LA FINCA IDÍLICA.- ( 1 "LAS AMIGAS ")
Felipe orinó largamente, sin levantar la famosa maderita de la taza. Como acababa de levantarse de la cama, ostentaba la famosa "trempera matinera", esa enfermedad masculina que comienza en la adolescencia y dura hasta que dura, dura. Como decía cantando- aquél famoso cómico en TV :
Todas las mañanas,
Cuando me levanto ,
Llevo la pilila
Más dura que un canto.
Luego, voy al water,
Echo una meada
Y, la pirulina,
Se me queda en nada.
Bueno , pues Felipe, que áun después de mear, mantenía una más que ostensible erección, se acercó muy macho él, al trasero de Rosita, que en aquél preciso momento se inclinaba sobre el lavabo para enjuagarse los dientes. Aprovechando la coyuntura, Felipe arrimó su enhiesta arma contra la grupa femenina, restregándola lúbricamente sobre la braga de algodón. Se cruzaron las miradas en el espejo ( algo salpicado de Licor del Polo ). Ella, enarcó una ceja , mostrándole sin palabras el reloj de pulsera. El, puso cara de súplica, arrimando aún más su virilidad a las nalgas carnosas. Cedió ella, elevando los ojos al cielo, a la vez que sonreía con la boca llena de espuma. Con la alegría propia de un niño en la Noche de Reyes, Felipe procedió a desempaquetar su regalo, bajando las bragas de su mujer hasta los mismos pies. Ella, picarona, lo ayudó en su juego, volviendo a inclinarse para seguir enjuagando su boca. Abrió Felipe los labios vaginales con una experta mano, mientras con la otra dirigía su ariete a las profundidades abisales. Gimió placenteramente el esposo , disfrutando del húmedo calor de la familiar vagina. Sus manos pasaron fugazmente por el cuerpo de su esposa ( intentando no hacerle cosquillas ) hasta coger con cada una un más que discreto melón, medio tapado, medio descubierto, por el negro sostén. Arreciaron los embates, transportándolo al cielo de " los jóvenes heteros felizmente casados con una hembra de órdago". Apunto, apunto, ya de correrse. Se acordó de ella, y de sus también legítimas necesidades. Bajo raudo una mano, para atenazar el pubis con clítoris incluido. Ella, haciendo presión sobre el lavabo, le comunicó que no hacía falta. Acabó , pues, el esposo, sus esponsales unilaterales, arrojando en el útero del que era coopropietario ingentes cantidades de semen.
Salieron, media hora más tarde, Felipe con Rosita y Felipín , al rellano de la escalera. Como todos los días, se encontraron a Juanjo con Azucena y Juanín, que también esperaban el ascensor. Comenzaron el parloteo dos a dos. Felipe y Juanjo, de la última adquisición del Madrid. Rosita y Azucena, del último escándalo de la telebasura. Felipín y Juanín, no dijeron nada, porque eran muy pequeños.
Tras muchos muas, muas y requetemuás, en el portal, salieron disparados Felipe y Juanjo a sus respectivos trabajos. Rosita y Azucena, con sus niñitos respectivos de la mano, fueron paseando hasta la guardería de la esquina. Tras empaquetar a los niños hasta las cinco de la tarde, se fueron del bracete a tomarse un cafelito.
Les gustaba ir paseando tranquilamente. Llamando la atención de todo bicho viviente con pantalones. Rosita era una morenaza de veintipocos años, de ojos rasgados que ella aumentaba sabiamente con el perfilador - , naricita respingona y boca chupadora. Sí, sí. Digo bien : chupadora. Así se lo decía su Felipe, cuando le metía el nabo hasta las amígdalas y ella se lo chupaba con aquella devoción casi monástica. Bueno, pues eso : tenía labios chupadores. Y los pechos. Los pechos merecían mención a parte. Eran dos meloncitos, duros, sabrosos, a los que apetecía hincarles el diente. Felipe se llevó una hostia, cuando eran novios, porque le dio un mordisco un poco salvaje. Desde entonces, se limitaba a lamérselos, con gratísimos chuponazos a los pezones. La cintura de Rosita era bueno, casi no era, porque de diminuta, apenas se le veía. Y , ella, que aún la estrechaba más con aquellos cinturones de cuero, anchos como la palma de una mano. Luego, claro, las caderas salían disparadas a ambos lados, redondas, ahusándose en los muslos de jaca jerezana. Las ancas, sin ser excesivamente prominentes, eran una pasada : llenas, respingonas, retumbantes . Agitándose como dos moles perfectas , a cada paso de su feliz propietaria
Azucena, siendo también una hembra esplendorosa, era la antítesis de su amiga. Lo que en Rosita era exhuberancia, en Azucena era discreción. Pero una discreción exquisita, casi aristocrática. Su pelo era rubio natural. Sí, sí, natural, y no de bote. No iba casi nunca a la peluquería. El cabello le caía libre, largo y liso, hasta mitad de la espalda. Sus ojos eran verdes, no muy grandes, pero muy profundos y expresivos. Su boca, de finos labios, siempre la llevaba impecablemente maquillada con un discreto y sensual color. Sus pechos sus pechos eran divinos. Dos peras perfectas. Duras y delicadas, coronadas por dos pezoncitos dignos de estar en el escaparte de una confitería.
Azucena era esbelta, un poco más que Rosita. Las formas de sus caderas no eran tan de hembra exagerada como las de su amiga, pero su culo A su culo solo le faltaba saber hablar.
Las amigas tomaron su cafelito, como todas las mañanas , después de dejar a los niños en la "guarde". Se juntaban con tres o cuatro más jóvenes madres, despellejando a todo bicho viviente durante la media hora larga de asueto. Tras dar un repaso metódico a todos los "lios" conocidos o sospechados, cada una se explayaba hablando de lo requetebueno que estaba el nuevo médico del Ambulatorio. O del peón de albañil marroquí de aquella finca ( todas miraban por la ventana ) o de . Así todo el rato. Azucena y Rosita, juraban y perjuraban que , ellas, jamás le pondrían los cuernos a sus maridos , con otro hombre. Y lo decían con tal sinceridad, que las otras amigas simulaban creérselo.
Relamiéndose las últimas gotas de café de los labios, las dos amigas salieron del bracete, haciendo muchos aspavientos y mirando los relojes : ¡ Hoy no va a coger el toro , se ha hecho tardísimo ¡.
Cuando llegaron a su finca, mientras subían al ascensor, con otra vecina algo chismosa- esperaron a que bajase la otra, para decirse :
Hoy, toca Cha-cha-cha.
Sí. ¿ Hacemos cocido?
Vale. No tardes.
Rosita corrió al dormitorio, quitándose la ropa en un pis-pas. Se abrochó la faldita con mucho vuelo, ató la ligera camisa sobre el ombligo , y calzó los zapatos de baile que sacó de un armario. Luego, casi a trompicones, pasó a la cocina, sacando del congelador un trozo de gallina, cuello de cordero, manitas de cerdo, una gran morcilla y una punta de jamón. Cuando sonó el timbre, estaba pelando las patatas.
¡¡ Está abierto, Azucena, entra ¡!.
Su amiga entró en la cocina, vestida a la misma guisa que ella. Dejó sobre la mesa la olla a presión, y dándo una vuelta sobre sí misma, enseñó el modelito a su amiga.
¡ Estás para comerte! le dijo Rosita, vislumbrando entre las piernas de su amiga- sin bragas- el toisson de oro.
Luego, luego, tragona dijo la rubia , entre risas ahora vamos a dejar el cocido haciéndose.
Distribuyeron- como buenas amigas los elementos del cocido entre ambas ollas, añadiéndole y los garbanzos. Las verduras las reservaron para más tarde. Calcularon a ojo el agua necesaria y , tras dejar las dos ollas sobre los fogones, a fuego medio, salieron de la cocina.
Mientras la dueña de la casa preparaba unos zumos de fruta ( "bautizados" con un chorreón de ginebra ), Azucena buscó en la pila de discos, hasta encontrar el que buscaba. Muy pronto, se oyeron los sones alegres de un cha-cha-cha. Rosita corrió a bajar las persianas. Azucena, dando pequeños sorbos a su cóctel, danzaba sinuosamente por el centro del salón. Rosita, con otra copa en la mano, se puso frente a ella, siguiendo el ritmo con los pies. Se miraron profundamente a los ojos. Agotaron de un trago la bebida y , tras dejar las copas en una mesita de cristal, se enlazaron , moviendo todo su cuerpo al ritmo que marcaba la música.
Las manos se fueron haciendo más atrevidas. Los dedos abarcaron un seno, se demoraron más de la cuenta sobre un pezón. Al girar ambas amigas, se levantaban las falditas, mostrando en toda su gloria el esplendor de sus coños. Aplastaron seno contra seno, boca contra boca, pubis contra pubis. Las manos fueron bajando, acariciantes, hasta posarse en las nalgas ajenas, posesivas, apremiantes. Terminó la música. Se hizo el silencio, solo roto por ambos resuellos, por los chasquidos chupoteantes de los besos húmedos. Rosita hizo girar , ante sí, el cuerpo de su amiga, dejándola pegada al suyo, senos contra espalda. Le abarcó las peras limoneras, mientras Azucena buscaba , a palpas tras de sí, el choto mojado de su amante. Le metió dos dedos, que rebuscaron en el interior y salieron con goterones de semen.
¿ Te arregló Felipe, antes de salir ¿
Sí, hija, si. No le pude decir que no.
A mí también me lo pidió Juanjo ; pero le dije que por atrás.
Rosita, para comprobar la veracidad de las palabras de su amiga, le metió el índice muy suavemente- por el ano, que se notaba dilatado y cremoso.
Apunto de enzarzarse en el segundo asalto, un pitido las sobresaltó. Pocos segundos después, otro. Fueron corriendo a la cocina. Las pesas de las ollas a presión giraban como locas. Las apartaron del fuego y , tras enfriarlas bajo el grifo, las abrieron con cuidado. Espumaron el caldo de la superficie y , tras añadir la verdura y un par de cosas más, volvieron las ollas a su posición inicial, dejándolas a fuego lento.
Ahora no fueron al salón. Se dirigieron rápidamente al dormitorio, desnudándose por el camino. Les quedaba ya poco tiempo. ¡ Y tenían tantas cosas que hacerse ¡.
Rosita, fiel a la fama de sus labios, chupó sabiamente la concha de su amiga, succionando golosamente el clítoris sonrosado. Azucena, que no podía estar sin hacer nada, ayudó a su amiga a que montase sobre ella, en posición invertida, y mientras abandonaba su delicado sexo en la jurisdicción de la boca de su amiga, ella se dedicó a pegar dentelladas muy ligeras, muy eróticas al monte de venus de Rosita. Magreaban ambas las nalgas de la contraria, buscando con sus dedos los esfínteres . Rosita no tuvo problema en meter no uno, ni dos, sino hasta tres dedos en la abertura anal hiper regada de Azucena. Su amiga, que encontró algo reseco el oscuro ojo de Rosita, buscó el lubricante en las profundidades de la vagina de la Rosa, untando a conciencia el pórtico del Diablo. Jugueteó con su dedo pulgar, a la par que deslizaba la lengua desde el clítoris hasta el ano, y cuando el orificio latió por sí solo, aprovechó una contracción para endiñarle el dedo gordo. Ronronearon ambas, disfrutando de la tortilla compartida. No les hacían falta huevos para ello. Chuparon y lamieron. Pellizcaron y mordieron. Dieron grandes chillidos y gritaron pequeñas blasfemias. En la locura del pre-orgasmo, Rosita rebuscó en el cajón de su mesita , y sacó un dildo doble, de tamaño más bien mediano. Alucinó Azucena del artilugio y , mientras se metían ambas cada una su parte proporcional- la chorra de látex, preguntó, entre suspiros :
¿ Qué, a Felipe, le va la marcha ¿,
Ya te contaré, sirena mía.
Y , las dos sirenas navegaron por mares desconocidos, con horizontes sin límites, huyendo de tifones y maremotos, revolcándose en las tranquilas playas de Lesbos. Y, una a cada lado del pene de látex, intentaron y lo consiguieron que entre ambas no hubiese nada que las separase ( todo dentro, todo dentro ). Y, tras correrse , echando espuma por la boca, como bacantes, dormitaron plácidamente en otra paradisíaca playa, en la que solo se oían, muy lejanos, los pitidos de un buque mercante. ¿ Pitidos , he dicho ¿.
¡¡ Los cocidos ¡! gritaron ambas dos a la par, dejando sobre la cama el chorreante artilugio.
Por la noche, acostados ya en el santo lecho conyugal, Felipe le dijo a su Rosita :
Tiene gracia, mi amor. Siempre que comentamos , Juanjo y yo, lo que comemos a medio día, siempre coincide que habéis guisado lo mismo Azucena y tú.
¡ Qué casualidad ¡ - dijo la adúltera sonriendo ladinamente. Y se rió.
La noche cayó sobre la finca. Y sobre todos sus secretos.
Carletto.