubis y a las nalgas, chorreando agua muslos abajo.

Oyó el temblequeo del ascensor. Alguien había subido – también – hasta la terraza. Alguna Maruja de la finca que querría tender la colada. Pues, menudas horas había elegido. ¡ Las cuatro de la tarde, en pleno Agosto ! . Se escondió en un rincón , junto a una jardinera con restos de antiguas plantas. Por suerte, una sábana – estratégicamente tendida – impedía que lo viesen desde el resto de la azotea.

Oyó unas risas femeninas. A una de ellas, la conocía muy bien : Rosita, su "profesora" de matemáticas. La de los senos y cosenos. Cuando aparecieron las mujeres, cargadas con los cubos de ropa húmeda, Manuel también reconoció a la segunda : era Azucena, la amiga de Rosita. Las dos estaban como un tren. Bueno, como dos trenes. Dejaron los cubos en tierra y , empujándose, entre risas, pugnaron por agarrar la manguera. Lo consiguió Rosita que, dando un empujón – juguetona – a su amiga, empuñó la boca de metal como un bombero experimentado, dirigiendo el chorro de agua contra el cuerpo – indefenso- de Azucena. Chilló como una rata la rubia. El agua le dio en pleno coño, dirigiéndose –después – arriba y abajo. El liviano vestido blanco, abotonado por delante, quedó aplastado, pegado, transparente sobre la dorada piel. La tela , adherida a la carne, mostraba , resaltando más, cada curva, cada valle. Reían ,como dos adolescentes, las mujeres hechas y derechas. Un brillo lúbrico se encendió en los ojos de Rosita y , allí, a pleno sol, creyendo que estaban solas, dejó la manguera en el suelo acercándose al cuerpo empapado de su amiga.

Manuel contuvo la respiración. Algo se palpaba en el ambiente. Incoscientemente palpó su propia polla, que se aplastaba contra su muslo bajo el pantaloncito mojado. Rosita, sin dejar de mirar con intensidad a su amiga, le acarició los senos. Ya no reían. Acercaron sus bocas , unieron sus alientos. Los dedos de la morena desabrocharon los primeros botones del pingajo mojado que era el vestido de Azucena. Aparecieron los senos, palpitantes, con pezones erectos por efecto del agua. Rosita se inclinó , un instante, hacia el suelo, y agarró un puñado de pinzas de la ropa. Apretó una de ellas y , colocándola sobre un pezón de Azucena, la dejó – temblorosa- sujetando bien la carne. Luego la otra. Una pinza roja, la otra, amarilla.

Manuel bramaba por lo bajini. Ya no podía más. Recordaba lo simpática, lo ardiente, lo putón que había sido Rosita con él . Soñaba con hacer un trío con las dos. Casi se decidía a levantarse, cuando – en la lejanía – se oyó una voz llamando a Rosita. Lanzando una imprecación, la morena dejó el puñado de pinzas en las manos de su amiga, dirigiéndose hacia el ascensor. Manuel quedó de rodillas, con un talón desnudo apoyado entre sus nalgas, justo en el orificio del ano. Azucena, con las pinzas en sus pezones, siguió la juerga ella sola. Terminó de abrirse el vestido y , bajando las pequeñas braguitas, mostró al agonizante Manuel el esplendor de su mojado chocho. Abrió la rubia los labios de su concha y, con cuidado, comenzó a ponerse una hilera de pinzas agarradas a los labios de la vagina. Luego, en la otra parte, otra hilera. Su vulva parecía una flor multicolor confeccionada con pétalos rígidos . Se chupó un dedo la rubita y lo insertó en su vagina, casi en las narices de Manuel. Al darle el sol de cara, Azucena estaba deslumbrada y no veía al adolescente.

Manuel miró a su alrededor, buscado ALGO para darse placer. Su mano se apoyó sobre la seca jardinera. Unas pajitas , amarillentas, sobresalían de la tierra agostada. El chico cortó una, tan larga como un dedo. Luego, con todo el cuidado que pudo, la fue introduciendo en el agujerito de su uretra, con el ano fruncido de placer. Mientras, Azucena, también había buscado ALGO por la azotea. Encontró un triciclo, con manillar de goma. Lo volcó en el suelo y, afanosa, encaró el manillar hacia su empinzada vagina. Lo tragó lentamente, subiendo y bajando – cadenciosa- al ritmo de un cha-cha-cha que se oía a través del patio de luces. Manuel, babeando, sacaba y metía la pajita por dentro de su polla, mientras restregaba – cada vez más – su desnudo talón por el excitado ano. Con la mano libre se atenazó un pezón, retorciéndolo hasta casi hacerse daño. Azucena seguía con su cha-cha-cha, manejando el triciclo como una campeona. Con las manos , libres, apretaba las pinzas de sus pezones.

En un último envite, la mujer, metió el manillar hasta sus ovarios, chillando como una verraca. Sus chillidos se unieron a los aullidos de Manuel que, abandonando la pajita en su uretra, se meneó la polla con agudo frenesí, saltando – al instante – la paja como un cohete, propulsada con el latigazo de semen que quedó espachurrado sobre la colgante sábana. Lo miró Azucena, viéndolo por primera vez. Aquilató su virilidad desnuda. Sus músculos de efebo imberbe. Solo sus grandes pelotas indicaban que era un hombre, muy hombre.

Se sugirieron cosas con la mirada. Quizás un dueto. Quizás un trío. Vivían todos bajo el mismo techo. Todo podía ser.

Pero, de momento, todo había concluido. Había sido- simplemente - una tarde de pajas.

 

 

10.- LA MUJER PERFECTA ( Hetero General )

 

Carlos despertó muy pronto – como todos los días – sin que llegase a sonar el despertador. En silencio, para no despertarla, se sentó en la gran cama de matrimonio. Buscó , a tientas, con los pies, hasta encontrar las zapatillas y , dando un silencioso bostezo, se encaminó hacia el baño. Dejó el pijama – algo sudado- en el canasto de la ropa sucia y, tras dar otro bostezo ( este sonoro ), se colocó despatarrado ante la taza del inodoro. Tardó un poco en poder orinar ( la erección matinal, ya se sabe ) sin manchar los azulejos de la pared. Al acabar, tras agitar un poco el instrumento para desprender las últimas gotas, se lavó las manos y se dirigió hacia la cocina. Puso la cafetera eléctrica , muy cargada con el riquísimo café de Colombia. Antes de volver al baño, colocó dos tazas vacías sobre la mesa de formica de la cocina. En el pasillo, miró de refilón la gran foto que adornaba la pared. Era de hacía unos meses, apenas llegada , ELLA , de Estocolmo . El se veía muy sonriente, muy posesivo, mirando por el rabillo del ojo – satisfecho como un colegial – a la real hembra que tenía junto a él.

Los ojos celestes de la mujer estaban- prácticamente- tapados por un flequillo rubísimo y muy largo. La naricita, respingona, era todo un poema. Los labios, siempre entreabiertos, daban ganas de estar perennemente comiéndoselos a besos. En la foto no se veía nada más. La había hecho él con una cámara automática, de esas que te da tiempo a prepararla en un trípode y correr para salir en la foto. El amor iluminaba la cara del hombre. Y, en esa foto, parecía bastante más joven que ahora. "Serán las ojeras" se dijo, feliz, a sí mismo.

La ducha fría lo reanimó. El pene – sin embargo – se le redujo a la más mínima expresión. Frotó con la mullida toalla, su cabeza – ya canosa – secando su cabello ( un poco más largo de lo aconsejable ). Se friccionó las axilas, el pecho, el estómago ( un poquito cervecero ), el pubis – de vello ligeramente recortado , para que el miembro pareciese más grande- , y los muslos. Después, con el secador a la máxima potencia, secó las partes que quedaban húmedas, consiguiendo – de paso – que el pene le volviese en sí tras el frío de la ducha. Con una semi-erección , nada desdeñable, caminó desnudo por la casa. La cafetera ya estaba pitando. El despertador, allá en el dormitorio, también. Corrió por el pasillo, tropezando con las bragas de Ella , tiradas rotas y de cualquier manera en el suelo. Apagó el despertador de un manotazo. La mujer no se había inmutado.

Carlos, pasándose una mano por los testículos, calculó mentalmente el tiempo que le quedaba. Siete minutos, que podían convertirse en diez si Ella tenía ganas de marcha. El se imaginaba que no : ¡ bastante habían follado la noche anterior !. Estaría derrengada . Abrió un poco los postigos de la ventana. La luz matinal ya se insinuaba con fuerza. Se volvió hacia la cama, sentándose junto al cuerpo de la mujer. El pelo rubio le tapaba el rostro. Los espectaculares senos asomaban bajo la sábana de seda. ( Lo de las sábanas de seda había sido un capricho de él, que las había comprado la tarde que fue a recogerla a Ella ). La suavidad de la tela se amoldaba a la escultural figura que yacía, boca arriba, sobre el lecho. Carlos acercó su boca a la de la mujer, lamiendo los labios de color carmesí. Su mano atenazó un seno, acariciando con el pulgar el erecto pezón. El miembro ya le latía entre los muslos. Bajó la mano por el estómago satinado. Enredó los dedos en el cortísimo vello púbico, hasta que sus dedos índice y corazón, encontraron la entrada de la vagina. Los introdujo , suavemente, con temor a dañarla. Sabía que Ella no protestaría ¡ era tan sumisa ! . ¡ Tan perfecta ! . Apartó la sábana de un tirón, arrojándola al suelo. El cuerpo de la mujer apareció en todo su esplendor, con los muslos ya abiertos, como incitándole, como esperándole. Como siempre .

Por la ingle todavía le bajaban gotas de semen del coito nocturno. Carlos, encabritado, buscó más abajo, entre las nalgas, encontrando el ano de la mujer. También estaba chorreante. Listo. Preparado para él.

No se hizo de rogar. Subió a la cama – que rechinó un poco bajo su peso – y se colocó entre las piernas femeninas. Su falo precedía a su cuerpo, marcándole el camino a seguir. Carlos enmarcó los senos de la mujer con sus manos, a la par que – dejándose caer – penetraba la mojadísima vagina. Entró todo el miembro, hasta la raiz. Restregó los testículos contra la piel de Ella, sacando y metiendo la polla como un émbolo. En el silencio del dormitorio, solamente se oían los jadeos del hombre. Sin previo aviso, sacó la verga y , levantando los muslos de Ella, enfiló por la puerta trasera. Al primer envite, sin ninguna resistencia, entraron los 17 cms. . La mujer no rechistó. Ni un murmullo tan siquiera. Sus carnes se abrían para él. Lo engullían. Lo transportaban a un Edén , jamás imaginado hasta que leyó aquel anuncio. Iba ya para seis meses de aquello. Y su vida, su mundo, habían cambiado totalmente. De no tener a nadie, de estar más solo que un perro, a tenerla a Ella siempre. Sin quejarse jamás. Absolutamente de nada . Cuando él salía, Ella quedaba tranquila, ante la tele, o junto a la ventana, o – simplemente- tumbada sobre la cama. De lo que Carlos estaba muy seguro , era de que, volviese cuando volviese, la encontraría en casa. Esperándole. A él. Solo a él.

Miró la luz parpadeante del reloj sobre la mesilla de noche. Le quedaba poco tiempo. El miembro chapoteaba en el interior del ano, rebuscando en antiguas eyaculaciones. Ya próximo a correrse, sacó la verga y, sentándose sobre los mullidos senos de la mujer, se la metió en la boca, que ya estaba esperándole. A los dos envites, Carlos se desparramó en la garganta femenina. Tras unos segundos, sacó la polla, arrastrando tras sí pequeños regueros de esperma. Ella lo miraba, estática, a través del flequillo rubio.

Carlos la condujo a la ducha. Le lavó el pelo. Frotó los senos pegajosos. Dirigió el potente chorro entre los muslos divinos. Por delante, por detrás. Limpiando ambos orificios. Ella se dejaba hacer. Sin rechistar. El secador eliminó cualquier resto de humedad. Volvieron al dormitorio. El le puso las medias de seda, abrochadas en los ligueros aquellos, tan caros. Sujetador no necesitaba. La mujer se dejó vestir con un picardías, que apenas le tapaba el sexo. Abrazados, llegaron hasta el salón. Carlos buscó en el Canal Viajar. Sabía que iban a hacer un documental sobre la tierra de ella : Suecia. La dejó en el sillón, con el mando al alcance de la mano. El se vistió corriendo. Llegaba tarde. Le dio un ligero beso en los labios, aún con olor a semen. Cerró la puerta, no sin antes decirle adiós con la mano. En el ascensor, sacó la cartera con la foto de Ella. Le había dejado hacerle una en una postura sexy. Más que sexy, pornográfica. No le negaba nada. Nunca. Fuese lo que fuese. Para Carlos, Ella, era la mujer perfecta. Perfecta como una muñeca. Como lo que era.

Su muñeca hinchable.

 

11.- LOVE STORY ( Gays )

Carmelo , al principio , no oyó la llamada del timbre. Tenía puestos los auriculares , dirigiendo a una invisible orquesta y escuchando la voz inefable, inconmensurable, única , de Maria Callas. Lloraba la Traviata en sus oidos. Carmelo también tenía el rostro empapado en lágrimas, emocionado , como siempre que la escuchaba.

Su mirada vagaba, sin ver, el elegante salón en el que se encontraba. Muebles caros, aristocráticos, como él. Ligeramente vetustos, casi de anticuario, como él. Hermosos y solitarios, como él.

Sobre una repisa, enmarcado en plata maciza, el retrato de su amor, Hamed, fallecido hacía unos meses. Carmelo no había salido a la calle desde entonces.

Al principio, porque no quería encontrarse – nunca más – con sus vecinos en el ascensor. Eso sería insoportable. Le traería viejos recuerdos de humillaciones y desaires, en los que su homófobo vecino era todo un especialista. Luego, se enteró que el vecino también había fallecido, tras un sonado escándalo de malos tratos y pedofilia. Pero Carmelo se buscó otra excusa. Y otra. Y otra. El caso es que no quería salir. Vivía regodeándose en su dolor, sin acordarse de que la vida sigue … y hay que vivirla.

Las compras las encargaba por teléfono, al Super de la esquina. Se las subía el dueño, el señor Florencio, un hombre muy atareado que siempre se quejaba de falta de tiempo. Por cierto, debía ser ya la hora de que le trajesen la compra de hoy.

Se quitó los auriculares poniendo el sistema para que la música se oyese – suave – por toda la vivienda. Justo en ese momento, se dejó oir el último timbrazo. Carmelo acudió al interfono. En cuanto oyó : "Supermercado", apretó el botón para abrir. Dejó la puerta del piso entornada, mientras él se ponía un batín de seda granate sobre el pijama. Oyó el ruido de alguien que entraba y se volvió, con la frase preparada para saludar al señor Florencio.

Quedó con la boca abierta, con la mandíbula descolgada, con los ojos casi desorbitados. Ante él, con una bolsa de papel bajo cada brazo, con una sonrisa de oreja a oreja, se encontraba … Hamed. Pero no el Hamed de los últimos años, viejo y enfermo, marchito y triste. No . Era el Hamed que el había conocido hacía … una porrada de tiempo . Siendo los dos jóvenes y espléndidos. El amor de toda su vida. El que lo había encandilado con sus ojos árabes, su cabello ensortijado, su piel ligeramente tostada. El Hamed que había compartido con él su pasión por la música, por el arte, por la cultura. Su amante. Su pareja. Su mundo. Su Dios.

El chico seguía con su sonrisa, pugnando porque no se le cayese una naranja de la bolsa. Carmelo reaccionó, por fín, y , acercándose , le ayudó a llevar los trastos a la cocina. El hombre miraba al muchacho, sin saber que decir. El chico rompió el hielo pidiéndole, con un acento muy gracioso, un vaso de agua.

Nervioso, Carmelo sacó una botella de agua mineral del frigorífico y, colocando dos vasos sobre la mesa, sirvió uno – hasta los bordes – para el muchacho. El se llenó el vaso hasta la mitad. Se sentó en una banqueta, indicándole al chaval marroquí que hiciese lo propio. El chico le obedeció . Iba a decir algo , cuando, interrumpiéndose, se detuvo a escuchar la voz de La Callas. Carmelo se lo comía con los ojos. Lo veía allí, sentado ante él, y no se creía su presencia. Su mirada acariciaba el cabello, los ojos, la nariz, los labios del muchacho. Un grueso lagrimón se deslizó por el rostro del adulto. El chico, percatándose, se interesó por él, por si le ocurría algo. Carmelo, pillado de improviso, no pudo fingir, y le contó la verdad. Lo de su parecido con su amante. La expresión, idéntica a la de Hamed, de cuando escuchaban La Traviata. ..

Y, sin darse cuenta, Carmelo se encontró silbando, abriendo las ventanas, preparando en la cocina una exquisitez marroquí que le encantaba a Hamed y que, seguro , seguro, le gustaría también a … ¿ a quién? ¡ no le había preguntado ni su nombre !. Una cosa había llevado a otra. Conversaron largo rato. De música, de arte. De la carrera recién finalizada por el muchacho en su país … y que en España no le servía para nada. Al final, cuando el timbre del interfono los sobresaltó, recordando que el muchacho debía volver a sus quehaceres, Carmelo formuló la invitación a cenar. Si, aquella misma noche. No, no, el otro no tenía ningún compromiso. A las nueve. No traigas nada, por favor.

A las ocho y media, Carmelo ya estaba de punta en blanco. La comida en el horno, la mesa puesta. Los discos de La Callas expuestos sobre el aparador, para que el muchacho eligiese la música de fondo…

Las nueve. El timbrazo sonó en los oídos de Carmelo como campanas de gloria. Esperó junto al ascensor. El chico, recién duchado, con sus mejores ropas – arrugadas de la bolsa de viaje – le ofrecía una rosa. Al aceptarla Carmelo, sus dedos se rozaron unas décimas de segundo. Se miraron con intensidad. Antes de darse cuenta, estaban fundidos en un abrazo, con los labios sellados por un apasionado beso. En ese momento, se abrió la otra puerta del rellano. Salió una familia. El padre los saludó con amabilidad. La madre , haciendo como que se le caía el pañuelo, se agachó a olisquearles los zapatos, la hija, de pechos rotundos, sonrió con la boca cerrada ( para no enseñar sus desdentadas encías ). Tras ellos, salió un chico adolescente, mirándolos con interés, evaluando posibles alternativas.

Entraron al piso agarrados de la cintura. Carmelo tenía el corazón en la garganta. Nada de lo que estaba ocurriendo lo tenía previsto. Quiso advertir sobre la comida en el horno ; pero el muchacho, empujándolo suavemente, lo dirigió a la puerta de lo que – supuso- era el dormitorio.

Y el efebo del Edén premió a Carmelo por sus años de sufrimiento, por su amor, por su velar sin descanso el cuerpo agonizante de su compañero. Su historia de amor se revivió durante una noche, plenamente.

La cimitarra del morito dio placer al caballero cristiano. Y el caballero bebió de la fuente de la eterna sabiduría árabe. Y Carmelo lamió la piel del joven bellísimo. Y el joven dio nueva vida a las marchitas carnes aristocráticas con envites de danzas del vientre. Todo se complementaba, todo era perfecto.

Se detuvieron unos minutos, desnudos, dichosos, a cenar sin parsimonia. Se dieron uno a otro los mejores bocados. Rieron de chistes que no se contaron. Lamieron la grasa de sus labios sonrientes.

Allí mismo, en la alfombra, acometieron la segunda parte de sus trabajos. Carmelo poseyó el cuerpo indómito del alazán árabe. Las manos hurgaban ocultos escondites. Los cuerpos formaban números lúbricos. Los labios mamaban erguidos espolones. Llegaron al clímax incontables veces. Las lágrimas se mezclaron con el semen. Y por encima de todo, arropándolos en un mundo idílico, la inconmensurable, la maravillosa, la única : la voz de La Callas.

12.- ¡ SORPRESA, SORPRESA ! ( Transexuales )

El trasero de Azucena merecía estar enmarcado. Pero no con un marco de esos baratos, que se compran en lo de "Todo a Cien" ( bueno, ahora en "Todo a Euro"), sino con un marco fabricado con madera buena, bien tallado, con muchas volutas y pijoterías de esas rococós. Con su pan de oro recubriendo todo el marco, con una única finalidad : resaltar la hermosura, sin paliativos, del culo amplio – en su justa medida- , blanco, terso, aterciopelado, con hoyuelos de angelote, lindo y macanudo, de la rubia Azucena. Tan aristocrática ella. Tan curvilínea . Tan ojosverdes. ¡ Tan, tan, tan. .. !. Las tres : hora de comer.

Azucena echó un último vistazo a su trasero, mirándoselo en la luna del armario ropero de su dormitorio. Se sacó ,de salva sea la parte, el mango de un rulo de pintar paredes, y se quitó las pinzas de la ropa que le colgaban de los pezones. Esto de las pinzas era un truquito semimasoca que le había enseñado su amiga-vecina-amante Rosita , el día de los escarceos solariegos en la terraza de la finca ( léase, si no se ha leído ya : La Finca Idílica : Pajas ) .

Su marido, Juanjo, le había dicho la noche anterior que iba a ir a visitarles Ramón, un antiguo compañero de la milicia. Se lo había dicho en un tono un poco raro, sin mirarla a los ojos, como con una difusa y lejana vergüenza. Le enseñó la carta . Venía de las Islas Canarias. En ella, el tal Ramón, le hablaba, con añoranza , de los meses que compartieron ambos embarcados como marineros, casi sin tocar tierra. Le recordaba algunas anécdotas, y le preguntaba por su estado civil ( Juanjo no le había enviado la invitación a la boda, varios años antes, aunque la había tenido preparada ). También le nombraba algo de una sorpresa.

Azucena, nada más se marchó Juanjo a trabajar, corrió a mirar el álbum de fotos que abarcaba toda la vida de su marido ( regalo de su suegra en las últimas Navidades ). Pasó rápidamene las hojas : Juanjo, con pocos meses, desnudito en un estudio fotográfico. Juanjo arriba de un caballito de madera. Juanjo en un tríptico muy en boga en sus tiempos : riendo, con gafas y haciendo pucheros. Juanjo en su Primera Comunión. Juanjo con su primera novia. ( a la chica no se le veia la cara : Azucena se la había eliminado – en su día- de un tijeretazo ). Y, por fín, Juanjo en la mili. Era una foto de grupo. Todos marineros rasos, excepto Juanjo que llevaba unos galones muy monos. Todos jóvenes y guapos ( excepto uno o dos que eran horribles ). En un extremo, como apartados, estaban dos : Juanjo con el chico más hermoso que jamás de los jamases hubiese visto ella. Ríete de los Brads Pittes, de los Antonios Banderas, y de toda la parentela. Era guapo. Pero guapo, guapo. Con unos ojos que salían fuera de la foto. Y una sonrisa llena de dientes. Y un cuerpazo que se adivinaba bajo el ceñídisimo pantalón blanco. Estaba en cuclillas, justo delante de Juanjo. Daba la impresión que el cogote del chico descansaba … en el paquete de Juanjo. Azucena supo enseguida que se trataba de Ramón. Se lo decía un sexto sentido, una intuición femenina, un nosequé. Bueno, si lo sé : se lo decía un letrerito en la solapa del uniforme : Ramón.

Y , Azucena, se volvió loca. Le subió tal fuego al ver la cara de aquel chico, el cuerpo de aquel hombre … que , allí mismo, con el álbum apoyado en los muslos, tuvo un orgasmo. Eso le recordó que aún llevaba las bolas chinas metidas en el chuminillo, y se las sacó entre estertores.

Preparó la comida, esmerándose a tope. Cuando dejó el horno cumpliendo su cometido, volvió a su dormitorio – previo paso por la galería donde guardaban los trastos de droguería. Agarró un rodillo – nuevo – para pintar paredes, le puso un condón en el mango y , tras embadurnarlo de vaselina, se lo metió por la zona no navegable, mirando con ojos entornados la foto de Ramón…

Y así había estado toda la mañana. Y ya eran las tres. En la luna del espejo leyó una llamada de socorro. Tuvo un momento de pánico, pero , al darse cuenta de lo que era, lanzó una carcajada. La explicación era esta : como Juanjo siempre le decía que su culo valía una fortuna, un día – para darle una sorpresa- se hizo tatuar un pequeño signo del dólar en cada nalga, justo, justo, dejando en el centro el marrón glacé. Como – gracias al mango del rulo- el marrón había dado algo de sí, al sacarlo, se reflejaba en el espejo la internacional llamada de socorro : S.O.S.

Puso la mesa con los mejores manteles. Terminaba de colocar la vajilla, cuando llegó Juanjo. Venía muy sudado, con las prisas de llegar antes que el invitado. Se duchó corriendo y pasó a ponerse ropa limpia.

Azucena puso música suave. Quería dar buena impresión al de la foto. Sonó el timbre de la puerta. Andando como una gata, se acercó a abrir. Un segundo antes se levantó las tetas para que le asomara el canalillo por el escote. Abrió.

Las dos mujeres se miraron sorprendidas. La rubia, dentro de la casa. La morena, en el descansillo. Fueron unos segundos tan solo, pero los cuatro ojos no parpadearon mirándose de arriba abajo. Como ya sabemos como era Azucena, dedicaremos estas líneas a describir a la intrusa : alta, cabello moreno (ondulado natural), largo hasta los hombros . Bella, bellísima. Labios sensuales. Senos , más que perfectos. Cuerpazo de odalisca. Azucena rechinó los dientes imaginando que era alguna antigua novia de Juanjo.

¿ Sí , dígame? , dijo a cero grados.

Soy Mona. ¿ Está Juanjo?.

¡ No!,¡ digo sí! – y sin interrupción, afilando las uñas ¿ Mona?.¿Qué Mona?.

(Algo molesta por el retintín, la tal Mona contestó ) : La Chita, no.

¿ Quién es, Azucena? – terminó el round Juanjo desde dentro.

( Con la voz ronca, la monada de mujer contestó ) : ¡Soy yo, mi Cabo!.¡Sorpresa!.

Apareció Juanjo en la puerta, boquiabierto. Azucena temblaba como una hoja : "Aquello" era Ramón. Ramona. Mona. Su gozo en un pozo. Ahora era mujer. Competencia desleal. Juanjo no sabía si estrechar la mano de Ramón, o de besarlo en la boca. Al final, se abrazaron , dándose fuertes palmadas en la espalda.

El vino lo arregló todo. Mona sacó de una bolsa dos botellas de Vega Sicilia que se bebieron en buches orgásmicos. Tras el café y dos lingotazos de güisqui – que se metieron cada uno de los tres- desaparecieron las inhibiciones y comenzaron a charlar por los codos.

Mona, como buena canaria, tenía la gracia por arrobas. Su acento, su cadencia –entre andaluza y sudamericana- encandiló a Azucena. Y no le importó cuando la chica, riendo a mandíbula batiente, dejó caer lo de las mamadas que le hacía a su Juanjo en el barco. Y a Juanjo le brillaban los ojos al recordarlo, y miraba la boca jugosa de Ramón- Ramona- Mona.

A Azucena le pasó una cosa muy curiosa : del ansia de hembra por el mancho – que tenía por la mañana - pasó al ansia de la lesbiana por la hembra. Y, burla burlando, ocurrió lo que tenía que ocurrir : terminaron – casi en pelotas- los tres en la cama conyugal. Digo "casi", porque Mona se dejó puestas unas braguítas monísimas. Y a Juanjo le faltaban manos para tocar tantas tetas. Y Azucena mordió riquísimos pezones con sabor a silicona. Y Mona agarraba con la derecha el palo mayor de su Cabo, y con la izquierda tamborileaba el Sitio de Zaragoza sobre la concha de Azucena. Se revolcaron . Se mordieron. Se chuparon. Hicieron todo lo permisible y no permisible. Gozaron como gorrinos en un barrizal.

Al final, tras haber enculado Juanjo a sus dos hembras, quiso tomarlas por la vía natural. Azucena lo esperó con el receptáculo floral bien abierto. Juanjo encaró el remo con los galones colgando y lo metió hasta la sentina. Tras él, Mona terminaba de despojarse de la sucinta braga por completo (ya que, para recibir la enculada, solo la había bajado un poco ). El Cabo notó los suculentos senos de su marinero restregándose contra su espalda. Las manos de la invitada acariciándole los hombros, la cintura, el miembro ( los breves segundos que estaba fuera de Azucena) . El hombre estaba en el delirio, emparedado entre aquellos dos cuerpos de hembras en celo.

De repente, un extraño en el Paraíso. Algo no encajaba. O sí que encajaba, pero dolía.

¡¡ Sorpresa, sorpresa!! . ¡¡ Todavía no me he operado!! .

Azucena, sonrió ladina, notando un estremecimiento placentero en su marrón glacé. Juanjo, con unos ojos como platos, con la popa tomada por sorpresa, no sonrió . ¿ O quizá sí?.

 

13.- NOCHE DE SAN SILVESTRE ( Orgías )

El piso de Rosita reluce como los chorros de oro. Ella y su amiga Azucena, se han dado la gran panzada a limpiar cada rincón, cada mueble, cada copa, cada pieza de vajilla ( de la buena ) como si en ello les fuera la vida. Y no es para menos. Hoy es el día de San Silvestre, o sea : el último del año, o sea : Nochevieja. Y las dos hembritas, cada vez más desinhibidas, cada vez más viciosillas, han organizado una gran fiesta , un sonado cotillón, para todo aquel inquilino de la Finca que quiera asistir.

En la cocina, ambas amigas están pelando, una a uno, docenas y docenas de gruesos granos de uva, dejándolos – inclusive - con las semillas quitadas .Los van depositando en chatas copas de cristal tallado, en espera que den las doce campanadas de media noche. En el comedor, cuyos muebles centrales han sido retirados para dejar espacio a una considerable pista de baile, se alinean, contra las paredes , estrechas mesas ( para que no ocupen mucho espacio ), cubiertas de finos manteles de hilo y adornadas con guirnaldas de flores frescas, ramas de acebo y grandes lazos de terciopelo rojo, esperando las bandejas de canapés y aperitivos fríos que pronto traerán del "delicatessen" de la esquina. La bebida se está enfriando , a marchas forzadas, en un arcón congelador, embutido bajo la mesa de la cocina.

Terminan de pelar las uvas, rellenando todas las copas disponibles, de doce en doce : un grano por cada campanada. Les ha sobrado un grano, que Azucena sujeta entre sus labios, ofreciéndoselo a su amiga. Juntan sus bocas, pasándose el dulce moscatel una a la otra, luchando con sus lenguas dentro de sus cavidades bucales. Rosita, más vehemente, abarca los senos de su amiga con las manos pegajosas de orujo. Nota los pezones, amigables, endureciéndose para ella. Azucena, sin poderse estar quieta, atrae hacia su cuerpo, atenazándola por las nalgas, a su amiga. Laten sus clítoris al unísono. La temperatura sube varios grados en la cocina, con lo que – el termostato del arcón-congelador – se pone otra vez en marcha para contrarrestar el subidón ambiental. Remangan , ambas, sus faldas hasta las caderas, restregándose mutuamente la parte delantera de los tangas rojos. Las manos ,chorreantes por el dulce zumo de la uva, acarician los labios vaginales, haciéndoles sudar perlitas trasparentes y saladas. Se muerden ambas los labios, ya desbocadas como yeguas en celo, hasta que las vuelve a la realidad el tañido de las horas en el gran reloj del comedor. Sobresaltadas, arreglan sus ropas y salen corriendo de la cocina, prestas a embellecerse para el baile de disfraces de la noche. Están muy nerviosas : va ha ser su primera orgía, y quieren estar perfectas .

***

La fiesta está siendo un éxito, pero algo aburridilla. Incluso algo tensa, al principio, cuando Rosita y Azucena se han visto cara a cara… las dos con disfraces idénticos. Tanto secreto, tanto secreto, lleva a eso . Las dos, de putas egipcias, con grandes pelucones negros, entrelazados con abalorios de brillantes colores. Unos petos dorados , apenas cubren sus exuberantes senos. Sobre todo a Rosita, cuya delantera tiene más fama que la del Real Madrid, la del Barcelona y del Valencia ( todas juntas ). Ambas llevan los vientres al aire, con una joya ( falsa, naturalmente ) engarzada en el ombligo. Un ancho cinturón ciñe sus estrechísimas cinturas, por lo que – sus traseros- se ven aún más opulentos, como ánforas de delicadas formas. Ambas amigas se apuñalan con la mirada.

Por la puerta abierta del piso, comienzan a desfilar vecinos camuflados de las formas más pintorescas : Doña Patrito, la zoofílica amante de su gato, viene– no podía ser de otra forma- de Cat-Woman. Con un traje de látex negro sujetando sus blancas carnes, algo ajadas, levantando el busto hasta un escote que, esta noche, luce espectacular. Se cubre medio rostro con una graciosa máscara que simula ser la cara de una gata. Incluso lleva pegados unos largos pelitos, en forma de bigote gatuno, sobre el labio superior.

A la vez que ella, entra Albertín, el cuñado de Rosita , el bombón de dieciséis años, con gafitas redondas y pelo hasta los hombros. El disfraz lo traía puesto desde casa, con lo que solo ha tenido que quitarse la ropa "de viaje" en el ascensor. Y, la verdad, es que se ha dejado poca ropa puesta. Su disfraz, es de atleta de la antigüa Grecia. El largo cabello lo lleva sujeto con una cinta que ciñe su frente. Una cortísima túnica blanca le tapa medio pecho, mostrando un pezón descarado , en el que brilla una pequeña anilla ( regalo de su cuñada Rosita en recuerdo a los "servicios" prestados en su estancia anterior ). Bajo el faldellín de la túnica, excesivamente corto, asoman, por ambos lados del taparrabos, una gran cantidad de vellos testiculares, que no hacen del todo feo por hacer juego con los velluditos muslos. Las dos putas egipcias lo agasajan con besuqueos y meteduras de mano, hasta tal punto, que el chaval se empalma , sobresaliendo su verga del ínfimo taparrabos .

Entran tres vecinos más. Son Lupita ( la desdentada ), con su hermano Manolo y su padre, Manuel. La mamá ha preferido quedarse oliendo unas zapatillas de tenis – medio pútridas- que encontró ayer rebuscando en la basura.

Lupita , muy cuca ella, viene disfrazada de odalisca. Así puede tapar la mitad inferior de su bello rostro ( incluida su boca huérfana de piñonates ), dejando al descubierto su cuerpazo de diecinueveañera. Sus ojos brillan de placer al descubrir a Albertín en un rincón, comiendo un canapé y tratando – misión imposible – de tapar su rabo erecto.

Manolo, a petición de su profesora particular de matemáticas ( Rosita, la anfitriona ), viene vestido de jugador del Real Madrid. Blanco como una paloma, con su escudito y todo, muy mono él. El pantalón, tres tallas menos de la que usa normalmente, ha tenido que buscarlo su madre en el fondo del baúl. Ha valido la pena : su poronga se adhiere al pantaloncito , trasparentándose hasta la última protuberancia. Solo le ha faltado que, en el ascensor, su hermana – sin querer , queriendo – le apretó el paquete con una soberbia nalga.

Manuel, el padre de ambos, ha alquilado un traje de luces. De grana y oro. Bajo la lámpara del salón, brilla como una luciérnaga. Rosita, Azucena y doña Patrito, le miran directamente a la entrepierna, donde un gran bulto les aclara a quién ha salido Manolo.

Entra Carmen, la enorme prostituta negra, vestida como Divine. No le falta detalle. Una enorme peluca rubia, peinada al estilo de los 70. Un ceñidísimo traje rosa, que cae en una cascada de tules de gasa desde las rodillas. A cada movimiento, un gran pezón achocolatado sale por el escote de ébano. Viene canturreando un villancico, pues no recuerda lo que se canta la Noche de Fin de Año. Con ella viene un enorme semental negro, su hermano gemelo. Viene vestido de Romeo, con unas finas mallas casi reventando por la presión de sus musculosos muslos. En la portañuela de la bragueta, una boa constrictor se debate para liberarse de la opresión.

Sigue el desfile de vecinos. Ahora es la Doctora Godiva, que – como es su noche libre – ha preferido disfrazarse de muñeca chochona. Lleva dos grandes coletas, la cara llena de pecas pintadas y un vestidito muy corto, lleno de puntillas en las enaguas. Sus nalgas, grandes y sabrosas, asoman a cada movimiento que hace. Pensando que las muñecas no necesitan bragas, ella no se las ha puesto. Pero ella si que las necesita ¡ vaya si las necesita! . Aunque totalmente depilada, su enorme concha no es apta para figurar en las estanterías de juguetes de unos grandes almacenes.

Faltan pocos minutos para las 12 campanadas. En la puerta aparece el aristocrático gay , el vecino forofo de La Callas. Dudó hasta última hora si acudir o no a la fiesta. A él no le gustan las cosas multitudinarias. Prefiere el recogimiento, el silencio, la buena música. Pero , una noche es una noche. Rebuscando en el armario , encontró un viejo frac, con sombrero de copa. Con su barbita blanca, su pelo al rape y su cuerpo bien conservado, nadie diría que tiene 65 años.

Carmen, la prostituta negra, ya viene un poco "colocada" de casa. Se dirige a Rosita, la anfitriona, y le cuchichea algo al oido ( aprovechando, de paso, para meterle la lengua en la oreja ). Rosita finge escandalizarse. Desparecen ambas en la cocina. Mientras los invitados beben a más y mejor, se oyen chillidos y risotadas. Azucena acude a indagar. Más chillidos. Salen las tres mujeres con sendas bandejas en las manos, portando las copas con los granos de uvas. Reparten a diestro y siniestro. Todos llevan su copa en la mano. Todos , menos uno : el padre de Lupita y de Manolo. El buen hombre, embutido en su traje de luces, busca su copa con la mirada. No la encuentra. No la hay. Ya suenan los cuartos para las 12. Desesperado, Manuel, ya cree que no podrá tomar sus uvas. Pero, en el medio del salón, Carmen, con su traje rosa remangado hasta la cadera, lo llama con un silbido, haciéndole señas frenéticas. Entre los muslos de ébano, atisbando por el coño de la negra, un grano de uva asoma brillante y jugoso. El torero sonríe al tendido. Se lanza de cabeza "inter pernorum" de la divina Divine y, triunfalmente, llega a recibir en la boca el grano – tibio- justo en el momento que –el reloj- desgrana la primera campanada. Traga un grano, y otro, y otro. Deglute con ansia, amorrado a la profunda alberca de carne sonrosada.

En un rincón, Romeo, hunde su pitón – para darle ánimos- al gay tristón . Con cada campanada, un embite. Con cada embite, una sonrisa del empitonado. Al final de las doce campanadas, se ríe a mandíbula batiente.

Terminaron las campanadas. Besos, abrazos, morreos. Rosita y Azucena, en una simbiosis perfecta, han acoplado sus cuerpos desnudos, concha con concha, formando con sus vientres un receptáculo palpitante, una jofaina de carne, en la que se rebalsa el champagne que, ambas, dejan caer entre sus pechos. Los varones de la sala , hacen cola para beber , hundiendo sus hocicos en la espléndida fuente. Lupita, agachada bajo la mesa, aprovecha para mordisquear, con sus encías desdentadas, los glandes y balanos de los que abrevan, sin parar en mientes si el falo de turno pertenece a algún familiar.

Doña Patrito, algo cansada, se tumba en el suelo, justo entre los muslos de Lupita, haciéndole a la chica lo que su gato enamorado le hace a ella , noche tras noche.

Cansadas de ejercer de aljibe, Rosita y Azucena toman por su cuenta a Albertín ( el cuñado de Rosita ) y a Manolo ( hermano de Lupita ) , y les enseñan lo que son dos por dos. Siguen con la tabla de multiplicar y , al llegar al 69, hacen un descanso, repitiéndola varias veces hasta que los chicos se la aprenden. Los jovencitos se tiran a las hembras con sus vergas incansables. Como han hecho amistad mientras esperaban las campanadas, sellan un pacto de amigos morreándose entre ellos, siguiendo el ejemplo de Rosita y Azucena .

La Doctora Godiva, caminando como las muñecas de Famosa, agarra los garrotes de los maridos de Rosita y Azucena ( ambos van disfrazados de pastores de Belén ), y los hace suyos. Encara a cada uno por el orificio pertinente, y, bien compenetrados los tres, dan un paseillo por el salón, arrancando vítores de la concurrencia.

El padre de Lupita, viendo las blanquísimas ancas de Doña Patrito elevándose hacia el techo, la apuntala con su espada de torero, mientras rumia- todavía - unos granos de uva con sabor a Carmen.

¡Qué frenesí!. ¡ Qué chapoteos!. ¡ Qué metisacas y lametones!. ¡ Qué enculadas!. ¡ Qué tetas, como melones!.

Vergas en ristre, los machos buscan orificios donde endilgarlas. Las hembras, buscan falos, buscan lenguas, buscan dedos. Todos con todos. Chasquidos de carne desnuda. Brillos húmedos de esperma por doquier. Jugos femeninos en su punto exacto de cocción. Anos dilatados. Bocas ocupadas. Manos engarfiadas… Pezones erectos, pero no de frío.

Blancas con blancos. Negras con negros. Blancas con blancas. Blancos con blancos. Blancas con negros. Negras con blancas. Negros con blancos. Al final no se sabe si aquello es una orgía o una partida de dominó.

Don Manuel, horrorizado, se percata de que está follando con su hija Lupita. Mira alrededor, por si su hijo los está mirando. No lo ve. Respira tranquilo. Aprovechando la coyuntura le da unos cuantos enviones más a su niña, siguiendo el ritmo del que lo está enculando a él. Acaban a la vez. Mira sobre su hombro, pues siente curiosidad por ver la cara del macho que lo acaba de sodomizar : es su hijo Manolo . ¡ No pasa nada, que nadie se mueva de su sitio … pues todo queda en casa!.

Rosita y Azucena bailan un cha-cha-chá de su cosecha. Restriegan sus vulvas, menean sus nalgas, mordisquean sus pezones, ora una, ora otra, magreándose mutuamente sus carnes sabrosonas.

Carmen, la putona, ofrece su anatomía , reluciente como el charol, a quien pasa por su lado. Nadie le hace ascos. Todos y todas mojan en su gran tazón de chocolate.

Las luces del alba acompañan al Año Nuevo. Sobre las baldosas, pegajosas de semen y sudores, de flujos y salivazos, de champagne y licores varios, los cuerpos se arrastran entre vapores etílicos, regurgitando sexo por todos sus poros.

El gay se retira a sus aposentos, muy bien acompañado por Albertín y Manolito . Les quiere enseñar su colección de DVD de María Callas, la sublime. Puede que también les enseñe alguna otra cosa : los jóvenes de hoy tienen ansia por saber de todo. Hacen bien, qué caramba.

El gato enamorado de Doña Patrito , ya llegó a recoger a su amada. Ella le toca la cola, embriagada de amor y semen. El, ronronea muy cerca de su entrepierna, preparando su rasposa lengua para celebrar la llegada del nuevo año.

Don Manuel se coloca la montera y acompaña a Carmen y a su hermano, el semental negro. El buen hombre se ha enviciado con la carne morena, y quiere un poquito más de ración antes de ver los valses que retransmite la TV desde Viena por Año Nuevo.

Los maridos de Rosita y Azucena hacen un 699 con Lupita. Ellos se turnan para lamerle su conchita peluda, mientras ella enarbola las banderillas de ambos, poniéndolas a punto de caramelo. Rechina la cama matrimonial con el peso de los tres, pero "Lo Mónaco" tiene repuestos para las patas del somier , y no hay problema.

En el salón, aunque no es el sitio más indicado, quedan Rosita , Azucena y la Doctora Godiva. Guisan varias tortillas entre las tres, sin utilizar ningún huevo. Así no hay peligro de salmonelosis. Son muy apañad@s en la Finca Idílica.

FIN DE LA RECOPILACIÓN

Carletto

Mas de Carletto

El Gaiterillo

Gioconda

Crónicas desesperadas.- Tres colillas de cigarro

Pum, pum, pum

La virgen

Tras los visillos

Nicolasa

Gitanillas

Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

Bananas

Madame Zelle (08: La Furia de los Dioses)

Madame Zelle (06: Adios a la Concubina)

Madame Zelle (07: El licor de la vida)

Madame Zelle (05: La Fuente de Jade)

Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

Tres cuentos crueles

Madame Zelle (03: Bajo los cerezos en flor)

Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

La Piedad

Don Juan, Don Juan...

Mirándote

Aventuras de Macarena

Cositas... y cosotas

La turista

La Casa de la Seda

La Despedida

La Sed

Cloe en menfis

Gatos de callejón

Carne de Puerto

Obsesión

Cables Cruzados

Tomatina

Quizá...

Regina

Hombre maduro, busca ...

¡No me hagas callar !

Cloe la Egipcia

Se rompió el cántaro

La gula

Ojos negros

Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

Misterioso asesinato en Chueca (09)

Misterioso asesinato en Chueca (8)

Misterioso asesinato en Chueca (7)

Misterioso asesinato en Chueca (6)

Misterioso asesinato en Chueca (3)

Misterioso asesinato en Chueca (4)

Misterioso asesinato en Chueca (2)

Misterioso asesinato en Chueca (1)

Diente por Diente

Doña Rosita sigue entera

Tus pelotas

Mi pequeña Lily

Escalando las alturas

El Cantar de la Afrenta de Corpes

Dos

Mente prodigiosa

Historias de una aldea (7: Capítulo Final)

Profumo di Donna

Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

Historias de una aldea (6)

Historias de una aldea (5)

Historias de una aldea (3)

Un buen fín de semana

Historias de una aldea (2)

Historias de una aldea (1)

¡ Vivan L@s Novi@s !

Bocas

Machos

No es lo mismo ...

Moderneces

Rosa, Verde y Amarillo

La Tía

Iniciación

Pegado a tí

Los Cortos de Carletto: Principios Inamovibles

Reflejos

La Víctima

Goloso

Los cortos de Carletto: Anticonceptivos Vaticanos

Memorias de una putilla arrastrada (Final)

Memorias de una putilla arrastrada (10)

Dos rombos

Ahora

Café, té y polvorones

Cloe (12: La venganza - 4) Final

Cloe (10: La venganza - 2)

Cloe (11: La venganza - 3)

Los Cortos de Carletto: Amiga

Los Cortos de Carletto: Tus Tetas

Memorias de una putilla arrastrada (9)

Los Cortos de Carletto: Carta desde mi cama.

Memorias de una putilla arrastrada (8)

Memorias de una putilla arrastrada (7)

Cloe (9: La venganza - 1)

Memorias de una putilla arrastrada (6)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Memorias de una putilla arrastrada (5)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Los Cortos de Carletto: Falos

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Los Cortos de Carletto: Acoso

La Finca Idílica (11: Love Story)

La Sirena

Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

Los Cortos de Carletto: Niño Raro

La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

Los Cortos de Carletto: Ven aquí, mi amor

La Finca Idílica (9: Pajas)

Los Cortos de Carletto: Muñequita Negra

Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Cunnilingus

La Promesa

Cloe (4: La bacanal romana)

Sexo barato

Nadie

Bus-Stop

Mis Recuerdos (3)

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Carmencita de Viaje

Solterona

Macarena (4: Noche de Mayo)

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Cloe (3: El eunuco del Harén)

Macarena (2: Derecho de Pernada)

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

La Muñeca

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)