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Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

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MISTERIOSO ASESINATO EN CHUECA ( X ) – ÚLTIMO CAPÍTULO

La cabeza vencida sobre la mesa. La luz, azulenca , del flexo brilla junto a tu rostro, haciéndote recordar…

El orgasmo llegaba de la mano de Pepe. De tu novio, de tu chico. El cine casi vacío y vosotros en las últimas filas ( las de los "mancos", se decía entonces ), metiendo la mano por donde podíais. Recuerdas tus muslos abiertos bajo la falda plisada, húmedos de sudor y de excitación. La mano de pepe abarcando tu entrepierna, tu sexo palpitante. Vuestras bocas unidas , imitando los besos que se daban en la pantalla. Tú, casi con vergüenza, palpabas la verga de tu chico sobre la bragueta de sus vaqueros. El avanzaba , imparable, bajo los pliegues de tu falda, tratando de abrirte con dos dedos los otros pliegues, los de tu carne caliente, chorreante, virginal… La palma de su mano, ahuecada, acariciaba uno de tus senos, mientras sus dedos hurgaban allá abajo con manos de sátiro de quince años. Indice y anular se adentraron en tu surco, apartando impedimentos para dejar el paso explícito al dedo corazón – largo y grueso – que posó su yema en el centro de tu hoyo, de tu boca pequeñita, como pidiendo permiso, como rogando la entrada a tu entrada secreta, jamás hollada – hasta entonces – por ningún ser humano. Y su pulgar ¡ divino pulgar ! rozó tu clítoris, y , ante tu espasmo, Pepe supo lo que querías, comenzando el más delicioso, el más angustiante, el más maravilloso frotamiento que imaginarse pueda. Muerdes sus labios y atenazas su verga tiesa a través del vaquero. El hunde un poco más sus dedos, acaricia con más ímpetu tu clítoris… y tú te vienes en su mano de una forma imparable, justo en el momento que os enfoca la linterna del acomodador, deslumbrando tus ojos . Deslumbrada, como ahora.

Limpias un hilillo de baba que cae desde la comisura de tu boca. Ante ti espera otra declaración. Tienes que leerla. Ahora. Sirves otro café del termo. Sabe a rayos, a centellas, a veneno.

***

 

DECLARACIÓN DE ÁNGELA :

"La fugaz aventura que tuve con la otra novicia, me había marcado más de lo que imaginaba. Lo supe aquella tarde. La tarde en que me encontré con la Hermana Sonia sentada en un café, muy cerca de nuestra finca. Estaba … distinta, muy distinta de cuando la conocí. Entonces había sido una persona vital, mística, con un fuego interior que le salía a chorros cuando cantaba … o cuando hacíamos el amor. Por el contrario, ahora, estaba lánguida, como ausente. Me habló de cierto hombre, de cierto proveedor del convento en que estuvo antes de conocerme. De sus encuentros esporádicos… y de los resultados de estos encuentros. También me contó algo – muy poco – de su vida anterior, de su escapada de casa – incapaz de soportar a un marido a quien no quiso nunca – de su necesidad de experimentar realmente esa religiosidad que fluía de su alma cuando cantaba en el coro. Finalmente me habló de su hermano gemelo, ese hermano al que había envidiado tanto, del que quiso apropiarse – una a una – de todas sus ilusiones, hasta llegar a arrebatarle el amor del hombre de quien se había enamorado. Según hablaba ella, yo pensaba en Soraya, en la similitud con los retazos de su vida que me había ido contando mientras compartíamos habitación. ¿ Se trataría de la misma persona?.

Intuí un cierto arrepentimiento, una sincera vergüenza al recordar las cosas que Sonia le había hizo haciendo a su hermano. Creí, tonta de mí, que tenía ante mí a una nueva Sonia, más humana, más predispuesta al amor fraterno. No era así, pero yo – en aquel momento – no lo sabía.

Le hablé, a mi vez, de Soraya. De sus planes para operarse definitivamente en un tiempo muy próximo, prácticamente en un par de días . Se la describí. Cometí la insensatez de decirle que vivía en mi misma finca. Ella, al saber de Soraya, al reconocer bajo la piel de ese travestí al envidiado hermano, se elevó ante mí como una cobra. Se transmutó en el bicho terrible que podía llegar a ser cuando la comían los celos, y usó todo su encanto para hipnotizarme, para conseguir que la llevase hasta nuestro hogar, incluso a que – en secreto – le proporcionase la llave del piso que me había encomendado Soraya. Y ella anidó en la casa de su hermano. Y como la serpiente que pone sus huevos, tuvo tiempo de buscar y rebuscar. De encontrar vídeos para chantajear, de encalabrinar a perros y a muchachos subnormales, de enamorarme a mí… Porque me enamoré de ella, me volví loca con sus mentiras, con el recuerdo de sus besos primerizos, de sus caricias lascivas, de sus palabras de perfumada miel. Deshizo, en pocas horas, el entramado de amor generoso que había tejido, para mí, Nieves. Era malvada. Solo le interesaba hacer daño, el que fuese, contra más intenso mejor. Su odio por la humanidad ya traspasaba los umbrales puramente fraternos. Quería destruir a Soraya, sí, pero – junto con ella – todo aquel entorno amigable que le daba náuseas. No soportaba que la gente tuviese amistades, que se apreciasen sinceramente. Para Sonia todo eran lameculos, gilipollas y gente falsa. Verdaderamente estaba como una cabra.

Nieves había subido con una botella de cava y dos copas. Quería que hiciésemos las paces. Había notado que yo estaba algo rarita últimamente. No le puse buena cara. Mis planes eran otros. Deseaba estar con Sonia. Me moría por estar con Sonia. Le dije una barbaridad. Me metí con sus años, con sus kilos, con todo lo que creía yo que podía herirla más. Me agobiaba. Rompió a llorar, hablándome en su jerigonza de valenciano y castellano. No quise escucharla. No quería escucharla. No podía escucharla. Me metí en mi dormitorio, esperando que se le pasase la llantina. Sobre la mesita estaba su pañuelo de seda violeta. Lo cogí y salí con la intención de devolvérselo, de que viese en ese gesto que no quería ya saber nada de ella. Mi corazón era de otra.

Nieves ya no estaba. La oí , sollozando, en la primera planta. Una voz masculina la estaba consolando. No quise saber nada. Mis pasos me llevaban, imparable, hacia la puerta de Sonia. Estaba entreabierta.

Mi amor, mi novicia, mi locura, estaba tendida en su cama. Atada con unas cuerdas bastas. Desnuda. No quiso decirme el porqué de su estado, sino que quería jugar conmigo, gozar conmigo. No me hice de rogar. Cabalgué sobre ella, arrimé mi sexo a su boca insaciable, noté sus pechos grávidos entre mis muslos ardientes. Ella quería más, mucho más. Me hizo buscar en un cajón. Allí, enorme, brillante , perfectamente detallados los relieves de un falo en su superficie de látex, aguardaba un consolador marcado con una "P" dorada. Lo puse en marcha. La vibración hacía temblar todo mi cuerpo. Quiso que me lo ensartara, que lo introdujese en la vagina ante ella, levantando una pierna para que pudiese observarme bien. La obedecí. Metí aquella monstruosidad en mi carne abierta, gozando con el temblor que levantaba ecos de terremoto en lo más profundo de mi grieta. Luego cambió de idea. Me pidió que le cubriese la cara con algo, y tapé su rostro de bacante con el pañuelo violeta. Seguidamente quiso sentir en su interior toda aquella monstruosidad que acababa de sacar de mi vagina, lubricada con mis jugos. Indicó donde lo quería . La enculé lentamente. Su ano se abría como una flor, como una planta carnívora que devoraba el látex centímetro a centímetro. ¡ Más, más!, me pedía enloquecida, resoplando bajo la seda violeta. Y se lo metí por completo, con el run-run vibrando en sus entrañas. Quise acariciar con la boca su clítoris, su vagina ofrecida ante mí. Bajé la cara, saqué la lengua… y noté el sabor, la textura, la frialdad del esperma que anegaba su pubis, su raja, su vientre. Toda ella. Y ví el espray utilizado para estimular a los perros… y me di cuenta de todo. Y comprendí la malevolencia de aquella mujer, de su imparable deseo de hacer el mal. De envenenar todo lo bueno que hubiese a su alrededor.

Huí de allí. Llamé por teléfono a Nieves, llorando a lágrima viva, arrepentida con todo mi ser. Subió ella a galope tendido. Estuvimos mucho rato juntas. Cuando Nieves marchó, entró en casa de Soraya al ver la puerta abierta. Ya estaba muerta. Reconoció el pañuelo metido en la boca de Sonia. Lo demás, Iza, ya lo sabes ".

***

 

 

Como un ovillo. Enroscada sobre ti misma. Abrazadas las piernas, clavada la barbilla sobre las rodillas muy juntas. El cabello cubriendo el rostro, las ojeras profundas , las lágrimas deslizantes que gotean sobre el cuero ajado del sofá. Gira el ventilador , y su zumbido es el único ruido que percibes. Ese sonido monótono, que hace revolotear unas hojas de papel por el despacho. Son como palomas. No. Como palomas no : como aves de mal agüero, como cuervos que se han posado en tu alma, que la han desgarrado con saña hasta acabar con el último atisbo de esperanza.

Las hojas que contienen la confesión de Pepe, de tu marido, del asesino de Sonia.

 

DECLARACIÓN DE PEPE :

 

"Cuando Nieves, mi madre, se me abrazó llorando en el rellano, supe que tenía que intervenir. No podía consentir que aquella mujer destruyese la unión que tenían Nieves y Angela. Entonces yo no sabía que no era Soraya, sino Sonia . Pero me daba lo mismo : la que estaba en aquél piso era el malbicho que estaba haciendo sufrir a mi madre, a mi verdadera madre. No, no lo podía consentir. Estuve un rato en mi casa, rezongando por el piso. Me senté a dibujar, pero no conseguí nada más que emborronar papeles.

Elucubré mil ideas, palabras, ruegos con los que convencer a aquella muchacha. Guardé el lápiz en el bolsillo de la camisa y salí a la escalera. Subí en cuatro zancadas, desconociendo que – en aquellos momentos – Angela y Nieves estaban hablando por teléfono, haciendo las paces después que la amante de mi madre abriese – por fin – los ojos a la realidad, a la hedionda realidad de Soraya, o , mejor dicho : de Sonia.

Encontré a Sonia tal y como la había dejado Angela : con el rostro cubierto por el pañuelo, el dildo zumbando en su ano. Durante unos segundos tuve la esperanza de que estuviese muerta, de que todo hubiese acabado. Pero no. No tuve esa suerte. Aparté el pañuelo y allí estaban sus ojos, chispeantes de odio. Y su boca, que comenzó a lanzarme una sarta de obscenidades, de insultos, de vejaciones dignas de una posesa de película.

Me pedí a mí mismo tranquilidad. Sentado a su lado, con el pañuelo en la mano, le rogué cordura, compasión, incluso – iluso de mí – intenté ablandarla confesándole el vínculo familiar que me unía con Nieves. Craso error. Se carcajeó en mi cara.

Maté a Sonia en un arrebato de rabia, de locura. No era dueño de mis actos. No pude aguantar los insultos rabiosos que me dirigía a mí, a mi madre Nieves , a Angela . Quise acallarla y le metí el pañuelo en la boca, consiguiendo asfixiarla . Me fui corriendo de allí, sin darme cuenta de que el lápiz me había caído del bolsillo y rodado bajo la cama. Lo siento. No puedo decir otra cosa. Yo soy el culpable ".

***

 

Sobre el cielo de Madrid se ha desatado la tormenta. Tras el calor asfixiante, un trueno brama en la lejanía. Y otro. Y otro. Repiquetean los truenos en la puerta del despacho.

Inspectora Iza.

Dígame – respingas, medio amodorrada, levantándote del sofá.

Hay una última declaración.

Te lanzas hacia el papel que enarbola el policía, queriendo sujetarlo como a un clavo ardiendo, como una bandera de esperanza.

DECLARACION ( RECTIFICADA ) DE ROSARIO :

" No lo puedo permitir. Saber que Pepe cargará con la culpa , no me dejará vivir en paz.

Yo sí que lo sabía todo. Lo supe desde el momento en que alguien me hurtó mi espray. Lo intuí , no sé porqué, la tarde en que Juanito me pidió pasear a Benedictus. Es un muchacho tan claro, tan transparente, que no pudo mentirme. Le adiviné en la mirada que algo no iba bien. Luego, simplemente, miré por la mirilla : efectivamente , no marcharon escaleras abajo, sino que entraron en casa de Soraya. Esperé unos minutos . Cuando entré, sigilosa, atisbando desde la puerta del dormitorio, la primera parte estaba en todo su apogeo. Confieso que incluso me excitó ver a Benedictus poseyendo a otra mujer. Era una sensación como de … masoquismo. Los arañazos en la espalda, los embates de su vientre contra las nalgas blancas. Tenía la cabeza hecha un lío. Marché a casa y esperé. Al rato , la madre de Juanito me trajo a mi perro, a mi amor. Hecho unos zorros, para el arrastre. Le puse su cena y lo arrebujé en su manta. Con la televisión apagada, oia de vez en cuando rumor de pasos por el rellano : había mucho tráfico aquella noche. Cuando me pareció, pasé a casa de Sonia. Llegué con el tiempo justo de oir a Pepe implorar por que dejase en paz a Angela, porque no destrozase el corazón de Nieves. Y luego oi a la arpía su loca contestación . Lanzándole insultos a Pepe en su misma cara, chillándole los planes que tenía de una forma enloquecida. A tanto llegó con su locura … que contagió a Pepe. Y el buenazo quiso taparle la boca para impedirle que siguiese graznando, y marchó echando pestes y sin ninguna intención de matarla.

Yo si que tuve intención de matarla. Tanta maldad así porque sí, sin ningún motivo, sacó la rabia, la locura que yo llevaba dentro. Y me volví loca. No como Pepe, sino muchísimo más que Pepe. Inmensamente más. Porque , apenas salió el pobre muchacho, entré en la habitación y le hundí el pañuelo lo más que pude en la garganta a aquella babosa, aquel reptil inmundo, aquel ser humano indigno de llamarse así.

Y allí quedó. Muerta y bien muerta. Por fin. ".

***

 

ÚLTIMO INFORME DEL FORENSE :

" Se dictamina muerte por asfixia - no se descarta que fuese accidental - , debido a la deglución de una pequeña llave ( aparentemente de una caja de seguridad ) que se encontró atorada en el aparato respiratorio del cadáver. "

ENTRESACADO DEL SUMARIO FIRMADO POR EL JUEZ :

" Por los datos que obran en nuestro poder, ninguno de los habitantes del inmueble eran conocedores de que la víctima escondía un llavín en el interior de su boca. Llavín que pertenecía a la caja de seguridad donde guardaba el video para hacer chantaje al Señor Roger. Y que este objeto se deslizó por la garganta cuando el llamado Pepe quiso impedir que hablase y le metió el pañuelo en la boca, produciéndole la muerte involuntariamente.

En el caso de Doña Rosario ( que si que tenía intención de matarla ), se considera que no es culpable de hecho, ya que cuando entró ella en la alcoba, la mujer ya estaba difunta ".

***

 

Abres los muslos para él. Atraes su cuerpo deseado. Gimes al rozar sus manos tus pezones, tus pechos henchidos. Tu vulva acoge su verga, la envuelve, la ama. Miras sus ojos azules, tan azules, tan mediterráneos. Nadas dentro de ellos. Igual que su miembro nada en tu interior, en las olas de tu flujo. Lo deseas con toda tu alma. Clavas tus uñas en sus nalgas desnudas, tan velludas, tan amadas…

Tienes que decírselo. No puedes esperar más. Casi te extrañas de que no lo haya notado. Tu embarazo. Tu tarde con Soraya antes de operarse. El pacto que tenías con Pepe de no tener hijos … de momento.

El orgasmo te impide seguir con tus pensamientos. Quieres sentir cada centímetro de su piel sobre ti, alrededor de ti, dentro de ti …

***

Su brazo pasa bajo tu cuello. La mano abarca uno de tus pechos. La otra, unida a la tuya, descansa sobre su vientre. Estáis casi dormidos. El barrio, Chueca, también languidece. En algunos balcones revolotean banderolas con los colores del arco iris.

Oye – dices en un impulso repentino. No puedes aguantar más.

Oye – te dice Pepe en este momento.

Dime- dice él a continuación.

No, no , dime tú – cedes , generosa, el uso de la palabra.

Tengo que decirte una cosa.

Ya. Dime.

Desde hace tres meses …

¿Qué ?. ¡ Sigue , por favor!.

Pues que … ( te mira con sus mares azulísimos asustados ).

¡ Habla, coño !.- y te arrepientes de reñir, cuando enseguida tendrás que implorar.

¡Que hace tres meses que agujereo los preservativos !.

¡¡¡¿¿¿¿ Cómooooooooo????!!!

(Muerto de vergüenza ) : Con un alfiler.

¡Anda la hostia! – y te lo comes a besos con la seguridad de que ,él, te cree loca.

 

Carletto.

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