GIOCONDA
Tic-toc-tic-toc
Los pasos resonaron en la amplia estancia de las nuevas oficinas. La Empresa no había reparado en gastos, y los suelos de mármol lucían tan perfectos y brillantes como una pista de hielo. Tic-toc-tic-toc
Media docena de mesas se repartían, provisionalmente, todo aquél espacio. Tres mujeres y dos hombres jóvenes todos- fueron levantando la cabeza al oír el repiqueteo: alguien iba a ocupar la sexta mesa.
¡ Hola, soy Elsa ! y un atisbo de sonrisa se dibujó en la carita preciosa.
Los cinco la saludaron desde sus mesas. No podían perder mucho tiempo con arrumacos. Pilas y pilas de informes se amontonaban en columnas perfectas, excesivas a todas luces como para acabarlas esa misma mañana. Deprisa, deprisa Ese era el lema del Jefe. No, no podían detenerse.
Elsa resultó ser una preciosidad. No muy alta, pero con un cuerpo perfecto. Tacones altísimos, minifalda roja, camisa de seda blanca (bien ceñida por un ancho cinturón) El aire acondicionado hacía que sus pezones se marcasen, duros, bajo la tela casi transparente. Desde sus mesas, los compañeros daban rápidos vistazos a los muslos sin medias y fueron levantándose de uno en uno y con cualquier excusa- para acercarse hasta ella.
¡Es una antipática! barbotó una de las chicas mientras tomaban café.
¡Desde luego! apoyó la otra- ¡Y una pelotilla! ¡Mira que no querer descansar!
¡Chicas, chicas!- apaciguó uno de los varones- ¡No tiréis a degüello!
¿Celosas? inquirió otro con una cierta mala leche.
¡¡¿Nosotras?!!-escupieron ambas ¡¡Si no sabe ni sonreír!!
Parece Gioconda-habló el tercer chico, que había permanecido pensativo.
¿Gioconda? ¿Y esa quién coño es?- interpeló una a la que solo iban las Ciencias.
¡Mujer! ¡La que pintó Leonardo da Vinci! ¡La de la sonrisa enigmática!
Desde luego que no es mujer de muchas palabras. Casi ni contestó cuando hablé.
¡Ni a mí!
¡Ni a mí!
Pasaron los días. Elsa demostró que era autosuficiente para todo. No intimó con ninguno de sus compañeros, ni chicos ni chicas. No se le conocían novios, ni amigos. Además, como era un "cerebrito" aprendió en dos patadas todo lo de la oficina y no se dirigía a nadie para bien ni para mal.
-¡Pues algún lío debe tener! mascullaban las compañeras.
-¡No es humano que pase la vida sin relacionarse con alguien!
-¡Pues los hombres no le van!-espetó uno de los chicos (que se las daba de Don Juan).
-¡Ni las mujeres!- se le escapó a una de las chicas, poniéndose como una amapola.
Misterio, misterio, misterio. Elsa y su perenne sonrisa, tal y como si la tuviese pintada.
Hasta que un día
El armario de los archivos estaba excesivamente alto. Con su manía de no pedir ayuda, Elsa intentó encaramarse en una escalera. Con los brazos en alto, los zapatos de tacón apoyados en precario sobre el último escalón, las manos intentando sujetar un par de archivos La escalera dio un pequeño resbalón en el suelo excesivamente encerado. Elsa pegó un pequeño gritito mientras tomaba una forzada postura-despatarrada- para mantener el equilibrio. Los chicos, como balas, corrieron hacia ella. Y, justo cuando llegaban
¡Clic,clic,clic,clic!
Las bolas chinas repiquetearon por el suelo, brillante, pulido y escandalosamente silencioso.
Todo tiene su explicación. Hasta la sonrisa de Gioconda.
Carletto.