LOS CORTOS DE CARLETTO : Sospecha
Casi añoro, querida mía, los días en que tenía que insistir para que te arreglases. Eras muy joven para ser tan dejada con tu aspecto. Los pelos, con esas greñas casi aceitosas. Las cejas, sin depilar lo más mínimo, formando una línea recta, prácticamente ininterrumpida. Esos labios , incoloros, apenas resaltando de tu piel tan blanca. No presumías de tu cuerpo. Incluso parecía que gozabas en ocultarlo con trajes informes. Hasta tus ojos estaban apagados
Todo eso cambió de repente. De la noche a la mañana, tu pelo lució en una melena airosa, casi leonada. Tus ojos, tan verdes, resaltaron bajo los finísimos arcos de unas cejas depiladas a la perfección. Un discreto maquillaje, confería rubores de adolescente a tu piel satinada. La herida de tus labios , me sobresaltó de pronto : nunca te los había visto tan rojos y tan carnales.
En la cama, tras una cópula de antología, me confesaste el secreto : Avón.
¿Avón? dije yo, sin saber a lo que te referías.
Sí, si. Avón. El que llama a su puerta dijiste, entre risas, mirando tu reflejo en mis ojos pasmados.
Y me hablaste de la chica que llamó a tu puerta aquél lunes. De lo bien arreglada que iba. De su perfume. Y de lo avergonzada que te sentiste con tus pelajos, y tus legañas, y tu batín de buatiné. La chica resultó una excelente vendedora y, en poco tiempo , te había convencido de las excelencias de sus productos y del cambio tan radical que podían operar en ti.
Con el rostro maquillado, con tu "verdadero yo " asomando por primera vez, sentiste que no tenías ropa apropiada que hiciese juego con tu nueva hermosura. Y te lanzaste , a saco, sobre las tiendas de moda : desde la lencería más fina, a lo último aparecido en los escaparates para la nueva temporada.
Estabas desconocida para mí. Tu culto a la belleza fue "in crescendo". Ahora no salías de la peluquería, ni de la esteticién. Tus tacones se fueron haciendo , cada vez, más altos, y tus faldas más cortas.
Y, un buen día, comencé a sospechar. Te encerrabas, horas y horas, en nuestro dormitorio, sin poder explicarme lo que hacías allí. Tú no leias, ni tenemos TV instalada allí. ¿ Qué podrías hacer?
Al principio, no le dí importancia. Salías de allí más hermosa si cabe. Resplandeciente, como una enamorada, como una novia. ¿ Enamorada ? ¿Novia?. ¿ No estarías ?.
Llegué a espiarte. A pegar la oreja en la puerta, como una vulgar cotilla. Y, un día , te oí. Hablabas con alguien, estaba seguro. Susurrabas. Te reias sofocadamente. Canturreabas " te quieros" a algún amante desconocido. Incluso llegué a escuchar chasquidos de besos.
Por la noche, mientras estabas en el baño, aprovechaba para lanzarme contra tu móvil, mirando el último número al que habías llamado. Revisando la lista de los teléfonos a los que llamabas habitualmente. Nada. Todos los números eran de familiares de ambos. Una vez, descubrí un número nuevo. Era de una amiga tuya, según me dijiste. Con el run-run metido en la cabeza, comencé a sospechar de posibles relaciones lésbicas. Incluso llegué a tener sueños eróticos , en los que aparecías tú con una desconocida, a la que nunca llegué a verle el rostro
Aquello no podía seguir así. Cada vez atendías menos la casa. Cocinar, olvídate: todo de la pizzería de la esquina, o comidas de esas congeladas que se hacen en el microondas en pocos minutos. El resto del tiempo ( que era mucho ) , metida siempre en el dormitorio. Cerrada bajo llave.
Falté al trabajo, por espiarte. Por seguirte en tus poquísimas salidas. O tú eras muy lista, o yo muy tonto : jamás descubrí donde podías verte con la persona misteriosa que había ganado tu corazón.
Yo te quería. No podía permitir el perderte, sin luchar. Fuese hombre o mujer , tu amante se las vería conmigo. Pero, primero, debía averiguar de quién se trataba.
No tuve más remedio que hacerme un duplicado. Un día, esperé a que te encerrases en el dormitorio, y , cuando ya llevabas un rato, me acerqué sigiloso a la puerta. La llave giró suavemente. En mi ofuscación , ni me dí cuenta de que tu móvil estaba sobre la mesa del comedor
La lámpara del dormitorio estaba encendida con todas las luces. Incluso habías colocado un flexo sobre el comodín, encarado sobre ti. Estabas espléndida en tu desnudez, maquillada como una diva de la pantalla. Tu cuerpo, trémulo, se aplastaba contra la luna del armario ropero. Tus ojos mirando locos de amor tus propios ojos. Tu boca, como una herida, gimiendo palabras casi obscenas sobre tu boca. Tus pechos, altivos, buscaban ansiosos el reflejo de tus pechos. Tu sexo, pegado como una lapa a la superficie del cristal, goteaba finísimos hilillos de flujo . Tus manos pugnaban por atravesar el azogue, derrotados en la frontera que le imponía la frialdad del espejo.
Cerré la puerta tras de mí. Mis sospechas estaban fundadas ; pero contra tu amante, yo, no podía hacer nada.
Carletto.