" HOMBRE MADURO, BUSCA "
¿ Porqué tiemblan tus manos al pulsar el botón de envío del FAX ?. Nadie te ha visto. Nadie puede imaginarse el destino ni el texto de lo que has escrito. Nadie sabe lo mucho que te ha costado decidirte a redactarlo, volcar en unas líneas el grito de llamada, el alarido insonoro que clama por ser escuchado, por ser atendido, porque salga a la luz esa sombra , esa soledad terrible que te está matando.
Ya está. Ya no tienes vuelta a atrás. Recoges la confirmación de que el documento se ha enviado correctamente y relees, por milésima vez, el anuncio enviado a la página de contactos :
" Hombre maduro, viudo y sin cargas, situación económica estable, culto y con sentido del humor, bien conservado, bisexual, activo, busca persona para mantener una agradable amistad que puede llegar a convertirse en algo más . No importa la edad ni el sexo" .
***
Tu hijo está insoportable. Como siempre, desde que enfermó su madre, desde que intuyó que se iba a quedar sin su apoyo, sin su confidente, sin la persona que le sacaba las castañas del fuego, la que resolvía todos sus problemas.
Nunca hiciste buenas migas con él. Siempre fue tan uraño, tan hosco, tan poco hablador, tan "pan sin sal" como tú. Porque, reconócelo Manuel, tú también eras así. Te pensabas tanto las cosas, les dabas tantas vueltas en tu magín, que cuando ibas a decirlas ya se estaba hablando de otra cosa. De tanto perderte en las conversaciones, optaste por no intervenir. Preferiste organizarte un mundo interno exclusivamente tuyo fabricado con las lecturas que consumías sin tasa, con las películas que veías en los cines de doble sesión mientras tus amigos "meneaban el esqueleto" en la discoteca de moda. Cada chica te parecía un castillo inexpugnable, un Sagrario al que no podías acercarte sin antes haberte confesado. ¡ Y era tan difícil confesarse !.
Con ella todo fue fácil. Te enamoró , te encandiló, te sorprendió, te conquistó. Ni en un millón de años hubieses llegado a pensar que existiese una persona como ella. Tan perfecta para ti.
Hicisteis planes descabellados, infantiles, maravillosos. Te encontraste bailando con ella ¡ en el centro de la pista !, dándote exactamente lo mismo si lo hacías bien o mal. Abrazando su cuerpo menudo con tus brazos de oso peludo, mirando sus ojos verdes, acariciando su espalda desnuda, sintiéndote feliz, feliz, feliz.
El sexo con ella no podía haber sido de otra manera de la que fue : placentero, ardiente, sin tabúes de ninguna clase. Fue la cosa tan fácil ( para ti que nunca habías estado con una mujer, excepto una experiencia fatal con una puta que te dejó lleno de traumas ), que decidiste confesarte con ella. Y le dijiste lo que ella ya sabía, ya intuía, ya le daba igual. Con lágrimas en los ojos, besando su sexo húmedo, le prometiste amor eterno.
Eterno. Amor eterno. Cariño sincero, admiración, disgustos intrascendentes y un hijo. Un hijo al que crió con todo el amor del que era capaz. Un hijo con el que te sentiste realizado plenamente como hombre, como padre pero que te desplazó ( o eso creíste tú ) del podium de vencedor en el corazón de tu salvadora.
Hasta que ocurrió la hecatombe. El diagnóstico cruel. El miedo que te agarrotó el estómago, la sonrisa que desaparecía de tu rostro en cuanto ella no te miraba.
Apenas le dio tiempo para plantar el rosal. Un pequeño rosal que creció en el balcón a la par que ella languidecía. Y os dejó pronto, muy pronto, excesivamente pronto. Tú con los cincuenta recién cumplidos. Vuestro hijo, Manolín, no quiso apagar la vela de su veinticinco cumpleaños. No tenía el cuerpo para tartas, con su madre agonizando en la alcoba del fondo.
Un timbrazo os sobresaltó. Disteis un brinco, volcando una banqueta de la cocina con las prisas de acudir a su llamada. La morfina coloreaba con rosetones artificiales sus mejillas chupadas. Disimuladamente metiste una mano bajo la colcha, palpando los pies de tu amor. El helor que desprendían traspasó tu brazo, congelándote el corazón. Sus ojos febriles os llamaban. Las manos, esqueléticas, amarilleaban sobre la colcha turquesa. Os adueñasteis cada uno de aquellas palomas que ya nunca levantarían el vuelo. Sus dedos se engarfiaron con los vuestros, haciendo un esfuerzo titánico para juntar vuestras manos sobre su pecho. Allí las dejó unidas, sonriendo feliz , ajena a vuestras lágrimas silenciosas, a vuestro dolor insoportable que no había hecho sino empezar.
***
Aquí estás, en el infierno de la soledad. Infierno que es más infierno porque saboreaste la gloria de su compañía, de su amor, de su todo.
Como dos toros mihuras. Como dos fieras enjauladas. Como dos extraños que se miran y no se ven. Así son vuestras vidas desde que ella no está.
Antes de conocerla, antes de que diese una razón para tu vida, te engañabas a ti mismo. Simulabas que vivías con tus libros, con tus películas, con tus fantasías. Luego, al conocerla, te abriste como una flor para ella. Pudo mirar dentro de ti, inhaló de tu perfume, así como tú aspiraste el aroma perfecto de su cuerpo y de su alma. No teníais secretos, ni tapujos. Os reíais , en la cama, hablando de mil picardías, comentando sueños eróticos que habíais tenido con esta o aquella persona ( coincidiendo en bastantes ocasiones en algún objeto de deseo ). Jugabais a todo lo que se os ocurría, con el único objetivo de dar placer al otro.
Ahora todo acabó. No puedes retornar a tu vida de antaño. NO PUEDES . Necesitas tener a otra persona, a otro ser humano con el que compartir tus sueños, tus soledades, tus fantasías. No puedes seguir así por más tiempo.
La duda viene seguidamente. ¿ Serás capaz de estar con otra mujer que no sea ELLA ?. ¿ Volverán tus instintos de antaño, aquellos que no tenían ninguna importancia cuando vivía tu esposa, porque los sobrellevabais juntos, os cachondeabais de ellos, incluso los disfrutabais conjuntamente ?. El hecho de que ella no está cuando miras las fotos, las películas, las imágenes de otros hombres te hace sentir sucio. Ella te daba su bendición y , de tarde en tarde, tu te masturbabas en el lecho conyugal, mirando fotos maravillosamente indecentes, de vergas enhiestas, incluso comparando con la tuya propia.
¡ Mira, ese la tiene como tú !. ¿ Te gusta ?.
Está bastante bueno.
Y ese otro ¡ qué barbaridad !. ¡ Y se la está metiendo a ese pobre chico !.
Si. ¡ Mira la cara que pone de "sufridor en casa" !.
¿Te gustaría que te la metieran a ti ?.
¡ Mujer, no me digas esas cosas !.
¡Va, no te hagas el estrecho, que nos conocemos !.
Bueno, vale. Pues casi me gustaría más meterla a mí.
¿Quieres que probemos a hacerlo ?.
Por mí, sí. Cuando tú quieras.
Ahora mismo, viciosillo. Pero ten cuidado con mi almorranita
Y tú tenías cuidado con la almorranita, y ella te recibía plenamente, mientras le acariciabas el sexo metiendo la mano por debajo.
Pero aquello ya no existe. Tienes otra vez los demonios en tu cabeza. Quieres que gire la ruleta y que se detenga donde quiera el destino. Suspiras por encontrar otra persona igual que ella, aunque sabes que eso no es posible. "Cada olla tiene su tapadora", tú la encontraste y se rompió. Ahora eres olla humeante, ansiosa de encontrar a alguien que cobije sus sentimientos. No quieres reconocer ante ti mismo si añoras el hecho de tener a una mujer en tu cama, o de probar suerte con los amores ocultos, los que no te atrevías a soñar sin tenerla a ella a tu lado. Ahora no puede haber medias tintas : si contesta un hombre, no la tendrás a ella para suavizar la cosa, para camuflar tu homosexualidad latente. Estás a pecho descubierto. Quieres terminar con tu soledad a cualquier precio, inclusive saliendo del "armario". Lo que tienes muy claro es una cosa : no puedes continuar así, conviviendo con un hijo que come, duerme y respira a tu lado, pero a años luz de ti. Un extraño del que no sabes absolutamente nada.
***
Ha llegado la hora. Elegiste una carta de las muchas que recibiste en el Apartado de Correos que abriste con seudónimo. La elegiste, precisamente, por la ambigüedad de la contestación. Simplemente decía que era una persona más joven que tú, sin aclarar el sexo. Tenía tu mismo perfil : persona culta, sentido del humor, bisexual, dispuesta a entablar una profunda amistad sin cortapisas Contestaste a otro Apartado de Correos. Ponías día y hora para la primera cita. ¿Forma de reconoceros? : una rosa llevada en lugar bien visible.
En el balcón está la maceta que plantó tu esposa. Este año, por fin, ha florecido y dos tímidas rosas amarillean en el macetón. Al cortar una , te vienen a la mente las manos de tu mujer la tarde en que os dejó. Pero aquel color era marchito, medio muerto, y esta rosa está pletórica de vida, con tacto satinado, con un perfume que te ensancha los pulmones.
Miras el reloj y sales corriendo. No le dices nada a tu hijo : está en la ducha cantando y no te oirá aunque le grites.
***
En la nota pusiste el nombre de una cafetería a la que no sueles acudir. Una vez, hace mucho tiempo, entraste con tu mujer huyendo de la lluvia. Os sentasteis en un rincón, el mismo que has elegido tú ahora, riendo de la facha que teníais.
Has pedido un café, como aquella tarde. Frente a ti, en la pared, un pequeño cuadro con un antiguo anuncio de la Coca-Cola. Parece que el tiempo no ha pasado. Sin embargo no es lo mismo : hoy, la silla que tienes ante ti está vacía.
Cierras los ojos unos instantes. Oyes un carraspeo. Sobre el respaldo de la silla hay ahora una mano apoyada. Una mano fuerte, viril, que sujeta una rosa amarilla. Una rosa idéntica a la tuya. De la misma maceta.
Hola , Papá.
Carletto.