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Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

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LOS CORTOS DE CARLETOS : EL SESENTA Y NUEVE

Laura era un hembra espléndida. De las que te hacen pegarte de morros contra una farola, siguiéndolas con la vista. Su cuerpo era semejante al de Sophia Loren , en sus buenos tiempos, con un rostro a lo Gina Lollobrígida y una picardía a lo Brigitte Bardott. En resumen : un bombón.

Lo más espectacular de su cuerpazo era el trasero : amplio, en su justa proporción; carnoso , prieto y cimbreante. Sin desdeñar unos pechos a la antigüa : sin silicona, pero duros como piedras ; tan erectos y vibrantes que eran un pulso contínuo a las leyes de la gravedad. Sus pezones se le solían marcar a través de unas finas camisas de seda blanca, ya que, al no llevar sujetador, los pechos se le salían del amplio escote de su combinación.

Todos los varones de la oficina – y alguna que otra hembra – hubiesen dado el dedo de una mano por llevársela a la cama. Porque, Laura, además de estar más buena que el pan, era la chica más simpática y cachonda que te pudieses echar a la cara. Hablaba con todos con un gracejo muy gracioso – era de procedencia argentina – y no se cortaba un pelo para decir al pan , pan, y al vino, vino.

Laura no era prominscua; pero tampoco una monja de clausura. Se rumoreaba, se decía, se elucubraba … que Fulanito había echado un polvo con ella. Y Fulanito era mirado con odio y admiración. O que si se la había mamado a Menganito en el cuarto de la fotocopiadora. Y Menganito había subido seis puntos en la admiración popular oficinil.

Parte de eso era verdad. Laura, aunque muy discretamente, donde ponía el ojo ponía la bala. Tío que le gustaba … pues al catre. Lo malo es que de esos no había muchos. Hasta que entró Gustavo a trabajar de contable.

Gustavo era un buen chico. Buen mozo, pero un poco cortito de carácter. Muy trabajador, eso sí. Y no escaseaba de paquete. Pero tímido … como una ursulina.

Laura, cuando vió a Gustavo, sintió un flechazo en su concha. No se lo que le vería a aquel muchacho ; pero , el caso, es que ella se lo vió. Cosas del amor a primera vista. Y, desde aquel momento, todos los demás desaparecieron para ella. Los que salieron ganando fueron los del departamento contable, pues – desde que entró Gustavo- Laura no salía de allí : que si llevando fotocopias; que si preguntando no se sabía qué . El caso es, que cuando le contestaban a sus preguntas, ella ni se enteraba, pues estaba embobada mirando a Gustavo. Se lo comía con los ojos. Tanta pasión sentía por el chico que, incoscientemnte, se pasaba las manos por entre los muslos – sin acordarse donde estaba – o se lamía los labios, o se levantaba las tetas por encima del vestido. Todos los del departamento de contabilidad estaban al palo. Aquello era un sin vivir : cada vez que entraba Laura, las pollas de los pobres oficinistas hacían la ola conforme pasaba ella. Con aquellos andares, aquellos meneos de culo. Aquellas miradas de oveja degollada… dirigidas al gilipollas de Gustavo …

Al final, entre todos, le abrieron los ojos al medio memo. Lo obligaron a que la invitase a cenar, a salir con ella. ¡ Pero si te lo está poniendo a huevo! . ¿ Qué no lo ves, panoli, que se derrite con solo mirarte.?

Quedaron un viernes por la noche, a la salida del trabajo. Ella, iba hecha un flan, de nervios que tenía. El, como siempre, no se enteraba de la misa la media. Era del estilo de hombres que – parece – que cuando mea se la seca con un trapito.

En el restaurant, Laura, señaló lo que quería en la carta ( sin mirar lo que pedía ), sin apartar los ojos de su Gustavo. Ni se dio cuenta – después – de que ( lo que se estaba metiendo entre pecho y espalda ) era un enorme plato de fabada asturiana ( con sus alubias, su morcillita, su choricito, su etc. Etc. ). Gustavo, muy austero, se comió una ensalada ligerita, con una pechuga de pavo a la plancha. Ella se bebió media botella de vino tinto. El, una botellita de agua mineral sin gas.

Laura, bastante animada por el vino tinto, se atrevió a invitarlo a tomar una copa a su casa. El chico, por no hacerle el feo, accedió ( mirando el reloj y haciendo cuentas sobre las horas que le quedarían para dormir ).

La mujer estaba que reventaba. Las hormonas le salían ya por todas partes. Sentada en el sofá de su casa, con Gustavo a su lado, mirando la tele… Comenzó a ponerle las tetas en la cara, a tocarle el muslo tímidamente, subiendo hacia el paquetón inamovible. Tras un rato de pensar como haría para ponérsela dura, Laura tuvo una idea feliz : harían un sesenta y nueve. Así, tendría la oportunidad de acariciarlo con la boca y ponerlo a tono. Además, ella sabía que – la sola visión de su concha desnuda – hacía milagros en los más inapetentes. Pasó al ataque , sin marcha atrás posible :

Gus – dijo ella con la voz medio de trapo, por culpa del vino - ¿ hacemos un 69?.

Un …¿ qué ?.- contestó el contable, sin saber de qué le hablaba la chica.

Pues … ( ella se quedó un poco cortada, al percatarse de lo borrico que era él en cuestiones de sexo . Pero se armó de valor al notar un ramalazo de calor en su vagina ) .. ¡ mira, yo te enseñaré! . ¡ Lo primero , es ponernos en pelotas los dos!.

¿ En pelotas? – repitió él , algo escandalizado. Luego , se lo pensó durante unos segundos. Aunque era medio tonto, le gustaban las mujeres , y Laura estaba muy pero que muy buena. Accedió , pues, a la propuesta, más que nada por poder verla a ella desnuda.

Una vez desnudos ambos, y puestos en la postura requerida, Laura se lanzó como una posesa sobre la verga de Gustavo, arrimando su potorro a la boca de él. La cosa parecía que iba por buen camino , hasta que ……

¡¡ Piiiffffffffffff!! . Las alubias de la fabada estaban llevando su labor a cabo. El pedito, sonó en el silencio de la estancia , como un globo deshinchándose. Gustavo, sorprendido , apartó la cara de entre los muslos de la avergonzada Luisa.

Ji, ji, ji. ( rió ella, haciendo de tripas corazón ).¡ Sigue , sigue, amor mío.!

Gustavo se amorró , otra vez, y – a los escasos segundos – sonó, está vez más fuerte :

¡¡ Pttrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!.

 

Gustavo se levantó de un brinco, con el pelo despeinado hacia atrás y el rostro ligeramente estucado en marrón clarito. Agarrando su ropa, comenzó a vestirse mientras le espetaba a la pobre Laura:

¿ Sabes lo que te digo? . ¡ Que si esto es el 69, los otros 67 que quedan , te los comes tu solita!.

 

Y se marchó, dando un portazo, dejando a Laura deshecha en llanto y lanzando estruendosos pedos por aquél trasero, tan exquisito.

No se si decir, que la familia de Laura era de Buenos Aires.

 

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