EL CHAVAL DEL ARMARIO : SORPRESA, SORPRESA
Continuación de : El Chaval del Armario : Viaje a Italia.
Abelardo volvió del viaje a Italia más reprimido que nunca. No se había atrevido a dar el paso, y continuaba con sus calentones en la intimidad, sin nadie con quién sincerarse, sin nadie a quién echar un tiento.
Pero algo había cambiado. Ya no tenía ganas de quedarse solo en casa, leyendo durante todo el día. Ni ir al cine . Ni nada. Se le fue el apetito y en pocas semanas adelgazó varios kilos. Su estómago quedó plano. Cuando paseaba , sus largas piernas y su delgado aunque ancho torso suscitaban miradas de unos y otras. Comenzó a frecuentar un café todos los días, donde se juntaba con otros chicos.
Unos de su edad, otros un poco más jóvenes. Cierta noche de sábado en que estaban conversando el corrillo de amigos recientes, Abelardo comentó de pasada ciertas revistas porno que había traido de su viaje. En aquellos tiempos de mediados de los 70 las revistas eróticas eran algo poco visto en España. Las pornográficas ni digamos. Rápidamente lo convencieron para ir todos a su casa para que se las enseñase.
En su habitación, los seis amigos se disputaban las revistas italianas subidas de tono. En ellas había de todo. Incluso algunas páginas de sexo gay. Cuando se cansaron de manosearlas, se fueron. Todos menos uno. Y era el más guapo. Se llamaba Antonio.
Abelardo lo conocía de unos meses antes, pues el chico trabajaba de aprendiz con una empresa de fontanería que llevaba el mantenimiento de la oficina en que trabajaba Abelardo. Tendría unos diecinueve años, algo más bajo que Abelardo, pelo rubio muy rizado y rasgos agradables, con una boquita de labios sensuales y no muy grande. Lo mejor de él era el torso, musculoso de forma natural, no de gimnasio ( entonces no se estilaban ) y de pezones prominentes. Su musculatura era bastante apreciable debido a su trabajo. Acostumbraba a llevar unos jeans algo desteñidos, ajustados a sus muslos y nalgas regordetas. También le gustaba llevar unas botas de media caña que le daban aspecto de vaquero del oeste. Era un chico muy discreto. Con una personalidad muy acusada que hacían que los demás lo respetaran. Un líder, vamos.
Las chicas se lo rifaban. Y él era muy caliente. Tan caliente que le dio una sorpresa a Abelardo.
Cuando se marcharon los demás, Antonio se hizo el remolón mirando una de las fotonovelas en que se veían unas chicas con grandes tetas. Al percatarse que se habían marchado todos, pasó las hojas hasta una página que tenía marcada con un dedo y se puso a mirar las fotografías mientras se arreglaba el paquete en su ajustadísimo pantalón. Abelardo no sabía que decir. Hasta ese momento no había detectado nada que le hiciese pensar sobre Antonio algo diferente de los demás amigos. Solamente que estaba muy bueno.
Mira, Abelardo.
Abelardo se inclinó sobre él para mirar la foto que le indicaba. Se le encogió el estómago al ver la que le señalaba : dos modelos italianos, recién salidos de la adolescencia, se enculaban sobre unas piedras del foro romano. La verga de Abelardo se disparó hacia arriba en el momento que Antonio dejaba caer su espalda contra él, apoyándose en sus muslos.
Durante los siguientes minutos Abelardo no sabía ni donde se encontraba. Como en un sueño , vio a Antonio levantarse y , diciéndole no se qué, se abrió la camisa dejando al descubierto su tórax digno de un gladiador. Pero no acabó allí. Mientras con una mano aguantaba un cigarrilo de sabor mentolado, con la otra manipuló su ancho cinturón de cuero dejó caer sus pantalones que quedaron sujetos por las botas. Abelardo volvió en sí y fue corriendo a pasar el pestillo de la puerta. El chaval, que por lo visto era bastante narcisista, se colocó ante el espejo de cuerpo entero que había en el armario ropero de Abelardo. Colocó sus pulgares en la goma del slip y lo fue bajando lentamente, mostrándose a sí mismo ( y de pasada a Abelardo ) el vello tupido y rubianco de su pubis. Sus abdominales hacían juego con el torso y los muslos nervudos ( era aficionado al ciclismo ) enmarcaban la polla más rara que había visto nunca Abelardo : aun sin ser muy grande, tenía un grosor considerable, estaba totalmente descapillada y torcida formando un arco hacia arriba y hacia la izquierda.
Tras acariciarse el cuerpo ante el espejo, se volvió hacia Abelardo que lo miraba incrédulo, sin atreverse ni a tragar saliva . Antonio le dijo algo sobre si él no se la enseñaba. Con los dedos agarrotados, el más mayor se quitó la ropa en dos tirones, mostrando al efebo narcisista la polla de un hombre de verdad. Pero aunque Abelardo era mayor, Antonio tenía más experiencia y sangre fría. Lo agarró de la polla y le dio varios meneos con sus callosas manos. Abelardo casi levitó. Por fín se atrevió a poner sus zarpas sobre el divino cuerpo.
Ni los pulpos tienen tantos brazos como le salieron a Abelardo para recorrer centímetro a centímetro el cuerpo dorado de Antonio. Los pezones fueron su objetivo prioritario, los pellizcó, los lamió, los mordió hasta que el otro le dijo al oido que le hacía daño. Para procurarse su perdón, Abelardo se agachó ante los muslos abiertos del machito y , haciendo filigranas, mamó su primera polla. Y el pobre tonto no tenía otra idea en la cabeza que hacer gozar a su amigo. Para que le volviese a dar otras veces lo que para Abelardo, a partir de entonces , iba a ser como una droga : su cuerpo. Su hermoso, adorado , triunfal y viril cuerpo.
Casi ni se dio cuenta de que se había corrido.
PUEDE CONTINUAR