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El ascensor

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EL ASCENSOR

Juanito aprieta el botón del ascensor. Comienza a rechinar la vetusta maquinaria, jadeando en su ascenso hasta el décimo piso. La finca es antigüa, el aparato también. El niño acaba de cumplir ocho años. Junto a él, aferrada a su mano, Hermelinda, su hermanita de cuatro años, bien almidonado su vestido repleto de puntillas. La madre de ambos, Doña Clotilde, muy bien puesta, maquillada e impecable, cubriendo sus ojos con unas inmensas gafas de sol, muy a la moda. Tintinean las pulseras en sus cuidadas manos. Por último, el Pater Familias, Don Juan, henchido de orgullo por su hermosa familia. Trajeado, encorbatado, erguido. Un fino bigotito adorna su labio superior. Unas gafas, también oscuras, ocultan su mirada y sus pensamientos.

En el mismo rellano, se oye una puerta al cerrarse. Dos figuras avanzan lentamente hacia el grupito que espera al ascensor . Los recién llegados son dos hombres, ya maduros, muy maduros. Uno de ellos, el más alto, tiene un color enfermizo, resaltado por el hecho de que no tiene ni un solo cabello sobre su cabeza. Se apoya en el brazo del otro hombre, que le musita palabras de ánimo, de cariño, mientras saluda a la familia de vecinos. La mujer contesta con un movimiento de cabeza. Su esposo, no se digna contestar. Masculla, incluso, entre dientes, algo sobre la "poca vergüenza ".

El hombre de aspecto enfermizo, más viril, hace una mueca resignada, pasando por alto la afrenta. El más bajo, ligeramente afeminado, se sonroja y aprieta los dientes, tragando el bolo amargo del orgullo herido. ( ¡ Son tantos bolos ya, que no queda casi orgullo ¡ ).

Llega, por fín , el ascensor. Entra la familia en pleno. Los dos homosexuales dudan en subir con ellos. Una rápida mirada al reloj, los hace decidirse. Suben. Don Juan, automáticamente, agarra por los hombros a sus hijos, arrimándolos hacia él, apartándolos lo más posible de los dos hombres. Traga saliva la maricona. El padre de familia, heterosexual hasta la médula, se regocija interiormente de esta nueva bofetada dada a sus vecinos. ¡ Ojalá se harten, y se vayan de la finca ¡. El enfermo, que controla más sus sentimientos, se ha percatado de la reacción de los niños cuando los agarró su padre : quedaron tensos, con los ojos dilatados, como esperando algún castigo sobre sus cabecitas.

El hombre de la mano lánguida, aprieta la mano de su compañero, mientras levanta los ojos hacia él, con adoración. Se le nubla la vista al verlo tan demacrado : " Pocos meses- le dijo el médico en la última visita – le quedan de hacer vida "normal". Luego, el lecho, hasta el cercano final". Traga las lágrimas, que se juntan con el bolo del orgullo en el ulcerado estómago. No quiere pensar en ese día. Ni en el siguiente, cuando los familiares de su amor revoloteen como buitres, arrancando los pedazos de SU HOGAR, ese hogar que , durante tantos años, han construido juntos, plumita a plumita, como una pareja de pájaros, como una pareja, que es lo que han sido, lo que todavía son. Sabe que , por desgracia, el piso lo pusieron a nombre del otro. Que, aunque él contribuyó tanto o más que su pareja para pagarlo, legalmente no le corresponde nada. Por eso se está preparando mentalmente para la hecatombre : la pérdida de su compañero, la pérdida de su vivienda, la pérdida de su vida. Si, por lo menos, pudiese tener un hijo, o una hija, para volcar su inmenso amor en alguien. Una joven vida a la que educar en la rectitud en que a él lo criaron. A quién transmitir sus valores, como persona , como ser humano. A quién cuidar cuando estuviese enfermo. A quién reirle las gracias. A quién castigar , cuando fuese necesario. El sería muy buen padre, muy buena madre, muy buen … lo que sea.

Doña Clotilde está temerosa. Siente la mano de su esposo pellizcándole en el brazo, justo donde tiene ese morado que le hizo anoche. Las gafas son grandes, gracias a Dios, el maquillaje, espeso. Ruega que no se transparente el hematoma violáceo de su ojo, que se extiende, casi, hasta el pómulo. Si no fuese ella tan cobarde. Tan repugnantemente cobarde. Y tan cómoda. Y tan acostumbrada a su vida de mueble decorativo, de florero. Si no tuviese tan asumido su papel, desde hace tantos años, de víctima propiciatoria, de masoquista bajo el yugo de ese sádico sin escrúpulos, de ese animal, de esa carroña…

Juanito nota los dedos de su padre clavándosele en el hombro. Recordándole quién manda. Siente en la pequeña espalda el miembro duro de su papá. Ese que le hace tocarle algunas veces. Ese que le obliga a chuparle cuando vuelve, algo alegre, de las reuniones con sus compañeros de Partido. Ese que le metió por su trasero, a pesar de sus chillidos, a pesar de sus lágrimas, a pesar de sus súplicas … aprovechando que su mamá estaba cuidando a la yaya, allá en el pueblo. Esa mano le recuerda que debe guardar silencio. Que "eso", solo le incumbe a ellos dos. Que si lo llega a saber alguien… ¿ Ni siquiera mamá, preguntó él, mientras papá lamía su colita ¿. ¡ Ella menos que nadie ¡, contestó fieramente su padre .

El papá de Juanito ya no abusa tanto de él. Ahora tiene a Hermelinda, su hermanita. Juanito lo sabe. La nena le enseñó ( agobiada por sus preguntas ) su vagina tumefacta, su ano, tan herido como el de su hermanito. Los dos tienen un pacto de silencio. Contra el monstruo, que no saben que es un monstruo. Solo saben que deben llamarlo PAPÁ.

La niña tose un poco. Sin pensarlo, el mariquita, se deja llevar por su alma de madre , y le ofrece un caramelo de menta que saca rápidamente de su bolsillo. La manita infantil se acerca , titubeante. La zarpa de su padre impide el contacto. Vuela el caramelo contra la pared. Solloza la niña. Traga quina el invertido.

Don Juan estalla de satisfacción. Lo tiene todo controlado. Su mujer le come en la mano. Sus hijos son eso, sus hijos. Tiene derecho , todo el derecho, sobre sus cuerpos y sus almas. Es, su padre biológico. El que los engendró. El centro inamovible de una familia heterosexual, perfecta. Pilar de la Sociedad. Futuro del País. Salvaguarda de las Buenas Costumbres… Esa misma noche, en la sede de su Partido, votará una y mil veces , si hace falta, contra los tibios aperturistas que sugieren , quizá, podría ser, la sociedad lo demanda … ¡¡ Y una mierda, para la Sociedad y los maricones!!. ¡¡ Jamás tragarán él, y muchos como él, en que se les reconozca LO MAS MINIMO a los homosexuales ¡!. No tienen derecho a NADA. Si por él fuera, ni siquiera a la vida. ¡¡ Todos a una isla y … PUM, una bomba ¡!. ¡¡ Monstruos ¡!. ¡¡ Antinaturales!!. ¿ Parejas de hecho ¿. ¿ Matrimonios de homosexuales ¿ ¿ Poder adoptar HIJOS ¿ ¡¡ Antes pasarán sobre su cadáver ¡!. Pues sí ¿ para eso ganamos una guerra ¿.

Se detiene el ascensor. Sale Don Juan con su prole, tan orgulloso, tan heterosexual, tan macho. La mariquita, abrazada a su compañero, llora su vergüenza, su rabia, su desconsuelo, su impotencia, su orgullo tan lejano del brillante arcoiris.

Carletto.

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