NADIE
El muchacho es muy joven, casi un niño . Corretea entre las ruinas , intentado atrapar a la paloma. Solo hay escombros y restos humeantes. Los tanques de los soldados no dejaron títere con cabeza : eran las órdenes que tenían.
El niño huye hacia delante, sin querer pensar en nada, solo en jugar. Ya nadie le espera en casa, no tiene casa, no tiene a nadie. Desde que lo soldados los hicieron salir de su antigüo hogar hace ya tanto tiempo que casi no se acuerda el niño ha estado desorientado. Sus amigos quedaron atrás , por el camino. En su nueva casa , medio ocultos, estuvieron un cierto tiempo. Cada noche, entre lágrimas, los suyos contaban las bajas de sus familias más cercanas . Un odio animalesco iba creciendo en sus pechos hacia los que les estaban exterminando. Porque sí : aquello era el exterminio de una raza Tenía que predominar la de los otros, valiéndose de mil excusas y del uso terrible, inhumano ,de la fuerza de su poderoso ejército. Eran las palabras que el niño escuchaba noche tras noche, lágrima tras lágrima .
Cada vez, los fueron acorralando más, quitándoles más privilegios, humillándolos hasta términos indecibles. Por último, los arrojaron allí, al guetho. De donde , prácticamente, no podían salir. Condenados a las penurias y al hambre. Al hacinamiento más penoso. Era el último acto del drama orquestado desde la cúpula del gobierno enemigo. Ellos tenían sus motivos siempre los hay para hacer lo que estaban haciendo. Los jefes mandaban, los soldados obedecían. Todos eran culpables . El niño recordaba las voces histéricas que les daban órdenes a ellos por los megáfonos. Los insultos y advertencias . Sus músicas militares. Su parafernalia de ejército vencedor
Desde hace unos días, el niño está solo entre las ruinas. El telón ya bajó .El ataque fue fulminante, con la excusa de no se sabe qué. Todos los que no habían podido escapar, murieron. El tiene un escondrijo, con las bestezuelas, como una más, bajo un montón de cascotes, allá en un rincón. Tiene hambre y sed. Pero le dan mucho miedo los soldados. Y sus lanzallamas. Y sus tanques, que arrasan los edificios, que aplastan los cuerpos, que gruñen como mastodontes sin alma , arrastrando sus cadenas ensangrentadas.
El niño ha salido de su escondite. Primeramente, solo para orinar. Estando todavía agitando su pene circuncidado para eliminar las últimas gotas, ha visto a la paloma. Es el primer ser vivo que ve en varios días, además de las ratas con las que comparte escondrijo. La paloma lo deslumbra con su blancura. Y parece que no le tiene miedo. Se acerca sigiloso, llamándola. Se aleja ella con un vuelo corto. El, tiene una idea que lo llena de alegría : en su covacha, producto de la rapiña de las ratas, hay algunos granos de trigo. Corre ligero, casi vuela, en busca del tesoro. Vuelve raudo con unos granos, llamando suavemente a la paloma. En su mano extendida, brillan los granos de trigo. La hambrienta paloma remolonea cerca. El solo quiere una amiga, alguien a quién querer. Alguien que le calme ese sollozo incontenible que tiene permanentemente anclado en el pecho . La paloma , por fín, se posa en su muñeca. Lo mira con sus ojillos redondos, luego, agacha la cabeza y tienta con el pico en busca del alimento. Se lo come en un santiamén. Tiene hambre la pobrecita, piensa el niño ( sin acordarse de que el tampoco lo hace ni se sabe ya el tiempo ). Se arriesga a acariciarla con la otra mano. Nota el temblor de su cuerpo, los latidos del pequeño corazón. El ave se queda con él, quizá por egoismo, pensando en más alimento. El niño llora de felicidad. Sube a un montón de cascotes, para gritar al mundo su alegría, para comunicar que ya no está solo. El sol le da en el rostro, nimbando su cabeza como con una aureola. La paloma blanquea junto a su pecho
El disparo, seco, atraviesa a la vez el corazón de la paloma y el del niño. Ambos caen con la sonrisa en la boca, juntas sus sangres, unidos sus postreros latidos
Unos anteojos localizan el cuerpo. Se oye una conversación de viriles militares, de amos del mundo. Ante la pregunta del que interroga en lengua israelí , el del rifle humeante contesta, friamente :
No era nadie. Solo , un niño palestino.
Carletto.