Novici@ - II
Los tres novicios , hechos un nudo, quedaron dormidos hasta la siguiente llamada para rezar. Vestidos con sus blancos hábitos bajaron a la capilla del convento. Muerto de sueño, Rosario intentaba no dormirse y para ello pensaba en la noche que acababan de pasar. El voto de castidad se había ido a la mierda. Pero el sabía que el Señor prefería que sus criaturas gozasen con sus cuerpos en lugar de mortificarse. El placer, da alegría. La mortificación , tristeza y mala hostia.
Paseando por el huerto aquella tarde, el novicio Rosario oyó unos ronquidos que salían de una barraca apartada en un rincón del jardín. Se aproximó despacio y se asomó por un ventanuco : dentro de la barraca , repleta de aperos de labranza, azadones , podadoras y todo cuanto necesita un jardinero, un mugriento camastro justo delante de la ventana dejaba descubrir la procedencia de los ronquidos. Un joven de veintitantos años dormía con el brazo derecho cubriéndole el rostro. Una camisa harapienta y unos pantalones astrosos eran toda su vestimenta. Los pantalones, con más rasgones que tela, dejaban a la vista el más bello pene dormido que había visto nunca Rosario.
Un testículo grueso y rubiales descansaba , pesado, sobre el muslo del bello durmiente. El novicio sintió una instantánea erección y , a pesar de lo movidita que había sido la noche anterior, pronto sintió sus dos sexos pidiéndole acción. Sin poder contenerse alargó la mano y la metió por la ventana hasta alcanzar el estómago del joven. Se demoró en los vellos que partían del ombligo como caminito de hormigas hacia abajo. Enruló sus dedos con el pelo púbico del jardinero dormido y , por último , cogió con suavidad extrema la punta del glande entre su pulgar y su índice, levantándolo para apreciar toda su longitud. Abrió los ojos en aquél instante el rústico jardinero y se quedó mirándole con unos ojos castaños que subyugaron al Novicio. La nariz griega y los labios de estatua completaban el rostro de aquélla aparición tan carnal.
El jardinero lo invitó a pasar a la barraca con un gesto de su cabeza. Entró Rosario tratando de ocultar su tremenda erección con los faldones de su hábito; pero fue imposible. Además el chico , en cuanto lo tuvo a su lado, lo desnudó con una rapidez y un saber que le indicaron a Rosario que no era el primer fraile al que desnudaba.
Sentados desnudos en el camastro, recorrieron sus cuerpos con las yemas de sus dedos. Rosario ensalivó su palma para acariciar los pezones viriles que respondieron automáticamente poniéndose erectos. Juntaron sus bocas, lucharon sus lenguas, sorbieron sus alientos casi hasta el ahogo. Y de común acuerdo, acoplaron sus cuerpos en un sesenta y nueve . Rosario sonrió pensando en la sorpresa que se iba a llevar el jardinero cuando hurgase en su pubis , encontrándose con el regalo inesperado de una vagina. Acometió su parte del trato engullendo el precioso nabo que le ofrecía el jardinero. Notó , a su vez, los labios del muchacho cerrándose sobre su rígido glande. Comenzaron a la vez un rijoso vaivén , engullendo cada vez más pedazo de polla, hasta que los músculos de las gargantas se dilataron finalmente para recibir hasta el 100 por 100 de los arietes. Notaban ambos , en las narices, el vello púbico de su contrincante en tan placentera lucha.
Subieron de los pozos testículares las torrenciales corridas que hanegaron todo a su paso, cayendo como cascadas por las viriles gargantas que se afanaban por deglutir todo el producto de los surtidores. Apuraron las últimas gotas y quedaron ronroneantes como gatos, aún en la misma postura. A los pocos minutos, Rosario notó los dedos del jardinero acariciarle la base de la polla , pasó su palma por el vello púbico del fraile y volvió a pasarla hincando esta vez un poco los dedos en el centro del pubis. Rosario se rió : ya lo había encontrado.Su secreto ya era sabido por el jardinero.
El muchacho, menos extrañado de lo que debería, comenzó a acariciarle la concha, introduciéndole dos dedos en la vagina mientras frotaba con un sabio dedo su clítoris pulsante. Rosario se agitó, enervado su vientre con los tocamientos del jardinero. Paró éste de repente y, arremangándose los gruesos testículos, ofreció ante la vista de un estupefacto Rosario lo que jamás hubiese esperado ver : una vagina, un clítoris y un todo exactamente igual que el de Rosario. Las únicas diferencias estribaban en que Rosario tenía la parte de sexo femenino en la parte superior ( o sea en el pubis ) y el jardinero lo tenía en el inferior ( entre los testículos y el ano ).
Contentos ambos hermafroditas por haber encontrado un hermano en su rareza, se dedicaron a sacar partido ( doble partido ) a su sexualidad.
Como la parte de fellatio ya la habían cubierto, pasaron al cunnilingus vaginal, con el que ambos quedaron muy satisfechos. Pasaron luego a palabras mayores. Colocaron sus cuerpos de forma que la polla del jardinero ( subido sobre el cuerpo del Novicio ) entraba dentro de su coño, a la vez que el nabo de frailecito se hundia hasta las bolas en la concha abierta del agricultor.
Fornicaron largo rato entre gemidos cada vez más fuertes. De repente, se abrió la puerta de la cabaña y entraron muy sonrientes los otros dos novicios amigos de Rosario. Admirados por lo que veían pronto encontraron su rol en aquel asunto. Tras quitarse los hábitos y mamarse mutuamente las pollas para ponerse en el punto de rigidez necesario, se colocaron tumbados a ambos lados de los amantes ( que estaban apoyados solamente en un brazo y un muslo, para dejar libres sus orificios traseros ), arrimaron sus espectaculares y frailunas pollas a los dos únicos huecos que quedaban libres y , a la voz de , ya , enfilaron por los dilatados anos sus velones pascuales para apagar su fuego en el interior de las cavernas de los oscuros milagros.
No oyeron dar la tercia, ni la sexta ni la nona. Al final, con los hábitos arrastrando de cualquier forma, llegaron al refectorio donde el resto de los frailes comían su sopa. Quedaron las cucharas en el aire, mientras los santos padres miraban los bellos cuerpos de sus novicios rebeldes. Cuerpos chorreantes de sudor y otras materias líquidas. Se tumbaron los tres ( como decían las normas del convento ) en el centro del refectorio, justo delante del Padre Prior. Los muslos entreabiertos de los tres novicios dejaban ver los recovecos de sus rosados anos, brillantes de escarcha seminal. Los juveniles testículos asomaban por atrás, con el vello apelmazado por diez corridas.
No tuvieron tiempo de decir : "Perdónanos , Padre, porque hemos pecado ".
Las cucharas descansaban en el plato. Los frailes hacían cola con los hábitos remangados y el Padre Prior metía su húmedo hisopo en la boca de los pecadores para perdonarles su pecado tan nefando.